Los dominadores tolemaicos, por prudencia
política, se declararon legítimos sucesores de los antiguos faraones y tuvieron un respeto escrupuloso
para las creencias religiosas, las costumbres y usos del pueblo egipcio. Las
dotaciones económicas a los templos y una gran actividad constructiva les
granjearon la fidelidad de la poderosa casta sacerdotal. En Karnak hay todavía
un relieve en el que se ve al propio Alejandro haciendo ofrendas, como un
converso, a su padre Amón. Viste perfectamente la indumentaría faraónica: el klaft sobre el que se sostienen en· un
equilibrio inestable las coronas blanca y roja.
Estatuilla
de Va-Al-Ra (Museo Británico, Londres). Esta estatuilla pertenece a
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El ejemplo más notable del interés de estos faraones de origen griego
por la cultura egipcia es el templo de Horus, en Edfú, en el Alto Egipto. Este
edificio conservado en excelente estado, fue iniciado por Tolomeo Ill Evérgetes
en el año 237 a .C.
y constituye un gigantesco monumento de fidelidad a las tradiciones egipcias.
Por eso su planta es la ya conocida, típica del Imperio Nuevo. Tras un
impresionante pilón está el patio, separado del vestíbulo por tabiques situados
a media altura entre las columnas. Es la novedad arquitectónica que ya vimos
que se introdujo durante la
XXII Dinastía , pero que ahora se convierte en norma. La sala
hipóstila tiene sólo doce columnas todas de la misma altura; la luz tiene que
entrar por un agujero practicado en el techo.
⇦ Retrato
de un faraón de la XXVI
Dinastía (Museo Británico, Londres). Esta escultura es un
buen ejemplo del arte del Egipto salta, en la que se puede apreciar un gran
refinamiento técnico. El faraón lleva la serpiente sagrada, sobre una diadema,
en la cabeza.
Análogo a Edfú por su aspecto y medidas es el templo de Hathor que iniciaron los últimos faraones tolemaicos en Denderah. Los capiteles que coronan sus columnas son gigantescas cabezas de
En la frontera de Nubia, en un lugar próximo a la primera catarata del
Nilo, se conservan magníficas construcciones de la época tolemaica. Estas se
levantaron en la isla de Filé, también conocida por la denominación latinizada
de Philae, la cual aparecía como una barca de roca en el centro de las aguas
del gran río. La vieja presa de Asuán hacía que éstas la cubrieran durante
nueve o diez meses al año, apareciendo a lo largo del período restante una
imagen muy evocadora de ruinas semisumergidas que ilustra frecuentemente los
últimos capítulos de los libros sobre el arte egipcio. No obstante, la
construcción en Asuán de una nueva presa de dimensiones gigantescas, la que
contiene el llamado lago Nasser, hizo desaparecer por completo el encanto de
aquellos parajes, actualmente engullidos por las aguas.
En la isla antes solitaria y deshabitada de Filé aseguraban los
sacerdotes que Isis había dado a luz al hijo póstumo de Osiris, Horus el
vengador. No es de extrañar que, dada la veneración siempre creciente por Isis,
hasta en la época romana, se multiplicaran allí los templos y se convirtiera en
lugar de peregrinación. El edificio principal de entre los que se levantaban en
la isla de Filé era el templo dedicado a Isis, que tanto por su estilo como por
su planta apenas se distingue de los grandes templos tebanos del Egipto
tradicional. Alrededor del mismo había otras construcciones de elegantísimo
porte, como el llamado pabellón de
Nectanebo, en realidad un desembarcadero o quiosco descubierto.
Las columnatas, de bellas proporciones, estaban protegidas y
resguardadas por un alto antepecho del tipo que se introdujo a lo largo de la XXII Dinastía ,
gracias al cual en los intercolumnios tan sólo quedaban abiertos unos pequeños
espacios a modo de ventanas. El itinerario que, mediante una escalinata,
conducía desde el río hasta uno de estos edificios, sólo puede ser reseguido
mentalmente con la imaginación: en un rellano se levantaba un gracioso obelisco
de granito y más arriba, el pórtico, como recogiendo toda la brisa del Nilo.
Desde allí la vista se extendía sobre el pequeño mar, sembrado de isletas
pequeñas, que formaba el río ...
Los relieves que figuraban en estos templos de época tolemaica, hoy
desgastados y erosionados por su larga permanencia bajo las aguas, contenían
exclusivamente escenas sagradas. Las representaciones de temas mundanos,
cacerías y batallas que tanto abundaron en los templos del Imperio Nuevo, aquí
fueron proscritas. No obstante, esta inacabable representación de actos
litúrgicos ofrecía un nuevo atractivo por el modelado de los cuerpos humanos,
más plástico y arrimado que jamás lo había sido en el arte egipcio. Su delicado
sentido de la forma confería sensuales redondeces plásticas a las figuras de
las diosas coronadas con cabezas de buitre o con cuernos sagrados.
Pero la gloria de la escultura de este período son los retratos en
piedras duras, difíciles de labrar y de pulir. Sus superficies brillantes
producen efectos fantasmagóricos; gracias a ello la forma, con los reflejos,
toma valores diferentes según de donde llega la luz. Los aztecas y los
mayas se complacieron, por esta misma razón, en labrar máscaras de obsidiana,
jade y nefrita.
⇦ Detalle
del capitel de una columna del templo de Horus, en Edfú. Sobre
una columna papiriforme, decorada con papiros y lotos, se encuentra la imagen
de la diosa Hathor
mostrando unas bellas orejas de vaca, animal simbólico bajo el que se
adscribía.
La escultura se convierte así en un arte
misterioso, no sólo por los métodos que emplea, sino también por sus
resultados, casi mágicos. Si la vida es cambio, transformación, actividad, las
esculturas en piedras duras, pulimentadas hasta ser como espejos, consiguen una
variabilidad con los rayos de luz
Fuente: Texo extraído de Historia del
Arte. Editorial Salvat.
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