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Piero della Francesca (1415/1420-1492)

 

Renacimiento. Quattrocento. Bajo Renacimiento

Piero della Francesca (Sorgo Sansepolcro, Arezzo, h. 1420 - Sorgo Sansepolcro, 12 de octubre de 1492) Pintor italiano. Fue uno de los más importantes pintores del Quattrocento. Influido por Masaccio, se inspiró en el pensamiento religioso de Fra Angélico, aunque rechazando toda idea de ascetismo. Su estilo se caracteriza por la matemática perfección de sus formas, por su serena monumentalidad, subrayada por los colores fríos y luminosos (azules, grises, rosa), y por los deliciosos y suaves fondos paisajísticos que reproducen los montes y valles de su Umbría natal. El primer documento en el que aparece mencionado es de 1439 y lo sitúa trabajando con Domenico Veneziano en los frescos de Santa Maria Novella, Florencia; fue posiblemente en esta ciudad donde aprendió perspectiva por el contacto con BrunelleschiDonatello, porque a su regreso a su lugar de nacimiento, Borgo San Sepolvro (Toscana), en 1441, poseía ya un estilo propio bien definido. En 1445 recibió el encargo de pintar la Madonna della Misericordia (actualmente en el Palazzo Communale de Sorgo). El famoso fresco Segismundo Pandolfo Malatesta con su patrón San Segismundo (Rímini), de composición perfecta, data de 1451 . Entre 1452 y 1466 pintó los magníficos frescos de la Leyenda de la Cruz, en el coro de San Francisco de Arezzo, de sorprendente estatismo formal; para esta obra se inspiró en textos literarios, especialmente en la Leyenda dorada de Jacopo Voragine. Entre 1459 a 1469 trabajó en el retablo de la iglesia de San Agostino (Sorgo), del que se conservan cuatro tablas (hoy en Lisboa, Londres, Fnck Collection de Nueva York y Brera de Milán). Hacia 1472 pintó el díptico de los duque de Urbino, Federico de Montefeltro y sus esposa Battista Sforza (Uffizi, Florencia). Entre 1472 y 1478 pintó algunas de sus mejores obras, entre las que destaca la denominada Madona de Senigalia (Galería de Urbino), de admirable perfección, y el retablo donde figuran la Virgen y el Niño con Santos y Federico II de Montefeltro (Brera, Milán), en la que sus hieráticas figuras, de absorta expresión, concuerdan armoniosamente con el entorno arquitectónico. Por último, en La Natividad (National Gallery, Londres), pintura inacabada, muestra una vez más su sentido del equilibrio y la perfección, especialmente en el bellísimo coro de ángeles y en la figura de la Virgen. A partir de 1478 dejó de pintar, y hasta el fin de su vida (al parecer perdió la vista) se dedicó a estudiar matemáticas y a escribir tratados de perspectiva, como De prospectiva pingendi y Libellus de quinque corporibus.
Su estilo austero e inalterable hace difícil la clasificación de su obra. Su preocupación por una síntesis de espacio y color tuvo influencia decisiva en los pintores de Umbría y Toscana, como Melozzo da Forli, SignorelliPerugino y en las primeras obras de Rafael, pero posteriormente su obra quedó bastante olvidada. A principios del s. xx las nuevas corrientes artísticas, especialmente el cubismo y los seguidores del arte abstracto, revalorizaron la pintura de Piero del/a Francesca, que actualmente es considerado como uno de los artistas más importantes del Renacimiento italiano. 

Piero della Francesca nació entre 1410 y 1420 en Borgo San Sepulcro, cerca de Perugia, y murió en el mismo lugar en 1492. Se quedó ciego los últimos cinco años de su vida y un lazarillo le llevaba de la mano a través de las calles de esta pequeña localidad de Umbría.

Después de una época juvenil de formación en contacto con varios maestros sieneses, entró en relación con la corte de Urbino hacia 1445. El entonces duque de Urbino, Federico de Montefeltro gobernaba sus estados como un príncipe ilustrado amante de las artes y las letras. El fue quien encargó el palacio de Urbino a Luciano Laurana y quien llamó también a Paolo Uccello, Piero della Francesca y Melozzo da Forli; además coleccionaba medallas y estatuas antiguas, y el propio Alberti pensó en dedicarle su Tratado de Arquitectura. A esta época pertenece el primer grupo de las obras de Piero: el Políptico de la Virgen de la Misericordia, el Bautismo de Cristo (hoy en la National Gallery de Londres) y la Flagelación de Cristo. La primera de ellas le fue encargada por la Cofradía de la Misericordia de Borgo San Sepolcro y es probablemente la más antigua de las obras conservadas del artista, aunque reúne ya las que serán sus características esenciales: una dignidad y una calma impresionantes que derivan de una monumental colocación de las figuras en el espacio.

