En 1862 se presentó al grupo prerrafaelista un nuevo autor cuyas tendencias clasicistas fueron del agrado del resto. Utilizando el grafismo de Botticelli y Mantegna con una melancólica sensualidad, muy en boga en el romanticismo, el pintor acostumbraba a plasmar escenas de ensueño basadas en los mitos artúricos y viejas leyendas célticas. Sus composiciones espaciales solían ser muy complejas y las figuras estrechas y largas, limitadas al formato vertical, como se manifiesta en esta obra de 1886 por la artificiosa profundidad del fondo sugerida tan sólo por la ventana que se ve al lado y por los dos mirones del margen superior.
(Tate Britain, Londres).
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.