V CENTENARIO DE EL BOSCO
San Cristóbal con el Niño Jesús a cuestas, por el Bosco, 1490-1505, óleo sobre tabla 113 x 71,5 cm. Róterdam, Museum Boijmans van Beuningen |
LOS BOSCOS DE FELIPE II
La obsesión de un rey
El monarca conoció la obra del pintor durante una visita a los Países Bajos y a lo largo de toda su vida coleccionó cuantas obras pudo salidas de su mano. La mayoría se conservó en El Escorial. Otras se perdieron en un incendio en el palacio de El Pardo
LUIS REYES
EL PRÍNCIPE Felipe emprendió el Felicísimo Viaje siendo lo que se consideraba un hombre maduro: tenía 21 años, estaba viudo, era padre de un varón y durante cuatro años había gobernado España como regente en ausencia de Carlos V. Sin embargo, su jornada tendría carácter de viaje iniciático, un Grand Tour para que conociese los Estados que un día heredaría. Hizo el periplo de Europa por Italia, Alemania y los Países Bajos, y encontró muchas maravillas. aun que nada le deslumbró tanto como los antiguos Estados de Borgoña. Los Países Bajos eran la nación más civilizada del mundo, solar de la pintura flamenca, de las mejores imprentas, de la más pujante industria y de ciudades con magníficos mercaderes y humanistas.
Tizio, por Tiziano, h. 1565, óleo sobre lienzo, 253 x 217 cm, Madrid, Museo del Prado |
La fascinación del príncipe fue ayudada por los designios de su tía, la gobernadora María de Hungría. La hermana pequeña de Carlos V montó un fastuoso teatro para darle la bienvenida. Reconstruyó el palacio de Binche y encargó a Tiziano unas pinturas ad hoc de carácter colosal. Carlos V y su hijo fueron recibidos en la Gran Sala, un espacio de mil metros cuadrados decorado por las Furias de Tiziano, escenas de los espantosos castigos de quienes se rebelaban contra los dioses, en alegoría a los príncipes rebeldes alemanes que el emperador acababa de derrotar en Mühlberg. Cualquiera se sentiría sobrecogido, excepto Carlos y Felipe. Lo que otros verían amenazante, para ellos era un homenaaje.
Doña María halagó a sus invitados con la más fantástica fiesta que se vio en el siglo. Duró diez días de comilonas., bailes, juegos y un torneo dramatizado, donde los Caballeros Errantes lucharon por la Espada Mágica de la Afortunada. El vencedor fue Beltenebros, heterónimo de Amadís de Gaula, quien resultó ser, naturalmente, el príncipe Felipe. Para culminar la bienvenida se celebró el banquete de la Cámara Encantada donde, por la magia de la ingeniería, la mesa descendió entre los comensales como si cayera del cielo, pues el techo era un firmamento de estrellas del que llovían dulces entre sonoros truenos.
Además de los artificios de María de Hungría, a Felipe le impactó la naturaleza de los Países Bajos, tanto de sus paisajes tan verdes, con las aguas domadas por el hombre, como de sus gentes tan exquisitas, su etiqueta, sus palacios, su música y su arte. Porque en Flandes cualquiera que fuese alguien, noble o burgués, poseía colecciones de arte, libros o antigüedades -solamente en Amberes estuvieron registradas 129 colecciones privadas.
FLECHAZO EN BRUSELAS
Si cualquier buen burgués mantenía su galería de pinturas, puede imaginarse lo que habría en las mansiones de la alta nobleza, como el magnífico palacio de Nassau en Bruselas. Fue allí donde Felipe contempló una obra que le conmovería como un epítome de la fascinación de los Países Bajos, un gran tríptico "imposible de describir a quien no lo ha visto", según el secretario del cardenal Luis de Aragón, que solo alcanzó a explicar que estaba lleno de "cosas tan agradables y fantásticas". Era conocida con el críptico nombre de Tríptico del Grial, aunque hoy la llamamos El jardín de las Delicias, la obra más notable de Hieronymus van Aken, el Bosco, de la que Felipe se debió enamorar de inmediato, aunque tendría cuarenta y dos años y una guerra para poseerla.
Retrato de Felipe II, por Tiziano, 1551, óleo sobre lienzo, 193 x 110 cm. Madrid, Museo del Prado |
Felipe II volvió a España en 1559, tras pasar siete de los últimos once años fuera, la mayor parte del tiempo en Flandes o Inglaterra. donde había sido rey cuatro años. Ahora lo era de España, el rey más poderoso del mundo. Enseguida puso en marcha sus dos proyectos más importantes en política interior, instalar la capital en Madrid y construir El Escorial.
