Punto al Arte: Arte ibérico

Arte ibérico

La cultura ibérica nació como fruto de la conjunción de tradiciones propias de los habitantes de la costa mediterránea de la península Ibérica, y de la influencia ejercida sobre ellos por una serie de pueblos del Mediterráneo oriental, principalmente. Fenicios, cartagineses y griegos les aportaron conocimientos técnicos y parte de su cultura, y colonizaron las tierras bañadas por el mar con la pretensión de dominar las rutas del metal. Así pues, la cultura ibérica es el resultado de una síntesis de la cultura propiamente indígena y de la aportada por estos tres pueblos con ansia de expansión y crecimiento.

Cerámica (Museo de Prehisto-
ria, Valencia). Detalle de una
pieza procedente del cerro de
San Miguel, en Llíria (Valencia).
En época prerromana existió
una importante ciudad que se
identifica con Edeta y en la que,
desde 1933 se han realizado ex-
cavaciones que han permitido nu-
merosos hallazgos como éste.
Los pueblos colonizadores se extendieron por la costa oriental de la Península durante el I milenio a.C., y trajeron consigo tres fenómenos importantes para el desarrollo posterior de la cultura ibérica: en primer lugar, introdujeron el uso del hierro como metal básico de trabajo; en segundo lugar, convirtieron la Península en un enclave de gran importancia dentro de los circuitos comerciales del Mediterráneo, y, por último, iniciaron lo que podría denominarse "historia escrita", con las primeras noticias ya no tan sólo orales o legendarias sobre las tierras y los pueblos hispánicos.

Muralla oeste de Ullastret (Gerona). El poblado prerromano del Puig de Sant Andreu de Ullastret posee la muralla de época ibérica mayor y mejor conservada de toda Cataluña. Hasta el momento se han descubierto 930 m de muralla. Originariamente la muralla cerraba un recinto de forma triangular, en cuyo perímetro se pueden observar hasta seis torres. Se accedía a la parte superior de la muralla mediante las escaleras helicoidales del interior de las torres.
Los autores griegos y romanos se ocuparon de definir la situación hispánica con que se encontraron a su llegada, así como de investigar los vestigios de los pueblos antiguos de esta zona. Así pues, a través de ellos se ha tenido conocimiento de que la antigua Península era un compendio de pueblos independientes, algunos de ellos sometidos por algún espacio de tiempo a los cartagineses, y visitados o colonizados por fenicios y griegos.

 Dama oferente (Museo Arqueológico Nacional, Madrid), procedente del cerro de los Santos, Montealegre del Castillo, Albacete. En este taller escultórico se han encontrado ejemplos de damas sedentes y damas oferentes en pie, como en este caso. Ésta aparece con la vestimenta típica ibérica, compuesta de varias túnicas de tela fina superpuestas, que se abrochan con pasadores o fíbulas, un fino velo y un grueso manto que cae de la cabeza a los pies formando diversos pliegues, que el artista ha sabido reproducir con gran solvencia.



La colonización fenicia fue exclusivamente comercial y estableció factorías a ambos lados del estrecho de Gibraltar. Los fenicios pretendían monopolizar uno de los puntos estratégicos de la ruta de los metales (estaño y cobre) y explotar directamente la zona minera del sur de la Península. La factoría o enclave más importante creado por los fenicios fue Gádir, fundada, según la tradición literaria, hacia el año 1100 a.C., pero sólo corroborada arqueológicamente desde el siglo VII a.C.


Figurilla (Museo Arqueológico, Barcelona). És-

ta procede del Santuario de la Luz, Murcia.

Normalmente estas figurillas son exvotos, y se

representan en actitud de oración u oferente.

