Renacimiento. Cinquecento. Manierismo.
En 1545 visitó Roma y realizó dos grandes obras: Danae y el retrato del papa Paulo III hablando con sus sobrinos (Gallería de Capodimonte, Nápoles). A partir de esas fechas inició una etapa de gran producción: retablos de la iglesia de Serravalle (1547), retrato ecuestre de Carlos V (Prado), de Isabel de Portugal ( 1548, Prado), Venus con el Amor y la Música (1548, Prado), etc. Tras la abdicación de Carlos V, Tiziano siguió pintando para su sucesor Felipe II, del que realizó varios retratos (Prado, Nápoles, Milán) y para el que ejecutó diversos cuadros de tema pagano, con fuertes dosis de erotismo: Dánae, Venus con organista y perrito, Venus y Adonis (Prado).
La producción de Tiziano en sus últimas décadas comprende obras de fuerza extraordinaria, tanto en el terreno religioso como en el mitológico y en el retrato. En 1555 realizó el Martirio de San Lorenzo (Venecia, iglesia de los jesuitas) y hacia el mismo período el San Jerónimo (Brera), el Castigo de Acteón (National Gallery, Londres) y la Anunciación (San Salvatore, Venecia). En estas pinturas desarrolló un nuevo estilo (que ha sido denominado "impresionismo mágico"): el trazo es nervioso y los colores están aplicados en veladuras superpuestas. Estas características se acentúan a partir de 1570: Virgen de la Misericordia (1571, Pitti, Florencia), Piedad (1570-75, Gallería de la Accademia de Venecia).
Tiziano Vecellio nació en Pieve di Cadore, probablemente en 1488. Esta fecha es más convincente que la de 1477, justificada durante mucho tiempo por noticias tradicionales, siendo una de las principales la declaración del escribano de su parroquia que lo anotó en el libro de los muertos “a la edad de ciento tres años”. De familia muy conocida e importante en los valles de Cadore, de muchacho fue enviado a Venecia con su hermano Francesco a la escuela de pintura del mosaísta Sebastiano Zuccato. Poco o nada se sabe de su infancia, embelesada tal vez por la belleza de sus montañas que reaparecerán con frecuencia, más tarde, en los admirables paisajes de fondo de sus cuadros de amplios horizontes.
Pero quizá sintió pronto vocación por la pintura, aunque no sea del todo cierta la anécdota narrada por Ridolfi de que muy joven aún pintó una Virgen “en un capitel… con jugo de flores”, a la vista de sus Alpes rosados por los apacibles atardeceres y arropados de bosques y prados de un verde esmeralda.
No había otra razón, sino la vocación que sentía, para justificar el ingreso en un taller de pintura del hijo de una familia notable y rica. Y Venecia, con su opulencia, sus mármoles, sus mosaicos y su laguna, aviva en sus ojos y en su corazón ese gusto apasionado del color que hace de Tiziano el pintor por excelencia, casi por antonomasia.
La pintura, en Venecia, vivía aún de las últimas esplendorosas historias de Vittore Carpaccio, de la obra de Gentile Bellini, de los espacios dilatados, abiertos a las figuras sólidas y a los colores sonoros y suaves del claroscuro de Giovanni Bellini, y del mundo nuevo del joven Giorgione de Castelfranco en su atmosférica, dulcísima languidez, toda hecha de delicadeza de tonos y colores, vibración de sentimientos y apaciguamiento de los sentidos y de los dramas. Del mosaísta Sebastiano Zuccato “el muchacho, Tiziano, fue enviado a Gentile Bellini, hermano de Giovanni”, y luego “…le fue dicho por Gentile que no iba a ser de provecho en la pintura, viendo que se apartaba mucho de su camino. Por eso Tiziano, al dejar ese torpe Gentile, tuvo ocasión de acercarse a Giovanni Bellini; pero al no gustarle plenamente tampoco esa manera, eligió a Giorgio de Castelfranco” (Dolce).
Giambellino en verdad resumía en sí, para Tiziano, toda la pintura véneta del Quattrocento que con él se cerraba, mientras que con Giorgione, el de Cadore entra en el Cinquecento más esplendoroso y triunfante. Tiziano Vecellio, según se verá, tuvo una larga vida y trabajó continuamente, desde los años de su juventud a los de su extrema vejez, sin repetirse jamás, sobre todo en las expresiones y en el lenguaje, esbozando y abandonando sus obras para reanudarlas al cabo de meses, incluso de años. Resulta difícil y problemática una sucesión cronológica de sus pinturas y tampoco es posible, en estas breves páginas, reseñarlas todas, al igual que la división en períodos de su extensa vida es aproximativa y, en alguna ocasión, los tiempos se dilatan y se confunden.
Concierto campestre de Tiziano (Musée du Louvre, París). Es una obra maestra de tonalidad y atmósfera. Con ella, el artista abre un capítulo de la pintura que habrá de cerrar Manet. La composición está concebida como una visión de ensueño, en la que los desnudos se funden con el paisaje a la luz del crepúsculo.