El
hijo de Juan I de Portugal, Enrique el Navegante, decidió que Portugal tenía
que explorar las zonas recónditas de África, después de su victoria en la
batalla de Ceuta (1415). A partir de entonces, y bajo su dirección, se
iniciaron una serie de viajes de exploración, que culminaron con la
circunnavegación del continente africano y el posterior establecimiento de
colonias. En el año 1445 ya se había llegado al Cabo Verde, y en 1480 ya se
conocía el golfo de Guinea. Con posterioridad se fue conociendo toda la costa
africana hasta 1488, en que Bartolomé Dias dio la vuelta al Cabo de Buena
Esperanza.
Desde muy pronto los portugueses se
establecieron en el golfo de Guinea, donde crearon numerosos fuertes y centros
de comercio. El primero, y uno de los más importantes, fue la factoría
fortificada de Sao Jorge da Mina (Elrnina, actualmente en Ghana) en el año
1482. En este lugar se comerciaba con los indígenas a cambio de esclavos, oro,
marfil y especias. Desde este punto se entrará más tarde en contacto con el antiguo
reino de Benin.
En ese mismo año, Diogo Cío llegó al
estuario del río Congo (República Democrática del Congo) y remontando el curso
alcanzó la capital del reino de los baKongo, Mbanza. El explorador portugués
quedó sorprendido de la organización de ese estado, con el cual estableció
rápidamente excelentes relaciones comerciales que beneficiaron a ambas partes.
Fue tal el entendimiento, que el monarca baKongo se conyirtió al cristianismo
en 1491 y, con él, muchos de sus seguidores. Desafortunadamente, esta
cordialidad duró poco por la codicia portuguesa, y acabó en una guerra que
destruyó el estado baKongo y propició que los kongoleses volvieran a su
religión tradicional.
Así pues, vemos que, a partir de las
primeras incursiones portuguesas en África, el contacto europeo traerá consigo
una profunda transformación de muchos aspectos de la vida social, cotidiana,
religiosa, comercial y artística de los africanos. En este sentido, la
influencia europea y cristiana en la zona de baKongo hizo que se adaptaran
muchos de los antiguos objetos rituales, adquiriendo un nuevo sentido
religioso. Como ejemplo podríamos mencionar el crucifijo, el cual adoptó formas
artísticas africanas, y que, con la vuelta a los ritos ancestrales, obtuvo un
sentido de fetiche.
Fue en estas condiciones en las que, a
partir del siglo XVI, el término fetisso,
derivado del portugués feitiço, y que
daría lugar a nuestro actual "fetiche", para nombrar a efigies y
objetos supuestamente adorados por los nativos y con poderes mágicos.
Asociado en principio con las ideas
medievales en torno a la brujería y el control de la sexualidad femenina, el
término acabó convirtiéndose en una palabra genérica para designar un tipo
particular de objetos. La mayor parte de los objetos africanos llamados fetiches
presentes en los museos fueron coleccionados entre 1870 y 1920. Los grupos de
la cultura baKongo (oeste de la República Democrática del Congo) los denominan minkisi (plural) o nkisi (singular).
Nkisi nkondi (Museo
Barbier-Mueller, Ginebra). Fetiche mágico del siglo XIX procedente de Cabinda
(Angola), realizado en madera con un pelamen de hierros. Tiene forma de perro
de dos cabezas y sirve para contener los espíritus venidos de la tierra de los
muertos. Su función es la de mediador entre la vida y la muerte.
Las efigies de ese tipo, algunas
realmente impresionantes, tenían como finalidad originariamente el ejercicio de
algún tipo de poder (curación, castigo, adivinación, control social ...), pero
ese poder no podía ejercerse sin los materiales que lo activan y las personas
que saben cómo usarlo. Por una parte, el nkisi
no es autónomo (la idea de sus propiedades mágicas es absolutamente simplista).
Y por otra, tampoco representa ningún ser o entidad no material. Es como un
dispositivo, un desencadenante de una serie de operaciones que van más allá de
la efigie y requieren la incorporación de otros elementos: espejos, cristales,
clavos, cabellos, ungüentos, sangre sacrificial. La diferencia entre éstos y
las figuras de antepasados no es formal sino más bien funcional. Algunos son
fácilmente reconocibles porque llevan clavos y un relicario en el ombligo
(parte del cuerpo que se relaciona al origen de la vida y fuente de energía).
