Winterhalter, Franz Xaver (Menzenschwand, 20 de abril de 1805-Frankfurt del Main, 8 de julio de 1873) Pintor y litógrafo alemán
especialmente conocido por sus retratos de la realeza realizados a mediados del
siglo XIX. Entre sus obras más conocidas se cuentan La Emperatriz Eugenia rodeada de sus damas de compañía (1855) y los
retratos hechos a la emperatriz Isabel de Austria, popularmente llamada Sissí (1864).
Biografía
Infancia y juventud
Franz Xaver Winterhalter nació en
la pequeña aldea de Menzenschwand (que actualmente forma parte de St. Blasien)
en la Selva Negra, en el Gran Ducado de Baden el 20 de abril de 1805. Era el
sexto hijo de Fidel Winterhalter, granjero y productor de resina de la aldea y
de su esposa, Eva Meyer. Su padre era de origen campesino y tuvo mucha
influencia en su vida. De los ocho hijos e hijas de Fidel, sólo cuatro
sobrevivieron a la infancia. A lo largo de su vida Franz Xaver permaneció en
estrecho contacto con su familia, y en especial con su hermano Hermann
(1808-1891), que también era pintor.
Después de asistir a la escuela
en el monasterio benedictino de St. Blasien, Winterhalter dejó la aldea de
Menzenschwand en 1818 a los 13 años para estudiar dibujo y grabado. Fue
aprendiz de delineante y litógrafo en el taller de Karl Ludwig Schüler
(1785-1852) en Friburgo. En 1823, a los 18 años, marchó a Múnich, con el
mecenazgo del industrial Barón von Eichtal. En 1825, se le asignó un estipendio
del gran duque de Baden y comenzó a estudiar en la Academia de Artes de Múnich
con Peter Cornelius, cuyos métodos académicos le hacían sentirse incómodo.
Winterhalter congenió mejor con el retratista de moda Joseph Stieler. Durante
esta época se ganaba la vida trabajando como litógrafo.
Winterhalter entró en los
círculos cortesanos en 1828, cuando se convirtió en maestro de dibujo de Sofía
Guillermina de Suecia, en Karlsruhe. La oportunidad para establecerse más allá
del sur de Alemania llegó en 1832, cuando pudo viajar a Italia entre 1833 y
1834, con el apoyo de Leopoldo, gran duque de Baden. En Roma realizó cuadros
románticos al estilo de Louis-Leopold Robert y comenzó a frecuentar el círculo
del director de la Academia Francesa, Horace Vernet. A su regreso a Karlsruhe
pintó los retratos del gran duque Leopoldo de Baden y de su esposa, y fue
nombrado pintor de la corte archiducal.
A pesar de su estabilidad
económica, dejó Baden y se trasladó a Francia donde su escena pictórica de
influencia italiana Il dolce Farniente destacó en los salones artísticos de
1836. Un año después Il Decameron también recibió numerosos elogios; ambas
pinturas eran composiciones académicas al estilo de Rafael. En el salón de 1838
exhibió un retrato del príncipe de Wagram con su joven hija. Su carrera como
pintor de retratos se consolidó cuando, en el mismo año, retrató a Luisa María
de Orleáns, reina de Bélgica, y su hijo. Probablemente fue gracias a esta
pintura que Winterhalter atrajo la atención de María Amalia de las Dos
Sicilias, reina de Francia, y madre de Luisa María de Orleáns.
Pintor de la corte
En París, Winterhalter se
convirtió pronto en pintor de moda. Fue nombrado pintor de la corte del rey
Luis Felipe de Francia, que le encargó pintar retratos de los miembros de su
gran familia. Winterhalter realizaría más de treinta encargos para él. Su éxito
también le permitió ganarse la reputación de especialista en retratos
dinásticos y aristocráticos, hábil combinando el retrato y la lisonja e
intensificando la ostentación oficial con la moda moderna.
Sin embargo, la reputación de
Winterhalter en los círculos artísticos sufrió las consecuencias de este giro
en su carrera. Los críticos, que habían elogiado su debut en el salón artístico
de 1836, lo rechazaron y consideraron que no se le podía tomar en serio. Esta
actitud de la crítica continuó a lo largo de la carrera de Winterhalter,
condenando su obra a una categoría propia en la jerarquía de la pintura. El
propio Winterhalter consideraba sus primeros encargos reales un interludio
antes de regresar a la pintura artísticamente respetable desde un punto de
vista académico, pero fue víctima de su propio éxito y, durante el resto de su
vida, trabajaría casi exclusivamente como pintor de retratos. No sólo se hizo
especialmente popular en este ámbito, sino que además se enriqueció.
