Los aztecas eran unos grandes artistas. Las pocas esculturas que se conservan de esta civilización son prueba de ello.
Una de las piezas conservadas más importantes es la Piedra Calendario, llamada también Piedra del Sol de Tenochtitlán, originalmente situada en el circuito del templo principal. Tallada en basalto en el siglo xv, quizás en el XVI, es un resumen de las creencias cosmológicas aztecas. El disco solar reproduce la cara del dios del Sol, Tonatiuh, rodeado también por los numerosos signos y números incorporados, que significan la unidad de lugar y tiempo.
Para los aztecas, el año se dividía en 18 meses de 20 días, con los que, agregando cinco días complementarios, componían el año de 365 días. Pero además conocían otros ciclos más amplios. El ciclo de Venus tenía 584 días y existía el de 4 años solares, el de 52 años y el de 104. Cada día del mes tenía su signo propio, su número de 1 a 13, y se colocaba bajo la advocación de uno de los nueve señores de la noche. Los meses se designaban con un nombre que correspondía al de la fiesta de su último día. Cada mes tenía sus atribuciones y divinidades protectoras y, naturalmente, sus sacrificios peculiares.
Los aztecas creían que en el pasado habían existido cuatro soles, cada uno de los cuales había sido destruido a la vez que una raza humana contemporánea. La era presente es la del Quinto Sol, Tonatiuh, al cual hay que ofrecer sangre humana para fortalecerlo en su viaje diario. El rostro de este Sol, que saca la lengua, aparece en el círculo interior, con garras a su lado sosteniendo corazones humanos, que evocan el sacrificio, la necesidad de alimentar al Sol.
Dentro de un círculo más grande, en unos paneles cuadrados laterales están las fechas de las cuatro destrucciones del mundo. Las otras representaciones circulares muestran símbolos relacionados con el Sol, conservador del mundo, que son los veinte signos de los días, los rayos del Sol y las dos serpientes de fuego.
En la parte superior del filete exterior se halla cincelada la fecha “13 Caña” en que nació el Sol actual, el quinto. El círculo central completo, junto con las volutas y los cuadrados que lo rodean, forma un glifo que da la fecha “4 Terremoto”, el día futuro en que Tonatiuh debe morir y la manera de su aniquilamiento. El estrecho filete circular que rodea las garras y las cuatro fechas, contiene los veinte jeroglíficos que significan los días del calendario azteca. En otro de los círculos, cuarenta signos más aluden a los quincunces, es decir a los meses que tenía cada año sagrado mexica. El filete siguiente lleva añadidos ocho rayos solares en forma de V, mientras que el exterior consiste en dos grandes serpientes de fuego que se enfrentan en la parte baja del disco, que son las encargadas de transportar al Sol en su diario viaje. De hecho, el anillo de veinte signos de días y la circunferencia exterior de dos serpientes celestiales (Xiuhcóat) significan el tiempo y el espacio.
Originariamente, esta escultura se hallaba pintada con todo primor. Un examen cuidadoso ha revelado vestigios hundidos de pigmentos que han hecho posible restaurar por completo su aspecto original. Mantiene muchas semejanzas con la Piedra de Tízoc, cuyos lados estaban adornados con representaciones de las conquistas de los primeros gobernantes aztecas, mientras que la parte superior estaba ocupada por la imagen del Sol. Pero a diferencia de la Piedra del Calendario tiene en el centro de la parte superior una perforación semicircular de la que parte una ranura. Ello demuestra que pudo tener una función de sacrificio, recogiendo de este modo la sangre de las víctimas. Una función semejante se atribuye al relieve más grande, la Piedra del Sol, sin que se encuentren en ella la perforación o la ranura.
Aunque tradicionalmente se ha interpretado esta estela únicamente como calendario, también se pretende ver en ella la metáfora de la estructura urbana centralizadora de la capital azteca. En este sentido, se puede observar una correponden-cia entre los cuatro ejes de los rayos solares y las cuatro calzadas de acceso a Tenochtitlán, así como un paralelismo entre el rostro de Tonatiuh como parte central del relieve y el centro ceremonial de la ciudad. Del mismo modo, el esquema compositivo basado en círculos concéntricos pondría de manifiesto el poder político expansivo que ejerció la gran urbe mexica sobre las demás poblaciones de su imperio.
Este monolito de unas 20 toneladas y 3,6 metros de diámetro, dedicado al dios del Sol y adornado con signos de los días y de las edades del mundo, se conserva en el Museo Nacional de Antropología de México.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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