Algunas visten túnicas cortas a las que remar-

can con un amplio cinturón; el detalle del ca-
bello ceñido con una cinta y la forma del pecho
transmiten la idea de una representación votiva
de una mujer guerrera. 
La colonización griega pretendía también el acercamiento a la ruta de los metales, y, siguiendo la prehistórica ruta de las islas (Sicilia, Cerdeña y Baleares), los griegos se establecieron, a partir de los siglos VIII y VII, en Hemeroscopión, Akra Leuke, Mainake e incluso en el Atlántico, en Portus Menusius, junto a Gádir. El viaje del marino Colaios de Samos hace el relato del contacto establecido con el centro minero de Río Tinto y Sierra Morena. Cuando, en el siglo VII a.C., la metrópoli fenicia de Tiro cayó bajo el dominio asirio, la colonia de Cartago tomó el relevo, y entonces se produjo un enfrentamiento entre cartagineses y griegos (combate de Alaia, 535 a.C.) que dio como resultado el dominio de los cartagineses sobre el estrecho de Gibraltar y sobre la ruta de los metales. Los vencedores cerraron el paso hacia el sur a los griegos desde su base militar de Ibiza. Una segunda colonización griega tuvo lugar hacia el 500 a.C., pero solamente en el noreste de la Península, y fundaron su primera colonia de poblamiento: Emporion, estrechamente dependiente de la gran colonia focense de Massalia (Marsella).

La colonización cartaginesa se extendió bajo dos formas decisivas: en una primera etapa, como incursión comercial (desde el siglo VII a.C.) continuadora de la fenicia; la segunda etapa fue ya militar (finales del siglo m a.C.) y coincidió con el desarrollo de las luchas contra Roma (Guerras Púnicas). El partido militarista, mercantil y colonialista de los Barca decidió, tras el fracaso de la I Guerra Púnica, ocupar la Península en busca de numerario (plata) para pagar sus ejércitos, de mercenarios para éstos y de bases para acciones fuhrras (Cartago Nova).

Urna cineraria (Museo Arqueológico, Barcelona). Procedente de la necrópolis de Oliva, en Valencia. El ritual funerario ibérico consistía en la cremación del difunto en una pira. El cadáver se quemaba vestido y con otros objetos personales, como armas o joyas, y luego se colocaban las cenizas en una urna cineraria, la cual se depositaba en su tumba. 



Monumento sepulcral de Pozo Moro (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Este monumento fue descubierto en 1970. Tendría unos diez metros de altura y se alzaba sobre una base con tres escalones. En cada esquina hay esculpido un león, que sujeta la estructura de la torre. Presenta, además, algunos relieves mitológicos con representaciones de divinidades maléficas. Todos los elementos encontrados en Pozo Moro señalan la influencia que los pueblos fenicios transmitieron a la cultura ibérica. 

Estos pueblos, que actuaron casi exclusivamente en la zona costera mediterránea, introdujeron entre los indígenas nuevos cultivos, como la vid y el olivo, perfeccionaron el uso del hierro, les enseñaron nuevas técnicas para la minería y de aprovechamiento de las salinas e iniciaron la industria de la salazón del pescado, el torno de alfarero, el uso de formas mercantiles monetarias, nuevos conceptos urbanísticos, tipos de escritura y formas culturales. Como consecuencia de ello, los pueblos indígenas de la costa evolucionarían más rápidamente hacia formas económico-culturales más avanzadas, dentro de una inicial economía monetaria del mercado, que los pueblos del interior.

Dentro del mosaico de pueblos independientes anteriores a las colonizaciones, se puede definir lo ibérico como un fenómeno cultural, desarrollado entre los pueblos descendientes de los pobladores neolíticos de la costa mediterránea, que hablaban variantes de una lengua preindoeuropea y estaban en constante contacto con los pueblos colonizadores. Lo ibérico convivía física y temporalmente con la cultura céltica, establecida en los valles del Duero, Jalón y Ebro, gentes de habla indoeuropea e introductores del hierro y del sistema funerario de incineración.

Los íberos basaron su infraestructura económica en una agricultura de cereales, vid y olivo, una ganadería secundaria o complementaria y un comercio extraordinariamente importante de metales (40.000 trabajadores, según Plinio, en las minas de Cartagena). El hombre ibérico se agrupaba en pequeñas ciudades, que se convertirían en los nuevos núcleos económicos de vital importancia para el desarrollo de su cultura. En las ciudades se utilizó la moneda griega o fenicia hasta el siglo III a.C., cuando ellos mismos acuñaron su propia moneda de cambio.
  
La tierra de cultivo a menudo era comunal, aunque ya existía la propiedad privada y posiblemente los primeros latifundios.

El ibérico era un ser libre que utilizaba mano de obra esclava para los trabajos más arduos. Así pues, poco a poco apareció una "burguesía" comerciante y artesana que se enriquecería de toda esta estructura compleja de relaciones entre pueblos y, sobre todo, del carácter comerciante heredado de los griegos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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