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Artistas de la A a la Z

Pareja danzando en la Tumba de las Leonas, Tarquinia



Los frescos de la Tumba de las Leonas fueron realizados en el año 560 a.C., aproximadamente, y pertenecen al segundo período de la pintura etrusca, también denominada arcaica (575-490 a.C.).

En la pared frontal de la composición se observan dos leonas peleando, una bailarina, dos músicos y una pareja danzante; los muros laterales representan un banquete. La decoración de la tumba alude a una imagen de la vida aristocrática.

Si se presta atención en el detalle de la pareja danzando, se observa que la escena está representada en la franja superior del muro, sobre un friso de olas marinas, delfines y pájaros. De acuerdo a los cánones estéticos de la época, la mujer es morena, con la piel blanca; y el hombre es rubio, con la piel bronceada.

La figura femenina está ataviada con una túnica transparente, lleva el cabello recogido y adornado con un pasador y hace sonar los crótalos en sus manos.

Su acompañante está desnudo, los rizos de su cabello le caen por la espalda y en la mano lleva una jarra de vino (oinochoe). Otra jarra de boca larga está en el suelo, y la linterna que se encuentra colgada detrás de la joven permite inferir un ritual nocturno. La danza está ligada al banquete fúnebre que se historia en las paredes laterales de la tumba. El decorado de lac eremonia se adapta a una imagen de la vida propia de la ciudad, puesto que la nobleza en el segundo período de la cultura de Tarquinia no hace alusión a sus orígenes agrícolas.

Se puede observar que los cuerpos de los personajes están pintados con la cabeza y los miembros de perfil y el busto de frente, como sucedía en la iconografía egipcia. Si se traza un eje vertical entre los danzantes, las figuras resultan simétricas en su postura, ambos tienen la pierna izquierda flexionada; los bustos, en cambio, están sometidos al efecto de un espejo: la mujer eleva el brazo izquierdo y el hombre el derecho. Las líneas principales están basadas en la curva, de modo que constituyen la trayectoria de la fuerza de la composición y expresan la energía de la danza que se lleva a cabo.

La vitalidad de la danza no ha reprimido la delicadeza y minuciosidad con que están elaborados hasta los más pequeños detalles: el lino drapeado de la túnica de la mujer y el bello trazo con que se ha dibujado su oreja; la forma estilizada de la jarra que se encuentra en el suelo que sigue con su contorno una línea ascendente desde la base, pasando por el cuerpo hasta resolverse en la armoniosa boca; los detalles de la lámpara de aceite, el gancho en forma de cabeza de cisne, el detalle de la soldadura del mango y la argolla que la sostiene, sujeta a una línea negra que delimita la parte superior de la representación y alude a una viga imaginaria del techo.

Los tonos en los que está compuesta la escena siguen una tendencia similar: el color rojizo se interrumpe irregularmente en los márgenes perfilados por una línea negra, produciendo una vibración que acentúa el realismo de la escena. En la figura femenina el efecto adquiere más expresión: el tono parduzco que bordea el cuerpo y la túnica, sólo coincide parcialmente con el contorno negro.

La Tumba de las Leonas, uno de los más bellos ejemplos pictóricos del arte etrusco, fue descubierta en 1874 en Tarquinia.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Musée du Louvre

Dirección:
Musée du Louvre,
75058 París.
Tél. : (+ 33) 01 40 20 50 50.
http://www.louvre.fr/

Vista de la fachada principal del museo desde el interior de la pirámide del Louvre.
Del castillo fuerte de Felipe Augusto (1190) a la realización del "Gran Proyecto" (1870), el palacio del Louvre se ha extendido progresivamente sobre la orilla derecha del Sena.

   El renombre internacional del Musée du Louvre hace a veces olvidar que en su origen fue concebido para tener una función de palacio. Desde la Edad Media, su evolución ha sido excepcional, marcada a la vez por los grandes eventos de la historia de Francia y por la sucesión de arquitectos y decoradores que han dejado su marca.

La gran esfinge de la sala egipcia del Louvre, según una pintura de Guillaume Larrue
    El Louvre de ningún modo fue destinado, en su inicio, a convertirse en un museo. La "Sala de antigüedades" que Enrique IV hizo acondicionar en la planta baja de la Gran Galería no era accesible al gran público ni tampoco el Gabinete de dibujos del rey, que fue creado en 1671, o el de los cuadros del rey, reservado a algunos privilegiados.

   Cuando bajo Luis XIV el Louvre se desocupa de lo esencial de sus ocupantes, su vocación de "palacio de artes" parece imponerse a los ojos de los artistas residentes y académicos. A partir de 1747 se plantea la idea de un palacio de Musas, o "Museum", donde se podrían ver las colecciones reales. La noción de museo, nueva en ese entonces, pertenece a la misma corriente de pensamiento que la Enciclopedia y la filosofía de las Luces. A partir de 1779, compras y proyectos museográficos muestran la inminencia de la realización.

