Considerada como una de mejores
pintoras de México de todos los tiempos, su cuadros fueron a menudo adscritos
al movimiento surrealista, a pesar de que ella rechazara esta etiqueta. Casada
con el muralista Diego Rivera, formaron una pareja de enorme fama en
México que compartió la casa natal de la artista, la llamada "Casa
Azul", donde fueron anfitriones de personajes tan importantes, dentro del
arte y la política, como León Trotsky o André Bretón; dicha casa se convirtió
en el actual Museo Frida Kahlo cuatro años después de la muerte de ésta.
Comprometida, al igual que su marido, con el ideario comunista, ambos fueron
integrantes del Partido Comunista mexicano en varias ocasiones, y tomaron parte
activa en la lucha obrera de su país.
Su arte, tan original como
profundamente personal, no siguió más directriz que la de representar las
experiencias de su propia existencia, afirmando su condición de mujer, su ideal
comunista y su arraigo a la tierra mexicana, valiéndose para ello de innumerables
símbolos que expresan tanto el erotismo, la desesperación, el amor y el
sufrimiento. Precisamente, será ese sufrimiento el que esté presente en toda su
obra; no en vano, la artista padeció durante toda su vida dolorosísimas
convalecencias que le postraron durante largas temporadas en la cama, sobre
todo a raíz de un gravísimo accidente de autobús que sufriera cuando era
adolescente.
Su obra está diseminada por todo
el mundo, algunas de las piezas en pinacotecas tan importantes como el Museo
del Louvre, el Museo de Arte Moderno de Nueva York y el Centro Georges Pompidou
de París, además de en el propio museo dedicado a la artista en Coyoacán.
Biografía
Magdalena Carmen Frieda Kahlo
Calderón quiso nacer el 7 de julio de 1910, el mismo año en que se produjo la
Revolución Mexicana. La realidad fue que ya llevaba tres años en el mundo
cuando Madero llamó a la revolución desde Texas. Sin embargo, el derrocamiento
de Porfirio Díaz fue para muchos mexicanos el nacimiento de un nuevo México, y
Kahlo quiso nacer al mismo tiempo que lo hiciera su nueva nación.
Su padre fue Guillermo Kahlo, un
fotógrafo de origen judío-húngaro que abandonó su tierra natal para probar
fortuna en América. Se casó con una lugareña, Matilde Calderón (que provenía de
una familia mestiza, con sangre española e india), y con ella vivió años de
prosperidad, gracias al encargo que el dictador Díaz le hiciera de retratar con
su cámara todos los rincones de México, buscando monumentos arquitectónicos de
la época prehispana y colonial. Kahlo amasó una pequeña fortuna con la que pudo
adquirir un terreno de 800 m2 en Coyoacán, antigua propiedad de los carmelitas.
En ella construyó, en 1904, una casa que vería nacer a la pintora, un inmueble
muy especial que incluía espacios al aire libre en su interior y que estaba
pintada de un color azul intenso.
Cuando aún era muy niña, en 1913,
Frida enfermó de poliomielitis. Este sería el primero de los confinamientos
forzosos que sufrió en su vida, que en este caso le mantuvo encerrada en casa
durante nueve meses. Las secuelas hicieron mella en su cuerpo de niña: la
pierna derecha adelgazó mucho, y el pie derecho se quedó atrás en el
crecimiento. Sus compañeros de escuela comenzaron a llamarle “Frida la coja”,
algo que le hería profundamente y que hizo que intentara por todos los medios
disimular su defecto; así, pronto comenzó a utilizar pantalones, de donde vino
la costumbre, ya de adolescente, de vestirse como un hombre, tal y como aparece
en algunas fotografías familiares.
Su padre le inició en la
fotografía y en la pintura, de la que era muy aficionado. Tras obtener el
certificado escolar, ingresó en la selectiva Escuela Nacional Preparatoria, la
que mejor fama tenía en México, donde los alumnos se preparaban para ingresar
en una carrera superior, al modo de los colleges británicos. Frida fue una de
las treinta y cinco alumnas de la Escuela, frente a los cerca de dos mil
varones que estudiaban en el centro.
En la escuela había numerosas
pandillas, cada una con distintos intereses y actividades; Frida pertenecía a
los “Cacuchas”, comprometidos con la literatura y el arte en general, e
identificados con el ideal social del ministro de cultura José Vasconcelos. Del
grupo saldrían algunos de los líderes de la izquierda mexicana posterior, y
entre ellos se encontraba el que fuera el amor de juventud de Kahlo, Alejandro
Gómez Arias.
