Punto al Arte: El arte micénico

El arte micénico

Derivado del nombre de Micenas, es un arte que, en sus orígenes, fue independiente por completo del cretense, pero que, a partir del momento (hacia 1450 a.C.) en que los llamados "aqueos" hubieron puesto el pie en Creta, quedó por él grandemente influido.

Su moderno campeón, Heinrich Schliemann, antes de proceder a excavar, en 1876, en los yacimientos básicos de esa cultura artística en la Argólida, Micenas y Tirinto, había realizado excavaciones en Troya.

Detalle de las ruinas de Troya (Hissarlik). En 1870, Schliemann decide, contra la opinión de los eruditos, que Troya está en Hissarlik. Durante tres años, con ciento cincuenta obreros, cava zanjas cada vez más profundas y encuentra no una, sino nueve Troyas. Schliemann decidió que Troya II, con señales de incendio, era la ciudad de Homero. Entre los eruditos se arma entonces una segunda guerra de Troya. Sucesivamente identifican la ciudad de Príamo con la VI y la VII, pero ahora los alemanes dicen que Schliemann tenía razón.
La Troya que descubrió Schliemann era una pequeña ciudad amurallada, con puertas y torres de piedras sin labrar, coronadas de una segunda defensa, hecha de ladrillos crudos, trabados con vigas de madera. El palacio era una sencilla construcción de tres cuerpos, mayor el del centro, con el hogar para las reuniones, y precedido todos ellos de una antesala.

Hoy se piensa que si Schliemann exploró en realidad el sitio de la antigua Troya, se equivocó al fijar como contemporánea de los héroes homéricos la capa de restos arqueológicos más profundos. La Troya de Homero no es tan antigua y está más arriba, como dejó demostrado Dörpfeld con excavaciones. Schliemann excavó también en Micenas, la ciudad de Agamenón, caudillo de los aliados durante la guerra de Troya, y además excavó en Tirinto que no es ciudad, sino una acrópolis o castillo.

Micenas. Esta población de la antigua Grecia poseía una espléndida situación natural, que la hacía prácticamente inexpugnable. El valle del !nacos, al mismo pie de la ciudad, era encrucijada de caminos. Todo ello explica la hegemonía de Micenas sobre la Argólida. Gruesas murallas coronaban la acrópolis, donde vivía el rey, su corte y los obreros, mercaderes y artesanos que facilitaban la vida de los príncipes. La ciudad no amurallada, habitada por el pueblo, se extendía en el declive de la colina.
El emplazamiento de Micenas era bien conocido, puesto que los antiguos griegos describen con todo detalle sus murallas y su recinto. Asentada dominando un llano, su recinto se dibujaba perfectamente gracias a los restos de la muralla. Schliemann emprendió la exploración, y a los pocos días descubrió una serie de tumbas con cadáveres, que él creyó reconocer como los de Agamenón, Clitemnestra, Egisto y otros individuos de la familia de los Atridas. Se les había enterrado con todas sus joyas: en ninguna parte se había encontrado oro con más abundancia que en estas sepulturas de Micenas.

Puerta del Tesoro de Atreo, en Micenas. El historiador Pausanias decía de Micenas: "Hay una tumba de Atreo y también de aquellos que fueron asesinados por Egisto a su regreso a Troya ... ". Pausanias situaba el lugar "junto a la puerta sobre la que se encuentran los leones". Esto, y su firme creencia en la épica homérica, condujeron a Schliemann al éxito. Pero fue Dörpfeld en 1886, quien reconstruyó las tumbas o tholos. Un largo corredor de grandes bloques de piedra perfectamente labrados conduce hasta la puerta.



Estas sepulturas estaban dentro del recinto de Micenas, en un lugar que Schliemann llamó el "ágora" porque se hallaba rodeado de un poyo de forma circular, donde supuso que se sentaría el consejo para celebrar sus asambleas. Actualmente se sabe que lo que Schliemann llamó ágora era el heroón, o santuario de los héroes. Schliemann reconoció también dentro de la ciudad de Micenas restos del Palacio Real con una sala rectangular que está dividida por columnas, el megarón.