   Organizadas en siete departamentos, las colecciones del Louvre reúnen obras que van del nacimiento de grandes civilizaciones antiguas hasta la primera mitad del siglo XIX, afirmando asf su vocación enciclopédica:

    a) Antigüedades orientales, con obras de civilizaciones de Oriente Próximo antiguo que se remontan a 7000 a.C.;

    b) Antigüedades egipcias: creado por Jean-Franc;ois Champo
Ilion, éste departamento está considerado mundialmente uno de los más importantes depósitos de arte del Antiguo Egipto;


    c) Antigüedades griegas, etruscas y romanas: obras que datan del 3000 a.C. hasta el siglo VI de nuestra era; 

El Libro de los Muertos


Horus conduce a Ani hasta Osiris, según el Libro de los Muertos o Papiro de Ani, procedente de la necrópolis de Tebas (Museo Británico de Londres; 1275 a.C.).
El Libro de los Muertos era conocido por los egipcios como Fórmula de Salir durante el Día, ya que se trata de una colección de múltiples textos funerarios de diversas épocas, compuestos por fórmulas mágicas, invocaciones, himnos, letanías y todo tipo de reflexiones teológicas. La función de la obra era guiar y proteger de acechanzas malignas el alma (Ka) del difunto, otorgándole a su vez los poderes necesarios para realizar el viaje a la región de los muertos (Amenti). Para los antiguos egipcios el conocimiento y la compañía de estos textos permitía al alma acceder a las pruebas establecidas por 42 jueces en la sala de Osiris, dios de los muertos. Aunque su contenido brinda una idea de la religión de los egipcios y sus creencias funerarias, no se trata de un conjunto de normas o revelaciones destinadas a los creyentes.

No fue durante un momento específico, ni a través de un personaje concreto como se compuso la obra: sus fórmulas fueron recopiladas en épocas muy diversas, basándose en los mismos preceptos mágicos utilizados en el pasado en el proceso de momificación del mismo Osiris. No obstante, a partir de un significativo ordenamiento llevado a cabo durante la Dinastía XXVI, la estructura formal y el contenido de la obra se mantuvo bastante constante.

Fragmento del Libro de los Muertos con la representación 
de escenas funerarias (Museo Egipcio, Milán).
No se trata realmente de un libro, en tanto no posee una unidad y un determinado tiempo ilustrado por un autor o autores. Sus conceptos fueron inicialmente expresados de manera verbal por los sacerdotes, y sólo se comenzó a representar por escrito en la mitad del Reino Antiguo. De esta época datan los primeros grabados efectuados sobre las paredes de las pirámides de Unas Teti, Pepi I, Merenre y Pepi II en Saqqarah, durante las Dinastías V y VII, que se conocieron como Textos de las Pirámides.

A partir de la VII Dinastía y hasta el Reino Medio se introdujeron dos importantes innovaciones. La primera fue el cambio de soporte de su escritura, que comenzó a plasmarse sobre los sarcófagos donde reposaban los cuerpos momificados; la segunda, que su utilización se empezó a llevar a cabo no sólo en beneficio de la monarquía, sino que se extendió a nobles y altos funcionarios, aplicando algunas modificaciones a los originales.

Fueron llamados, entonces, Textos de los Sarcófagos. Por último, y para extender al máximo su uso, los textos acabaron siendo copiados sobre papiros que se depositaban luego junto a los cadáveres, dando origen a los que se conoce como Libro de los Muertos. Esta nomenclatura proviene de la traducción del árabe de Kitâb al-Mayyitûn, denominación egipcia destinada a los rollos encontrados por los profanadores de tumbas que los sacaron a la luz.

Si bien en principio se utilizó para su composición la escritura jeroglífica, con el tiempo se simplificó hasta la utilización de la hierática. Todos los modelos encontrados, contienen diferente número, naturaleza y orden de capítulos, lo que permite inferir que tal vez cada persona escogía el contenido que deseaba incluir en la obra con la que realizaría su "viaje".

Son tan variados los ejemplares conocidos, que van de los 25 cm de sólo texto en el más sucinto de los casos, hasta los 58 m y elaboradas ilustraciones en el más completo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte egipcio tardío

El Imperio egipcio representa, quizás como pocos a lo largo de la historia, la capacidad de sobrevivir, o, mejor dicho, de resucitar, de un sistema político, de una concepción del mundo. Tras las graves crisis y épocas convulsas, cuando el Imperio parecía irremisiblemente condenado a desaparecer, los pilares de la civilización egipcia han sido capaces de resistir con estoicismo y orgullo. Durante los primeros tiempos de la época tardía, que marcan el inicio del ocaso egipcio, el arte ejerce una función indispensable para mantener lo que, poco a poco, se convertiría en un espejismo del Imperio que Egipto fue en el pasado. De este modo, los artistas intentan fijar y conservar, casi como un acto desesperado, en sus edificios y esculturas; en sus pinturas y tumbas, la esencia del Imperio, y ese nuevo impulso, que supone la concepción del arte como un servicio al estado, ha dejado algunas de las manifestaciones artísticas más sublimes y bellas de la historia del arte egipcio.

Busto de Mentuemhat (Museo Egip-
cio, El Cairo). Mentuemhat era el
gobernador de Tebas y en esta es-
cultura procedente de Karnak está
representado lleno de vigor y reales-
mo. En la jerarquía egipcia era uno
de los más altos cargos.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El ocaso del arte egipcio

El último período de la historia egipcia, la época tardía, se encuentra bajo el signo de la dominación extranjera. Empieza con el período de gobierno nubio y termina con el tolemaico, en el que los soberanos egipcios eran griegos descendientes de Tolomeo, uno de los generales de Alejandro Magno. En el centro de esta época tardía se sitúan las invasiones de Egipto y sus continuadas conquistas por asirios y persas.

