Punto al Arte: El arte constructivo en el palacio de Darío en Persépolis

El arte constructivo en el palacio de Darío en Persépolis

Centrándose en la ciudad de Persépolis y en concreto en el Palacio de Darío, que no se construyó dentro de la propia ciudad si no en una llanura cercana a ésta, puede decirse que los materiales básicos empleados en los edificios fueron la madera, la piedra y el ladrillo. La construcción y decoración del palacio de Persépolis atravesó tres fases constructivas, que corresponden a los reinados de Darío I, Jerjes y Artajerjes I.

Muro de la terraza sobre la que se levanta la apadana, en Persépolis. Los relieves representan el suntuoso desfile que se realizaba durante la fiesta de Año Nuevo, para presentar tributos y ofrendas al Rey de Reyes. Obsérvese que los medos llevan un tocado redondo y los persas una tiara acanalada. 
Procesión, en Persépolis. Relieve del Tripylón perteneciente al palacio de Darío, que representa una procesión de medos y persas. La escultura corresponde al período aqueménida (siglo v a.C.). 

Durante el reinado de Darío se construyó el palacio sobre unas plataformas pensadas como terrazas a diferentes alturas que se comunicaban entre ellas mediante escalinatas monumentales. La terraza en la que están construidos los palacios de Persépolis es un vastísimo basamento que se extiende al pie de un acantilado de roca. En la cumbre de esta monta ña, de difícil acceso, por otra parte, están todavía los altares para el fuego sagrado, que era el culto de los persas. Este enclave es de gran valor desde el punto de vista de la historia del arte pues en él residen los dos únicos monumentos religiosos que se conservan de la Persia antigua. Se sube a la gran terraza de Persépolis mediante una escalera de doble rampa, que está decorada con relieves. Esta amplísima escalinata daba acceso a la única puerta de la ciudad, construida por Jerjes, quien le dio el nombre de «puerta de todos los pueblos». A los pocos pasos, sobre el terraplén, se encuentran unos fastuosos propileos o entradas monumentales adornadas con dos toros alados, elementos tradicionales de la decoración asiria, como ya se ha señalado anteriormente, que Persia trató de copiar, aunque no exactamente sino dándoles cierto carácter ario, no semita. Estos toros androcéfalos reciben el nombre de lamasus y, como en casi todas las religiones del Próximo Oriente, la imagen del toro se asociaba también en Persépolis con el poder y la divinidad. Por otro lado, estos propileos, que se hallan enfrente y en el mismo eje de la escalera, forman un pórtico abierto a cada lado, a manera de un corredor, con cuatro columnas.

Necrópolis aqueménida, en Naqsh-i Rustam cerca de Persépolis. Tumbas cavadas en la roca (siglo v a.C.), con decoraciones sasánidas del siglo IV d.C. Esta imagen es una vista parcial, en la que aparecen las tumbas de Artajerjes I y Jerjes I. 
La superficie total del recinto es de 530 x 330 m. Tras un breve pórtico se pasaba a la gran explanada, donde en la parte central destacaba la sala de audiencias o apadana. Los demás edificios que han descubierto las excavaciones están distribuidos sobre la terraza sin obedecer a un plan de conjunto: son obras sucesivas, construidas en diversas épocas. De este modo, el primer monumento que, después de atravesados los propileos, debía de presentarse a la vista del curioso espectador era, volviéndose a la derecha, la gran sala hipóstila de Jerjes, llamada apadana, como hemos señalado, de la que se levantan todavía trece columnas mutiladas, las mayores que se conservan en pie de los edificios de Persépolis. La apadana de Jerjes (485-465 a.C.) es aún hoy una de las naves más vastas que el hombre haya construido en toda la historia; sus columnas son casi tan altas como las que en Karnak forman la galería central, y supera en extensión a la obra de los faraones. La apadana era una sala destinada a las recepciones reales, con un elevado número de columnas que sostenían, mediante grandes vigas de madera, un techo arquitrabado, es decir, un techo plano.

Tumba de Darío II, en Naqsh-i Rustam cerca de Persépolis. Vista completa de la tumba perteneciente a la necrópolis aqueménida, donde fue enterrado este soberano que reinó entre los años 424 y 404 a.C. 
Tumba de Artajertes I, en Persépolis. Parte del relieve que adorna la tumba de este rey. Como era habitual en la dinastía aqueménida, las tumbas de los soberanos se caracterizaban por su monumentalidad y su magnificencia. 

