El conocimiento del arte
cristiano se inicia a través de la pintura de las catacumbas de Roma, pues es
un hecho claro que no existe arquitectura anterior al extraordinario impulso
creador de Constantino y sus arquitectos. Las comunidades de fieles vivían y
celebraban sus cultos en edificios privados, que serán los tituli romanos posteriores. Y el hallazgo excepcional de alguno de
estos templos, como en Dura Europos, junto al desierto de la frontera de Siria
y Mesopotamia, constituye un ejemplo citado siempre.
Las persecuciones, la
imposibilidad de construir, han sido la causa de la falta de una arquitectura
propia para este momento inicial. No sucede lo mismo en relación con el mundo
funerario. Las familias poseían terrenos fuera de los muros de la ciudad, y en
estos terrenos su aprovechamiento llevó a la excavación de galerías múltiples,
verdaderas colmenas subterráneas que conocemos como catacumbas. Las familias
paganas permitían enterrar en ellas a cristianos, y en sus muros, con una finalidad
puramente funeraria, aparece la primera pintura.
A finales del siglo II, o mejor a
principios del III, se colocan los ejemplos más antiguos de pintura cristiana,
que corresponden al hipogeo de los Flavios, en las catacumbas de Domitila, a la
cripta de Ampliato en las mismas catacumbas y a la famosa capella greca de la catacumba de Priscila. Todavía es patente la
tendencia ornamental simple, lineal sobre fondos blancos o amarillos, como una
regresión completa de la pintura ornamental de tipo alambicado, complejo,
arquitectural, ampliamente pictórico y colorista de los estilos imperiales
romanos, tanto de Pompeya como de otros lugares.
Tres hebreos en el horno, fresco de la catacumba de Priscila en Roma. Detalle del cubículo del velatorio, pintado con claridad y sencillez a fin de transmitir la grandeza de la clemencia divina.
Entre líneas que recuadran muros
y bóvedas aparecen individualmente algunas figuras simbólicas entre otras el
Buen Pastor y el Orante o la Orante, figuraciones de Cristo y de los fieles,
iniciando una iconografía que participa, en un principio, de temas mitológicos.
Otras veces, en lugar de temas figurados, hay elementos ornamentales semejantes
a los de ciertas tumbas paganas, como las de la Isola Sacra de Ostia Antica,
con pájaros, amorcillos, representaciones de las estaciones del año, etc.
El siglo III es muy rico en
pintura. En la catacumba de San Calixto, en el hipogeo de Lucina o en el de los
Sacramentos tenemos escenas de salvación a partir de los textos del Antiguo
Testamento. Junto a un Buen Pastor o al Orante se representa a Daniel en el
foso de los leones y a lo largo de las paredes, el ciclo de Jonás y otros que
hacen alusión al Bautismo y a la Eucaristía como vías de salvación frente a la
muerte, que es el estado de pecado. En la cripta de Lucina, cabezas femeninas
representan las Estaciones.
Detalle del cubículo de los cinco santos, fresco de la catacumba de San Calixto en Roma. Detalle figurativo pintado a principios del siglo IV y que enmarca la bóveda, de líneas más sólidas. .
Hacia la mitad del siglo, el arte
tiende hacia formas más clásicas, como es posible ver a través de las
bellísimas cabezas de los Apóstoles de la tumba de los Aurelii, junto a la Vía
Manzoni, de fino modelado y que se fechan hacia el 240. Del mismo estilo y
calidad es la famosa Orante del cubículo de la velatio, en la catacumba de
Priscila, de volumen esférico, pintada entre una figura de la Virgen y el Niño
y un maestro, de finales del siglo III.
En este último ejemplo domina una
nueva forma plástica con tendencia constructiva, rotunda, que parte de las
formas frecuentes en tiempos de Galieno, como la famosa Orante de San Calixto y
en general todo el conjunto, entre flores y jardines, del cubículo de los cinco
santos, Dionisio, Nemesio, Procopio, Heliodoro y Zoé de las mismas catacumbas,
fechado bajo el pontificado del papa San Marcelo en el año 308 o 309.
El Buen Pastor, fresco pintado en el cubículo de la "velatio" de las catacumbas de Priscila, en Roma. Una de las numerosas representaciones del siglo III alusivas a Cristo pastor de almas. Este tipo alegórico, citado en muchas parábolas evangélicas, tiene su origen en el Moscóforo del arte griego.
Hércules matando a la Hidra, pintura de la catacumba de Vía Latina en Roma. Forma parte de un conjunto pictórico de la segunda mitad del siglo VI, perteneciente al que los arqueólogos han llamado "estilo bello". Son sorprendentes tanto su perfecto estado de conservación como la mezcla de temas paganos con temas cristianos.
El Buen Pastor, fresco de la catacumba de los Santos Pedro y Marcelino en Roma. La alegoría de Cristo como pastor de almas tiene un intenso sentido simbólico, y domina la bóveda del recinto con un objetivo claramente protector.
Este estilo llegará hasta finales
del siglo IV, como lo demuestran la rotundidad de volúmenes de la famosa y
expresionista Orante de las catacumbas de Trasoñé, del siglo IV, o los rasgos
fisonómicos más concretos de las figuras de las catacumbas del cementerium maior, si bien en la segunda
mitad del siglo IV se desarrollarán otras corrientes como el llamado estilo
bello, representado sobre todo en las nuevas pinturas de las catacumbas de Vía
Latina.
El estilo bello aparece en las
pinturas más clásicas halladas en un sorprendente buen estado de conservación
en la ya famosa catacumba de Vía Latina. En ella se alternan los cubiculi con temas cristianos y otros
paganos, lo que ha hecho suponer se trata de un cementerio privado donde
algunos miembros de la familia, todavía paganos, continuaban con sus creencias,
o bien se ha buscado un significado cristiano a los temas que no lo son, como
el bellísimo ciclo de los trabajos de Hércules. El ciclo narrativo, tema típico
de esta mitad del siglo IV, en especial de la historia del pueblo elegido, tiene
aquí una belleza singular.
A finales del siglo aparecen los
temas triunfales frecuentes más adelante en la gran pintura y mosaico
monumental. El tema de la traditio legis,
manifestación plástica de la raíz divina de la Iglesia, se presentará con mucha
frecuencia. También se representa a Cristo entre los Apóstoles, entronizado,
triunfante, acompañado del Cordero Místico. El ejemplo más bello de esta
corriente es el fresco de las catacumbas de los Santos Pedro y Marcelino.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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