Osorkon II y su esposa (Museo Británico, Londres). Relieve de la Puerta de Honor del templo de Amón en Bubastis, erigido por Sheshonk 1 y Osorkon l. El relieve rehundido, aportación típica del Imperio Medio, vuelve a adoptarse en este período más bien pobre desde un punto de vista artístico, que en busca de inspiración vuelve los ojos a la Antigüedad.



Las XXI y XXII Dinastías, que establecieron sucesivamente la capital en Tanis y en Bubastis (dos poblaciones en el delta del Nilo), gobernaron durante un período de tres largos siglos, durante el cual la paralización y el agotamiento de las fuerzas artísticas se hacen cada vez más evidentes. La XXI Dinastía terminó el templo de Khons, en Karnak, y la XXII, diversos pequeños templos en el Egipto Medio y en Bubastis. Los relieves de los mismos enlazan en general con el estilo de la época de los Ramésidas, como puede verse en los relieves policromados de rojo del templo que Osorkon II  hizo construir en Bubastis. Estos relieves, hoy en el Museo Británico, inician una característica que se acentuará en obras de tiempos más tardíos: una atención particular al modelado dulce de los cuerpos humanos por debajo del plano de la pared, siguiendo en esto la técnica del "relieve rehundido" que se ha descrito como una de las aportaciones del Imperio Medio.

Tríada de Osorkon (Musée du Louvre, París). Escultura realizada en oro y lapislázuli. Pertenece a la XXII Dinastía. y en ella se representan, de izquierda a derecha, a los dioses Horus, Osiris e lsis.
Estela de las cosechadoras de lirios (Musée du Louvre, París). De derecha a izquierda, puede verse la recolección de la flor y su prensado para obtener el perfume; es un ejemplo del arte del Egipto saita.
Una nueva idea arquitectónica que hace aparición en este momento, y que será adoptada posteriormente sobre todo durante el período tolemaico, es la expresada en el pequeño templo de El-Hibe, iniciado por Sheshonk I, un faraón de la XXII Dinastía; su patio se cierra mediante paredes, construidas entre las columnas que lo rodean, que llegan hasta la mitad de la altura de las mismas. 

Thot con cabeza de ibis. (Musée du Louvre, París). Escultura saíta, en bronce, que representa a Thot, quien, entre los distintos dioses egipcios, era el creador de las cosas, un demiurgo, inventor de la escritura y juez que pesaba las almas antes de su paso a la otra vida.



   Pero lo más notable del arte de estas dinastías es el descubrimiento de nuevos procedimientos técnicos que conducirán a la producción de estatuas de bronce de gran tamaño. A fin de animar la superficie de las figuras con toda clase de detalles, se usó el cincelado, las técnicas de la ataujía (incrustación de filetes y elementos embutidos) y la aplicación sobre el bronce de láminas de oro, que dan a estas creaciones un especial encanto. Entre tales obras destaca la deliciosa estatua en bronce de la reina Karomama, esposa de Takelot II, uno de los faraones nubios de la XXII Dinastía, que posee el Museo del Louvre. Los finos dibujos de oro, plata y electrum, incrustados en bronce, que cubren su túnica ajustada al cuerpo, son ejemplo de una elevada calidad técnica. Su actitud grácil y la finura de su rostro hablan de la delicadeza del lenguaje formal que alcanzaron estos broncistas hacia el año 800 a.C.

   Un peligro amenazador para el Imperio egipcio lo constituían los asirios, que se encontraban entonces en la cumbre de su poder. El año 670 a.C. el rey asirio Asarhadón conquistó el Bajo Egipto y lo convirtió en una provincia de su reino. Poco más tarde, en el año 663, Assurbanipal saqueó la misma Tebas. Estos hechos trajeron la instauración de una nueva dinastía egipcia, la de los príncipes de Sais, y la apertura de un período de florecimiento artístico que se conoce bajo el nombre de período saítico.

Sais era una ciudad antiquísima del delta, la ciudad de la pasión de Osiris. Cuando se produjo la invasión asiria estaba gobernada por un príncipe valeroso, llamado Neco. Enérgico y hábil, conspirando contra los nubios del Sur y contra los asirios instalados en el delta, consiguió hacerse el hombre indispensable para todas las combinaciones políticas de Egipto. Cuando fue llevado prisionero a Nínive por los asirios, a causa de una conspiración tramada contra ellos con el soberano de Nubia, logró ganarse hasta tal punto la confianza de Assurbanipal que éste lo reintegró a su trono, cargado de honores. Su hijo Psamético II afianzó definitivamente la dinastía de Sais que, en la lista de los genealogistas egipcios, lleva el número XXVI y reinó poco más de medio siglo, hasta la conquista de Egipto por los persas en el año 525 a.C.

Horus hieracocéfalo (Musée du Louvre, París). El dios halcón, con su sofisticado refinamiento, representa el arte del Egipto tardío que preludia el fin de una cultura. Este bronce fue quizás un exvoto de aquellos que maravillaron a los griegos y que todavía en la actualidad impresionan por la mezcla de misterio y de potente emoción religiosa que transmiten.
El período saítico o saita se ha considerado siempre como el momento en que se inicia la influencia griega en Egipto, que se hace sentir en las características de la escultura saítica: una ordenación más libre en la distribución de espacios y una corporeidad plástica de las figuras humanas que da vida a la imagen. La iluminación rasante descubre maravillas de refinamiento en el modelado de los "relieves rehundidos" que figuran en el interior de muchos sarcófagos de este período.

