Se formó en la Escuela de Bellas Artes de Paris y en el clasicismo de lngres, determinante de su rigor en el dibujo y en la construcción de sus cuadros, que le caracterizaría toda la vida. Pese a haber participado, entre 1874 y 1886, en las exposiciones del grupo impresionista, se diferencia de éste profundamente; se desinteresa del paisaje, centra su atención en las figuras humanas y practica un tipo de composición en el que las formas dibujadas son el elemento fundamental. Coincide, sin embargo, con los impresionistas en su preocupación por la verdad del1nstante, en su ruptura con el academicismo vacío de problemas. Pero el instante captado por los impresionistas es el instante de la luz, el que revela la instantánea fotográfica, mientras que el instante de Degas es el del movimiento, que no queda aislado en el tiempo, sino que en un mismo cuadro capta momentos sucesivos, acercándose con ello a la visión cinematográfica; en este sentido, parece haber llegado, como Cézanne, mucho más lejos que los impresionistas. La serie de sus bailarinas y las escenas de ballet, en las que el color brillante anima la superficie de los cuerpos, constituye uno de los conjuntos pictóricos más extraordinarios de finales del s. XIX. Además del óleo, utilizó frecuentemente el pastel. Cultivó asimismo el grabado, y en la última etapa de su carrera se dedicó a modelar con cera desnudos femeninos.
Degas, más allá del impresionismo
Probablemente, si el parisiense Edgar Degas (más propiamente, Hilaire-Germain-Edgar de Gas; 1834-1917) no empleó la técnica pictórica de sus amigos los impresionistas (cuyos afanes en gran parte compartió) fue porque vio que aquella innovación, al representar la luz mediante la disociación del color, acarreaba la abolición de las sombras y líneas que forman el diseño de la figura, y él era un enamorado de la figura humana en la varia multiplicidad de sus actitudes.
Degas nació en una familia rica y culta; su padre, que se hallaba al frente de un negocio bancario, era aficionado al arte, en especial a la música, y había nacido en Nápoles, hijo de un banquero francés allí emigrado. En cuanto a su madre, pertenecía a una vieja familia francesa de Nueva Orleans. Hijo primogénito de aquel matrimonio, después del estudio del baccalauréat empezó el de la carrera de Leyes, que pronto abandonó en pos de su afición por el dibujo, la pintura y el arte del grabado.
En 1854 fue alumno de Louis Lamothe, discípulo de Ingres, y un año después frecuentó con irregularidad la Escuela de Bellas Artes. Sin embargo, su auténtica formación (paralela a la de Manet) se basó, en gran parte, en sus asiduas visitas al Louvre y en los resultados de los viajes que entre 1854 y 1859 realizó a Italia (a Nápoles y Roma, y sobre todo a Florencia, donde una hermana de su padre estaba casada con el barón Bellelli).
⇨ Hilaire René de Gas (Musée d'Orsay, París) fue abuelo de Degas que, si bien simplificó su apellido, no dejó de ser nieto e hijo de banqueros. Su brillante posición social le permitió frecuentar la mejor sociedad de su época, pero quizá le impidió participar plenamente en su aventura pictórica.
Buen conocedor de Giotto y de los cuatrocentistas florentinos y admirador de Ingres (a quien conoció personalmente), reveló precoz madurez, como lo demuestran dos obras de retrato que ahora se admiran en el Musée d’Orsay: su Autorretrato (1855) y el gran lienzo Retrato de la familia Bellelli, empezado en Florencia en 1857 y terminado en 1860 en París.
A partir de este último año, emulando a Ingres o a Delacroix, realizó, con gran dominio de la composición, cinco notables lienzos de asuntos históricos: Las muchachas espartanas provocando a la lucha a sus compañeros (Galería Nacional, Londres), La hija de Jefté (Smith College, Massachusetts), Semíramis dirigiendo la construcción de una ciudad y Desventuras de la ciudad de Orleans (Musée d’Orsay).
La amistad que, hacia 1862, trabó con el crítico Duranty y con Manet determinaron un radical cambio en su orientación, y desde entonces le ocuparían temas basados en una estricta interpretación de la realidad. Hasta 1873 pintaría, así, aspectos de las carreras de caballos (Avant le départ, Musée d’Orsay) y visiones momentáneas que le atrajeron (Mujeres de los crisantemos, de 1865; Museo Metropolitano); y retratos de rara perfección, como la cabeza de Rose Adelaide de Gas (1867) y Mlle. Dihau al piano (1868), ambos en el Musée d’Orsay, París, donde se conserva, del año siguiente, una importante obra suya que es, en realidad, un retrato colectivo: Los músicos de la orquesta de la Ópera, con aquellos maestros tocando en el foso de la sala de la Opera de París, ante el escenario, cuyas candilejas iluminan las piernas y los tutús de las bailarinas que actúan. Ya en 1868 había pintado también una hermosa evocación escénica: Mlle. Fiocre en el ballet “La Source” (Museo de Brooklyn). De 1869 data el doble Retrato del guitarrista Pagans y del padre del pintor.
