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Artistas de la A a la Z

Las escuelas helenísticas

⇨ Cabeza de Séneca (Museo Nacional, Nápoles). Busto que ha sido falsamente considerado como un retrato de Séneca, pero es probable que se trate de Calímaco, bibliotecario y geómetra de Alejandría. La escultura que se muestra es una copia de un original helenístico del siglo II a.C. y refleja, con intensa expresividad, la atracción que sentían los artistas de Alejandría por los rostros de ancianos castigados por la edad y las decepciones de la vida. La barba descuidada y los lacios cabellos que cuelgan sobre la frente refuerzan aún más la impresión de una experiencia de hastío y de frustración por la fragilidad de las ilusiones. El realismo imperante en la Alejandría helenística, que produjo la serie de cabezas de Homero ciego y soberbios retratos, como los de Tolomeo I y II y de las reinas Arsinoe II y III, alcanza en este retrato de Calímaco una de sus afirmaciones más agudas. 



Después de describir los principales tipos del arte helenístico en todo el mundo griego, se deben mencionar los esfuerzos que han hecho los investigadores para identificar el estilo de las diferentes escuelas de Alejandría, Pérgamo, Rodas, y aun de la propia Grecia, durante el gobierno de los sucesores de Alejandro. Hasta hace no mucho tiempo había sido considerada como exclusivamente alejandrina una serie de relieves con paisajes y figuras de la vida campestre, finamente poetizados. La hipótesis tenía apariencia de verosimilitud; parecía, a priori, ser verdad que en la gran metrópoli intelectual la gente se complaciera, por contraste, en una vida campestre, más sencilla y más sana. Esta preferencia creía probarse con los idilios del poeta Teócrito, cuyo comentario plástico parecían estos relieves bucólicos. El amor platónico por los campos que siente el hombre de la ciudad no parece, sin embargo, haber sido la nota característica de la escultura de Alejandría; hoy, decididamente, no se pueden aceptar como alejandrinos estos relieves bucólicos, que, sin duda alguna, son las más bellas manifestaciones del arte helenístico. El paisaje, a veces rocoso, no es el del llano uniforme del delta del Nilo, y no corresponden en absoluto a Egipto ni la flora, ni la fauna. Afluyeron seguramente a Alejandría, como acontece hoy en todas las metrópolis mundiales, las diversas corrientes de la época y artistas de diferentes regiones. Dos cosas parecen, en cambio, haber sido especialmente privativas de la capital: la primera, la afición notoria por los tipos sensuales praxitélicos, suavizados más todavía por una especie de afectada vaguedad, una delicuescencia del mármol, que se ha convenido en llamar la sfumatura alejandrina; la segunda nota original de la propia metrópoli es la predilección por los asuntos callejeros, los tipos grotescos, que debían de abundar en aquella confusa aglomeración de gentes de todas las razas.

 Galo suicida (Museo de las Termas, Roma). Réplica romana en mármol que representa a los dos personajes en contrapuesta disposición de honor: uno firmemente decidido a acabar con su vida y el otro postrado de rodillas con evidentes muestras de derrotismo. 



Los informantes, principalmente, de este arte singularísimo son los pequeños bronces. Por ellos es posible imaginarse el cuadro pintoresco que ofrecían las calles de aquella populosa ciudad, con los vendedores ambulantes, los músicos, los bailarines. Raras veces estos bronces, hallados en Alejandría, tratan de asuntos bucólicos; los tipos se repiten con frecuencia, pero nunca aparecen las muestras de esta afición a la vida del campo. Más que preocuparse del parentesco espiritual del arte alejandrino con los idilios de Teócrito, hay que buscarlo en los versos de Herondas, el poeta de la ciudad cosmopolita, y en ciertos epigramas maliciosos de la Antología bizantina.

El pueblo alejandrino debió de ser finamente irónico y burlón, orgulloso de su gran ciudad, familiarizado con sus propias deformidades, cuyo lado cómico sabía descubrir en todo momento. Infinidad de motivos de género que el arte griego muchas veces había despreciado por demasiado vulgares y simples son tratados con gusto exquisito por los escultores de la capital.

