Carecemos por completo de
escultura monumental en bulto de la época carolingia. Una pequeña estatua de
bronce, que se ha supuesto representa a Carlomagno, hoy en el Musée du Louvre,
no pasa de ser, artísticamente, una pura curiosidad.
En el arte carolingio, como sucedía con el
arte bizantino, si se quiere conocer algo de la escultura, se ha de acudir a
los relieves, principalmente los repujados en obras de orfebrería y los
tallados en placas de marfil. El platero mayor de Aquisgrán, considerado
maestro en el arte de fundir y cincelar, fue el propio biógrafo de Carlomagno:
el modesto y aplicado Eginardo, quien actuó durante la vida del emperador como
consejero de obras públicas, pero a su muerte se retiró a su abadía de Fulda,
de la cual era abad. Allí pasó el resto de su vida entregado a su ocupación
predilecta: la orfebrería. No se conserva ninguna joya perfectamente
identificada como obra de Eginardo, pero el gran altar de oro de San Ambrosio
de Milán está firmado por Volvinus o Volsinus, que es mencionado como su
discípulo.
Los relieves del altar de Milán están
ejecutados en un estilo que reaparece en otras obras de orfebrería
contemporánea y que se aviene con el carácter de las miniaturas de la escuela
de iluminación de libros del palacio de Aquisgrán, cuyo director fue también
Eginardo. Las figuras, de elegantes proporciones, se mueven con gestos
refinados, pero sin caer en afectación.
Algo más queda de tallas de marfil -otra
clase de joyas- del período carolingio, la mayoría de las cuales son placas
para decorar encuadernaciones lujosas. Algunos repiten todavía asuntos paganos;
otros interpretan temas bíblicos con una novedad y una libertad parecidas a las
que después disfrutaron los artistas del Renacimiento.
Por otra parte, los libros fueron la
preocupación constante de Carlomagno y de sus amigos, ministros y
colaboradores. Hicieron grandes esfuerzos para enmendar los textos, y Alcuino
en persona quedó encargado de restablecer la versión original de la Vulgata de
San Jerónimo. Se comprende que, interviniendo así personalmente el poderoso
monarca en las que podríamos llamar empresas editoriales, cuidaría de exigir
una excelente claridad de las copias y que éstas fuesen enriquecidas con
ilustraciones. En esta época, en Occidente se vuelve a emplear el lujoso
pergamino de color violáceo como en los primeros siglos cristianos.
⇦ Estatuilla ecuestre de Carlomagno (Musée du Louvre, París). Es el único bronce con
representación de figura humana que subsiste del siglo VIII. Su estilo tiene
marcada ascendencia clásica y el emperador ostenta corona, espada y globo
imperial.
⇨ Imagen relicario de Santa Fe (Iglesia abacial de Sainte-Foy, Aveyron). Es una obra
de finales del siglo x y pertenece al tesoro de la iglesia de Conques. Se la
considera sin discusión una de las mejores piezas de la orfebrería francesa de
todos los tiempos. Es de madera, pero está recubierta totalmente de láminas de
oro y sus engarces son de un valor estético extraordinario.
Las miniaturas carolingias interesaron ya
por su belleza a los eruditos del siglo XVIII, pero el primero en estudiarlas
seriamente fue el conde de Bastard, que en el siglo pasado mandó reproducir en
grabados bastante fieles casi todo el repertorio de aquellas ilustraciones. Son
grabados sin texto y forman un álbum voluminoso, nada manejable; sin embargo,
todavía interesa, tanto por el material que recopila como por ser el primer
estudio de conjunto. A la obra de Bastard siguieron los estudios de Corssen,
Janitschek, Goldschmidt y otros grandes eruditos alemanes, quienes, con la base
de un manuscrito perfectamente documentado en cuanto a su origen, autor y
poseedor, fueron agrupando a su alrededor otros códices por escuelas, llegando
a formar verdaderas familias de manuscritos con uno de capital importancia a la
cabeza. Este es el caso de un manuscrito conservado todavía en la catedral de
Aquisgrán que casi seguro procede del scriptorium,
o taller de libros, de la escuela palatina, y de otro códice de la catedral de
Tréveris, que tiene una nota en que dice que fue ejecutado precisamente para
Ada, una hermana de Carlomagno.