VICTORIA SOBRE FRANCIA
En el segundo puso más ilusión. No se trataba solo de levantar un monumental palacio-monasterio que conmemorase su victoria sobre Francia y sirviese de panteón real, quería reproducir el amable Flandes de su juventud. Trajo jardineros, ingenieros e hidrógrafos de los Países Bajos para que recreasen en lo posible el húmedo paisaje de allá, rodeando El Escorial de embalses, lagunas artificiales y jardines a la flamenca. Para reforzar aquellas visiones colgó en sus paredes paisajes de Patinir y vistas de ciudades belgas. Emular a los mecenas de los Países Bajos no le resultó difícil al monarca tan magnífico, que sobrepasó en El Escorial cualquier colección flamenca, porque heredó quizá la más importante de aquellas, la de la gobernadora María de Hungría. Como señala Parker, entre 1563 y 1598, Felipe II acumuló en El Escorial unas 1.150 pinturas, gastándose la friolera de 80.000 ducados. Y eso que muchas eran he redadas, regaladas o confiscadas a los rebeldes de los Países Bajos.
María de Hungría, por Jan Cornelisz Vermeyen, siglo XVI, óleo sobre tabla, 54,6 x 45,7 cm. Nueva York Metropolitan Museum of Art |
Pieza esencial para revivir su Flandes añorado eran las pinturas del Bosco, lo que explica su acumulación en la colección filipina, una afición que ha suscitado infinidad de peregrinas especulaciones. Algunos han buscado razones esotéricas y mágicas: los adeptos a la tópica figura negativa de Felipe II pretenden que era el gusto de un pervertido por las imágenes monstruosas, pornográficas y sádicas que pueden encontrarse en el universo bosquiano, y la falta de rigor riza el rizo en Pellegrino Orlandi, que publicó a principios del siglo XVIII que el gusto del Bosco por duendes, trasgos y diablos se desarrolló en El Escorial, lugar siniestro para la Leyenda Negra, aunque el pintor murió medio siglo antes de su construcción.
El Bosco había sido a principios del siglo XVI el pintor más caro y apreciado de los Países Bajos, símbolo de excelencia y modernidad, un artista solo para las élites que trabajaba poco y por encargo. Ser su mayor coleccionista -en 1574 Felipe II poseía ya treinta y tres boscos- debía proporcionar al rey parecida satisfacción a ser soberano de la Orden del Toisón de Oro. Felipe II apreciaba la novedad del Bosco, su realismo y profundidad psicológica, y decía que si los demás pintaban a los hombres como querían ser, él los pintaba como eran. Coincidía la apreciación del rey con la del primer especialista que hubo sobre la pintura del Bosco, Felipe de Guevara, que le consideraba en sus Comentarios de la Pintura "observantísimo del decoro (que) había guardado los límites de la naturaleza cuidadosísimamente".
LECTURA EN CLAVE DEVOTA
Mientras otros solo veían morbo y extravagancia, Felipe II lo interpretaba "en clave devota", en palabras de Yarza Luaces, pero también lo hacía en clave simbólica y humorística, y prueba de su distanciamiento crítico son los comentarios escritos en cartas a sus hijas, cuando desde Lisboa les explicaba las extravagantes procesiones de los portugueses diciendo: "Los diablos de la procesión( ... ) más parecían cosas de Jerónimo Bosco que no diablos". Y es que aunque fuese en Flandes donde el Felipe príncipe tuvo su mágico encuentro con el Bosco, debía estar familiarizado con él de antes, pues los reyes de España, desde Isabel la Católica, habían adquirido obras suyas. Pese a los muchos boscos destinados a El Escorial, entre las doscientas pinturas de gran calidad que decoraban el Real Alcázar había una docena. Todavía en 1636 colgaban siete boscos en la Galería del Cierzo. Otra docena se exhibía en el palacio de El Pardo, que Felipe II reconstruyó dándole aspecto flamenco para albergar una auténtica pinacoteca, destruida por un incendio en 1604.
La rebelión de los Países Bajos de 1567 supuso la llegada a España de nuevos boscos. El duque de Alba expropió bienes de los sediciosos y envió al rey la preciosa Adoración de los Magos, incautada a Jan van Casembroot, aunque se guardó para él El jardín de las Delicias de Guillermo de Orange. Por cierto, tuvo que dar tormento a su mayordomo, que lo había escondido. Usos de la época ...
