Punto al Arte: Los desastres de la guerra

Los desastres de la guerra

En 1807 comienza a fraguarse el drama de España. La insidiosa persistencia de Godoy, por un lado, y la política dominante de Napoleón, por otro, perfilan en este año el reparto de Portugal y dan lugar al nefasto tratado de Fontainebleau (27 de octubre de 1807). Las tropas francesas habían entrado ya en España por la frontera vasca. En 1808 continuaba la disfrazada ocupación de la Península. Una reacción provoca el motín de Aranjuez (17 de marzo), que exige la abdicación de Carlos IV y el procesamiento de Godoy. Fernando VII entró en Madrid el 24 de marzo y, el 28 del mismo mes, la Academia encargó a Goya el retrato del nuevo rey, primero de los que haría del mismo. Los hechos se precipitaron. La intención de anexionar España al Imperio napoleónico no podía seguir ocultándose. Fernando VII seria forzado a abdicar, mientras que el pueblo se alzaba en su favor el 2 de mayo iniciando la larga guerra de "resistencia" contra el ocupante. José Bonaparte entró en España el 20 de julio, poco convencido de poder mantenerse. España pidió ayuda a Inglaterra J y las tropas inglesas, bajo el mando de Wellington, desembarcaron por el momento en Portugal. Los franceses sitian Zaragoza. Alternativas diversas, desde la victoria española de Bailén (22 de julio de 1808), dramas sangrientos, terribles crueldades, se suceden en la Península. En 1812 se reúnen las Cortes de Cádiz y promulgan una Constitución. Los generales de Napoleón -pues éste no puede venir a dirigir la guerra- van siendo desbordados por las tropas y el pueblo de España y por las disciplinad~ fuerzas inglesas, que además dominan enteramente el mar. El 11 de diciembre de 1813 Napoleón se vio obligado a pactar con su prisionero Fernando VII, firmando el tratado de Valençay por el que le reconoce de nuevo como rey de España, comprometiéndole a que perdonase a los" afrancesados". El 6 de enero de 1814 se constituye en Madrid un Consejo de Regencia y el 22 de marzo de ese año retorna a su capital Fernando VII "el Deseado", cuya política, tras una etapa de moderación, desembocará en un tremendo absolutismo y represión.

⇦ El Lazarillo de Tormes de Goya (Colección Marañón, Madrid). Llamado también El garrotillo, este cuadro fue pintado hacia 1808-1812. El tema se refiere a la enfermedad de la difteria y representa la desesperación de enfermo y familiares tratando de aliviar la asfixia provocada por la mortal enfermedad.



Obvio es decir que estos acontecimientos produjeron a Goya diversos trastornos. Como personaje ·preeminente, que no podía permanecer oculto, se vio forzado a" colaborar" con el invasor pintando un retrato con alegoría de José I. En segundo lugar, sus encargos disminuyeron. Tercero y principal, los terribles hechos que presenció, y que dibujaría del natural con frecuencia, tuvieron importante repercusión en su arte, aunque las grandes obras sobre hechos de guerra sólo pudo -como es lógico- hacerlas una vez terminada la guerra y la ocupación. Con todo, en esos años siguió pintando retratos y cuadros costumbristas, entre los que destaca El lazarillo de Tormes, asombroso estudio de expresión (1808-1812). En 1812 una nueva desgracia se agregó para el pintor a las de la guerra: el fallecimiento de la fiel y abnegada Josefa Bayeu, que tuvo lugar el 20 de junio de dicho año. Siendo su fortuna bienes gananciales, hubo de redactarse un inventario -que ha sido muy importante para la identificación de ciertas obras del artista-, inventario que fue elevado a escritura pública el 28 de octubre. Sin entrar en el detalle del reparto de bienes entre el pintor y su hijo, sí hay que señalar que los cuadros que pasaron a ser propiedad de éste (junto con la casa de la calle Valverde y la colección de grabados) fueron marcados con una X. De esos cuadros, algunos no se debían a Goya y por el citado inventario sabemos que Goya poseía dos obras de Tiépolo, 10 estampas de Rembrandt y un autorretrato de Velázquez, así como una cabeza debida a Correggio.


