La doctrina de los iconoclastas surgió en el siglo VIII encabezada por el emperador León III. Su sucesor Constantino V Coprónimo persiguió y martirizó a los defensores de las imágenes. La iconoclastia fue apoyada políticamente por los judíos y musulmanes alistados en los ejércitos bizantinos. Los iconos fueron destruidos, y los frescos y mosaicos blanqueados. Pero un pueblo tan acostumbrado a la profusión decorativa como era el de Bizancio no podía permanecer con sus monumentos desprovistos de símbolos y figuras. Así, doctores bizantinos descubrieron antiguos temas que podían adoptarse sin escándalo de los iconoclastas e inventaron algunos nuevos.
De estos temas antiguos, el más recurrido fue el del Trono, llamado Etimasia, una silla imperial vacía sobre la que se ha colocado abierto el Libro de las Escrituras. Se vuelve a encontrar las ovejas que van a la Fuente de la Vida, la Montaña del Paraíso con los cuatro ríos de agua viva, las representaciones de las Virtudes y los Vicios o simplemente bellos jardines. En 753, un concilio reunido en Hieria intentó condenar a los defensores del culto a las imágenes, entre los cuales se encontraba San Juan Damasceno.
Pero en 787, bajo Constantino VI, el Concilio II de Nicea condenó la iconoclastia. Los monjes, defensores de las imágenes, y la Iglesia de Oriente salieron robustecidos de la crisis, con mayor influencia y privilegios en el Estado, y contaban con el beneficio de la experiencia, que les había enseñado el valor de las imágenes en la propagación y la consolidación de la ortodoxia que defendían.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.