Winterhalter se convirtió en una celebridad internacional que disfrutaba del
mecenazgo de la realeza.
Entre sus muchos clientes reales
también se encontraba la reina Victoria. Winterhalter visitó por primera vez
Inglaterra en 1842, y regresó varias veces para pintar a Victoria, su esposo el
príncipe consorte Alberto y su numerosa familia, efectuando al menos unos 120
retratos para ellos, gran número de los cuales todavía se conservan en la
colección real inglesa y se muestran al público en el Palacio de Buckingham y
otros edificios. Aparte de los monarcas ingleses, Winterhalter también pintó
unos cuantos retratos para la aristocracia de Inglaterra, en su mayor parte
nobles de la corte. La caída del rey Luis Felipe de Francia en la revolución de
1848 no afectó a la reputación del pintor. Winterhalter viajó a Suiza y
continuó realizando encargos para Bélgica e Inglaterra.
Winterhalter fue testigo de las
caídas de unas dinastías y el ascenso de otras, pero, gracias a su constancia,
ello no le afectó profesionalmente. París se convirtió en su hogar hasta dos
años antes de su muerte. Tras la caída de la monarquía francesa, el cese de
encargos de retratos le permitió dedicarse de nuevo a la pintura de cuadros
artísticos como Florinda (1852) (Museo Metropolitano de Arte, Nueva York), una
gozosa celebración de la belleza femenina inspirada por la leyenda española de
la relación entre la hija del conde don Julián y Rodrigo, el último rey
visigodo. El mismo año realizó una propuesta de matrimonio, pero fue rechazado,
por lo que Winterhalter continuó siendo un solterón dedicado a su trabajo.
Su popularidad aumentó después
del ascenso al poder en Francia de Napoleón III. Durante el Segundo Imperio
francés se convirtió en el retratista principal de la corte y de la familia
imperial. La hermosa emperatriz Eugenia llegó a ser una de sus modelos
favoritas y ella le trató con generosidad. En 1856 Winterhalter pintó la que
sería su obra maestra, La Emperatriz Eugenia rodeada de sus damas de compañía,
en la que aparece la emperatriz de Francia —la española nacida Eugenia de
Montijo— en un escenario pastoral recogiendo flores en un círculo armonioso con
sus damas de compañía. La pintura fue aclamada por el público y expuesta en la
Exposición Universal de 1853, y sigue siendo la obra más famosa de
Winterhalter.
En 1852 Winterhalter viajó a
España, acompañado por su compatriota Eduardo Magnus, también un destacado
retratista, para pintar a la reina Isabel II1 y asimismo trabajó para la
familia real portuguesa. A los aristócratas rusos que visitaban París les
gustaban también los retratos realizados por el famoso maestro y a menudo
contrataban sus servicios. Como el “pintor de príncipes”, Winterhalter era muy
solicitado en la mayoría de las cortes europeas: en Inglaterra (desde 1841),
España, Bélgica, Rusia, México, diversos estados alemanes y Francia. En los
años siguientes la fama de Winterhalter se mantuvo y sus servicios fueron
objeto de gran demanda. En 1856 viajó a Polonia para pintar a los aristócratas
locales y en 1857 pintó en Baviera a la zarina —de origen alemán— María
Alejandrovna. Durante la década de 1860 recibiría muchos encargos de Rusia.
Durante el Segundo Imperio
Mexicano, bajo el gobierno del emperador Maximiliano I de México, Winterhalter
recibió el encargo de pintar los retratos de la pareja imperial. La emperatriz
consorte de México, Carlota de Bélgica, era la hija de Luisa María de Orleáns,
reina de Bélgica, que había contratado los servicios de Winterhalter en los
comienzos de su carrera. Algunas de las pinturas de Winterhalter de los
monarcas mexicanos todavía se conservan en su palacio en México, D. F., que
actualmente es el Museo Nacional de Historia.
Últimos años
Para hacer frente a los numerosos
encargos de retratos, muchos de los cuales incluían el realizar múltiples
copias de los mismos, Winterhalter contrató numerosos ayudantes. Ningún pintor
de retratos disfrutó jamás de tanto patronazgo real como Winterhalter, sólo Rubens y Van Dyck trabajaron en cierta medida como él a nivel internacional.
