La
plástica negroafricana fue conocida en Europa al iniciarse los primeros
imperios coloniales. Fueron los navegantes portugueses, que a mediados del
siglo XV contorneaban las costas occidentales de África, los primeros que
entraron en contacto con los pequeños reinos de tipo feudal que existían en los
territorios correspondientes a las actuales repúblicas de Nigeria y Congo.
Más tarde, en los siglos XVI a XVIII, siguieron
aquellas rutas comerciantes holandeses, ingleses y franceses, cuyo objetivo
principal, en sus incursiones por territorio africano, era la adquisición de
oro, marfil y, especialmente, esclavos.
Pintura con figuras
humanas (Museo de
Dar es Salaam). Fechada en el año |
Ya en el siglo XIX, África fue el principal
objetivo de los países colonizadores europeos, y los ejércitos belgas,
franceses, alemanes y, claro está, ingleses, rivalizaron en el reparto y
conquista del territorio africano.
Tallas africanas, especialmente de marfil y bronce,
fueron trasladadas a Europa desde mediados del siglo XV, pero en ningún caso
fueron consideradas como objetos de interés artístico, sino como meras
"curiosidades”, producto de culturas inferiores, propias de pueblos "primitivos”
y "salvajes”.
Realmente, las tallas y las máscaras negroafricanas
no recibieron la consideración del mundo occidental, desde el punto de vista
estético, hasta que a finales del siglo XIX y principios del XX, la vanguardia
artística europea del postimpresionismo francés (fauves y cubistas) y los expresionistas alemanes (de los grupos Die
Brücke y Der Blaue Reiter) creyeron ver, en las esculturas procedentes del
África negra y de Oceanía, la respuesta a los interrogantes que ellos se
planteaban acerca de la validez de las antiguas tradiciones artísticas de
Occidente, que consideraban caducas y periclitadas. Encontraron, pues, en el
denominado" arte de los pueblos primitivos", africanos y oceánicos,
que prescindía totalmente de cánones, que rehuía de la imitación y la
descripción, el paradigma de la libertad expresiva del artista.
A partir de la primera década del siglo XX, el
interés por las manifestaciones artísticas africanas se difundió con
extraordinaria rapidez, iniciándose una verdadera carrera por adquirir
ejemplares representativos del arte de las diferentes etnias del continente
africano. Pronto se reunieron en Europa y América grandes colecciones que no
sólo enriquecieron los museos en los que se exhiben las producciones artísticas
de las antiguas civilizaciones de la humanidad, como son el British Museum o
los museos de Berlín, sino que se integraron también en riquísimas colecciones
particulares.
El interés por el arte negroafricano corría
paralelo con el desarrollo e intensificación de la colonización de África por
parte de los Estados europeos y de la consiguiente penetración de la cultura
occidental en aquel continente, con todas sus ventajas y, asimismo, con todos
sus inconvenientes. La actuación de misioneros y colonos pronto operó cambios
profundos en el sistema de creencias y en la propia filosofía de la vida de los
indígenas africanos, basada en el temor al poder de los espíritus y en la
eficacia de la magia y de los ritos para propiciar y dominar aquel poder. Dado
que el arte negroafricano, como se verá más tarde, estaba estrechamente
conectado con esa cultura mágico-religiosa, a medida que han ido desapareciendo
aquellas creencias, el arte, a su vez, falto de la savia que lo nutre, ha ido
extinguiéndose, y en los últimos lustros las tallas africanas son una mera
repetición de las que todavía estaban en plena vigencia en las décadas de 1950
y 1960.
Esta transformación se operó de un modo automático
y no siempre por la actuación deliberada del "invasor", deseoso de
extirpar un sistema de ideas que consideraba inmoral y pernicioso, sino
simplemente por la introducción entre las poblaciones africanas de nuevos
materiales y herramientas, de un sistema educativo que incluía el aprendizaje
de la lengua y la cultura de los colonizadores, y sobre todo, por el
sentimiento surgido entre los mismos indígenas, al abandonar su
"primitivo" pasado, y aculturizarse, de desprecio hacia sus antiguas
creencias. Y como las esculturas dedicadas al culto a los antepasados y las
máscaras rituales estaban íntimamente unidas a tales creencias, fueron
consideradas como testigos desafortunados de aquel pasado, y las mismas personas
que las habían creado las desecharon, destruyeron o, en el mejor de los casos,
obtuvieron una pingüe ganancia vendiéndolas a los blancos.
Hay que tener en cuenta que el sistema de valores
africano no consideraba aquellas piezas, como hace la cultura occidental, por
su interés estético o histórico, sino simplemente como un vehículo o
instrumento de su sistema de creencias; por tanto, abandonado el sistema, el
instrumento dejaba de tener validez.
Otra causa de la desaparición de magníficas tallas africanas,
que es necesario considerar, es el propio material en el que más corrientemente
se expresó la plástica africana, la madera, que en su medio ambiente original
se encuentra amenazada por los factores ambientales de calor, y sobre todo de
humedad, y también por roedores e insectos xilófagos, por lo que las tallas,
incluso las elaboradas con maderas muy duras, no sobreviven largo tiempo.
Paradójicamente, las tallas africanas más antiguas
son las conservadas en museos europeos. Lo mismo sucede con piezas esculpidas
en otros materiales, como el marfil, tan apreciado en Europa, y que en cambio
en la propia África se utiliza muy raramente y sólo en objetos suntuarios
usados por los reyes de los pequeños estados feudales. Precisamente, de este
material son las piezas más antiguas procedentes del África negra que se
conservan en Europa, hechas por encargo de los propios europeos y con temas de
inspiración también europea. Se trata de copas, saleros, cucharas, trompas y
colmillos de elefante cubiertos de escenas en relieve y también de crucifijos y
cálices. Las escasas esculturas de madera que se conservan de los primeros
siglos de contacto entre Europa y África carecen de documentación y a veces tan
sólo se conoce de ellas el lugar de origen.
La inicial aproximación admirativa, por parte de
los artistas de las vanguardias europeas, al arte negroafricano fue seguida, en
el período entre las dos guerras mundiales, y de modo progresivo, por el
interés del mundo científico por descubrir el significado que aquellos objetos
tenían para las sociedades que los habían creado. Se promovieron entonces
numerosas expediciones constituidas por antropólogos, sociólogos, arqueólogos
e investigadores del arte, para el estudio en profundidad de la compleja y
plural cultura de las etnias negroafricanas.
Esta etapa, realmente positiva y fructífera, fue
interrumpida por la
II Guerra Mundial , tras la cual las naciones europeas,
concienciadas de los errores cometidos por un imperialismo sin escrúpulos,
iniciaron el proceso de descolonización de los territorios africanos. Este
proceso, complejo y difícil, plagado de conflictos políticos, económicos y
sociales, ha sumido a las sociedades negroafricanas en un profundo
desconcierto, en gran parte debido a la imposición, por parte de los
colonizadores, de esquemas culturales que eran ajenos a las etnias africanas y
por la destrucción de los suyos.
Colgante de oro (Museo de Abidjan) . Pieza que
representa una cara humana, realizada por los akan, grupo etnolingüístico de la
zona de Costa de Marfil. |
Entre los muchos daños que esa situación ha
determinado se halla también la lenta desaparición de las raíces de las que se
alimentaba el arte autóctono.
No obstante, con toda seguridad, surgirán en un
futuro inmediato nuevos artistas que lograrán aunar la antigua plástica con las
nuevas corrientes culturales que van surgiendo en los modernos países del
África negra.
Fuente:
Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat
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