Rotonda Real, en Micenas. Al sur de la Puerta de los Leones, junto a la muralla oeste de la ciudad, está este recinto, a la derecha, donde se descubrió el Círculo A de las tumbas reales excavadas por Schliemann, que pertenecen a la Edad del Bronce tardío (1500 a.C.). El genial aficionado creyó haber descubierto las tumbas de los Atridas y que la Rotonda era el ágora micénica. Los arqueólogos modernos han identificado el lugar como heroón, o lugar de culto a los héroes; un pequeño altar de lastras de piedra situado en el centro del círculo hace más verosímil esta segunda hipótesis.
La excavación del resto de la ciudad fue más que sumaria. Tenía prisa por pasar a otro lugar donde los hallazgos fueran más positivos, y los arqueólogos de la Escuela inglesa de Atenas tuvieron que completar las excavaciones de Micenas. En cambio, Schliemann se dedicó a explorar las sepulturas antiguas, llamadas tesoros, de que hablaba Pausanias. Estas construcciones se hallaban fuera de las murallas. Son, evidentemente, sepulturas del tipo de cámara, como los dólmenes; las precede un corredor que da ingreso a una gran sala circular para el culto, de donde se pasa a una pequeña cámara adyacente para el cadáver. Estas construcciones, cubiertas con bóveda, no son únicas; había otras parecidas, arruinadas, por los alrededores de Micenas. La planta es siempre circular, y están cubiertas por losas de piedra que van avanzando, superpuestas.

Puerta de los Leones de Micenas. Sobre el arquitrabe tiene la única, bellísima escultura del arte micénico. Faltan las cabezas, labradas en bloques distintos, pero los dos leones rampantes, apoyados en la columna de fuste troncocónico -símbolo religioso de indudable origen minoico- poseen una fuerza plástica deslumbrante, que preludia lo que será la más importante gloria del arte griego: la invención de la escultura como representación objetiva de la realidad.
La más importante de tales tumbas es la conocida, tradicionalmente, con el nombre de Tesoro de Atreo, situada en la ladera de una colina que se levanta enfrente de la acrópolis de Micenas. Ha conservado intacta su bóveda, aunque el relieve triangular que debió adornar su entrada ha desaparecido. Sus dimensiones son imponentes; su interior tiene un diámetro de 14 metros y medio, con una altura máxima que sobrepasa los 13 metros. Grandes bloques sirven de dintel a su puerta, y lo que acaba de provocar la impresión de asombro en el visitante es la regularidad de talla del aparejo. Las mismas cualidades se admiran en el recinto amurallado principal que rodea la acrópolis de Micenas. La Puerta de los Leones, así llamada a causa del relieve triangular que la adorna, parece datar, así como los muros y el bastión de que forma parte, de mediados de siglo XIV antes de Cristo. Encima de su dintel horizontal, el gran relieve monolítico de piedra gris ocupa el triángulo de descarga; representa a dos leones afrontados cuyas cabezas se debieron labrar en bloques de piedra añadidos, y se han perdido. Estos animales se yerguen a ambos lados de un pilar exactamente igual a los hallados en el palacio de Cnosos, y apoyan firmemente sus patas anteriores en el pedestal de aquella breve columna sagrada, que, encima de su capitel, sostiene una especie de breve friso. Aunque el tema incluye un símbolo sacro o heráldico cretense, su técnica, de escultura monumental, es peculiarmente griega.

Murallas de la acrópolis de Micenas. Un fragmento de las murallas ciclópeas, que se franqueaban por la Puerta de los Leones.
Un tercer tipo de sepulturas fue encontrado en las afueras de Micenas, y prueba que existió una población inferior que vivía, separada, en los arrabales de la ciudad. Consistían en unas cajas de piedra o de cerámica en forma de pequeños sarcófagos, de los llamados larnax, como los que se hallan también en todas las excavaciones de la Grecia prehelénica. Están decoradas con pinturas o relieves de espirales, y otros motivos de ornamentación geométrica. La decoración de estos sarcófagos recuerda los adornos propios del arte europeo prehistórico de Occidente.