En los museos se guardan gran cantidad de imágenes de bronce de seres reales, dioses y animales sagrados. Muchas de ellas debieron ser ofrecidas a los templos como exvotos. El Horus con cabeza de halcón, que avanza con los brazos extendidos hacia delante y las palmas de las manos vueltas hacia arriba, sorprende todavía hoy a los visitantes del Museo del Louvre como una aparición cargada de un extraño misterio sagrado o demoníaco. Todo el refinamiento y el sensualismo del final de una cultura vibran en la gracia entre ingenua y perversa de la estatua de bronce de la dama Takusit, que conserva el Museo de Atenas. Finalmente, están las numerosas estatuillas de gatos, halcones, monos cinocéfalos, ibis y perros que revelan un magnífico poder de captación de lo esencial de esos animales. La expresión entre orgullosa y sarcástica de los monos cinocéfalos, la dignidad real del halcón y la delicadeza insinuante de los gatos forman un alucinante parque zoológico. Herodoto dedica largos párrafos a los gatos egipcios, hace hincapié en sus vicios y virtudes, y cuenta incluso que tenían una manera peculiar de hacer el amor. Esos inquietantes felinos, exquisitos y aristocráticos, que se presentan frecuentemente enjoyados con collares y pendientes de oro, llamaron también la atención de Diodoro de Sicilia que, en el siglo I a.C., escribió estas palabras: "A muchos les parece, con razón, muy extraño y curioso lo que es uso y costumbre en Egipto con los animales sagrados".

Representación ritual del alma (Museo Británico, Londres). Es una estatuilla saíta que representa el "Ka", el genio protector o el doble de cada individuo que siempre le acompañaba. En el otro mundo se reunía con el "Ba".
Ese refinamiento y sensualismo van acompañados de un gusto por el arte erudito, por las formas más arcaicas del arte egipcio antiguo. Tal fenómeno es característico del final de todas las culturas. La tendencia arcaizante es tal, que un observador superficial podría creerse ante obras escultóricas del Antiguo Imperio, entonces ya envejecidas por dos mil años; pero, fijándose en los detalles, aparece la delicadeza sensual, típica de esta baja época. Así sucede con las estatuas arrodilladas de Nekt-Heru-Hebt, en el Louvre, o de Va-Al-Ra, en el Museo Británico. Los rostros tersos, de sonrisa helada y frente alta, del príncipe y de la sacerdotisa aparecen animados por el pulimentado suavísimo, característico de esta época tardía. La estela del Louvre que representa una serie de muchachas cortando lirios y prensándolos para obtener la esencia para el perfume que tanto apreciaban los egipcios, es otra prueba sorprendente de arcaísmo. Si se compara esta obra con los relieves de las mastabas de Saqqarah, se creería que se está ante ante un relieve auténtico del Antiguo Imperio.

El mayor progreso de este período consiste, sobre todo, en una nueva forma, muy realista, de retrato. La caracterización individual de la personalidad, iniciada ya bajo la XXV Dinastía con el célebre busto de Mentuemhat (Museo de El Cairo) se prolongará hasta el final del período tolemaico. Estos bustos o cabezas, cuyas obras maestras son la Cabeza Verde, de Berlín, y el retrato de un sacerdote en basalto azul, del Museo de Bastan, empiezan por ser de una técnica casi milagrosa. Están labrados en piedras durísimas.

Gato (Musée du Louvre, París). Estatuilla zoomorfa típica de la época saíta. Este gato, que lleva un sobrio collar alrededor del cuello y señales de haber usado pendientes, atestigua la gran devoción popular que se prodigó a las representaciones animalísticas. El gato era para los egipcios señor de la alegría, de la embriaguez mística y del encantamiento musical. Son numerosas las estatuillas de animales halladas, aunque con frecuencia carecen de valor artístico.



   La dureza del material impuso a los egipcios de las épocas saítica y tolemaica formas lisas y geométricas. El mármol, en cambio, parece exigir los detalles anecdóticos. Las cabezas egipcias tardías son puras, impresionantes por su sencillez. La luz resbala sobre las superficies, que parecen metales pulimentados; brillan con reflejos las partes salientes y se hunden, negros, los huecos de sombra. En estas condiciones, los detalles han sido tratados con gran perfección.

Allí, a esos detalles, es donde se dirige la vista instintivamente y ninguna vacilación es admisible. Véanse las orejas de la Cabeza Verde, de Berlín, los bordes del párpado,· la cabeza de Boston ... Detrás de la superficie se aprecian los detalles del esqueleto, los arcos superciliares, la estructura del cráneo. Las arrugas grabadas como caligrafía sobre el rostro, las comisuras de los labios, los ojos entreabiertos les comunican una intensidad espiritualizada. Y aquellas impresionantes imágenes de la vejez, donde se manifiesta a la vez una inteligencia crítica y una superioridad burlona.

El año 525 a.C., el ejército persa de Cambises derrotó a los egipcios en la batalla de Pelusium, en el delta del Nilo. Psamético III fue ajusticiado y Egipto se convirtió en una satrapía del Imperio persa aqueménida. Todos los intentos hechos durante dos siglos para sacudirse el yugo, fracasaron. El viejo país del Nilo siguió bajo dominio persa hasta que fue ocupado el año 332 a.C. por los griegos de Alejandro Magno.