Pero no fue únicamente la ciudad de Alejandría la que sintió entonces estas aficiones; hoy se puede apreciar como el gusto por lo anecdótico se hacía extensivo a todo el mundo griego de aquel momento; los pequeños bronces ilustran extraordinariamente en este punto. Las figurillas encontradas en Alejandría pueden compararse con las halladas en la nave hundida frente a Mandia, que procedía de Atenas. Estos bronces atenienses helenísticos son análogos a los procedentes de Alejandría. Dos enanos danzarines son, realmente, compañeros de los bailarines y cantores encontrados en Alejandría.

Más fácil resulta fijar el estilo de la escuela de Pérgamo, porque las excavaciones han descubierto allí buena copia de obras que fueron celebradas ya por los escritores antiguos. En Pérgamo reinaron una serie de príncipes filántropos y apasionados por el arte, que no encontraban gusto en el picaresco arte de Alejandría. Poseídos como estaban de cierto romanticismo por lo heroico y lo sublime, cayeron en el otro extremo y fomentaron la maniera grande con composiciones llenas de gigantes, héroes y bárbaros entregados a fieros combates.



Altar de Pérgamo. Este inmenso altar fue construido en 180 a. C. en homenaje al dios Zeus, y concreta la apoteosis del arte helenístico. En el conjunto arquitectónico destaca la disposición de los pórticos y los grandes zócalos de altorrelieves. 

Por otro lado, los príncipes del pequeño territorio que constituía el Estado de Pérgamo pudieron disponer, por sus grandes riquezas, de un fuerte ejército de mercenarios y ganar el título de defensores de la raza griega deteniendo una invasión de celtas. Y los reyes intelectuales de Pérgamo mandaron esculpir varios grupos de galos vencidos para erigirlos como exvotos en su templo de Minerva Polias en la mismísima Pérgamo y en la Acrópolis de Atenas.

Existen, pues, diversos grupos procedentes de Pérgamo que representan distintos episodios de la lucha contra los celtas o galos. En uno de ellos, un hombre, herido de muerte, fija en el suelo sus ojos velados, mientras se sostiene apenas con uno de sus brazos apoyado en tierra. En su fisonomía se refleja la expresión de un dolor que hasta entonces no había logrado reproducir el arte griego.

⇦ Coloso de Rodas. Escultura romana realizada a partir de un supuesto original de Cares de Lindos, considerado una· de las siete maravillas del mundo de la Antigüedad.   



Hay en estas esculturas de Pérgamo una precisión etnográfica absoluta para reproducir los caracteres de raza; las cabezas del galo moribundo, del Capitolio, y del galo que se da muerte, del grupo del Museo de las Termas, podrían tomarse por las de dos franceses del Midi de hoy. El estilo de Pérgamo destacó siempre por su fuerza patética. En los grupos de los exvotos de Atenas, los reyes de Pérgamo hacían remontar sus hazañas deteniendo a los gálatas hasta los grandes días del arte antiguo: primero se representaba en varios grupos la lucha de los dioses contra los gigantes, después la de los griegos contra las amazonas y los persas, y por último la de los propios reyes de Pérgamo contra los gálatas. Este estilo no se redujo al grupo de escultores áulicos que tenían a sus órdenes los soberanos intelectuales de Pérgamo, sino que fue imitado en todo el mundo helenístico. Una cabeza del Museo de Alejandría, encontrada en Gizeh, reproducía a un galo como los de Pérgamo; otro galo o persa, encontrado en Roma (actualmente en el Museo de las Termas), es también del estilo que hasta hace poco creíamos exclusivo de Pérgamo. Así, en los tres puntos casi extremos del mundo griego de entonces aparecen manifestaciones del mismo arte, hasta hoy llamado pergameno.