El lugar donde están actualmente los códices
es un indicio del origen, pero no de gran ayuda, porque los libros viajaron
muchísimo; a veces, después de haber estado durante siglos en lugares
apartados, regresan casualmente al país de origen. Se dieron, se regalaron, se
vendieron. Carlomagno, en su testamento, ordena vender después de su muerte sus
libros para hacer limosnas.
⇨ Díptico de marfil (Museo de Arte e Historia de Bruselas). La relativa
cantidad de marfiles que subsisten compensa en cierto modo la carencia de escultura
carolingia monumental. Este panel del siglo IX recuerda por su estilo el
Evangeliario de Godesca/ca. Hay que hacer notar el poderoso modelado de las
cabezas, que contrasta con las formas planas del conjunto, cosa que lo vincula
a la tradición antigua, a la vez que a la naciente Edad Media.
La escuela de miniatura de Aquisgrán es tal
como podemos imaginarla dada la paternal protección que le concedió Carlomagno
y el temperamento ecuánime y sincero de su magíster
Eginardo. Los miniaturistas revelan paz intelectual; a menudo los personajes
están representados como disfrutando del idílico paisaje del Rin. El más
antiguo de los códices salidos del taller palatino de Aquisgrán es el Evangeliario de Godescalco (hacia
781-783), encargado por el propio Carlomagno y su esposa Hildegarda.
En los manuscritos del grupo formado
alrededor del códice de Ada, los fondos son arquitectónicos y civiles. Los
evangelistas no escriben al aire libre, sino dentro de quioscos decorados. Van
vestidos también con ricos ropajes. El grupo entero fue realizado antes de la
muerte de Carlomagno, en 814. En el Evangeliario
que ahora se encuentra en Abbeville, por ejemplo, aparece el evangelista San
Marcos sentado en el interior de un ábside de mármol blanco con bóveda azul oscuro;
los capiteles corintios rojizos sostienen un arco triunfal realzado con gemas y
copiado de modelos antiguos; joven, vestido con túnica de oro y capa roja, este
evangelista nos traslada a la atmósfera de una audiencia imperial en el
Crisotriclinio del Palacio Sagrado de Constantinopla. Igualmente, joven y
elegantemente vestido con túnica azul y manto de fantasía, ante un fondo
arquitectónico casi idéntico, aparece evangelista San Juan en el Evangeliario de Lorsch, sin ninguna duda
realizado por el mismo taller de la catedral de Tréveris al que debemos todos
los códices del grupo de Ada.
⇦ Evangeliario de Godescalco (Biblioteca Nacional, París). Es el manuscrito más
antiguo de la escuela palatina de Aquisgrán, realizado hacia 781-783 por
encargo de Carlomagno. Esta imagen de Jesucristo se inspira todavía en el tipo
barbilampiño, anterior a la difusión del modelo siríaco.
Los códices que se han atribuido a la
escuela catedral de Reims tienen miniaturas de gran fuerza expresiva. Reflejan
el espíritu y temperamento del fundador de la escuela catedral: el famoso
obispo Ebbo, rebelde, conspirador, violento y agresivo, cuya biografía sería
una novela emocionante con altibajos de copiosas fortunas y grandes y merecidos
castigos. Ebbo ocupó la sede de Reims desde 816 hasta 835, después de ser
siervo, escudero de la casa imperial y bibliotecario de Ludovico Pío. El Evangeliario que lleva su nombre fue
realizado antes de 823 y en él ya aparece el estilo trepidante, parodia del
ilusionismo helenístico, que caracteriza la escuela de Reims.