Fabricación de pólvora y balas en la sierra de Tardienta de Goya (Palacio de la Zarzuela, Madrid). Óleo sobre tabla fechado entre 1810 y 1814, en el que el artista pretende representar los esfuerzos de los españoles por vencer al poderoso ejército de Napoleón.

El gigante o El pánico de Goya (Museo del Prado, Madrid). En este cuadro, que marca el punto de partida de las Pinturas negras, se ha querido ver el simbolismo de un coloso que actúa de protector frente a las fuerzas napoleónicas, o bien, más probablemente, la amenaza del ejército invasor.

Entre los retratos pintados por Goya en esos años se cuentan las dos efigies de Antonia Zárate, la del niño Victor Guyé y el grupo del Duque de Wellington, de 1812. Entre las obras de tema costumbrista destacan La Maja y la Celestina, La Carta y Majas en el balcón. También pintó Goya en esos años una serie de obras sobre escenas de guerra, en pequeño formato, y varios lienzos de carácter dramático, como Prisioneros, El gigante, etc. En ese tiempo, Goya utiliza a veces un procedimiento especial que consiste en sustituir el pincel por una caña hendida en el extremo, que produce calidades de pasta pictórica muy distintas de las debidas al pincel Estas obras y otras figuran en el inventario antes mencionado y ostentan la sigla X (Xavier Goya). En 1812-1813 Goya grabó su segunda serie de aguafuertes, Los desastres de la guerra, de dinámico estilo y realismo feroz, con representaciones de suplicios y de calamidades de todo género. De 1813 no se sabe ningún cuadro, aunque pudo pintar entonces las dos escenas de guerra que tratan el tema de La fabricación de pólvora y de balas en la sierra de Tardienta.

El Dos de Mayo de 1808 en Madrid de Goya (Museo del Prado, Madrid). Obra de 1814 en la que el pintor evoca la gloriosa jornada de 1808, cuando el pueblo de Madrid se lanzó valientemente sobre el cuerpo de caballería de mamelucos, mercenarios al servicio de Francia, en la Puerta del Sol; aunque también hay quien sitúa la escena cerca del Palacio Real.

Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya (Museo del Prado, Madrid). Escena de 1808 pintada por Goya en 1814. Es una de las cumbres en las que la pintura mundial ha expresado de manera más conmovedora y patética la violencia. La luz proyectada en la misma dirección en que apuntan los fusiles descubre la tremenda escena de la muerte inevitable, sobre la sangre ya vertida.

En cambio, 1814 fue rico en grandes realizaciones, que cuentan entre las más profundamente significativas aportadas por el pintor. En enero de ese año se ofreció al Consejo de Regencia para pintar"las más notables y heroicas hazañas" de la guerra. Tendría en la mente un vasto plan pictórico, una versión a gran escala de los puntos culminantes de la epopeya grabada ya en la serie de los Desastres. El resultado de la petición de Goya a la Regencia se concretó en dos de las obras esenciales de la historia de la pintura española y universal, El dos de mayo y Los fusilamientos de la Moncloa. Del primero se conservan dos bocetos que, con la pintura definitiva, muestran la evolución de la composición en la mente del artista. Obra romántica por el color, el movimiento, el ímpetu. La escena aparece tomada muy de cerca y centrada en personajes principales. La técnica es muy pictórica y fundida, trabando tono y color, y comunicando el sentimiento de lo inmediato, de lo verdadero.

El general José de Palafox de Goya (Museo del Prado, Madrid). En 1808, el heroico general defensor de Zaragoza contra la invasión napoleónica llama a Goya para que pinte las ruinas de la ciudad, después del primer sitio a que fue sometida. Más tarde, en 1814, el artista hace el retrato ecuestre de Palafox que se reproduce aquí.

