El siglo XX asiste a la
renovación del arte hispanoamericano, que ha sentido el impacto de las más
diversas corrientes engendradas en Europa y los Estados Unidos, aportando a su
vez expresiones auténticas reconocidas internacionalmente. Las características
de tipo geográfico, social y económico, más los hechos políticos de cada país,
han condicionado el despertar de la conciencia americana y nacional a partir de
1920, por un natural proceso de maduración. Hasta esa época, en los Salones de
Arte de las principales ciudades latinoamericanas exponían pintores y
escultores de gran calidad, pero nada representativos de su medio autóctono.
Sumemos a esto la falta de comunicación entre los ambientes artísticos de los
diversos países del continente. Las Bienales de Sao Paulo -iniciadas en 1951-
marcan la ruptura de tal situación, seguidas por la convocatoria de Bienales
por otros países y la fundación de instituciones dedicadas al arte moderno que
alcanzan relevante prestigio. Se instituyen "Premios" y las artes son
patrocinadas tanto por entidades estatales como privadas.
Notable inquietud se manifiesta en los jóvenes desde el siglo anterior por nutrirse en las fuentes más conspicuas de los nuevos movimientos estéticos. Alentando estas aspiraciones, los países de mayores recursos becan a quienes demuestran buenas condiciones artísticas. Viajan a Europa, y no se proyectan en verdadera escuela -salvo en casos especiales- aun dentro de su propio medio. Los que permanecen en el extranjero fijan su residencia en París, Nueva York o en otros centros artísticos importantes. Paralelamente, los gobiernos contratan artistas europeos para enseñar en las nuevas Escuelas de Arte, o bien situaciones de presión determinan su partida del Viejo Mundo incorporándose a la vida de Iberoamérica. Este continuo intercambio ha dejado su sello en las artes de Hispanoamérica, al punto de dar cabida al planteamiento de si existe un arte auténticamente hispanoamericano.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.