Alejandría, fundada entonces, se convirtió rápidamente en centro del comercio mediterráneo y en uno de los núcleos creadores de la cultura griega, aunque los sucesores de Tolomeo (el general al que Alejandro concedió el dominio de Egipto) mantuvieron aún hasta la conquista romana una última prolongación del arte egipcio autónomo. Es la época llamada tolemaica que termina el año 30 a.C. con el suicidio de Cleopatra, después de su derrota frente al romano Octavio Augusto en la batalla de Actium.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los últimos templos

Los dominadores tolemaicos, por prudencia política, se declararon legítimos sucesores de los antiguos  faraones y tuvieron un respeto escrupuloso para las creencias religiosas, las costumbres y usos del pueblo egipcio. Las dotaciones económicas a los templos y una gran actividad constructiva les granjearon la fidelidad de la poderosa casta sacerdotal. En Karnak hay todavía un relieve en el que se ve al propio Alejandro haciendo ofrendas, como un converso, a su padre Amón. Viste perfectamente la indumentaría faraónica: el klaft sobre el que se sostienen en· un equilibrio inestable las coronas blanca y roja.

Estatuilla de Va-Al-Ra (Museo Británico, Londres). Esta estatuilla pertenece a la XXVI Dinastía y representa una figura arrodillada portando la figura de Osiris, dios egipcio de la muerte.
El ejemplo más notable del interés de estos faraones de origen griego por la cultura egipcia es el templo de Horus, en Edfú, en el Alto Egipto. Este edificio conservado en excelente estado, fue iniciado por Tolomeo Ill Evérgetes en el año 237 a.C. y constituye un gigantesco monumento de fidelidad a las tradiciones egipcias. Por eso su planta es la ya conocida, típica del Imperio Nuevo. Tras un impresionante pilón está el patio, separado del vestíbulo por tabiques situados a media altura entre las columnas. Es la novedad arquitectónica que ya vimos que se introdujo durante la XXII Dinastía, pero que ahora se convierte en norma. La sala hipóstila tiene sólo doce columnas todas de la misma altura; la luz tiene que entrar por un agujero practicado en el techo.

Retrato de un faraón de la XXVI Dinastía (Museo Británico, Londres). Esta escultura es un buen ejemplo del arte del Egipto salta, en la que se puede apreciar un gran refinamiento técnico. El faraón lleva la serpiente sagrada, sobre una diadema, en la cabeza.



   Análogo a Edfú por su aspecto y medidas es el templo de Hathor que iniciaron los últimos faraones tolemaicos en Denderah. Los capiteles que coronan sus columnas son gigantescas cabezas de la diosa Hathor con el peinado que llevaban las reinas de la XII Dinastía. He aquí otra prueba de la afición a lo arcaico del arte egipcio tardío. Esos dos grandes mechones de pelo pendientes a cada lado del rostro no los llevó ninguna dama del Imperio Nuevo y debían ser algo ya olvidado cuando se construyó el templo de Denderah. El arcaísmo sistemático revela la preocupación política por entroncar con el pasado de las Dos Tierras y -a la vez- la precisión con que la vejez, en este caso la última fase de una cultura, evoca su infancia y las fases juveniles.

Cabeza verde (Museo Egipcio, Berlín). Esta pieza está considerada como una de 1as últimas grandes obras del arte egipcio. El cuerpo se ha perdido, y con él las inscripciones; aunque se ignora el nombre del personaje, se supone que fué sacerdote. El escultor ha hecho un profundo estudio anatómico que le ha permitido describir minuciosamente todos los detalles del cráneo. Sin embargo, lo más admirable es el retrato espiritual de un individuo enérgico y consciente, que parece una anticipación del glorioso retrato romano, al que acaso supera por su sentido de la síntesis y su increíble agudeza.
Pilón de entrada al templo de Edfú, inmensa construcción tolemaica situada a cien kilómetros al sur de Luxor. Su estado de conservación es excelente. El pilón es a la vez fachada, donde el dios se muestra al pueblo en imaginativos relieves, y defensa del templo. Es tas moles fueron para los egipcios dos montes entre los cuales salía Horus cada mañana para tender su espada invencible al faraón a fin de que éste pudiera aplastar a cualquier enemigo de Egipto.
En la frontera de Nubia, en un lugar próximo a la primera catarata del Nilo, se conservan magníficas construcciones de la época tolemaica. Estas se levantaron en la isla de Filé, también conocida por la denominación latinizada de Philae, la cual aparecía como una barca de roca en el centro de las aguas del gran río. La vieja presa de Asuán hacía que éstas la cubrieran durante nueve o diez meses al año, apareciendo a lo largo del período restante una imagen muy evocadora de ruinas semisumergidas que ilustra frecuentemente los últimos capítulos de los libros sobre el arte egipcio. No obstante, la construcción en Asuán de una nueva presa de dimensiones gigantescas, la que contiene el llamado lago Nasser, hizo desaparecer por completo el encanto de aquellos parajes, actualmente engullidos por las aguas.