Los planes de futuro de la joven
pareja incluían viajes, estudios y una vida en común dedicada al arte. Sin
embargo, un terrible suceso cambió la vida de ambos; el 17 de septiembre de
1925, Frida y Alejandro, que habían tomado un autobús para dirigirse desde la
escuela a Coyoacán, sufrieron un aparatoso y grave accidente que provocó la
muerte de varios pasajeros. Alejandro recibió lesiones de poca consideración,
pero Kahlo sufrió graves heridas, sobre todo una producida por una barra de
hierro que le atravesó la cadera, además de la clavícula, varias costillas
rotas y serios destrozos en el pie derecho. El accidente le obligó a pasar un
mes en el hospital inmovilizada y tres meses guardando cama, e hizo que le
quedaran secuelas para toda la vida; de hecho, un año después del accidente le
hicieron una radiografía de la columna (algo que obviaron en un principio) en
la que descubrieron que tenía una rotura en la vértebra lumbar, por lo que se
vio forzada a usar diversos corsés de escayola.
El confinamiento le impedía hacer
prácticamente ningún movimiento, pero el aburrimiento era tal que su madre se
las ingenió para que pudiera pintar tumbada con un aparato ortopédico puesto;
le añadió, además, a la cama un baldaquín con un espejo en todo lo largo, lo
que hizo que Frida comenzara a pintar lo primero que tenía delante: a sí misma:
“me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que
mejor conozco”.
Hacia finales de 1927 Frida pudo,
al fin, llevar una vida relativamente normal, y volvió a frecuentar a sus
antiguos compañeros de escuela (la mayoría ya universitarios). Por aquellos
tiempos un grupo de intelectuales de izquierdas propugnaban una revolución
cultural que buscara la igualdad social y la revalorización de la cultura
autóctona mexicana y del arte popular. Kahlo se adhirió a este movimiento hacia
1928, y fue así como conoció al pintor Diego Rivera, cuyas inclinaciones
políticas (hacía poco que había visitado la Unión Soviética) y éxito como
artista corrían en boca de todos.
Kahlo fue a visitar a Rivera a la
Secretaría de Educación Pública, donde éste pintaba un mural, y le mostró
algunas de sus obras, solicitándole su opinión. El artista quedó gratamente
sorprendido, por lo que ella le pidió que fuera a su casa a ver el resto de su
obra. Fue así como se inició una relación entre ambos que acabó en una profunda
amistad y, a la postre, en un matrimonio, que se celebró el 21 de agosto de
1929. Rivera sacaba a Kahlo más de veinte años, y su aspecto, corpulento,
orondo y de rostro ancho, se distanciaba mucho de la menuda y frágil pintora,
por lo que hacían una peculiar pareja. El matrimonio resultó un escándalo para
la sociedad mexicana no sólo por la diferencia de edad, sino por la fama de
mujeriego del pintor y por las reconocidas ideas comunistas de ambos.
Tras una temporada en un piso
alquilado en el centro de la ciudad, la pareja marchó a Estados Unidos, donde
Rivera había recibido el encargo de pintar varios murales en San Francisco,
Nueva York y Detroit. La estancia en esta última ciudad fue traumática para
Kahlo, aburrida en una ciudad industrial sin ninguna vida, donde además, en
1930, sufrió un aborto que le sumió en una profunda depresión. En Nueva York,
sin embargo, ambos fueron bien acogidos por el círculo de artistas, donde Kahlo
se sentía más cómoda, aunque criticó, de igual manera, a la alta sociedad
neoyorquina.
La pareja volvió a México en
diciembre de 1933, después de que las referencias, demasiado explícitas, al
comunismo en la obra de Rivera terminaran por eximirle de sus contratos en
territorio estadounidense (a pesar de que hubiera sido expulsado años atrás del
Partido Comunista, lo que fue refendado por el abandono voluntario de Kahlo).
El pintor, fascinado por la tierra gringa, regresó a México de mala gana, algo
que hizo que la relación con Kahlo se resintiera. De hecho, las infidelidades
del artista fueron en aumento, hasta el punto de que acabó teniendo una
relación con la hermana de Frida, Cristina. La gota que colmó el vaso estaba
servida, y Frida abandonó a Rivera y se instaló en un apartamento en el centro,
pensando incluso en el divorcio.
Poco después viajaría a Nueva
York de nuevo. Kahlo comenzó a cultivar nuevas relaciones, tanto con hombres
como con mujeres, aunque el paso del tiempo y la situación política hizo que
volviera a acercarse a Rivera, preocupados ambos por el inminente estallido de
la Guerra Civil Española; de hecho, firmaron, junto a otros simpatizantes, un
comité de solidaridad para apoyar la causa republicana. Fruto de este nuevo
entendimiento fue la petición que la pareja hizo al presidente Lázaro Cárdenas
para que aprobara la solicitud de asilo realizada por León Trotsky al gobierno
mexicano, ya que se encontraba en esos momentos exiliado y había sido expulsado
de Noruega. El matrimonio Trotsky fue, así, acogido en la Casa Azul, dando
lugar a toda una serie de movimientos intramuros encaminados a organizar la
Cuarta Internacional y a una estrecha relación entre ambos matrimonios que
incluso devino en una relación sentimental entre Kahlo y el propio Trotsky,
aunque fue mantenida en secreto por ambos.
