En la segunda mitad del siglo
XVII destaca Johannes Vermeer, cuya producción es bastante limitada, pues sólo
se conocen unos treinta cuadros. Sus obras son representativas de un género
típicamente holandés: el cuadro de interior, donde se refleja la vida tranquila
y confortable de la burguesía.
La presente obra, El taller del pintor, fechada en su
época de madurez, es conocida por diversos nombres, siendo los más repetidos el
de Vermeer en su taller o estudia; Alegoría de la Pintura o El
pintor y su modelo posando como Clío.
Conocido como Vermeer de Delft,
el artista presenta un espacio interior, en el que aparece él mismo vestido a
la manera borgoñona del siglo XVI, y su modelo, una mujer vestida con falda
amarilla y manto de seda azul. La composición está reducida al mínimo de lo
necesario. Colgado en la pared, un mapa donde representa su país, Holanda, pero
antes de 1603, cuando todavía están los 17 estados bajo el dominio español.
La joven lleva una corona de
laurel en la cabeza, un libro en la mano izquierda y con la derecha sostiene un
trombón. Con estos atributos se ha querido identificar a la musa Clío, la musa
de la historia. Esta lectura puede significar una voluntad, por parte del
pintor, de manifestar su posterioridad, pasar a la fama, a la historia. Aspecto
que se enfatiza al representarse a sí mismo, si bien lo hace de espaldas.
Pero sobre la mesa de roble se
encuentran diversos elementos: una máscara, que sería una referencia al teatro
a través de la musa Talía, un cuaderno abierto, paños de seda y un libro
erguido. Todos estos pequeños detalles están cuidadosamente trabajados, y
denotan la gran capacidad de captación que Vermeer tenía hacia los objetos.
La figura femenina se concentra en un rincón del espacio de la sala, al lado de una ventana no visible; pero por la que entra la luz del sol. El efecto lumínico se centra sobre la joven y en los objetos, dando forma al espacio. El artista juega con el poder de la luz con una habilidad que sorprendió a finales del siglo XIX a los impresionistas.
En la zona de la derecha se sitúa
el pintor que ha comenzado a dibujar ya los laureles de la joven. Posiblemente
esta escena se desarrolle en el mismo taller del artista.
Como en toda su producción
artística. excepto las magníficas representaciones de la ciudad de Delft,
parece que se sorprendiera a sus protagonistas en sus quehaceres diarios, si no
están leyendo una carta, están vertiendo leche. En este caso, el cuadro recoge
el momento en que el pintor está trabajando en su taller. Parece casi una
representación fotográfica.
Esta manera de presentar el
interior sitúa al espectador como si contemplara una obra de teatro, lo cual
viene enfatizado por el pesado cortinaje situado en la parte izquierda, que
confiere una mayor teatralidad a la propia escena.
En la última etapa, sus
escenarios se hacen más complejos y espectaculares, a la búsqueda de
perspectivas en las que recrea ese intimismo y que se advierte sobre todo en Alegoría del arte de la Pintura, fechada
hacia 1665-1670.
La sutileza, la fina penetración
a la hora de crear esas instantáneas de la vida cotidiana que constituyen sus
magistrales interiores, han cautivado al público en general. La figura de
Vermeer viene a significar así, junto con Frans Hals y Rembrandt, la cumbre del
arte barroco holandés, aunque su obra no sería descubierta hasta el siglo XIX.
Este óleo sobre lienzo, de
proporciones sumamente grandes en su obra pues tiene una medida de 985 X 1185
cm, se puede admirar en el Museo de Historia del Arte de Viena.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.