Al barrer todo rastro de las
corrientes neoclásicas que antes habían sido las dominantes en literatura y en
arte, el Romanticismo manifestaba algo que constituye uno de los signos
esenciales del siglo XIX: el espíritu individualista.
Alejándose voluntariamente de
todas las normas tradicionales, el romántico parece que se aísla para
interrogarse acerca de los más graves problemas (el de su destino, el de Dios),
quizás esperanzado de hallar por sí mismo revelaciones geniales.
Pero, ante todo, el Romanticismo
presupone un estado de exaltación; en él no es concebible la serenidad. "Ser
romántico -ha dicho Novalis- es dar a lo cotidiano un sentido elevado, a lo
conocido el prestigio de lo que se desconoce, a lo finito el esplendor de lo
infinito."
Presupone, entonces, una
exacerbación pasional (y no necesariamente de orden amoroso). Ya en su último
período, el siglo XVIII había procurado pábulo a este estado mediante ciertos
elementos imaginativos que sobre el alma, poseída de tales impulsos, actúan a
modo de acicate. De tales fantasías hicieron los románticos gran empleo. Una de
sus ideas fijas fue la de la muerte, que es en el período del Romanticismo la
gran obsesión. De ahí ese interés por la "noche", que ya en el
período prerromántico del siglo anterior es como una prefiguración de la
muerte.
Una huida de lo real hacia lo
imaginativo fue otro de los síntomas románticos. Se sueña con países lejanos, e
imaginativamente, uno se evade hacia el pasado, en especial hacia la Edad
Media, de la cual se ha forjado una idea poética y vaga.
Atala en la tumba de Girodet-Trioson (Musée du Louvre, París). También llamado El funeral de Atala, este cuadro es uno de los más famosos de este autor que supo combinar con eficacia las técnicas clásicas con la temática romántica.
Este extraño medievalismo ya se
había mostrado durante el siglo XVIII en Inglaterra, país donde la tradición
medieval no estaba tan borrada como en otras partes. En un estilo gótico sui géneris, por ejemplo, sir Horace
Walpole habíase hecho construir su famosa residencia campestre de Strawberry
Hill, y elementos ojivales adornan ciertos muebles del propio Chippendale, el cabinet-maker inglés más característico
de aquel siglo.
Más tarde es Chateaubriand quien
mejor encarna, en Francia, ambas aspiraciones: la del exotismo en su Atala, y la de la exaltación de la Edad
Media en el Genio del Cristianismo.
El célebre cuadro del artista
Girodet-Trioson (1767-1824) Atala en la
tumba, muestra a este pintor, que se formó en el neoclasicismo de David,
profundamente imbuido del fervor romántico.
Pero la auténtica pintura del
Romanticismo nació en Francia -lo mismo que el auténtico romanticismo
literario- en una forma explosiva que reviste todos los caracteres de una
franca reacción contra las normas neoclásicas.
Oficial de húsares ordenando una carga de Théodore Géricault (Musée du Louvre, París). Pintada en 1812, esta obra revaloriza el movimiento, el colorismo y el apasionamiento frente a las actitudes estáticas, el dibujo y la serenidad, típicos del neoclasicismo.
Retrato de una loca de Théodore Géricault (Musée du Louvre, París). Este cuadro refleja la curiosidad romántica por todo lo extraño, hasta llegar a lo enfermizo y morboso. En el caso de Géricault. además de los caballos, se interesó por los enfermos mentales, a los que se dedicó a observar en el hospital de Salpetrière.
Quien primero manifestó
crudamente tal postura fue un pintor que murió joven, Théodore
Géricault (1791-1824), y quien la desarrolló más plenamente fue un íntimo
amigo suyo, Delacroix.
Ambos fueron los grandes disconformes con el academicismo y los detractores más
acerbos de su último brillante defensor, Ingres.
Apasionado por la equitación,
Géricault había intentado, muy joven, servir en la caballería imperial. En 1808
fue discípulo de Carle Vernet (pintor aficionado a evocar las carreras de
caballos), y después lo fue del ecléctico neoclásico Guérin. En 1812, su cuadro
Oficial de Húsares ordenando una carga
llamó la atención de David
por su fogosidad. Pero el lienzo fue en general mal acogido, como lo fue dos
años después otro cuadro de Géricault sobre un tema similar, El Coracero herido. Después Géricault
marchó a Italia y se entusiasmó con Miguel
Ángel, y a su vuelta a París, en 1819, expuso su célebre pintura la Balsa de"La Medusa", que
evocaba la odisea de los náufragos de un siniestro marítimo ocurrido frente a
las costas de Dakar. Este lienzo (hoy en el Louvre) fue el
verdadero"manifiesto" de la pintura romántica.
Por un tiempo realizó Géricault,
para un médico forense amigo suyo, pinturas de dementes y de escenas macabras
(guillotinados, etc.), que tienen el valor de profundos estudios psicológicos.
El Gran Derby en Epson de Théodore Géricault (Musée du Louvre, París). Entre los años 1820 y 1822 el artista vivió en Londres, donde pintó tres versiones del Gran Derby, de las cuales ésta es la más conocida.
La toilette d'Esther de Théodore Chassériau (Musée du Louvre, París). Es una obra perteneciente a una serie en la que el artista manifiesta su genio precoz creando un nuevo tipo femenino, a la vez extraño y turbador, inédito en la pintura francesa. Se trata de una figura de mujer fina y alargada, de cintura estrecha y flexible. Las joyas que la adornan y los personajes que la acompañan revelan el atractivo que sentía la época por un Oriente fastuoso y legendario. La belleza del dibujo y del modelado de Chassériau procede de su maestro lngres.
Al año siguiente partía para
Inglaterra, donde permaneció tres años ocupado en el estudio de los corceles pur-sang, y allí pintó otra obra suya
famosa, el Gran Derby en Epsom. A poco
de regresar a París, moría. Fue también un escultor notable, y su Cheval écorché es un acabado estudio
anatómico de su animal preferido.
Por su sentimentalismo sensual,
cabe considerar también a ThéodoreChassériau (1819-1856) -a pesar de su formación clásica, como discípulo
predilecto de Ingres- dentro de la pintura francesa romántica, sobre todo a
partir del momento en que, en su amplio estilo decorativo, quiso acercarse a
Delacroix.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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