Murallas de Tirinto. Pausanias las describía como "compuestas de piedras sin labrar, tan grandes que dos mulas no pueden siquiera mover las más pequeñas". Schliemann creyó una vez más a los antiguos y encontró las murallas ciclópeas y los restos de la ciudad: un palacio con megarón, pórtico y patio central; era exactamente como lo había descrito Homero en la Odisea, aquel en que Ulises mató a los pretendientes de la fiel Penélope al regreso de sus aventuras.
Esto no tiene nada de sorprendente; los individuos enterrados en larnax, o cajas mortuorias de cerámica, serían los primeros dorios que se iban infiltrando en el seno de la sociedad prehelénica. La decoración nórdica de sus ataúdes resulta perfectamente explicable. Así, las tres clases de sepulturas de Micenas reflejan los tres tipos de población, por no decir castas, que ocuparon aquel territorio un siglo antes del año 1000 anterior a nuestra era. Los sepulcros monumentales o tesoros en forma de cámara serían los de los antiguos señores prehelénicos de origen puro; los sepulcros del suelo del lugar sagrado o heroón serían ya de los príncipes aqueos que suplantaron a los viejos monarcas, por conquista o por enlaces matrimoniales; y los larnax de cerámica corresponderían a los primeros dorios, quizás infiltrados sigilosamente al principio o como inmigrantes. Creciendo su número, se facilitó la invasión doria, ya de carácter militar y enemiga intransigente de la antigua cultura prehelénica, que respetaron los aqueos.

Máscara de Agamenón (Museo de Atenas ). Homero hablaba de la "ventosa Troya" y Troya era, en verdad, lugar muy venteado. Si llamaba, pues, a Micenas "áurea", es que en Micenas había oro. En 1876 empezó a buscarlo Schliemann. En una profunda zanja, los ojos de Sofía descubrieron algo que brillaba: un anillo de oro. Despidieron a los trabajadores y fueron Schliemann, su mujer y Stamakatis, arqueólogo delegado del gobierno griego, quienes excavaron las cinco tumbas. Hallaron un verdadero tesoro, no sólo por la materia de los objetos, sino por la magnificencia de su arte: diademas, copas, puñales, alfileres, petos y máscaras de oro. Cuando Schliemann alzó la máscara, apareció un rostro intacto que inmediatamente identificó como el del "Rey de Hombres" homérico. Lleno de emoción, Schliemann se inclinó y le dio un beso. Debió de ser un instante verdaderamente cenital. 
El temor de una rebelión o invasión está patente en las formidables fortificaciones de la acrópolis de Tirinto, quizás última defensa de los señores aqueos de Micenas. Se llega a lo alto siguiendo el borde de las murallas sin desbastar; y franqueada la entrada del recinto, que está en la parte superior, hay que seguir por el pasadizo abovedado hasta que al final se encuentra la entrada, a modo de propileos, con un pórtico a cada lado. Después de un primer patio, en el extremo norte de la acrópolis, hay que torcer en ángulo recto y atravesar otros propileos para llegar al patio principal, donde están el altar doméstico y la entrada del megarón, que tiene un hogar muy grande en el centro; el techo lo sostenían cuatro columnas, seguramente de leño, cuyas bases quedan aún en el suelo. Otro megarón parecido, aunque menor, abría su fachada en otro patio. En una prolongación del recinto fortificado estarían las habitaciones de la servidumbre.

La fortaleza prehelénica de Tirinto era la única residencia real cuya planta completa se había podido excavar antes de los descubrimientos de Creta. Tirinto fue abandonada en la época de la invasión doria, y no recibió más tarde pobladores nuevos ni fueron aprovechadas sus ruinas para santuario, como ocurrió con las de la acrópolis de Atenas. Esto explica el enorme interés que despertaba aquel castillo raquero, que había sido alcázar de uno de los más poderosos señores de la Grecia primitiva. Pero su interés resulta secundario después de la excavación de los grandes palacios prehelénicos de Creta, que se verificó posteriormente.