Por otra parte, André Bretón y su
compañera Jacqueline Lamba, quienes se encontraban de viaje por México, también
pasaron una larga temporada en la Casa Azul, donde mantuvieron largas
conversaciones sobre política y arte con los Rivera y los Trotsky, e incluso
realizaron algún viaje a los lugares más destacados de la geografía mexicana.
En 1953 Kahlo realizó una primera
exposición individual en la galería de Julien Levy, en Nueva York, e inició una
relación amorosa con el fotógrafo Nickolas Muray. A partir de este momento,
Kahlo tomó una mayor conciencia de su condición de artista, y como tal comenzó
a recorrer diversos lugares de América y Europa, debido a la falta de galerías
en su país natal. Así, expuso en París, en la galería Renou & Colle, donde
coincidió con algunos pintores surrealistas, e incluso el mismo Louvre se
interesó por la artista, hasta el punto de comprar uno de sus cuadros, el
Autorretrato “The Frame” (1938), la primera obra de un artista mexicano
adquirida por el prestigioso museo. Sin embargo, los problemas con su columna
comenzaron a agravarse, lo que se sumó a las dificultades que atravesaba su
matrimonio, las cuales culminaron con el divorcio de la pareja, llevado a cabo
a finales de 1939.
Diego en mis pensamientos (Frida
como Tehuana). (Óleo sobre lienzo, 1943). Colección Jacques & Natasha
Gelman (México D.F.)
A pesar del divorcio y la
separación, la pareja continuó en contacto, y cuando Frida sufrió una recaída
en sus afecciones que le llevaron a ser ingresada en el hospital Saint Luke de
San Francisco (donde se puso en manos del doctor Eloesser, célebre cirujano),
Rivera permaneció muy atento a su estado de salud. Así, el matrimonio que fuera
roto hacía un año volvió a unirse el 8 de diciembre de 1940, y volvieron de
nuevo a instalarse en la Casa Azul, la cual ya nunca fue abandonada por Kahlo.
El inmueble sería, además, el centro de reunión de numerosos intelectuales y
artistas mexicanos y extranjeros, algunos venidos de la vieja Europa; así, por
ella pasaron el fotógrafo Fritz Henle (con quien Kahlo mantuvo una intensa
relación), Concha Michel, Dolores del Río, María Félix, Lucha Reyes y Chavela
Vargas.
En 1943 Kahlo fue nombrada
profesora de pintura en la Escuela de Pintura y Escultura de La Esmeralda,
adonde acudía a dar clases a un reducido grupo de alumnos; sin embargo, al poco
tiempo tuvo que abandonar éstas debido al agravamiento de su enfermedad. Sus
alumnos decidieron trasladarse a Coyoacán, a la Casa Azul, para recibir allí
sus lecciones. El grupo se redujo a cuatro jóvenes apodados "Los
fridos": Fanny Rabel, Guillermo Monroy, Arturo "el Güero"
Estrada y Arturo García Bustos, quienes se convertirían en importantes pintores
de la vanguardia mexicana.
La actividad de Kahlo como
profesora, no obstante, se vio interrumpida definitivamente por sus problemas
de salud. Confinada a guardar cama, la artista no renunció a seguir pintando, y
su labor fue reconocida con el Premio Nacional de Pintura, otorgado por el
Ministerio de Cultura mexicano a su obra Moisés. Por esta época reanudó su
militancia política activa, para lo cual se adhirió de nuevo al Partido
Comunista, aunque su salud empeoró de nuevo, y tuvo que ser operada hasta en
siete ocasiones de la columna, lo que le obligó a pasar nueve meses en el
hospital. Cuando acabó su calvario hospitalario, Kahlo se vio obligada a
desplazarse en una silla de ruedas y a tomar una fuerte medicación que hizo aún
más mella en su maltrecho organismo.
Sus últimas apariciones públicas
vieron a una Kahlo agotada, aunque firme en sus convicciones; así, participó en
la recogida de firmas en apoyo del Movimiento Pacifista. Su amiga, la fotógrafa
Lola Álvarez Bravo, organizó en la primavera de 1953 la primera exposición
individual de la artista en México, a la que ésta acudió, en un estado
deplorable y anestesiada por las drogas, en su propia cama, trasladada en una
ambulancia.