Laocoonte y sus hijos de Agesando, Polidoro y Atenodoro de Rodas (Museo Pio Clementito del Vaticano, Roma). Este grupo escultórico resume por sí mismo todo un período de la historia del arte. La obra fue realizada en el siglo I a.C. y fue hallada entre las ruinas del palacio de Tito en Roma. La obra evidencia el sentido dramático que caracteriza la escultura helenística de esta época, cuya influencia ha trascendido incluso más allá del arte, convirtiéndose en todo un símbolo. 

Un nuevo triunfo militar sobre sus vecinos bárbaros impulsó a otro rey de Pérgamo a erigir un grandioso altar a Zeus, con un friso de esculturas en el basamento. El altar propiamente dicho se encontraba dentro del recinto de un pórtico de columnas jónicas, pero su importancia artística estriba en los relieves del basamento del pórtico, los cuales representaban la batalla de los dioses y los gigantes: la Gigantomaquia. Este friso se hallaba en su sitio todavía en los primeros siglos de la Era cristiana; el autor del Apocalipsis, dirigiéndose al obispo de la iglesia de Pérgamo, dice que está instalado junto al trono de Satán. Las excavaciones que habían de devolvernos esta última obra maestra del arte griego fueron dirigidas por el ingeniero alemán Humann, y el friso pudo ser trasladado casi por completo al Museo de Berlín. Las figuras son de alto relieve; cada cuerpo está moldeado con energía extraordinaria en los detalles, y se acentúan todas las musculaturas, como para indicar el esfuerzo sobrehumano realizado por los gigantes y los dioses.

Toro farnesio (Museo de Nápoles). Conjunto escultórico de estructura piramidal que es muy representativo de la grandilocuencia y del sentido dramático que impregna la escultura helenística de la época. Esta obra es una de las más importantes de la escuela rodia del siglo I a.C., junto al famoso Laocoonte. La escena representa el mito de la condena de Dirce, esposa del rey de Tebas, quien fue atada a un toro salvaje por los hijos de Antíope, Zeto y Anfión, para vengar la muerte de su madre. El conjunto es conocido por el nombre de la familia Farnesio de Roma por haber sido la propietaria de la obra antes de ser trasladada a Nápoles. 

Hay allí gran abundancia de temas y de episodios; el friso, que tiene un desarrollo de 130 metros, es siempre variado. En una parte aparece Atenea combatiendo acompañada de su fiel Victoria; la diosa ha de valerse de toda su astucia para levantar por los cabellos al gigante Alcioneo, pues sabido es que el terrible monstruo perdía toda su fuerza en cuanto se le separaba del suelo; su madre, la diosa Gea, o sea la Tierra, implora la piedad de Atenea para el rebelde. En otro lado Zeus, con su pica y sus rayos, acaba con tres gigantes de una vez. El Sol y la Luna, en sus respectivos carros, combaten al lado de los dioses. Algunos gigantes tienen cabeza de león; otros, colas monstruosas. El estilo también varía en las diversas partes del largo friso del altar, pero es siempre agitado, violento, convulso. Sin embargo, aun esta nota de extremo barroquismo helenístico no parece exclusiva de la escuela de Pérgamo. Unas esculturas de un altar de Damofón, en Atenas, muestran idénticos caracteres de exageración en las expresiones.

Marte y Venus (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Este fresco procedente de Pompeya es uno de los escasos originales que se conservan de la antigua pintura griega, que tan sólo se conocía por mediocres copias romanas que utilizaban las técnicas pictóricas griegas. El detalle reproducido aquí muestra el funcionalismo sensitivo característico de la pintura griega del momento.  


⇦ Medea (Museo Nacional de Nápoles). Copia herculana de un original de Timomacos, la obra muestra a una Medea de ojos ígneos, devorada por una contradictoria pasión de amor y de celos por sus hijos. La historia de Medea es una de las más morbosas de la mitología griega. Se cuenta que por su amor por Jasón, la hechicera traicionó y abandonó a su padre, el rey de Cólquida, para después asesinar al usurpador del trono de su marido quien, de modo ingrato, le fuera adúltero. La amante de su esposo moriría también abrasada por el vestido que tejiera Medea expresamente para ella, pero no sintiendo su venganza aún colmada, acabó matando también a sus hijos y a Jasón antes de poner fin a su vida.  



