Centrándose
en la ciudad de Persépolis y en concreto en el Palacio de Darío, que no se
construyó dentro de la propia ciudad si no en una llanura cercana a ésta, puede
decirse que los materiales básicos empleados en los edificios fueron la madera,
la piedra y el ladrillo. La construcción y decoración del palacio de Persépolis
atravesó tres fases constructivas, que corresponden a los reinados de Darío I,
Jerjes y Artajerjes I.
Durante el reinado de Darío se construyó el
palacio sobre unas plataformas pensadas como terrazas a diferentes alturas que
se comunicaban entre ellas mediante escalinatas monumentales. La terraza en la
que están construidos los palacios de Persépolis es un vastísimo basamento que
se extiende al pie de un acantilado de roca. En la cumbre de esta monta ña, de
difícil acceso, por otra parte, están todavía los altares para el fuego
sagrado, que era el culto de los persas. Este enclave es de gran valor desde el
punto de vista de la historia del arte pues en él residen los dos únicos
monumentos religiosos que se conservan de la Persia antigua. Se sube a la gran
terraza de Persépolis mediante una escalera de doble rampa, que está decorada
con relieves. Esta amplísima escalinata daba acceso a la única puerta de la
ciudad, construida por Jerjes, quien le dio el nombre de «puerta de todos los
pueblos». A los pocos pasos, sobre el terraplén, se encuentran unos fastuosos
propileos o entradas monumentales adornadas con dos toros alados, elementos
tradicionales de la decoración asiria, como ya se ha señalado anteriormente,
que Persia trató de copiar, aunque no exactamente sino dándoles cierto carácter
ario, no semita. Estos toros androcéfalos reciben el nombre de lamasus y, como
en casi todas las religiones del Próximo Oriente, la imagen del toro se
asociaba también en Persépolis con el poder y la divinidad. Por otro
lado, estos propileos, que se hallan enfrente y en el mismo eje de la escalera,
forman un pórtico abierto a cada lado, a manera de un corredor, con cuatro
columnas.
La superficie total del recinto es de 530 x 330 m . Tras un breve pórtico
se pasaba a la gran explanada, donde en la parte central destacaba la sala de
audiencias o apadana. Los demás
edificios que han descubierto las excavaciones están distribuidos sobre la
terraza sin obedecer a un plan de conjunto: son obras sucesivas, construidas en
diversas épocas. De este modo, el primer monumento que, después de atravesados
los propileos, debía de presentarse a la vista del curioso espectador era,
volviéndose a la derecha, la gran sala hipóstila de Jerjes, llamada apadana, como hemos señalado, de la que
se levantan todavía trece columnas mutiladas, las mayores que se conservan en
pie de los edificios de Persépolis. La apadana
de Jerjes (485-465 a .C.)
es aún hoy una de las naves más vastas que el hombre haya construido en toda la
historia; sus columnas son casi tan altas como las que en Karnak forman la
galería central, y supera en extensión a la obra de los faraones. La apadana era una sala destinada a las
recepciones reales, con un elevado número de columnas que sostenían, mediante
grandes vigas de madera, un techo arquitrabado, es decir, un techo plano.
Tumba de Artajertes
I, en Persépolis.
Parte del relieve que adorna la tumba de este rey. Como era habitual en la
dinastía aqueménida, las tumbas de los soberanos se caracterizaban por su
monumentalidad y su magnificencia.
La superficie total que ocupa, entre
pórticos y columnatas, pasa de mil metros cuadrados, y su altura llega a veinte
metros, sólo para la columna y el capitel. Su disposición era
extraordinariamente original: todo el edificio estaba levantado sobre un
segundo basamento sobre el nivel de la terraza; vastas galerías hacían las
veces de pórtico en la fachada principal y las dos laterales, y en el centro la
sala llena de columnas, muy estilizadas y esbeltas, en contraste con las
egipcias, reforzaban la elegancia de su silueta con el acanalamiento de los
fustes. La base era de forma ligeramente acampanada. Uno de los elementos que
más sobresalen y que llaman enormemente la atención son sus capiteles, en los
que se encuentran esculpidos temas de toros y leones. Estos animales descansan
sobre un capitel con elegantes volutas. En la parte central del grupo
escultórico era donde descansaban las vigas de madera, por lo que un conjunto
de tal monumentalidad con este tipo de decoración debía provocar en el
espectador un sentimiento de admiración y fascinación. También hace pensar que
en la estrecha colaboración que existían entre el escultor y el arquitecto.