Los fusilamientos de la Moncloa es una obra más concreta y contrastada, menos matizada, más vigorosa. Caracteriza este lienzo el empleo de una solución granulosa que produce una textura arenosa y mate. Se mantiene la imprimación rosada que Goya usó desde sus comienzos y que, a partir del siguiente año, sustituiría por preparación negra. Muy conscientemente, en los Fusilamientos Goya disminuyó la gama cromática esencialmente al ocre de la tierra y de algunos trajes, el negro del cielo nocturno, el blanco de las camisas de los fusilados y el rojo de la sangre, pocas veces tan verdadero, tan eficiente, como en este cuadro que es un grito de protesta. La simplificación relativa de la forma apoya la unidad del efecto. Durante este año, su cargo de pintor de cámara le obligó a pintar retratos de Fernando VII, por quien, evidentemente, no sentía ninguna simpatía. También pintó a Palafox a caballo.

⇦ Autorretrato de Goya (Museo del Prado, Madrid). Obra de 1815 que firmó con la inscripción "Fr. Goya. Aragonés. Por él mismo". El agudo psicólogo que era Goya sintió, a través de toda su vida, la atracción por el análisis de las variaciones de su propio rostro en circunstancias y edades distintas, lo que ha significado una impresionante serie de autorretratos.



El año 1815 fue de gran actividad retratística. Destaca la estupenda efigie del Duque de San Carlos, en tres retratos (estudio de la cabeza, retrato de cuerpo entero y reducción del mismo). Parecen del mismo momento tres vigorosos Autorretratos, uno de ellos fechado en 1815, y son de ese año el impresionante grupo de efigies. Ignacio Omulryan, Miguel de Lardizábal, José Munarriz y Miguel Femández. La imprimación negra da un nuevo "carácter" al color que sobre ella se superpone. También en 1815 comenzó a grabar Goya las planchas de su tercera serie de aguafuertes, la famosa Tauromaquia, sobre el tema que apasionó tanto al artista del que se ha dicho que en su juventud, eventualmente, toreó. El anuncio de la publicación de esta serie es de 28 de octubre de 1816, pero La Tauromaquia no se publicó entonces. Las planchas pasaron a la Academia años después de la muerte del artista y la primera edición sólo vio la luz en 1855 (33 láminas). Como de otras series, se conservan dibujos preparatorios, mucho más libres y "barrocos" que los grabados correspondientes. Se busca el interés plástico de masas informes y la acumulación expresionista de contrastes. Esto y otros factores que se han citado en las páginas anteriores permiten comprender que Goya es el verdadero umbral del arte contemporáneo. Sigue Goya pintando retratos en esos años, cual el del Empecinado, la Mujer sentada del Museo del Louvre, de parecida fecha o algo posterior. Se supone de 1815 el extraordinario cuadro de gran formato La Junta de Filipinas, que obliga al artista a plasmar un amplio espacio vacío, interior, con muchos personajes, cada uno de los cuales es un impresionante acierto de dibujo, tono y color.

Santa Justa y Santa Rufina de Goya (Catedral de Sevilla). Las mártires patronas de esta ciudad son una de las pocas obras que se sepa que pintó Goya en el año 1817 por encargo del Cabildo Catedralicio. El artista preparó varios bocetos para asegurarse la aceptación del proyecto.

En 1817 siguen los retratos, pero destaca una obra de tema religioso tratada más como estampa naturalista de devoción popular, y como gran pintura, que con efusión mística. Se trata del lienzo de las Santas Justa y Rufina, para la catedral de Sevilla, del que se conserva boceto.

Posterior al inventario de 1812, Goya volvió eventualmente al empleo de la espátula de caña. Aparece en algún cuadro de fecha indeterminada y tema costumbrista que ha de enclavarse entre los años 1812 y 1818. Así en Feria, donde la espátula actúa preferentemente en primer término. Los colores se mezclan o yuxtaponen en su punto justo. En algunos casos, la síntesis cromática se produce en la retina del observador, lo que anticipa la técnica de los impresionistas. También vemos la misma técnica en El lanzamiento de barra y en dos versiones diferentes de Procesión de disciplinantes.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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