Cabeza de Montserrat gritando (Cap
de la Montserrat cridant) es una de las obras más expresivas de Julio González, uno
de los mejores escultores de la primera mitad del siglo XX y pionero en el uso
del hierro como material escultórico.
A pesar de que en un primer momento, se dedicó, al igual que
su hermano Joan, a pintar, a la muerte de éste cambió su orientación hacia la escultura. En
realidad, no fue hasta 1927,
a los cincuenta, y un años, cuando González abandonó la
pintura para centrarse plenamente en la escultura. Sus
primeras obras están dotadas de una gran creatividad, vitalidad y riqueza que
pronto le convirtieron en uno de los más importantes escultores de todos los
tiempos.
Inició una etapa extraordinariamente innovadora,
experimentando en la incorporación del vacío, en la estructuración de los
planos, en la perforación de las superficies de los cuerpos y en el
aprovechamiento de la plancha metálica y de la soldadura autógena como
elementos que posibilitaban la concepción de la presencia del espacio interior.
Su obra en hierro muestra su capacidad para trabajar dicho
material, otorgándole configuraciones muy diversas, en las que las zonas vacías
complementan perfectamente las llenas.
A partir de 1934 simultaneó la escultura abstracta (como la
serie de Hombres cactus) con un tipo de figuración naturalista que culminó con la emblemática Montserrat,
conservada en el museo de Amsterdam, símbolo de la lucha por la libertad. Esta
estatua, monumento a la mujer catalana, fue expuesta en el pabellón de la República Española
de la
Exposición Internacional de París de 1937.
El pabellón español, diseñado por los arquitectos Josep Lluís
Sert y Luis Lacasa, acogió un notable conjunto de obras, la temática de las
cuales se inspiró esencialmente en hechos y escenas bélicas. Presidía el
exterior del pabellón la obra de Alberto Sánchez titulada El pueblo español
tiene un camino que conduce a una estrella. También había la fuente de la cual,
en lugar de agua, salía mercurio, obra de Alexander Calder, dedicada a los
mineros. Y el Guernica de Picasso, magnífica pintura inspirada en el bombardeo
de la ciudad vasca. Por otro lado, Joan Miró creó in situ la pintura mural El
campesino catalán y la revolución.
En estas obras se percibe tanto la profunda carga ideológica
de los movimientos artísticos de vanguardia, como el compromiso que la mayoría
de ellos ostentan en favor de la República y contra el fascismo durante la Guerra Civil española
(1936-1939). La exposición parisina se convertirá pues en una ardua batalla
propagandística mantenida sin tregua por ambos bandos combatientes, cruzándose
en ella graves acusaciones de vandalismo y destrucción del patrimonio cultural.
En este entorno, González evoca reiteradamente el tema de
Montserrat para revelar el drama común de toda la humanidad. Así, el
simbolismo autóctono, el martirio prolongado de su tierra -Cataluña- que
después de una devastadora sangría humana sufre una atroz represión por parte
de los vencedores, deviene universal. A partir de la emblemática figura de
Montserrat realizaría diferentes variantes, como la inacabada Cabeza
de Montserrat gritando, en la que trabajaba cuando le sobrevino la muerte, en
1942, exiliado en Arceuil (Francia).
Es el rostro de una mujer sencilla, fuerte y humilde, con el
pañuelo en la cabeza, llena de fuerza, de rabia y de ira por una situación
injusta. La obra muestra un alto grado de expresividad al representarla con la
boca abierta, el momento preciso de exhalar el grito por el dolor que está
soportando la población indefensa. Julio González revela por medio de esta
emotiva imagen el horror que provoca la guerra. En definitiva, la expresión desesperada
de la trágica realidad de su tiempo.
Esta impresionante cabeza de Montserrat gritando, realizada
en bronce en 1942, actualmente se conserva en el MNAC, en Barcelona. Otra
versión en escayola, de 32 x 20 x 30
cm, se encuentra en la colección del IVAM, en Valencia.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.