Mujer con crisantemos de Edgar Degas (Metropolitan Museum of Art, Nueva York). Las verdaderas protagonistas son las exuberantes flores depositadas en el Jarrón que apenas puede verse. Los ejemplares que se ven, son la verdadera excusa para realizar un cuadro con pinceladas sueltas, son flores Japonesas. La imagen de la muchacha queda a la derecha del cuadro, en el mismo plano pero no con la misma importancia.
Otras obras que siguieron a éstas (posteriores a la guerra de 1870, en que Degas se enroló como infante en la Guardia Nacional) son ya estudios de las bailarinas del ballet de la Ópera, asuntos que su autor trataría después tan largamente con gran brillantez. Son dos cuadros pintados en 1872: El foyer de la Ópera de la Rué Le Peletier y Lección de baile. Del mismo año data Mujer detrás de un búcaro, que con aquellos lienzos se conserva en el Musée d’Orsay. En abril de 1873 regresó Degas de un viaje de seis meses a Nueva Orleans, donde se hallaban sus dos hermanos, después de haber pintado allí, con la Bolsa del algodón (Museo de Pau), varios retratos característicos de su agudo estilo.
Con la Lección de canto, de un año después (Dumbarton Oaks, Washington), se terminaba la etapa llamada “linear” de su pintura, y se iniciaba (hasta 1880) otra en que Degas, en los años en que en más estrecha relación estuvo con los impresionistas, empleó con sin igual maestría realista, gran variedad de procedimientos pictóricos, aplicando a muchas de sus producciones los resultados de su interés por las obras de los grabadores japoneses y de su afición a la fotografía (que en él había estimulado su trato con el fotógrafo Nadar). Se observa esto sobre todo en una serie de obras de pequeño formato realizadas al pastel (a veces en combinación con el monotype, variedad de grabado que el mismo Degas había inventado) e inspiradas en los intensos y expresivos efectos de sombras, luz y colores propios de los espectáculos del “café concierto”. La más destacada de tales obras quizá sea la titulada: Aux Ambassadeurs, de hacia 1876 (Museo de Lyon).
En las carreras (detalle) de Edgar Degas (Musée d'Orsay, París) Degas fue un hombre inteligente, cultivado, que se conocía los museos italianos como la palma de la mano; pero también fue meticuloso, desconfiado, satírico y un tanto despreCiativo. Se autodefinió como "un viejo e incorregible reaccionario", pero no es más que una frase con la que quiso caricaturizar su inflexible postura. A él se deben la ruptura de la composición clásica; los cortes, casi fotográficos, de los persona¡es; el foco de luz interior que pone de manifiesto la intención última del cuadro. Estos recursos son los que se aprecian en esta obra, en la que no vacila en cortar el sombrero de copa y la rueda de la carretera, mientras la dama mira los caballos, principal tema del cuadro, pintado en 1879.
Tres bailarinas rusas de Edgar Degas (Carlsberg Clytopek, Copenhague). En esta obra el pintor resigue las figuras de las tres muchachas con un grueso trazo negro aislándolas del fondo Las representa en movimiento, ejecutando una típica danza rusa y con los vestidos propios de su procedencia.
⇨ Fin de arabesco (detalle) de Edgar Degas (Musée d'Orsay, París). Pintado hacia 1880, este es uno de los muchos cuadros que le inspirarán sus frecuentes visitas al Teatro de la Ópera para disfrutar de los ballets. El espíritu de la danza parece vibrar en la tensión dinámica de los volúmenes, y en el arabesco que se curva con el ímpetu de una inmensa y fulgurante ola.
También realizó durante aquel período varios lienzos al óleo que destacan por su aristocrática sensibilidad: En la playa (Galería Nacional de Londres), Mujeres peinándose (en el Phillips Memorial, Washington), La carretela en las carreras (1873; Museo de Boston) y Carrera de aficionados (1879; Musée d’Orsay), otra obra inspirada en hípica, en cuya composición excéntrica y cortada se discierne influencia conjunta de aquella afición, a la que antes se ha hecho referencia, por los grabados japoneses y por las instantáneas fotográficas. Otros cuadros de entonces evocan el encumbrado mundo de los personajes bursátiles o se inspiran en las acrobacias circenses como Miss Lala en el “Circo Femando” (1879; Galería Nacional de Londres), o son obras de un realismo deprimente, íntimamente enlazado con la literatura naturalista” (de Zola y Edmond de Goncourt) que imperaba en ese tiempo, como Le viol (1874; Museo de Filadelfia), L’homme et le pantin (Fundación Gulbenkian, Lisboa) y el famoso cuadro El ajenjo (1877; Musée d’Orsay), para el que posaron la actriz Ellen André y el grabador, aficionado al teatro, Marcellin Desboutin.
