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Artistas de la A a la Z

América Central

Como se ha avanzado, tres grandes zonas culturales se constituyen a raíz de la conquista. Así, en el Caribe y Centroamérica, los colonizadores podían sentirse en un territorio y un clima conocidos: se trata de una región tropical o templada; las mesetas no son demasiado altas y resultan casi siempre fértiles; la piedra y la madera, materiales de construcción occidentales por antonomasia, son abundantes.

En 1523 se inician en la isla La Española las obras de la catedral de Santo Domingo, después de dos versiones anteriores sumamente modestas. Se trata de un templo gótico de tres naves y capillas entre los contrafuertes como era costumbre en España. Sin crucero, con ábside poligonal y bóvedas de crucería simples o complicadas, el único lujo consiste en los detalles escultóricos internos y en un portal renacentista aplicado sobre la fachada. Hubo también en Santo Domingo un importante convento de San Francisco, destruido en el siglo XIX y del que apenas quedan ruinas. En cambio se conserva hasta ahora, restaurado, el Palacio de Diego Colón (1510-1514), llamado así por quien lo mandó construir, hijo primogénito del descubridor de América. Es un sencillo edificio de piedra con varias salas y dos galerías altas abiertas al exterior.

Alcázar de Colón, en Santo Domingo. Conocido también como Palacio de Diego Colón, su construcción se inició a principios del siglo XVI y sirvió de residencia de los primeros virreyes de América: don Diego Colón y su esposa María de Toledo. Ha sido remodelado para recuperar su magnífico estilo mudé- jar y en su interior se ha instalado un museo.

El siglo XVI será en América Central el de la implantación de las órdenes religiosas, sobre todo de los franciscanos, dominicos y agustinos. Constan sus conventos de una iglesia de nave única cubierta por bóvedas de crucería y coronada de almenas; de un enorme atrio con barda y puerta en cuyos ángulos se levantan las “capillas posas” o lugares de reposo en las procesiones. A veces hay también “capillas abiertas” o “de indios”, especie de pequeñas iglesias semicubiertas desde donde se pueden seguir los oficios. Esto sin contar las dependencias: uno o varios claustros, número muy limitado de celdas y, en fin, el resto de los locales puramente utilitarios.

Los franciscanos fueron los más sobrios; los dominicos ya agregaron cruceros a las iglesias, y los agustinos cubrieron literalmente sus conventos de pinturas murales, realizadas a veces en simple grisalla.

⇦ Claustro del convento de San Miguel, en Huejotzingo (Puebla). En esta antigua localidad mexicana se encuentra el famoso convento de San Miguel construido por la orden franciscana entre 1 544 y 1570, con una mezcla de estilos plateresco y mudéjar.

Hubo conventos de las tres órdenes en las ciudades y en el campo. En general, los conventos urbanos, que aún existen, están hoy casi siempre deformados. En cambio, los rurales se conservan mucho mejor y son, sin duda, más importantes. Entre los franciscanos se cuentan los de Huejotzingo y Calpan, en el estado de Puebla. El primero fue comenzado en 1530 y concluido cuando a su vez empezaban las obras del segundo, es decir, a mediados del siglo XVI. De los conventos dominicos se retendrán sólo dos nombres: el de Coyoacán -en un suburbio del Distrito Federal- y el de Tepoztlán, en el camino de Cuernavaca a Taxco, que no hay que confundir con Tepotzotlán, en el estado de México.

En el convento de Tepoztlán (1560-1570), parece haber intervenido el más famoso arquitecto español de la época que jamás haya pasado por América: Francisco Becerra, que, después de trabajar en la catedral de Puebla, intervino también en las trazas de la de Lima y la de Cuzco. Finalmente, entre los mejores conventos agustinos hay que mencionar Acolman, Yuriria y Actopan. El primero lleva fecha de 1560 y ostenta en su fachada un portal plateresco de gran calidad artística. Actopan, en cambio, constituye el mejor conjunto de pintura mural del siglo.

Iglesia del convento dominico, en Tepoztlán (Morelos). La conversión de los indígenas a la religión cristiana fue encomendada a la orden de los dominicos por el virrey Velasco. Fray Domingo de la Función hizo derruir la imagen de piedra del dios Ometochtli, y en 1570 inició la construcción del convento y de esta iglesia (1580-1588).

