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Nápoles y Alfonso el Magnánimo

Todos los mecenas del Renacimiento tenían, a imitación de los antiguos romanos, sus casas de. campo adornadas con obras de arte y apropiadas para gozar en ellas de vez en cuando algunos días de esparcimiento, con diversiones más o menos espirituales. Se han conservado en relativo buen estado algunas de las casas de recreo y residencias de verano de los Médicis, con un carácter mixto de finca rústica y retiro refinado.

Entrada principal al Castelnuovo de Nápoles de Guillem Sagrera. Esta entrada está flanqueada por dos torres cilíndricas, entre las cuales queda un espacio vertical, relativamente angosto. Parece que a la solución escultórica para rellenarlo no fue ajeno el arquitecto mallorquín Guillem Sagrera, llamado por Alfonso V a Nápoles. El cuerpo inferior reproduce un arco romano, pero el friso que se apoya sobre él y que representa el cortejo triunfal es renacentista. Las cuatro virtudes cardinales, sobre la tribuna superior en forma de arco, se rematan con un frontón semicircular con figuras alegóricas y encima con la estatua de bulto de Alfonso el Magnánimo. 

En Nápoles, el rey aragonés Alfonso V, llamado el Magnánimo, hizo construir dos de estas casas de recreo. Una de ellas era una construcción casi abierta, de planta cuadrada, con un patio central y pórticos en cada fachada; las únicas habitaciones que se podían cerrar eran las dispuestas en los cuatro ángulos.

Las relaciones personales de Alfonso V de Aragón con Lorenzo de Médicis, el nieto del gran Cosme, explican la afluencia de artistas de Florencia a Nápoles, a mediados del siglo XV. Alfonso era ya, antes de ir a Italia, un espíritu refinado, dotado de extraordinario buen gusto; su biblioteca, inventariada cuando sólo era infante, estaba llena de textos clásicos. Alfonso aprovechó las simpatías que la casa de Aragón tenía en Sicilia y los derechos más o menos dudosos de la misma al reino de Nápoles para aventurarse en una guerra de conquista de la Italia meridional, logrando, después de mil vicisitudes; hacer una entrada triunfal en la antigua Parténope.

El rey aragonés ya no regresó a sus estados de España y se convirtió en un príncipe italiano, decidido protector de las ideas nuevas del Renacimiento. Sólo son dignos de ponerse a su lado, por la elevación de espíritu de que dieron pruebas, Cosme de Médicis, Nicolás V y Federico de Montefeltro.

Arco triunfal de la entrada principal al Castelnuovo de Nápoles. El arco fue erigido en conmemoración a la entrada en la ciudad de Alfonso V el Magnánimo, y es a su vez la entrada al Castelnuovo. En este detalle de los relieves esculpidos, se puede apreciar a Alfonso V subido al carro triunfal, del que tiran cuatro caballos blancos, en el momento que entra en la ciudad precedido de sus heraldos y sus guerreros. No se conoce al autor de estos relieves, pero suelen atribuirse a Francesco Laurana, hermano del arquitecto Luciano Laurana. 
Para conmemorar la entrada de Alfonso en Nápoles, su hijo, Férrante, mandó construir un arco triunfal en la puerta del Castelnuovo. El castillo era una construcción gótica del tiempo de los reyes franceses de la casa de Anjou, y en su remozamiento, bajo Alfonso, intervino el mallorquín Guillem Sagrera. Tenía torres cilíndricas provistas de barbacanas y en el muro que quedaba entre dos de estas torres los artistas venidos a Nápoles en 1458 realizaron el más extraordinario monumento a la gloria del rey aragonés. Esta obra del arco y gran parte de su labor escultórica suele atribuirse hoy al hermano de Luciano Laurana, Francesco, aunque algunos la han atribuido al mismo Luciano. La parte baja imita los arcos de triunfo romanos, con una puerta de arco de medio punto flanqueada por dos columnas adosadas y dos magníficos grifos en las enjutas del arco, que sostienen el escudo de la Casa de Aragón.

Más arriba, sobre el friso, hay un alto relieve que representa la entrada triunfal de Alfonso en Nápoles, precedido por los grupos de sus guerreros, los heraldos con trompetas y el rey en el carro triunfal, tal como lo describen sus biógrafos, tirado por cuatro caballos blancos, con la llama símbolo de sus virtudes.

Más arriba aún, como la pared tan alta de la fortaleza medieval pedía más decoración marmórea, hay un nuevo cuerpo, formado por una logia o balcón abierto que repite el motivo del arco inferior. Por último, en el remate, todavía un nuevo friso de nichos con estatuas simbólicas, y otro remate curvo, con el retrato de bulto del Magnánimo.

Patio interior del Palacio Ducal de Urbino, obra del arquitecto dálmata Luciano Laurana. Este palacio, considerado el más bello de todo el quattrocento italiano, había de tener directa influencia en la obra de Bramante, que pasó en él su juventud. Obsérvese en este patio el pórtico inferior con arcos de medio punto que sostienen el friso que lleva una inscripción en latín. Por su refinamiento exquisito, por su escueta sencillez, recuerda Laurana los mejores logros de Brunelleschi
El arco de Alfonso proclama, lleno de esculturas, la gloria del rey aragonés, no sólo como político, sino también como hombre ilustrado. De los registros reales de Barcelona se ha averiguado el curioso detalle de que el mármol procedía de Mallorca, y constan asimismo los nombres y salarios de algunos de los canteros y tallistas que trabajaron en su decoración, la mayoría florentinos; pero no revelan, en cambio, ni el del arquitecto que trazó este original conjunto, ni el de su principal escultor.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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