La superficie total que ocupa, entre pórticos y columnatas, pasa de mil metros cuadrados, y su altura llega a veinte metros, sólo para la columna y el capitel. Su disposición era extraordinariamente original: todo el edificio estaba levantado sobre un segundo basamento sobre el nivel de la terraza; vastas galerías hacían las veces de pórtico en la fachada principal y las dos laterales, y en el centro la sala llena de columnas, muy estilizadas y esbeltas, en contraste con las egipcias, reforzaban la elegancia de su silueta con el acanalamiento de los fustes. La base era de forma ligeramente acampanada. Uno de los elementos que más sobresalen y que llaman enormemente la atención son sus capiteles, en los que se encuentran esculpidos temas de toros y leones. Estos animales descansan sobre un capitel con elegantes volutas. En la parte central del grupo escultórico era donde descansaban las vigas de madera, por lo que un conjunto de tal monumentalidad con este tipo de decoración debía provocar en el espectador un sentimiento de admiración y fascinación. También hace pensar que en la estrecha colaboración que existían entre el escultor y el arquitecto. Este hecho no era aislado, si no que se dio a lo largo de todo el arte persa.

El palacio era una empresa tan monumental que Darío no pudo acabarla y fue su hijo y sucesor Jerjes quien la finalizó. Al lado de la sala hipóstila se encontraba la plaza de los desfiles y otro edificio, destinado también seguramente a recepciones, era el salón del Trono o la llamada sala de las Cien Columnas, cuya disposición no deja lugar a dudas. La sala de las Cien Columnas fue también empezada por Jerjes y no se pudo ver en su máximo esplendor hasta el reinado de su hijo, Artajerjes. En su fachada anterior una galería doble, flanqueada por dos toros alados, hacía las veces de pórtico del edificio, constituido por una sala única; su techo plano descansaba sobre las diez filas de soportes verticales. De las paredes que cerraban su recinto cuadrado no quedan en pie más que las puertas; una serie de nichos, en forma de ventanas ciegas, decoraban el muro interiormente.
Tumba de Ciro II, en Pasargada (Irán). Dibujo de Henri Toussaint, reproducido en la obra Le tour du monde,  de 1881

En la zona sur de la terraza una escalinata conducía a los aposentos reales, formado por el palacio residencial de Darío, la residencia de Jerjes, las salas del consejo, también llamadas tripylon, el harén, los almacenes, las armerías, etc. Los muros de los aposentos reales eran normalmente de ladrillo, revestidos con decoraciones cerámicas. Solo las puertas y los nichos, distribuidos en el interior de las cámaras, eran de piedra.

Las escalinatas que conducían de una terraza a otra estaban profusamente decoradas con escenas repetitivas de desffies de soldados y personajes que iban a rendir pleitesía al rey. En estos frisos escultó­ricos se puede ver cómo los persas cubrían su cabeza con una tiara cilíndrica y portaban una larga vestidura que aunque sólo era de forma esquemática, deja entrever cierta influencia griega por el trabajo de los pliegues. Van armados con lanzas y escudos, mientras que los medos, que cubren su cabeza con un gorro abombado, sólo portan una larga lanza. La túnica de los medos es más corta y no está tan trabajada. Estos bajorrelieves muestran la figura de perfil y de forma muy hierática, no presentan ningún tipo de movimiento, sólo una pierna adelantada, es una fórmula que se utilizaba en Egipto y en otras civilizaciones contemporáneas.

Cilindro con inscripciones (Museo Británico, Londres). En este cilindro se piedra se hallan grabadas las historias de las gestas de Ciro el Grande, rey de Persia. 
Los relieves asirios tenían una ubicación y una función totalmente distinta a la de los relieves aqueménidas. Los primeros se colocaban en el interior de las estancias y los vestíbulos del palacio para goce y disfrute de los visitantes que se encontraban con una narración gráfica de acontecimientos o sucesos recientes, que en algunas ocasiones, para ser más explícitos, tenían inscripciones y comentarios grabados. En cambio, los relieves aqueménidas fueron pensados para realzar la arquitectura en la que se encontraban, sin tener en cuenta si el motivo resultaba repetitivo y monótono. Hay otro elemento que también hace que se puedan distinguir los dos tipos de relieves, el asirio está concebido como una pintura, es bidimensional; en cambio, se puede advertir cómo el relieve aqueménida tiene ciertos puntos de contacto con el arte griego, sobre todo por el detalle de los pliegues de las vestiduras.

Puede decirse que el acabado de estos relieves aqueménidas presenta cierto aspecto metálico ya que estos artesanos trabajaron originariamente el arte del metal, sobre todo del bronce, y realizaban los modelos en arcilla antes de tallar la piedra. No se debe pensar que estos relieves no eran vistosos en su época; quedan rastros de que estaban policromados, con colores brillantes como el lapislázuli, el turquesa, el amarillo o el rojo. También se han encontrado restos de dorados en las representaciones de objetos metálicos.

Para finalizar hay que decir que en la arquitectura aqueménida el palacio era una de las tipologías constructivas más importantes, ya que su religión no precisaba de templos ni de imágenes de dioses.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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