En el siguiente, la arquitectura se presenta bajo otras condiciones. Para empezar, es evidente que el volumen total de la construcción disminuye con respecto a la primera etapa de la colonización. Si el siglo XVI corresponde en América Central a la fundación de ciudades y al proceso de instalación de las órdenes, no hay duda de que el siglo XVII ve sobre todo la terminación de las primeras grandes catedrales y el inicio de las obras de ciertos voluminosos conventos urbanos, cuya novedad consiste en no ser sólo masculinos como hasta entonces, sino también, en gran número, conventos femeninos especialmente de clausura. La actitud mental que preside toda esta arquitectura es distinta si se compara a la precedente. En el primer caso se estaba ante una arquitectura de circunstancias; en las nuevas sedes episcopales y conventuales se descubrirá una voluntad de arte “culto” con influencia poshe-rreriana en la disposición general de las masas -que revelan cierta sobriedad- y, en contrapunto, un tratamiento barroco del detalle principalmente en lo concerniente a los retablos, un tanto solemnes y recargados en esa fase del siglo XVII.

Iglesia del convento agustino, en Yuriria (Guanajuato). Excepcional ejemplo de la impronta del plateresco en la arquitectura colonial, la iglesia es el monumento más importante de esta ciudad mexicana situada a 1 .882 metros de altura. La construcción se realizó entre 1550 y 1559, y su fachada, presidida por la imagen de San Agustín, muestra rasgos indígenas con motivos florales y animales.

México cuenta con unas quince mil iglesias y treinta y tres catedrales. De estas últimas, sólo se tratará de unas pocas. Las principales entre las fundadas en el siglo XVI son las de Mérida, México, Puebla y Guadalajara: en las tres últimas se siguió trabajando durante todo el siglo XVII y hasta finales del XVIII. Poseen una característica que es general a todas las hispanoamericanas: la amplitud de los terrenos en que se elevan. Esto permite desarrollos muy impresionantes, tanto en el número de naves como en el de capillas y cúpulas.

Catedral de Mérida, en Yucatán (México). En 1561, la iglesia de esta ciudad, obra de Miguel de Agüero, fue consagrada como catedral bajo la advocación de San ldelfonso. La fachada, de estilo renacentista, ostenta el emblema nacional mexicano de la época colonial, mientras que las torres son de estilo morisco.

Catedral de México, en el Distrito Federal. Iniciada en 1563 y proseguida durante 250 años, Ésta fue una duración inusitada entre las iglesias hispanocoloniales. La fachada tiene esculturas de Miguel y Nicolás Jiménez, colocadas en 1687. Las torres fueron terminadas por José Damián Ortiz de Castro hacia 1790. En su extremo derecho, la capilla del Sagrario está considerada como la apoteosis de la fachada-retablo. Realizada entre 1749 y 1760 por Lorenzo Rodríguez, parece una joya rococó esculpida en la pálida piedra llamada chi/uca, que contrasta con los muros de rojo tezontle.


La actual catedral de México es un edificio nuevo que reemplaza -casi en el mismo sitio- a otro más antiguo. La actual fue comenzada en 1563 (el mismo año que El Escorial) y sus dos consagraciones tuvieron lugar, respectivamente, en 1656 y 1667. La fachada fue terminada unos diez años más tarde; son en cambio del siglo XVIII la parte superior, las torres y la totalidad de la cúpula. La catedral de Puebla es su gemela, aunque un poco más reducida. Sin embargo, resulta más unitaria que su hermana mayor y posee unas torres esbeltas que revelan aún más su deliberada verticalidad.

Hay que agregar que este siglo XVII es también el momento en que empieza a afirmarse la “escuela poblana”, es decir, el uso de yeserías en el interior de los locales y de la policromía de la cerámica usada como revestimiento al exterior.

En las grandes ciudades, las obras comenzadas en el siglo XVI van a ser proseguidas o terminadas durante el siguiente y con las características con que habían sido imaginadas salvo algunos detalles de la decoración, más sujeta a la moda. En general se trata de conjuntos severos y de buena calidad de diseño, como pueden serlo en la Ciudad de México: las portadas de la catedral, las iglesias de la Concepción y San Bernardo, y el convento de Santa Teresa. En efecto, tanto allí como en provincias, los conventos de monjas van a adquirir a partir de entonces una gran importancia. En Querétaro, Morelia y otras ciudades centroamericanas se empiezan a levantar enormes edificios destinados a ese fin. Sus iglesias -cuyas naves únicas son paralelas a la calle sobre la que se abren por un doble portal- poseen también soberbios retablos y coros en una o dos plantas, desde donde las religiosas pueden seguir el oficio sin ser vistas.

Catedral de Puebla (México). Iniciada su construcción en 1575 según un proyecto de Francisco Becerra, tiene una gran similitud con la catedral de la capital mexicana. La fachada principal, que se ve en la imagen, está realizada con cantera gris, decorada con detalles de piedra de villerías, y en las portadas están instaladas las esculturas de varios santos.

