La inquietud de la época la encarna el mayor pintor que dio, en Francia, el siglo. Jean-Antoine Watteau (1673-1721) fue también el pintor que ejerció más influencia entre sus contemporáneos, y sin discusión es uno de los primeros artistas de la Europa contemporánea. Nacido en Valenciennes, llegó a París en 1702 y tuvo por maestro a Claude Gillot, enamorado de los temas de la Comedia Italiana, predilección que supo transmitir a su joven discípulo.
Sin Watteau, la pintura francesa del siglo XVIII habría perdido su mayor profundidad y seguramente hubiera sido como una suerte de período de cambio y cierta efervescencia que se pierde en su propia volatilidad. De alguna manera, Watteu logra con su obra apuntalar una corriente que corría el riesgo de pasar desapercibida.
Trabajó relativamente poco; era tísico y murió antes de alcanzar la vejez. Sus relaciones con Claude Audran, de antigua familia de grabadores y conservador del palacio del Luxemburgo, le facilitaron el estudio de los grandes lienzos que pintó Rubens para el casamiento de Enrique IV con Catalina de Médicis, que entonces adornaban aquel palacio. Así Rubens hubo de influir necesariamente en las" fiestas galantes" de Watteau y hay improntas indudables de este hecho en la obra del francés. Habiendo fracasado en la obtención del Premio de Roma, regresó en 1709 a Valenciennes, y allí pintó algunas escenas militares. Su lienzo Embarquement pour Cythère (su obra más famosa, hoy en el Louvre), le abrió en 1717 las puertas de la Academia, y pronto contó con importantes clientes, entre ellos el coleccionista Crozat, y con el apoyo del vendedor de pinturas Gersaint, su gran amigo. En 1719, con la esperanza de mejorar su dolencia, se trasladó a Londres; pero regresó, empeorado, al año siguiente. Pintó entonces otra célebre obra suya, L'enseigne de Gersaint (Muestra de la tienda de Gersaint), que se conserva en Berlín.
L'enseigne de Gersaint de Jean-Antoine Watteau (Castillo de Charlottenburg, Berlín). Esta obra maestra, que fue comprada por el rey Federico II de Prusia, había sido destinada por el propio artista a servir de panel de anuncio del comercio de su amigo el marchante Gersaint, en cuya casa, Watteau, estando enfermo, pintó el cuadro en sólo ocho días.
Watteau fue la perfecta encarnación del artista insouciant. Su primer biógrafo, el conde de Caylus, explica que, habiéndole reprochado su falta de previsión, Watteau le respondió que el peor fin que podía caberle era el hospital, pero que allí on n'y refuse personne (seguramente aludiendo a sus primeros fracasos con la Academia, que hubieron de maltratar su ego tanto como la tisis su organismo). Cuando murió empezaba ya a" repetirse", y su naturaleza sensible no le hubiera permitido, probablemente, una segunda época.
En la variedad de su pintura, llena de resonancias, Watteau muestra plena conciencia de las inquietudes de su tiempo, y esto es precisamente, una de las razones que permiten que Watteau sea mucho más que un artista en la nómina de los pintores rococós. En contraste con las de sus imitadores Lancret y Pater, sus fiestas en jardines y sus escenas galantes no son jamás un pasatiempo frívolo, cuyo goce nada enturbia.
⇨ Gilles de Jean-Antoine Watteau (Musée du Louvre, París). Detalle de este cuadro, hoy famoso, que expresa toda la melancolía del payaso, toda la gloria y la miseria del comediante, y que pasó desapercibido durante más de cien años. A mediados del siglo XIX figuraba en el escaparate de un marchante, con un letrero que decía: "Pierrot estaría contento si llegara a gustar a alguien". Un desconocido lo compró entonces por 150 francos.
Una melancolía crepuscular invade el ambiente de esas fiestas, conciertos o conversaciones que tienen lugar sobre fondos magníficos de parques. Quizá el impulso vital del rococó y del optimismo del siglo no podían ahogar del todo la certeza de la enfermedad. En estas pinturas, Watteau acudió a menudo, como a un subterfugio, a la excusa de la representación teatral, porque halló en los personajes de la Comedia Italiana (entonces tan en boga en París) una forma de anular la realidad mediante una ficción llena de gracias; así tales personajes, su Dominique, el Indiferent, Finette, etc., son como seres de fantasmagoría que el artista viste, no sólo de sedas, sino de cambiantes caracteres humanos. Las amplias perspectivas de árboles que se pierden a lo lejos -a veces (como en el Embarquement) en una cálida atmósfera de neblinas doradas-, su misma insistencia en representar en sus pinturas a persa najes vueltos de espaldas, son ya como una declaración de anhelos insatisfechos que nunca esperan colmarse. La pintura de Watteau es, en este sentido, una manifestación de nostalgia aguzada por la decepción. Incluso en L' enseigne de Gersaint, donde quiso ser realista, e intimista, este concepto de la fragilidad humana se revela en los reflejos, imprecisos, de las telas sedosas que visten sus personajes. Sus mejores imitadores, J.-B. Pater (1695-1735) y Nicolas Lancret (1690-1743), en sus temas amables, inspirados en la pastoral y la fácil galantería, no supieron recoger la calidad nerviosa, vibrante y profunda de su maestro.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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