Después de Alejandría y Pérgamo, la más caracterizada escuela helenística hubo de ser la de Rodas. Allí se establecieron varios discípulos de Lisipo. Uno de ellos, Cares de Lindos, fue el autor del coloso de Rodas, erigido hacia el 280 a.C. y destruido por un terremoto cincuenta y seis años después. A falta de copias o reproducciones del coloso de Rodas y de esculturas encontradas in situ, no queda otro recurso que el de valerse, para comprender el estilo predilecto de los escultores rodios, de los datos que proporcionan dos grandes obras que proceden de Rodas y fueron mencionadas ya por los escritores antiguos. Una de ellas es el grupo de Laocoonte, encontrado en las Termas de Tito, donde ya lo había admirado Plinio (in Titi imperatoris domo). Era obra realizada por Agesandro de Rodas en colaboración con sus dos hijos, Polidoro y Atenodoro, y aun parece ser que no se ejecutó hasta después de haber deliberado una cofradía de artistas muy numerosa (de consilii sententia). En este grupo de Laocoonte se exagera más aún el efecto teatral de anatomía que podía contemplarse en el altar de Pérgamo.


Medea premeditando la muerte de sus hijos (Museo Nacional de Nápoles). Fresco procedente de los restos de Pompeya que muestra a una Medea meditabunda, debatiéndose interiormente entre el amor a sus hijos y el dolor por el amor traicionado de su marido, que está representado al fondo tras ella. 

Al dolor físico de la estrangulación causada por las enormes serpientes mandadas por Apolo, se añade el inmenso dolor moral con que el sacerdote troyano Laocoonte ha de presenciar la muerte de sus hijos. En este grupo, los tres cuerpos humanos aparecen estrujados por las dos serpientes: el padre tiene el tórax hinchado, y los músculos y venas se marcan sobre la piel de manera exageradísima; la cara está tan contraída, que aquel hombre no viviría ya, puesto que ningún cuerpo humano es capaz de deformarse con semejante tensión.

Psiquis esparciendo flores (Casa dei Vettii, Pompeya). 
Cupidos catando y sirviendo vino (Casa dei Vettii, Pompeya). Fresco que representa a los mensajeros del amor disfrutando de los placeres del vino.  

Otra obra de los escultores rodios que ha permitido conocer aún mejor su estilo es el llamado grupo Farnesio, con el castigo de Dirce, condenada a ser arrastrada por un toro, atada a sus cuernos, por los hijos de Antíope, Zeto y Anfión, que en el siglo XVIII pasó a la colección real napolitana, y después al Museo de Nápoles. Es curioso observar que, al servir de modelo para las pequeñas porcelanas de la fábrica real de Capodimonte, cerca de Nápoles, el grupo enorme, el convenirse en bibelot, gana interés en lugar de perderlo con la reducción. La composición es extremadamente compleja; en el original no se puede apreciar el conjunto por ningún lado, mientras que al reducirse a un juguete de porcelana se domina muy bien de una sola mirada. Sin embargo, a pesar de la habilidad con que se han combinado las figuras en un conjunto apiramidado, el grupo no despierta entusiasmo; se infiere de ello que el artista hubo de salirse de los límites de la escultura.



Las naves de Ulises atacadas por los lestrígones (Biblioteca Vaticana, Roma). Obra hallada en el barrio del Esquilino, en la que el paisaJe odiseico está tratado con un sentido esquemático y las figuras trazadas con unos pocos toques, según el estilo que Petronio llamaba "compendiaría" y actualmente impresionista. 

Productos de la escuela rodia son las estatuas de las Musas de un escultor llamado Filiscos, de las cuales han quedado muchas copias. Son nueve figuras aisladas que debían de rodear la figura de Apolo. Algunas de estas graciosas mujeres son tipos verdaderamente inspirados; la llamada Polimnia, envuelta en los pliegues de su amplio manto, fue muchas veces reproducida en copias romanas; Urania, pensativa, estaba sentada, con la cabeza apoyada en una mano.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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