A menudo Winterhalter se relajaba
de la presión de su trabajo con vacaciones en Italia, Suiza y, sobre todo,
Alemania. Pese a haber vivido durante muchos años en Francia, mantuvo un
estrecho contacto con su país nativo. A pesar de su éxito y popularidad,
continuó llevando una vida sencilla y sin excesos, siendo además abstemio. En
1859 adquirió una villa en Baden-Baden, su lugar favorito de vacaciones.
En 1864 Winterhalter hizo su
última visita a Inglaterra. En otoño de ese año viajó a Viena para pintar los
retratos del emperador Francisco José I de Austria y de su esposa Isabel de
Baviera, que se encuentran entre sus obras más conocidas. A medida que
envejecía, sus vínculos con Francia se debilitaron, y comenzó a sentir añoranza
por Alemania. Se encontraba descansando en Suiza durante el estallido de la
Guerra Franco-Prusiana, que terminó con el Segundo Imperio francés en
septiembre de 1870. Después de la guerra, el pintor no regresó a Francia, sino
que se fue a Baden. Sin mayores complicaciones decidió retirarse de forma
permanente a Alemania. Todavía estaba oficialmente acreditado en la corte de
Baden y se asentó en Karlsruhe. Sin embargo, en los dos años siguientes pintó
muy poco. Durante una visita a Fráncfort del Meno en el verano de 1873 contrajo
el tifus y murió el 8 de julio de 1873. Tenía 68 años.
Estilo
Retrato de Isabel II con su hija
la infanta Isabel, en 1852 Palacio Real de Madrid.
Winterhalter consolidó su estilo
como pintor de retratos durante el Segundo Imperio francés, y sus mejores obras
fueron realizadas en las últimas dos décadas de su vida. Adaptó su estilo al
lujo y la atmósfera relajada de la época, su hedonismo y animación. Sus modelos
femeninas de las décadas de 1850 y 1860 vivían en un clima social y fisiológico
diferente de las que había pintado antes, y no muestran una actitud reticente o
reservada. Sus modelos masculinos le inspiraron pocas composiciones originales
o memorables.
Winterhalter nunca recibió
elogios de la obra que lo había hecho famoso por parte de los críticos
artísticos, que lo acusaron constantemente de caer en la superficialidad y
afectación con el objetivo de ganar popularidad. Sin embargo, sus mecenas
aristocráticos le tenían en gran estima. Las familias reales de Inglaterra,
Francia, España, Rusia, Portugal, México y Bélgica le encargaron retratos. Sus
monumentales lienzos le proporcionaron una gran reputación y las copias
litográficas de sus retratos le ayudaron a extender su fama.
Los retratos de Winterhalter eran
apreciados por su sutil intimismo. La naturaleza de su atractivo no es difícil
de explicar. La imagen de sus modelos da al observador una impresión de deseo o
de una necesidad de protección. No sólo disponía de una gran habilidad para
crear composiciones casi teatrales con sus modelos, sino que también fue un
experto en el arte de combinar la textura de los tejidos, pieles y joyas, para
los que dedicaba tanto esmero como para los rostros. Pintaba con rapidez y
continuidad, diseñando la mayoría de sus composiciones directamente en el
lienzo. Sus retratos son elegantes, refinados y agradablemente idealizados.
Respecto al método de trabajo de
Winterhalter, se cree que —debido a la práctica que había adquirido dibujando y
representando figuras— pintaba directamente en el lienzo sin hacer estudios
preliminares. Él mismo decidía el vestido y la postura de la modelo. Pintaba
delicadamente, utilizando pinceladas rápidas pero impersonales. Su estilo era
suave, cosmopolita y creíble. Muchos de los retratos fueron copiados o
reproducidos en su taller como litografías.
Como artista Winterhalter es
difícil de clasificar, pues existen pocos pintores con los que pueda compararse
y no encaja en ninguna escuela específica. Sus primeras influencias son
neoclásicas pero su estilo posterior puede ser descrito como neo-rococó. A su
muerte su obra cayó en desgracia, siendo considerada demasiado romántica,
brillante y superficial. Poco se sabe sobre él a nivel personal, y su arte no
fue revalorado hasta época reciente. Sin embargo, una gran exhibición de su
obra en la National Portrait Gallery de Londres y en el Petit Palais en París
en 1987 recuperaron su popularidad. Sus pinturas se exhiben actualmente en los
principales museos europeos y americanos. El Palacio de Liria de Madrid alberga
al menos dos obras suyas, entre ellas el destacable Retrato de Eugenia de
Montijo y el Palacio Real un retrato de Isabel II con su hija la infanta
Isabel.
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