El triunfo del duque Federico II de Piero della Francesca (Galleria degli Uffizi, Florencia). Sobre un carruaje tirado por dos corceles blancos aparece el duque Federico II con un séquito a sus pies y un ángel de pie tras él. Al fondo, un paisaje fluvial con barcas navegando sobre el tranquilo río enmarcado por algunas montañas que apenas alteran la línea del horizonte. Esta obra está pintada en el dorso del retrato que le hizo Piero della Francesca a Federico de Montefeltro. 

El bautismo de Cristo de Piero della Francesca

Piero della Francesca disfrutó en vida de una gran reputación y trabajó para los más importantes mecenas de Italia, incluido el Papa. La mayor parte de su obra, no obstante, le fue encargada por Borgo San Sepolcro, su pueblo natal. En ella pasó los últimos años de su vida, y si bien perdió la vista en este período, algunas versiones señalan que el motivo por el cual dejó de pintar alrededor de 1470 fue el de dedicarse a la redacción de dos tratados en latín sobre perspectiva y geometría.

Aunque se trata de una de sus primeras obras, El bautismo de Cristo (Battesimo di Cristo), concebido como retablo de la capilla de San Juan Bautista de su ciudad, acusa el evidente interés del artista por las matemáticas.

La atmósfera de la pintura está empapada de una misteriosa serenidad, y logra plasmar toda la austeridad, el equilibrio y la perfección de un cuerpo geométrico o una ecuación matemática. La composición se basa en el cuadrado y el círculo. El círculo se forma con el complemento opuesto del arco de medio punto en el tercio superior de la composición, y representa el cielo; el cuadrado, en el cual se sumerge la mitad del círculo, representa la tierra: en el momento del bautismo -uno de los rituales que definen la fe cristiana-, el espíritu de Dios penetra en el cuerpo terrenal de su hijo.

La figura de Cristo está ubicada en el centro del cuadro. La línea central recorre sus manos unidas, el hilo de agua que cae del cuenco y la paloma, para morir en el ápice del arco que cierra el panel. A la derecha se encuentra San Juan, El Bautista, que flexionando la rodilla en su aproximación a Cristo, proporciona una sutil sensación dinámica al cuadro. La clara tonalidad del cuerpo semidesnudo del personaje que se prepara para recibir el sacramento, se equilibra con el tono de uno de los ángeles de la izquierda.


La posición desde la cual los ángeles observan a Cristo es de total naturalidad y humanismo. Los tres, con sus peinados, colores y poses diferentes, refuerzan simbólicamente la presencia de la Santísima Trinidad, un dogma muy discutido en tiempos del artista que postula la unión de las tres personas divinas -Padre, Hijo y Espíritu Santo- en un solo Dios. 

La paloma representa al Espíritu Santo descendiendo del cielo sobre la cabeza de Cristo en el momento preciso del bautismo; y las nubes que flotan en el cielo de fondo adoptan su forma. Las colinas que aparecen más abajo sirven de contrapunto a la línea formada por las cabezas del primer plano. Della Francesca ha conseguido crear una ondulación rítmica que recorre el cuadro valiéndose de estos elementos.

Entre el tronco del árbol y la cintura de Cristo, el artista ha representado Borgo San Sepulcro, trasladando deliberadamente a un paisaje toscano el bautismo de Palestina, para acercar de este modo la leyenda a sus paisanos.

La atención del pintor y su preocupación por los detalles se hace evidente en el meticuloso cuidado puesto en las hojas de los árboles, así como en la imagen de las montañas y el colorido ropaje de los prelados en la media distancia, reflejados en la superficie del lecho del Jordán.

La obra, un temple al huevo sobre madera de álamo, mide 167 x 116 cms. fue realizada en 1445 y se conserva en la National Gallery, Londres.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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