⇦ Coronación de un príncipe carolingio
entre dos dignatarios eclesiásticos
(Biblioteca Nacional, París). Esta miniatura del Sacramentario de Metz
ejemplifica el gran cuidado con el que se representaba la figura humana en la ilustración
carolingia, con una línea clara y una gama cromática suave y sin estridencias.
Enmarcadas generalmente en grecas no demasiado ampulosas, estas miniaturas
presentaban una excelente riqueza en los motivos de las orlas, habitualmente de
tipo vegetal, animal o incluso con ciertos atributos de la arquitectura clásica.
Es probable que fuera aún ejecutado en Reims
un Evangeliario de Lotario, conocido
como Sacramentario de Metz. Lo mismo reza para la obra maestra de Reims: el Salterio de Utrecht de hacia 820. En el
famoso códice, las miniaturas intercaladas en el texto salpican las páginas de
miles de figurillas agitadas, como si los personajes divinos, al igual que los
humanos, fueran todos epilépticos y enajenados. La sugestión de orientalismo chino
que producen sus viñetas ha llamado siempre la atención de los especialistas.
La violencia y el espanto sacuden el orden cósmico y se esparcen por cada
página. El conjunto proporciona una de las más extraordinarias series
iconográficas de toda la historia del arte.
Los manuscritos carolingios son,
principalmente, Biblias o Evangeliarios, y sorprende la habilidad con que el
artista se aprovecha de un episodio del Antigua Testamento para hacer de él un
cuadro de historia contemporánea. Por excepción, las miniaturas representan un
suceso actual, como las páginas de la Primera Biblia de Carlos el Calvo, en
la Biblioteca Nacional de París, donde los monjes de la abadía de Marmoutier,
presentados por su abad beneficiario, el conde Vivián, entregan al emperador el
manuscrito que han decorado. Esta obra fue sin duda entregada al emperador a
principios de 851. El retrato de Carlos el Calvo, de frente y con corona,
recuerda la representación del rey David, en el mismo códice, tocando el arpa
entre los músicos y las virtudes cardinales. Esta semejanza fue buscada a
propósito como un aspecto de la teoría política carolingia. Carlos el Calvo,
con dos dignatarios coronados y acompañado de un grupo de eclesiásticos,
compone en conjunto una de las primeras representaciones de un acontecimiento
contemporáneo en el arte del Occidente medieval.
⇨ Primera
Biblia de Carlos el Calvo (Biblioteca Nacional, París). Aquí
aparece el Pantocrátor rodeado por los evangelistas y profetas en esta biblia
realizada a mediados del siglo IX en la escuela de Tours, y excelente ejemplo
de su compromiso entre la ponderación tradicional del renacimiento carolingio y
el rebuscamiento gráfico anglosajón.
Generalmente, las escenas representadas en
los frontispicios de los códices carolingios no son tan pintorescas como las de
la Biblia de los monjes de Marmoutier,
y se reducen al retrato del monarca entre algunos personajes de su corte y
figuras alegóricas. La llamada Segunda
Biblia de Carlos el Calvo, realizada entre 871 y 877 en el monasterio de
Saint-Amand, cerca de Tournay, y que hoy se conserva en la Biblioteca Nacional
de París, contiene en casi todas sus iniciales la influencia de los
entrelazados irlandeses. Otra Biblia encargada por Carlos el Calvo con ocasión
de su casamiento con Richildis en 870, guardada hoy en la abadía de San Pablo
Extramuros de Roma, nos representa al emperador sentado en un trono, con
escuderos y ministros. Pero está figurado como juez santo, es otro Salomón. La Biblia de Teodulfo, en el Puy,
conserva, delante de cada ilustración, pedazos de telas bizantinas y sasánidas
entre las páginas de pergamino para servir de guardas de las miniaturas.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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