EL TESORO DE GUEVARA
Pero la gran adquisición de Felipe II fue la colección de don Felipe de Guevara, que Allende Salazar presentaba como "amigo y protector de sabios ( ... ) tratadista de amplio espíritu, historiador, numismático, arqueólogo, coleccionista de gustos refinados". En 1570, el rey forzó a sus herederos a que le vendiesen unas casas aledañas al Alcázar, un par de libros y un buen número de pinturas, pagando por todo ello 14.000 ducados. 400 al contado y el resto mediante una renta para los Ladrón de Guevara sobre los derechos de los "puertos secos de Castilla".
Entre las pinturas adquiridas había cuatro tablas de Patinir y cinco " lienços de Geronimo Bosco" descritos como "dos ciegos que guía el uno al otro y detrás una mujer ciega. ( ... ) Danza a modo de Flandes. ( ... ) Unos ciegos andan a caza de un puerco jabalí. ( ... ) Una Bruja. ( ... ) Otro lienzo cuadrado donde se cura la locura" -todos perdidos-, además de otro gran tríptico, El carro de heno.
Ya sesentón, Felipe ll logró otra gran operación, al fallecer en 1591 don Fernando de Toledo, hijo natural del duque de Alba que había acompañado a su padre en las campañas de Flandes. De su almoneda llegarían cuatro boscos a El Escorial, según el inventario de entrega de 1593: "Un Juicio cifrado de disparates ... Un retablico de la tentación de san Antonio" y otra pintura" con diversos disparates de Hieronimo Bosco". Pero la joya de la operación era "una pintura de la Variedad del Mundo ( ... )que llaman del Madroño".
Se trataba, por fin, del Tríptico del Grial, el amor juvenil que había encontrado tantos años atrás en el palacio de Nassau, y que hoy conocemos como El jardín de las Delicias.
El Juicio Final, h. 1495-1505, Brujas. Groeningemuseum, ambas por el Bosco |
EL GUSTO ESPAÑOL El Bosco no se prodigaba, aunque fuese muy solicitado. Llama la atención por eso la repetida conexión que tuvo con España y los españoles, que culminaría con Felipe II y nos permite disfrutar ahora de tantos boscos, pese a los expolios. La explicación está seguramente en las intensas relaciones comerciales y culturales que se establecieron al final de Edad Media entre Castilla y Flandes, que luego se transformarían en alianza dinástica. La impulsora de esa unión, Isabel la Católica, aparece como un punto de referencia en el coleccionismo del Bosco. La bisabuela de Felipe II fundó la colección real, con una galería de pintura italiana y flamenca de 250 o 300 obras. Sabemos poco de ella, pero incluía las primeras pinturas del Bosco en España, como señaló Sánchez Cantón: "Dos san Antón con diablerías, una mujer desnuda cubierta de pelo en un prado y un Crucificado". Juan Velázquez, testamentario de la Reina Católica, señalaba que la tabla de la mujer desnuda de cabellos largos tenía "un letrero que dice Jeronimus". Embajador de Isabel fue don Juan Manuel de Villena, afortunado comprador de un Descenso a los infiernos autógrafo del Bosco. Curiosamente, los dos mecenas más importantes de Flandes eran los hijos políticos de Isabel la Católica: Margarita de Austria, breve princesa de Asturias, poseía unas Tentaciones de san Antonio del Bosco, regalo de una dama de la infanta Leonor; su hermano Felipe el Hermoso también tenía otras Tentaciones -el argumento más repetido del Bosco-, y encargó un tríptico de El Juicio Final de nueve por once pies, la mayor pintura del Bosco, ue desapareció. Quizá haya un fragmento en Múnich y una copia en Viena, en la que aparece en la puerta Santiago, patrón de España. Una dama de la Grandeza de Castilla, doña Menda de Mendoza, esposa del príncipe de Nassau, poseyó un tríptico de la Coronación de espinas del taller del Bosco que se trajo a Valencia, al casarse en segundas nupcias con el virrey don Fernando de Aragón. Los mayores mecenas españoles del Bosco fueron los Ladrón de Guevara, linaje al que pertenecieron Diego y Felipe de Guevara. Don Diego fue otro de esos nobles castellanos que andaban entre las cortes de Castilla, Flandes y el emperador Maximiliano, para terminar sus días de servicio con Carlos V. Exquisito coleccionista, fue mayordomo de Felipe el Hermoso, a quien aconsejó encargar El Juicio Final, y además tenía una relación personal con el Bosco, pues ambos eran miembros de la Cofradía de Nuestra Señora de 's-Hertogenbosch. Su hijo Felipe de Guevara reunió la mayor colección del Bosco de la época -después de la real, a la que acabó engrosando.
(Fuente: Revista "Descubrir el arte" nº 207. Mayo 2016)
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