Fachada del pronaos del templo de Hathor, en Denderah. Hathor es la diosa celeste, la diosa del amor y de la danza y la vemos representada en estos seis capiteles de las columnas del pronaos del templo de Denderah. Son cabezas de mujer que tienen unas hermosas orejas de vaca. 
En la isla antes solitaria y deshabitada de Filé aseguraban los sacerdotes que Isis había dado a luz al hijo póstumo de Osiris, Horus el vengador. No es de extrañar que, dada la veneración siempre creciente por Isis, hasta en la época romana, se multiplicaran allí los templos y se convirtiera en lugar de peregrinación. El edificio principal de entre los que se levantaban en la isla de Filé era el templo dedicado a Isis, que tanto por su estilo como por su planta apenas se distingue de los grandes templos tebanos del Egipto tradicional. Alrededor del mismo había otras construcciones de elegantísimo porte, como el llamado pabellón de Nectanebo, en realidad un desembarcadero o quiosco descubierto.

Las columnatas, de bellas proporciones, estaban protegidas y resguardadas por un alto antepecho del tipo que se introdujo a lo largo de la XXII Dinastía, gracias al cual en los intercolumnios tan sólo quedaban abiertos unos pequeños espacios a modo de ventanas. El itinerario que, mediante una escalinata, conducía desde el río hasta uno de estos edificios, sólo puede ser reseguido mentalmente con la imaginación: en un rellano se levantaba un gracioso obelisco de granito y más arriba, el pórtico, como recogiendo toda la brisa del Nilo. Desde allí la vista se extendía sobre el pequeño mar, sembrado de isletas pequeñas, que formaba el río ...

Templo de lsis, en la isla de Filé. Este templo egipcio se pudo recuperar gracias a un programa que la UNESCO puso en marcha entre los años 1970 y 1980. lsis es la diosa suprema de los egipcios, esposa de Osiris y madre de Horus. Este templo ejemplifica el renacimiento de la monumentalidad egipcia durante el período tolemaico.
Los relieves que figuraban en estos templos de época tolemaica, hoy desgastados y erosionados por su larga permanencia bajo las aguas, contenían exclusivamente escenas sagradas. Las representaciones de temas mundanos, cacerías y batallas que tanto abundaron en los templos del Imperio Nuevo, aquí fueron proscritas. No obstante, esta inacabable representación de actos litúrgicos ofrecía un nuevo atractivo por el modelado de los cuerpos humanos, más plástico y arrimado que jamás lo había sido en el arte egipcio. Su delicado sentido de la forma confería sensuales redondeces plásticas a las figuras de las diosas coronadas con cabezas de buitre o con cuernos sagrados.

Templo de Isis, en la isla de Filé. En el último y fecundo período del arte egipcio se crearon una gran cantidad de capiteles, que se distinguían por su grandiosidad, su elegancia y magnífica decoración, dedicada, como en este caso a la representación de la diosa Hathor.
Pero la gloria de la escultura de este período son los retratos en piedras duras, difíciles de labrar y de pulir. Sus superficies brillantes producen efectos fantasmagóricos; gracias a ello la forma, con los reflejos, toma valores diferentes según de donde llega la luz. Los aztecas y los mayas se complacieron, por esta misma razón, en labrar máscaras de obsidiana, jade y nefrita.

Detalle del capitel de una columna del templo de Horus, en Edfú. Sobre una columna papiriforme, decorada con papiros y lotos, se encuentra la imagen de la diosa Hathor mostrando unas bellas orejas de vaca, animal simbólico bajo el que se adscribía.




La escultura se convierte así en un arte misterioso, no sólo por los métodos que emplea, sino también por sus resultados, casi mágicos. Si la vida es cambio, transformación, actividad, las esculturas en piedras duras, pulimentadas hasta ser como espejos, consiguen una variabilidad con los rayos de luz

Fuente: Texo extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

El sentido de la columna


Detalle del capitel de una columna del 
Templo de Horus en Edfú. 
Si bien la columna se ha considerado siempre un elemento clave a la hora de la construcción, su origen obedece asimismo a un carácter simbólico. De hecho, si ya en el conjunto de la pirámide de Zoser se intentó imitar los materiales naturales con los que se hicieron las  primeras casas, gran parte de ello se conservó en la posterior evolución de la arquitectura egipcia.

Su estructura fundamental, de basa, fuste y capitel, se mantuvo a lo largo de toda la historia egipcia. Sobre la basa de forma circular, se apoyaba el fuste que podía tener una forma fasciculada o acanalada, en clara evocación de los tallos de los árboles y plantas del Nilo. La parte inferior de estas columnas se refería a la vegetación de las plantas bajas de los ríos. Por último, el capitel podía presentar variadas formas vegetales, aludiendo siempre a la flora del país; de ahí los nombres de palmiforme, papiriforme o lotiforme.

La arquitectura hacía referencia continuamente al mundo de la arquitectura y el de la naturaleza se daba en la tipología del templo, de forma que éste pretendía aparecer ante los ojos de los egipcios como un bosque de palmeras visto desde el Nilo. Para lograr ese efecto, las columnas jugaban un papel de sí­mil, elevándose hasta el techo donde se aludía al mundo de los dioses.