Este hecho no era aislado, si no que se dio a lo largo de todo el arte persa.
El palacio era una empresa tan monumental
que Darío no pudo acabarla y fue su hijo y sucesor Jerjes quien la finalizó. Al lado de
la sala hipóstila se encontraba la plaza de los desfiles y otro edificio,
destinado también seguramente a recepciones, era el salón del Trono o la
llamada sala de las Cien Columnas, cuya disposición no deja lugar a dudas. La
sala de las Cien Columnas fue también empezada por Jerjes y no se pudo ver en
su máximo esplendor hasta el reinado de su hijo, Artajerjes. En su fachada
anterior una galería doble, flanqueada por dos toros alados, hacía las veces de
pórtico del edificio, constituido por una sala única; su techo plano descansaba
sobre las diez filas de soportes verticales. De las paredes que cerraban su
recinto cuadrado no quedan en pie más que las puertas; una serie de nichos, en
forma de ventanas ciegas, decoraban el muro interiormente.
Tumba de Ciro II, en Pasargada (Irán). Dibujo de Henri Toussaint, reproducido en
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En la zona sur de la terraza una escalinata
conducía a los aposentos reales, formado por el palacio residencial de Darío,
la residencia de Jerjes, las salas del consejo, también llamadas tripylon, el
harén, los almacenes, las armerías, etc. Los muros de los aposentos reales eran
normalmente de ladrillo, revestidos con decoraciones cerámicas. Solo las
puertas y los nichos, distribuidos en el interior de las cámaras, eran de
piedra.
Las escalinatas que conducían de una terraza
a otra estaban profusamente decoradas con escenas repetitivas de desffies de
soldados y personajes que iban a rendir pleitesía al rey. En estos frisos
escultóricos se puede ver cómo los persas cubrían su cabeza con una tiara
cilíndrica y portaban una larga vestidura que aunque sólo era de forma
esquemática, deja entrever cierta influencia griega por el trabajo de los
pliegues. Van armados con lanzas y escudos, mientras que los medos, que cubren
su cabeza con un gorro abombado, sólo portan una larga lanza. La túnica de los
medos es más corta y no está tan trabajada. Estos bajorrelieves muestran la
figura de perfil y de forma muy hierática, no presentan ningún tipo de
movimiento, sólo una pierna adelantada, es una fórmula que se utilizaba en
Egipto y en otras civilizaciones contemporáneas.
Cilindro con
inscripciones (Museo
Británico, Londres). En este cilindro se piedra se hallan grabadas las
historias de las gestas de Ciro el Grande, rey de Persia.
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Los relieves asirios tenían una ubicación y
una función totalmente distinta a la de los relieves aqueménidas. Los primeros
se colocaban en el interior de las estancias y los vestíbulos del palacio para
goce y disfrute de los visitantes que se encontraban con una narración gráfica
de acontecimientos o sucesos recientes, que en algunas ocasiones, para ser más
explícitos, tenían inscripciones y comentarios grabados. En cambio, los
relieves aqueménidas fueron pensados para realzar la arquitectura en la que se
encontraban, sin tener en cuenta si el motivo resultaba repetitivo y monótono.
Hay otro elemento que también hace que se puedan distinguir los dos tipos de
relieves, el asirio está concebido como una pintura, es bidimensional; en
cambio, se puede advertir cómo el relieve aqueménida tiene ciertos puntos de
contacto con el arte griego, sobre todo por el detalle de los pliegues de las
vestiduras.
Puede decirse que el acabado de estos
relieves aqueménidas presenta cierto aspecto metálico ya que estos artesanos
trabajaron originariamente el arte del metal, sobre todo del bronce, y
realizaban los modelos en arcilla antes de tallar la piedra. No se debe
pensar que estos relieves no eran vistosos en su época; quedan rastros de que
estaban policromados, con colores brillantes como el lapislázuli, el turquesa,
el amarillo o el rojo. También se han encontrado restos de dorados en las
representaciones de objetos metálicos.
Para finalizar hay que decir que en la
arquitectura aqueménida el palacio era una de las tipologías constructivas más
importantes, ya que su religión no precisaba de templos ni de imágenes de
dioses.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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