Su poder dependía, además, de las reglas
de abstinencia sexual y alimenticia que imponía a su propietario y a quienes se
convertían en sus clientes. Si esas reglas se rompían, el nkisi quedaba profanado y volvía al estatus de un objeto inservible
hasta que hubiera sido reconstituido con los rituales necesarios.
Algunos autores han querido ver en estos
objetos la influencia que tuvieron los baKongo durante el período de dominación
portugués, ya que creen que se inspirarían en las imágenes de santos y mártires
cristianos para la realización de dichas piezas.
De todos modos, lo que más sorprendió y
sedujo a los europeos fueron las piezas talladas en marfil. Desde los primeros
contactos, los artefactos elefantinos fueron llevados desde la costa de África
occidental hacia Europa, donde fueron muy apreciados y, por consiguiente, se
transformaron en uno de los objetos más demandados en el comercio afroportugués
durante los siglos XV y XVI. Esta demanda se convirtió en una espiral infinita:
cuanto más crecía el comercio portugués, más aumentaba la demanda de marfiles,
cosa que propició que los líderes africanos empezaran a controlar muy
severamente su distribución.
Inicialmente, estas piezas tuvieron la
consideración de regalos para los patronos que habían financiado los viajes a
África, los cuales las guardaban en los gabinetes de curiosidades junto a otras
obras "exóticas" de alrededor del mundo. Así se mostraban junto a
cuernos, conchas, plumas y piedras entre otros objetos varios.
Una vez su fama se extendió por los
círculos de nobles y curiosos de Europa, se empezaron a encargar obras. Los
realizadores principales de dichos utensilios fueron los artesanos Sapi y
Sherbro de Sierra Leona y los del reino de Benin.
Las condiciones de patronazgo de estos
artesanos africanos eran las mismas que las de sus homólogos europeos del mismo
período. Los patronos encargaban las obras detallando muy específicamente sus deseos
y las condiciones de la ejecución. A veces, incluso, se llevaron modelos, y en
muchas ocasiones se emplearon esbozos para que los talladores africanos
representaran lo que el comitente deseaba.
Salero (Museo
de Copenhague). Procedente de Benin, esta pieza tallada en marfil del siglo XVI es un ejemplo del arte afroportugués que floreció durante la época colonial. |
La función y organización de los
artesanos era idéntica a la europea. En una sociedad prácticamente analfabeta,
las imágenes servían a todas luces como sistema de enseñanza y se empleaban
para educar en el conocimiento, las creencias y las normas. Los artistas de
Benin y los Sapi y Sherbro se establecían en torno a talleres y aprendían de un
maestro. Sin embargo, a diferencia de Europa, el maestrazgo africano era más
complicado, pues no se realizaba un objeto en sí, sino que detrás de la materia
había toda una significación religiosa y ritual que había de mantenerse y saber
transmitir. Por el número de objetos conservados, se cree que no hubo más de
cuarenta talleres entre ambas zonas.
Así pues, el arte afroportugués
ensamblará las concepciones estéticas africanas y europeas. De Europa tomará la
idea de la escena narrativa y el uso de la profundidad, y de África adquirirá
la articulación geométrica y el diseño de amplias líneas. Entre los objetos más
usuales, se encuentran los recipientes para condimentos y como servicios de
mesa. Puede decirse que los saleros, de manera muy somera, representan la unión
entre ambas culturas: el objeto redondeado, que recuerda a la calabaza,
empleada todavía hoy en África como receptáculo e instrumento musical, sería la
vertiente africana, y el uso como salero, la europea.
En estos receptáculos se combinan a la
perfección ambas culturas. Encontramos representaciones de guerreros africanos,
militares europeos, escenas bíblicas, diseños geométricos y animales
fantásticos, entre muchos otros, que describen todo aquello que los patrones
encomendaban a los artesanos. Algunos autores han apuntado también la
posibilidad de que existieran diseños estándares y que podían ser vendidos sin
encargo previo, ya que se han conservado cuatro saleros prácticamente
idénticos, cuando lo normal en un servicio de mesa son dos.
Durante mucho tiempo estas piezas fueron
totalmente ignoradas por considerarlas propias de los gabinetes de
curiosidades. Hasta los trabajos de William Fagg y Ezio Basanni, no se sacó a
relucir la importancia de esta tipología artística, porque tampoco se veía un
estilo definido al que afiliar estas obras. Tras compararlas con detenimiento
con las piezas de los pueblos Sherbro y de Benin, estos estudiosos se dieron
cuenta de que eran piezas de técnica netamente africana, pero adulteradas por
la temática y la funcionalidad europeas.
Fuente:
Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat
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