Las obras maestras de la yesería poblana aplicadas al interior de las iglesias se encuentran, a principios del siglo XVII, en Santo Domingo de Oaxaca y, más tarde, en el templo del mismo nombre en la propia ciudad de Puebla. Estas yeserías suponen una libertad de imaginación tridimensional rara vez alcanzada en el arte de cualquier tiempo y país. Empiezan con cierto empaque renacentista y poco a poco se transforman en una proliferación delirante. En el siglo siguiente estas fantasías obsesivas serán interpretadas en “estilo ingenuo” en algunas de esas pequeñas iglesias próximas a Puebla, de las cuales las más famosas, por su exterior de cerámica y su interior en yeso policromado, son San Francisco Acatepec y, sobre todo, la inolvidable Santa María Tonantzintla.

No sólo México sigue construyendo durante el siglo XVII, sino que Guatemala, por ejemplo, conoce también un ritmo parecido, aunque con realizaciones más provincianas a medida que se alejan de los centros principales. La primera fundación de Guatemala es del año 1524: esta ciudad, al pie de dos volcanes, fue destruida en 1541. Trasladada apenas unos kilómetros más al Norte, la población iba a vivir siempre amenazada hasta el terrible terremoto de 1773. A partir de entonces se fundó una tercera ciudad en un sitio más propicio: la actual Guatemala, de menor interés arquitectónico. En cambio, la anterior, Guatemala Antigua o simplemente Antigua, a secas, es uno de los centros artísticos más importantes de la región.

Iglesia de Santa Teresa la Antigua, en Ciudad de México. Esta iglesia pertenece al convento de Santa Teresa, en el cual permaneció un tiempo sor Juana Inés de la Cruz. Construida en 1859 por Lorenzo de la Hidalga, tiene dos portadas barrocas flanqueadas por columnas salomónicas y una cúpula de ocho caras que se apoya en un espléndido tambor con grandes ventanales y columnas. 


Nave de la iglesia de Santo Domingo, en Oaxaca (México). El interior está compuesto por una sola nave de setenta metros de largo con capillas laterales a ambos lados y la anexa capilla del Rosario. Una de las características de esta iglesia es la magnificencia de su decoración barroca, en la que priman los dorados, y el contraste entre este interior y su exterior, más bien austero. Su construcción se extendió desde finales del siglo XVI hasta 1620. 

En ruinas o en estado de relativa conservación pueden verse aún hoy en Antigua los conventos de las órdenes conocidas. El más importante es el de La Merced, organización de origen puramente español y que, junto con la Compañía de Jesús fundada por un español pero rápidamente internacionalizada, completan el panorama de la religiosidad más activa en todo el ámbito de la América hispana. En el convento de La Merced, en Antigua, se juega con el elemental pero bellísimo contraste que ofrece el muro de ladrillo revocado de un color claro y la decoración en relieve de cal blanca. Todos los elementos de la arquitectura culta están presentes allí, sólo que tratados en “popular”: superposición de órdenes, columnas rechonchas y desproporcionadas, fustes salomónicos cubiertos de racimos, entablamentos, conchas, jarrones.


Iglesia del convento de la Merced, en Antigua (Guatemala). Terminada poco antes del terrible terremoto de 1773, aquí triunfa la ornamentación de gusto popular (preferencia por las superficies planas, ausencia de hinchazones y de hundidos). La decoración escultórica, tan parecida a la de las cercanas ruinas de la ciudad maya de Petén, recubre todo el monumento con su fino grafismo blanco, sin desdibujar las masas arquitectónicas, centradas por la puerta y la ventana hornacina típicamente guatemalteca





Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México. Situado en el cerro Tepeyac, donde los aztecas ya rendían culto a Tonantzin, este santuario es el máximo exponente del culto religioso mexicano y a él acuden los devotos y peregrinos. La construcción del primer templo se inició en 1709, pero fue destruido y el nuevo edificio, obra de Pedro Ramírez Vázquez, fue consagrado en 1976 por el papa Paulo VI. 

Durante los siglos XVI y XVII, las formas arquitectónicas, aunque muchas veces racionales y bellas en sí mismas, no dejan de resultar un tanto chatas y pesadas. Había motivos para ello: la Ciudad de México está construida sobre una laguna y teme aún hoy las grandes alturas; Antigua, en cambio, fue la víctima de una tierra que tiembla demasiado a menudo. En las siguientes centurias, empero, junto con el dinamismo general de las formas, vendrá un afán de verticalismo que producirá en México iglesias como la pequeña de Ocotlán en Tlaxcala o la emblemática de Santa Prisca, enTaxco. La otra adquisición de la época son por un lado las cúpulas que proliferan cubiertas de azulejos multicolores, y, por otro, los retablos también “en altura” dorados y policromados con verdadero énfasis.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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