Hacia 1880 Degas volvió a evocar, en numerosas y magistrales obras al óleo o al pastel, figuras o composiciones con bailarinas del ballet escénico (lo que le llevó a realizar gran número de admirables dibujos, al lápiz o al carbón, en los que estudiaba fugaces y a veces complicadas actitudes).
En la modista de Edgar Degas (Art lnstitute, Chicago). Degas pinta la imagen cotidiana de una mujer visitando una sombrerería. Esta escena sirve al artista para trabajar las distintas texturas de los sombreros, llenos de colorido. La figura femenina queda en un segundo plano, siendo los protagonistas de la obra los sombreros que se exhiben.
Buen número de tales realizaciones se hallan en el Musée d’Orsay, París; citemos: Arabesco, El saludo, La cabriola, etc. Otras se encuentran en el Courtauld Institute de Londres y en varios museos estadounidenses. Otros lienzos transcriben con gran acuidad (a veces con implacable objetivismo), y valiéndose de variedad de medios (como el empleo de la esencia de trementina), mujeres ocupadas en sus quehaceres: La sombrerera (hacia 1882; Art Institute de Chicago), Las sombrereras (Colección Roche, París) o el famoso lienzo de Las planchadoras (1888; colección particular). Llevando al extremo su sentido de la observación, y acaso cediendo a una intención moralmente malsana, realizó Degas también un conjunto de óleos y pasteles sobre cartón o papel en los que estudió las poses de mujeres (generalmente desnudas) vistas en el acto de realizar su aseo personal íntimo.
La exposición de este conjunto de obras, que tuvo lugar en 1886, la titulaba Nus de femmes se baignant, se lavant, se séchant, s’éssuyant, se peignant, ou se faisant peigner. Algunos de tales ejemplares son de colorido rutilante, obtenido mediante espesas capas de color pulverizado, en habilísima combinación con el carboncillo, y constituyen una novedad en la pintura del siglo XIX, después explotado por artistas de las generaciones posteriores. Dos de estas obras son los óleos El peinado y La taza de té (en la Galería Nacional de Londres); otras son óleos o pasteles que se hallan en el Musée d’Orsay (Le tub, Mujeres peinándose, etc.) o en varios museos de Europa o Estados Unidos. La modernidad de tales obras de Degas es completamente distinta a la de Manet y a la que denotan los más avanzados pintores del impresionismo, y él la supo aplicar después, todavía, en las obras al pastel sobre bailarinas, y de encendido cromatismo, que fue creando cuando, al empeorar su visión, ya muy delicada desde hacía largos años, hubo de realizar tales pinturas de memoria.
Las planchadoras de Edgar Degas (Musée d'Orsay, París) El bostezo y el gesto forman parte de su aburrida y fatigosa tarea. El impresionismo incluye dentro de su temática escenas que en otra época jamás se habrían pintado Degas, y los demás artistas impresionistas, buscan la belleza en escenas intrascendentes, cosa que harán los pintores realistas en un grado aún superior.
Ya cuando comenzó a interesarse por las carreras hípicas o por el ballet había realizado esculturas de caballos, o en cera algunas esculturas de bailarinas, de gran tamaño, llenas de vida; más tarde, desde el último decenio del siglo, fue modelando en barro bocetos de desnudos femeninos en las poses propias del baile escénico. Toda esta producción acredita en él un gran talento escultórico, no un simple diletantismo en esa actividad.
Un caso semejante se repetiría en la vejez de su amigo Renoir, cuando este insigne pintor de desnudos, ya con las manos imposibilitadas, modeló indirectamente varios relieves o grandes estatuas valiéndose de la colaboración de un escultor profesional, cuya labor iba dirigiendo. Renoir logró así crear esculturas importantes, como Venus victrix.
A eso se reduce lo que se dio en llamar, después, “escultura impresionista”, que en todo caso cabría aplicar con más acierto a las labores, en barro o cera, del escultor italiano, que trabajó largo tiempo en París, Medardo Rosso, a las que dotaba de modulaciones que aspiran a insinuar la captación de aspectos fugaces. Pero si la denominación de “impresionista” cuadra al arte de la escultura (lo que no parece muy claro) es, en todo caso, en obras realizadas por el mayor escultor francés del siglo XIX, Rodin, donde ello parece más factible.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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