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El Tajín


Un poco más al norte de esta gran zona central veracruzana se encuentra El Tajín, la ciudad dedicada al dios de la lluvia y del trueno, metrópoli cultural y religiosa del pueblo totonaca durante el período clásico. Es ahí donde culmina el arte de toda esta región, con la erección de numerosos edificios cuya ornamentación se ve frecuentemente realzada mediante frisos de las mencionadas volutas entrelazadas. Y si estos edificios carecen de la monumentalidad -y de la solemnidad- de Teotihuacáno de Monte Albán, presentan en cambio un aspecto alegre, ligero y elegante. Las plataformas, las escalinatas y los propios basamentos de las pirámides ostentan variantes locales de “tableros” rematados con una alta cornisa biselada y perforados con profundos nichos, o adornados mediante grandes diseños de grecas u otros motivos geométricos en fuerte relieve. Y al captar los rayos del sol, estos elementos se vuelven animados, produciendo un juego particularmente vivo de luces y sombras.

El Tajín (México). Sitio arqueológico de la cultura totonaca que se caracteriza por el hábil manejo del nicho, un elemento arquitectónico que se distribuye de diferentes maneras en los edificios de la zona, como se puede apreciar en esta imagen. 

El ejemplo más representativo de esta arquitectura es sin duda la famosa “pirámide de los nichos”, cuyos profundos nichos suman, junto con la puerta de acceso al santuario, un total de 365, en relación simbólica con los días del calendario solar. Este armonioso edificio, en que se combinan de una manera muy feliz los elementos horizontales y verticales, destaca en medio de las otras construcciones del centro ceremonial. Y el color claro de sus piedras se recorta sobre el fondo cubierto de exuberante vegetación de los cerros circundantes, en aquella fértil región totonaca, tierra tropical que vio nacer el cultivo de la vainilla.

Pirámide de los nichos en El Tajín. Ejemplo capital de la cultura totonaca y una de las piezas arquitectónicas más notables del México antiguo. Está formada por 365 nichos, tantos como días tiene el año solar, y las grecas que decoran las alfardas son trece, como los números que forman la combinación de su calendario. La escalinata frontal, flanqueada por un entrelazado de serpientes en forma de grecas, acentúa su verticalidad. La belleza del monumento ha de apreciarse sin olvidar la relación que guarda con una serie de ritos cosmológicos. 

Después de haber sobrevivido por algún tiempo al tremendo colapso del mundo clásico mesoamericano, El Tajín será abandonado a su vez, junto con otros centros totonacas como Las Higueras, donde se han descubierto excelentes restos de pintura mural que revelan aspectos poco conocidos de la cultura totonaca clásica. Y las ciudades que se van a levantar en esta región durante los siglos anteriores a la conquista española distan de tener el esplendor que se ha visto en El Tajín. Este es el caso de Cempoala, última capital totonaca, ciudad vasalla del imperio azteca y primera en aliarse a Hernán Cortés cuando éste desembarcó por fin en Villa Rica de la Vera Cruz. ¡Ilusos totonacas, que esperaban de esta manera sacudirse un yugo, sin imaginarse que iban a forjarse uno más férreo, contribuyendo además al desmoronamiento total del mundo indígena!

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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