Los dolores en su pierna derecha
eran ya insoportables, y los médicos no tuvieron más remedio que amputársela a
la altura de la rodilla. Una infección pulmonar se sumó a sus dolencias; aún
así, y sin el permiso de los médicos, tuvo fuerzas para acudir a una
manifestación contra la intervención americana en Guatemala. Diez días más
tarde fallecía en la que fuera su casa natal. La autopsia declaró que una
embolia pulmonar fue la causa de su muerte, aunque nunca se ha descartado que
la artista decidiera acabar con su vida, harta ya de tanto sufrimiento.
Tras la muerte de Rivera, en
1957, la Casa Azul se convirtió en el Museo Frida Kahlo, entregado al pueblo
mexicano según expreso deseo de su marido y compañero durante tantos años.
Obra
La pintura de Frida Kahlo está
marcada por una constante: mostrar el dolor y la soledad que la artista sentía
durante los largos confinamientos que se veía obligada a padecer a causa de sus
continuos problemas físicos. En sus cuadros refleja su cuerpo maltrecho y
lacerado por las llagas que le acosaron continuamente, aunque también fue una
constante en su obra la búsqueda de su identidad y de un ideal que,
precisamente, le alejara de ese sufrimiento. Es por ello que la mayor parte de
su obra sean autorretratos, pintados desde que fuera una adolescente (el
primero de ellos en 1923) hasta poco antes del momento de su muerte.
La mezcla de culturas e incluso
razas que suponía el tener ascendencia germana por parte de padre e india y
española por parte de madre, hizo que fuera recurrente en sus obras el uso de
símbolos que plasmaran esa diversidad, a menudo reflejándolos en peculiares
retratos de familia, a modo de árboles genealógicos, donde se pintaba a sí
misma en diferentes edades, así como a todos los miembros de su familia. Es
particularmente destacable la búsqueda de la afirmación de su identidad
mexicana, sobre todo de su raíz india, de la que tanto hizo gala y que tan del
gusto fuera de su marido, Diego Rivera, ferviente defensor, al igual que la
artista, de la revalorización de la cultura ancestral de su país. De hecho, era
muy propio de la imagen de la artista el aparecer con los atributos de las
culturas mesoamericanas que tanto arraigo tienen en México; así, vestía largos
vestidos típicos y portaba vistosos adornos folclóricos, y con ellos se
retrataba en sus cuadros. Es especialmente destacable esta característica en los
cuadros que realizara en suelo estadounidense, donde al progreso y la frialdad
propias de ciudades como Detroit contrasta con la exuberante naturaleza
mexicana, el arraigo a la tierra como madre de su cultura, de donde brotan los
símbolos propios de su país.
La simbología en sus cuadros está
muy presente, desde los colores, que inundan sus obras de una impactante mezcla
de tonalidades, hasta los elementos que reflejan sus inquietudes y las
experiencias propias, vividas o sufridas, que se convierten así en temas
recurrentes de sus pinturas y en las que afirma su condición de mujer, su ideal
comunista y su arraigo a la tierra mexicana, valiéndose para ello, como ya se
ha afirmado, de innumerables símbolos que expresan tanto el erotismo, la
desesperación, el amor y el sufrimiento que rodearon su vida. La artista no
dudaba en retratarse con los objetos cotidianos que la rodeaban, aunque fueran
símbolos de su dolor (como la cama, la silla de ruedas o algunos de los corsés
que se vio obligada a llevar), o en incluir en sus cuadros a personajes de su
círculo íntimo (miembros de su familia, amistades cercanas, amantes de uno y
otro sexo, etc.), aunque también los retratara en solitario. La figura más
habitual de sus composiciones, como pueda imaginarse, fue Rivera, por el que la
artista sintió tanto amor como admiración, a pesar de las desavenencias que
surgieron entre ellos; de hecho, la pareja admitió sin rodeos su libertad
sexual, aunque fuera una de las parejas más sólidas del círculo artístico
mexicano.
Son también destacables aquellas
obras que plasman la maternidad frustrada de la artista, donde más fuerza si
cabe tiene el simbolismo propio de su arte; entre ellas, la más impactante
quizá sea Mi nacimiento, donde la artista relata su propio
alumbramiento, el cual se mezcla con la reciente muerte de su madre (que
aparece con una sábana ocultándole el rostro) y con el aborto que hacía poco
había padecido (el bebé, con los rasgos de la artista adulta, yace muerto entre
las piernas de su madre).
La Tate Modern de Londres
inauguró en junio de 2005 una gran retrospectiva de su obra en la que expuso
ochenta y siete trabajos, sesenta y siete de los cuales eran óleos.
Fuente: Texto extraído de www.mcnbiografías.com