La influencia de Cézanne fue, sin lugar a dudas y en último análisis, la más importante y directa no sólo sobre la evolución del mismo Picasso, sino, de una forma más general, sobre el nacimiento del cubismo en su conjunto. Todos los cubistas, en efecto, habían de comenzar, tal como se verá más adelante, por una fase "cezannista". La exposición retrospectiva de las obras del maestro de Aix, organizada en octubre de 1907 en el Salón de Otoño, fue decisiva a este respecto y constituyó una verdadera revelación para los pintores jóvenes. Contrastando notablemente con los llamativos coloridos del impresionismo, la solidez de las formas en las obras de Cézanne respondía por anticipado a sus propias preocupaciones.
En lo que a él concernía, Picasso
cambió totalmente -y se podría casi decir bruscamente- de estilo durante el año
1908. A
pesar de que continuaba dedicándose de modo sistemático al estudio del volumen,
adoptó como consecuencia una técnica resueltamente distinta de la precedente. Renunciando
a los colores puros y violentos, se limitó desde entonces al uso de tonos
neutros y en general apagados (pardos, ocres, verdes y grises), como si temiera
que cierta riqueza cromática perjudicara la expresión de los elementos
formales. Y lo que aún resulta más sorprendente, volvió al claroscuro que, sin
embargo, había intentado suprimir, pero a un claroscuro elemental y
violentamente afirmado, eso es cierto, destinado a modelar los volúmenes con la
mayor nitidez posible, volúmenes que él reducía, por otra parte, a sus
elementos esenciales.
En este nuevo camino se le unió
rápidamente un joven pintor fauve que vivía en Montmartre como él, frecuentaba
desde hacía algún tiempo su estudio y había experimentado una fuerte impresión
ante Las Señoritas de Aviñón: Georges Braque. Cada uno por su parte, Picasso en
París y luego en La Rue-des-Bois, en donde pasó sus vacaciones aquel año, y
Braque en L'Estaque, en donde residió varios meses, ambos pintores se
dedicaron, siguiendo la vía de Cézanne, a conferir a los objetos que
representaban su solidez y densidad, cualidades que habían comprometido
peligrosamente los impresionistas, al dedicar una atención demasiado exclusiva
a los efectos luminosos. Para ello, intentaron sobre todo encontrar nuevamente
la forma duradera de los objetos, suprimiendo cualquier detalle accidental y
descomponiéndolos sistemáticamente en sus principios sólidos: poliedros, cilindros,
conos, esferas, etc.
Garrafa y tres cuencos, de Pablo Picasso (Museo del Ermitage, San Petersburgo). Picasso respeta aquí una composición de tipo clásico, jugando con los planos de observación de los tres cuencos, que se sitúan alrededor de la garrafa como si de un eje de perspectiva central se tratara.
El cuenco de fruta, de Georges Braque (Moderna Museet, Estocolmo). Braque empleó una composición circular para este cuadro, en el que las propias formas de las frutas representadas van cerrando la configuración visual del mismo. El uso recurrente de bodegones por los cubistas respondía a un manifiesto interés por el estudio de los volúmenes y los contrastes entre fondo y figura.
Esta tentativa coincidía con la
del maestro de Aix, que en su famosa carta a Émile Bernard del 15 de abril de
1904 había aconsejado expresamente tratar de este modo a la naturaleza. Difería
de ellos, sin embargo, en un punto importante: Cézanne recomendaba "hacer
sentir el aire". Por el contrario, Picasso y Braque expulsaban
inexorablemente de sus telas cualquier forma de expresión atmosférica, por
temor de que alterara la forma con reflejos fortuitos, e incluso levantaban la línea
del horizonte de sus paisajes a fin de limitar al máximo los efectos luminosos.
Otro fauve, André Derain, pareció
por un instante -sobre todo en las obras que pintó en Cadaqués en 1910-
orientarse en una dirección bastante parecida a la que habían emprendido
aquellos dos artistas. Si bien experimentó efectivamente la influencia de
Cézanne de la misma forma que ellos, no había de pasar, sin embargo, de ese
nivel. Demasiado respetuoso con la tradición no supo, y quizá no quiso, pasar
por encima de las reglas establecidas, conservando en particular la atmósfera
como un nexo natural entre los objetos.
Casas en l'Estaque, de Georges Braque (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Braque buscó y reprodujo exactamente el mismo paisaje que años antes ya había pintado Cézan ne, cuya i nfluencia le marcó poderosamente. Los atributos figurativos pierden importancia y sólo i nteresan las relaciones de planos y volúmenes desde una nueva perspectiva formal, como pone de manifiesto la composición geométrica del cuadro. El fauvismo q ue inspiró las primeras pinturas de Sraque no tiene el peso de otras obras, pasando el color a ser un mero elemento de apoyo que se l imita a ensalzar la estructura .
Desde luego, no habría que
deducir de todo lo anterior que Picasso y Braque seguían una evolución fácil,
irreversible y, por así decirlo, también fatídica. El estudio atento de su
producción demuestra muy claramente, por el contrario, que la experiencia era
en ellos bastante más importante que la teoría. Es por esto que no titubearon, en la
segunda mitad de 1909, no sólo en fragmentar los grandes volúmenes primordiales
en series de volúmenes más pequeños, sino incluso en romper de un modo más
resuelto la línea del contorno de estos volúmenes mediante bruscas
interrupciones del trazo lineal -lo que se ha dado en llamar passages-; ambos
procedimientos pretendían lograr la desaparición de las gradaciones demasiado
continuas de sombra y de luz, difíciles de evitar en el modelado de las grandes
superficies.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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