Bueyes arando (Museo de Atenas). Taza micénica de oro, cuya decoración en relieve muestra a los bueyes arrastrando un arado. El vaso procede de la tumba de un rey micénico localizada en Vafio. 
Los historiadores clásicos sabían de manera vaga que Creta había ejercido antes de la invasión doria una hegemonía sobre todo el mundo griego, basada principalmente en su poder marítimo. Tucídides habla de las primeras talasocracias, o imperios navales, y de Minos, el monarca cretense que imponía sus tributos severamente a los griegos del continente y del archipiélago. Pero en la última guerra de Troya ya son los señores de la tierra firme los que dirigen la coalición de las ciudades griegas en los poemas homéricos. Agamenón y Menelao, reyes de Micenas y Esparta, son los que extienden su autoridad sobre los demás príncipes de Grecia y de las islas, incluso a los cretenses.

El arte decorativo ofrece, en la civilización micénica, fuertes elementos de originalidad junto a claros influjos cretenses que hay que supeditar al entronque que tal cultura prehelénica estableció con la que de antiguo florecía en Creta, cuando se puso en contacto con aquella isla, alrededor del año 1450 a.C. Así, varios ejemplares muestran cuál debió ser, con anterioridad a tal hecho, el impulso propio de ese arte autóctono continental; por ejemplo, las dagas que proceden de las tumbas de Micenas se conservan en el Museo Nacional de Atenas, presentan en sus hojas labores de relieves embutidos en plata y oro que nada tienen de cretense, y revelan un concepto extraordinariamente dinámico y vivaz, en sus temas finamente realizados: leones corriendo; una escena de hombres afrontando a un león, mientras dos de estas fieras huyen; un felino cazando pájaros.

Cerámica micénica (Museo Éfeso, Selcuk). En estas tres vasijas de la cultura micénica tardía (1000 a.C.) se puede apreciar la calidad de la manufactura cerámica de los antiguos pueblos del Peloponeso. 

Ciertas copas de oro de la misma época micénica demuestran que la orfebrería debió de ser ya importante, antes de que aquel contacto quedase establecido. Así (en el citado museo) la llamada Copa de Néstor, de dos asas, y la taza, admirablemente repujada, hallada en Vafio, con la figura de un toro corriendo. Otros restos artísticos, en cambio, denotan la influencia que lo minoico ejerció, entre ellos el de la pintura, hallada en Tirinto, de una joven vistiendo el conocido indumento propio de las muchachas tan representadas en Cnosos, y llevando en sus manos una caja a modo de ofrenda.

La Dama con píxide (fresco del palacio de Tirinto). La civilización minoica influyó poderosamente en la Grecia continental, antes y después de la invasión aquea. Los palacios de Micenas y Tirinto estuvieron también decorados con frescos donde se repiten los temas del salto del toro y las procesiones de oficiantes halladas en Tirinto, es una clara muestra de la pervivencia del influjo cultural de la isla en el continente. Indumentaria, postura, ritos, son idénticos. La dama tirinta podía haberse paseado por los corredores de Cnosos sin despertar el menor asombro.



La cerámica es precisamente en sus formas, más que en su ornamentación (que es aquí principalmente figurativa), donde muestra algunos indicios de influencia cretense; pero sus pinturas muestran ya otras ambiciones; son de intención narrativa y en cierto modo señalan, así, una de las principales direcciones en que se desarrollará la ornamentación cerámica griega.

   Los asuntos son todavía con gran frecuencia marítimos, pero carecen de finura e invención, cualidades que son patentes en las obras de arte del período anterior. No se puede hablar aún de decadencia; las magníficas bestias de la Puerta de los Leones en Micenas se yerguen solemnes con dignidad y grandiosidad. El arte micénico se hace hierático, estiliza los temas, efecto que probablemente produce la presencia de los aqueos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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