Tanto la tragedia (palabra que
deriva de tragos -“macho cabrío”- y ode -“canción”-) como la comedia (komes
-“banquete”- y ode) tienen su origen en cultos dionisíacos y, afortunadamente,
se cuenta con el testimonio de Aristóteles para conocer mejor el origen de
ambos géneros teatrales. De este modo, en su Poética, Aristóteles habla de la
tragedia como “imitación de una acción elevada y completa, de cierta magnitud,
en un lenguaje distintamente matizado según las distintas partes, efectuada por
los personajes en acción y no por medio de un relato, y que, suscitando
compasión y temor, lleva a cabo la purgación de tales emociones”.
En esta definición se tiene la
esencia de la tragedia griega que, como autores más importantes tiene a
Eurípides, Sófocles y Esquilo, en la que se ve como el protagonista
(etimológicamente, “el primero en el combate”) va camino de un destino de
fatalidad, lo que permite la catarsis de las pasiones de los espectadores.
La comedia, cuyos máximos
exponentes fueron Aristófanes y Menandro con su “comedia nueva”, no tenía el
mismo prestigio y dignidad que la tragedia, pues, como afirma Aristóteles, es
un género que es “imitación de hombres inferiores, pero no en toda la extensión
del vicio, sino en lo risible, que es parte de lo feo”. Así, en estas
representaciones que, como se diría actualmente, no gozaban del reconocimiento
de la crítica pero sí de gran éxito popular, se satirizaban personajes
populares y solían acabar con una inevitable moraleja.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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