De ahí la importancia de las salas hipóstilas, donde el elemento predominante era este soporte. Tras pasar el patio al aire libre con el que se abría el interior de todo templo mistérico, se accedía a estas salas, que en los textos egipcios recibía a veces la denominación de la "sala verde", en clara asociación al valle del Nilo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo Egipcio de El Cairo

Dirección:
Plaza El Tahir. El Cairo - 11557
Tel: (+20) 5796 948
Interior del Museo Egipcio de El Cairo.
Desde la campaña militar de Napoleón en Egipto, el interés europeo por éste se iba despertando hasta convertirse en una auténtica manía por lo faraónico y lo antiguo.

   Durante los primeros años del siglo XIX, los cónsules europeos y los buscadores de tesoros exploraban todo el país, algunos en busca de reliquias y monumentos y otros en busca de oro y preciados tesoros.

    En 1835 se fundó el "Servicio de Antigüedades de Egipto" para proteger los monumentos y los tesoros del país de la codicia local y extranjera. Al principio, las piezas encontradas se guardaban en un edificio pequeño cerca de la zona de la actual Azbakia, en el centro de El Cairo y más tarde en la ciudadela de Saladino.

   En 1858, Auguste Mariette preparó otro museo, en el barrio de Boulaq, que más tarde se perdió por una inundación del Nilo.

   En 1878, el contenido del museo de Boulaq se trasladó al palacio de Giza del Gobernador Ismael Pasha, el gobernador del país, y la colección permaneció en esta locación hasta que el actual museo fue inaugurado en 1902.

Fachada del Museo Egipcio de El Cairo.
   El edificio donde funciona el museo fue diseñado por el arquitecto francés, Marcel Dourgrion en estilo neoclásico, pensando que sería el más adecuado para su contenido. Dos de las plantas de la construcción están dedicadas a la exposición al público y aulas de estudios, en las cuales se exhiben más de 120.000 piezas de las distintas épocas del Antiguo Egipto, ordenadas cronológicamente.

   Dentro de la colección del museo destacan las momias de algunos faraones de las dinastías XVIII hasta la XX, halladas en Tebas, cuyo primer grupo fue encontrado en el escondite de Deir el-Bahari y estaba compuesto por las momias de: Seqenenre, Ahmose I, Amenhotep I, Tuthmosis I, Tuthmosis II, Tuthmosis III, Seti I, Ramsés II, Ramsés III. El segundo grupo fue encontrado en la tumba de Amenhotep II: Amenhotep II, Tuthmosis IV,
Amenhotep III, Merenptah, Seti II, Siptah, Ramsés IV. Ramsés V, Ramsés VI, (incluyendo 3 mujeres y I niño).

   Las joyas egipcias son uno de los tesoros más fascinantes de la antigüedad. La elegancia de las joyas aparece tempranamente en Egipto y llega a un alto nivel de profesionalismo a partir de la I Dinastía. Se aprecia una cierta inquietud en crear una combinación de formas y colores, utilizando el oro y las piedras semipreciosas.

   La riqueza de las esculturas egipcias, realmente apreciable a través del conocimiento de su significación, es esencialmente religiosa. Realizadas para perpetuar la situación de eternidad, eran situadas en templos o tumbas. Aunque el arte egipcio ofrezca una aparente rigidez hay una real inclinación hacia un estudiado idealismo desarrollado a través de las décadas.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

El Museo Británico

Dirección: 
Great Russell Street.
Londres WC 1B 3DG.
Tel. (+44) 20 7323 8000.

Fachada del Museo Británico. 

El Museo Británico (The British Museum) es uno de los museos más importantes del mundo. Su colección de más de seis millones de objetos abarca la historia de las civilizaciones desde hace aproximadamente 1,8 millones de años hasta el presente, y cuenta con antigüedades famosas en el mundo entero, entre las que se encuentran la Piedra de Rosetta; las esculturas del Partenón; los bronces de Benin; momias egipcias; las esculturas de Amaravati; el tesoro de Oxus; el barco funerario de Sutton Hao; y las piezas de ajedrez de Lewis.
Detalle del interior del 
Museo Británico. 

   Sus orígenes se sitúan en las colecciones del médico y naturalista sir Hans Sloane (1660-1753), quien cedió su museo de 80.000 objetos, su herbario y su biblioteca al rey George 11, para el pueblo británico, a cambio de la suma de 20.000 libras para sus hijas. El 15 de enero de 1759, El Museo Británico abrió sus puertas al público. Ha permanecido abierto desde entonces, con la excepción de las dos guerras mundiales, durante las cuales se evacuó parte de la colección.

   El museo se ubicó inicialmente en una mansión del siglo XVII, que pronto se quedó pequeña como resultado de la rápida expansión de las colecciones. La primera fase de la construcción del actual edificio neoclásico quedó prácticamente completa en 1852, seguida en 1857 por la sala de lectura circular.

   El Gran Atrio de la reina Isabel II, que abrió sus puertas en diciembre de 2000, se creó en parte del espacio liberado por la transferencia de la Biblioteca Británica. En su centro se encuentra la Sala de Lectura, restaurada.

   Sus colecciones, con más de 50.000 artículos expuestos, se organizan en: a) África y América; b) Antiguo Oriente Próximo; e) Asia; Gran Bretaña y Europa; d) Egipto; e) Grecia y Roma; f) Japón y g) Numismática.

   A su vez, las extensas colecciones de la planta principal incluyen bajorrelieves de ceremonias estatales, caza y batallas provenientes de los palacios de los reyes asirios de Nimrud, Jorsabad y Nínive. Las galerías Raymond y Beverly Slacker de la planta superior contienen objetos provenientes de Irán, Anatolia, Mesopotamia y Levante, e incluyen el tesoro de Oxus, el cementerio real de Ur y hallazgos realizados en Jericó.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte de las colonias fenicias

Hacia los comienzos del II milenio a.C., las principales sociedades civilizadas seguían siendo las situadas a orillas de los ríos Tigris y Éufrates, en Asia, y del Nilo, en África, que vivían casi totalmente aisladas unas de otras. Pero este aislamiento estaba a punto de terminar. Las grandes organizaciones de Egipto y Babilonia empezaban paulatinamente a salir de sus propias fronteras para establecer relaciones comerciales con lejanos países: nuevas potencias, como la de los hititas de las montañas de Anatolia, surgían alrededor de estas antiguas civilizaciones y los límites del mundo civilizado se expandían de un modo considerable.

Diosa Astarté (Musée du Louvre, París).
Atribuida presuntamente a la diosa feni-
cia, flanqueada por dos machos cabríos,
esta plaqueta de marfil del siglo XIII a.C.
fue hallada entre las excavaciones de
Minet el-Beida, al norte de Ugarit.

El enclave culminante de reunión de este grupo de pueblos estaba situado entre Egipto y la región de Mesopotamia comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates, en una estrecha franja que se extiende a lo largo de la costa oriental del Mediterráneo y que actualmente incluye gran parte de Siria, Líbano, Israel y Jordania occidental. Sus tierras formaban la ruta terrestre entre Asia y África, y su costa era el punto terminal de las vías marítimas que unían Europa con estos continentes. En ella convivieron los pueblos más poderosos de la época, egipcios, hititas, babilonios, hebreos, fenicios, filisteos y muchos otros, lo que dio pie a un activo intercambio de culturas durante un período de mil quinientos años. Fueron muchos los pueblos que, enriquecidos con este encuentro, contribuyeron a difundir las ideas de la civilización. Entre los que mayor influencia ejercieron figuraban los descendientes de los primeros colonizadores de la región, primero llamados cananeos y más tarde fenicios.

Las aldeas neolíticas de las costas del Mediterráneo, a diferencia de los pueblos de los valles fluviales, no carecieron nunca de las materias primas que aquellos otros buscaban por medio del saqueo y del comercio, y no tenían necesidad de cooperar entre sí para realizar grandes proyectos de irrigación, ya que contaban con lluvias regulares, bosques abundantes y minerales, de los que extraían diversos metales. Con el tiempo, y gracias a esta estabilidad, establecieron pequeñas ciudades-estados, cada una con su propio rey, aunque probablemente sin un nombre colectivo.

Estas ciudades fueron absorbiendo oleadas sucesivas de emigrantes procedentes del norte y del sur, con lo que su estirpe se mezcló. En la época de los hebreos se les conocía como cananeos, y Canaán era el nombre de su país, denominación que partió probablemente de sus vecinos del norte, quienes les bautizaron con esta palabra que significa "púrpura", por ser famosos fabricantes de este tinte. Su especialidad era la púrpura "real" o "tiria" (de su ciudad de Tiro). Más tarde fueron llamados fenicios, nombre derivado de la palabra griega phoinis, que significa "purpúreo". Con esta denominación se identifica al pueblo que se concentró en los puertos de la costa oriental del Mediterráneo después que los invasores ocuparan el resto de la tierra de Canaán.


Barco fenicio con dos navegantes (Musée du Louvre, París). Esta escultura de la época romana ejemplifica el uso habitual de embarcaciones de madera en la actividad comercial por el mar Mediterráneo, lo que propició una feroz deforestación de los bosques de cedros y cipreses de las cordilleras que rodeaban las principales ciudades fenicias.



La potencia política y militar de los fenicios estuvo siempre eclipsada por la de otros países; en cambio, fue notable su poderío comercial. Desposeídos de la mayor parte de sus tierras, los fenicios se dedicaron a comerciar con otros países y a fundar colonias, a través de las cuales transmitieron las técnicas y las ideas orientales a la bárbara Europa.

Navegantes famosos, a veces piratas, los fenicios lograron imponerse, desde su estrecha región entre el mar y las montañas libanesas, en el Mediterráneo. Entre los elementos de civilización que llevaron al extranjero figuraba uno de invención propia y notable trascendencia: el primer alfabeto verdadero.

Los fenicios fueron, como principales navegantes, metalúrgicos, exploradores y mercaderes de su tiempo, importantes intermediarios de la civilización. Homero, en su Odisea, describe la cualidad de transmisores de cultura de los fenicios: "Un día los fenicios, gentes muy hábiles en cuestiones de navegación, pero no menos falaces, llegaron a nuestras costas trayendo en sus naves infinidad de cosas curiosas y raras."

Aunque por lo general los fenicios fueron más intérpretes de otras culturas que creadores, ya que absorbieron elementos de las civilizaciones vecinas, no por ello dejaron de elaborar una cultura propia y un arte que, si bien ecléctico, supo asimilar y aportar una elegante y armoniosa síntesis de todo lo mejor y más refinado que las civilizaciones circundantes habían sabido realizar. Los descubrimientos de Pierre Montet y de Maurice Dunand han sabido revelar la riqueza artística de los fenicios rebatiendo el juicio de anteriores historiadores que declaraban que este pueblo no tuvo originalidad creativa.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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