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La huella del Islam en Persia, Turquía y la India

Hemos visto características más esenciales y las obras de arte más importantes que los árabes llevaron a cabo en los territorios en los que se originó el islamismo así como en España y el norte de África. Y aunque es característica definitoria del arte islámico el sorprendente grado de similitud en el estilo de las obras de arte de todos los rincones del imperio, también es posible encontrar notables diferencias entre, por ejemplo, las construcciones de la Andalucía dominada por los musulmanes y la Persia islámica. De este modo, mientras en el Occidente musulmán la escuela hispanomarroquí empleaba las bóvedas y las cúpulas con notoria sobriedad, lo que, a la postre, se convertiría en uno de los rasgos más característicos del arte islámico en la península Ibérica y en el norte de África, casi en el otro extremo del Imperio islámico, en Persia y Turquestán, los árabes preferían las estructuras abovedadas, ya que eran las tradicionales en las citadas regiones.

Fortaleza Golconda en Hyderabad. Construida entre 16 a 10 kilómetros al oeste de Haiderabad, fue la capital de los reinos Qutb Shahi entre 1507 y 1587. Las murallas externas de siete kilómetrros de perímetro encierran al palacio de Shah y a la fortaleza levantada sobre un promontorio de granito de 130 metros.

Por tanto, las mezquitas tienen allí planta cuadrada con cúpula central, como los antiguos templos del fuego zoroástrico, pues hay que señalar que esta doctrina religiosa se originó en Persia, pero con un patio anterior como en las mezquitas del Islam occidental. Persia es el país clásico de la decoración vidriada; las fachadas aparecen casi siempre decoradas con un sinnúmero de piezas esmaltadas que se ajustan perfectamente.

Este método de decoración llegó a su máximo de suntuosidad en Samarcanda, la célebre ciudad del Uzbekistán, en el Asia Central soviética, tan citada en las famosas Las Mil y Una Noches a causa de su posición estratégica en la ruta de las caravanas que se dirigían a China. En la cresta de una colina cercana a la ciudad se hallan las tumbas de los conquistadores mongoles, formando una singular necrópolis de túmulos con cúpula, como la de los sultanes egipcios, pero aquí refulgen merced al esmalte de la cerámica vidriada. Otra vez, como ya hemos visto en otras tumbas reales que se encuentran en Egipto, los soberanos musulmanes optan por una suntuosidad que parece contradecir las exigencias de austeridad y humildad que marca el Islam.

Fortaleza de Ramnagar, sobre el río Ganges, cerca de la aldea homónima. 
Entre esos túmulos que se acaban de citar, destaca sin lugar a dudas el sepulcro monumental de Tamerlán, el conquistador del mundo, que fue construido a fines del siglo XV. Se trata del famoso Gur Emir, que está constituido por una alta cúpula sobre un tambor cilíndrico, que a su vez está labrada con estrías verticales como una gigantesca tienda del desierto a la que se accede a través de un liwan.

Fortaleza de Gwalior, sobre el cañón Urwahi. Esta fortaleza permitió el control de la meseta central de la India durante los sucesivos dominios, desde el imperio Asoka (siglo III a.C.) hasta el dominio británico (siglo XIX).
La misma abundancia de mosaicos azules y verdes se encuentra en la fachada que se conserva de la madrasa Ulug-Beg de Samarcanda; coronada por dos cúpulas y dos alminares, constituye el elemento más impresionante de la famosa plaza Registán en la que se encuentra.

Acaso las obras más perfectas del arte decorativo del mundo entero, por su coloración esmaltada, sean las cúpulas y liwanes de las mezquitas persas de Isfahán. Es difícil encontrar, rastreando los cinco continentes, unos esmaltes tan perfectos y sublimes como los que se hallan en estas mezquitas, sin duda una de las joyas de Persia. El arco monumental de entrada consigue en ellas proporciones gigantescas; sin embargo, no es la magnitud lo que más impresiona, sino la variedad de los detalles, que mudan de color según cambia la luz cada hora del día. La característica islámica en arte y literatura es este deseo de producir un continuo espejismo y recordarnos con belleza que nuestras percepciones no son permanentes. Huelga decir que las largas travesías en el desierto, llenas de jornadas agotadoras incluso para los viajeros más avezados, debían de alimentar la fascinación por el fenómeno de los espejismos, por lo que no es extraño que en una región en la que el desierto lo es casi todo, dicho fenómeno tuviera su simbología en las manifestaciones artísticas.


⇨ Fuerte Rojo, en Delhi. Llamado así a causa del color de su piedra, es una de las grandes construcciones militares llevadas a cabo por el emperador Shah Djahán. En la imagen, interior de la zona de baños.


Desde el siglo XIV las cúpulas del Turquestán y Persia presentan una silueta bulbiforme. Son dobles: una más baja, interior, y otra externa, que se distiende como hinchada y está retenida sobre el tambor por muretes radiales, que actúan de contrapeso. Estas cúpulas bulbiformes han servido de modelo para los diseños arquitectónicos de dos pueblos algo alejados del actual Irán; se trata de los polacos y los rusos. Este hecho no deja de ser sorprendente sobre todo en el caso de la más lejana Polonia. Por otro lado, cabe señalar que la arquitectura nacional rusa tiene más de persa que de bizantina.

Los ejemplos más hermosos de este tipo de cúpulas y de las grandes superficies de colores cambiantes que acabamos de citar son las construcciones levantadas en Isfahán por la dinastía Safávida, que alcanzó el poder en 1502. La más importante entre el gran número de magníficas obras llevadas a cabo por dicha dinastía, una de las más importantes en la historia del pueblo persa, es la Masjid-i-Shah o Mezquita Real, cuyos tres iwan o pórticos, coronados por cúpulas en las que dominan los colores verde y azul, parecen tres edificios gigantescos independientes. Junto a ella contrastan los suaves rosa y violeta de la mezquita de Masjid-i-Shaykh Lutfullah, que data de principios del siglo XVII.

Los reyes nazaríes (palacio de la Alhambra, en Granada). Pintura sobre cuero de estilo nazarí, que decora la cúpula de madera de la Sala de los Reyes o Sala de los Tribunales del palacio. 

A mediados del siglo XIII, gentes mongólicas, extrañas a la raza árabe de Mesopotamia y al aria de Persia, aceptaron el Corán. Una variedad de estas gentes originarias del Extremo Oriente -la de los turcos- se instaló en el Asia Menor, y desde allí se lanzó sobre el degenerado califato abasida de Bagdad, que había sustituido a los Omeyas, y más tarde sobre el fantasma del Imperio bizantino. La decadencia política de la dinastía abasida se inició prácticamente tras el final de su época de mayor esplendor, que coincidió con el gobierno de Harun al-Rashid, quien rigió con mano de hierro los destinos del califato de Bagdad durante los últimos años del siglo VIII y los primeros del siglo IX.

Del período heroico de Turquía son las mezquitas de Konya y Bursa, llenas de carácter y originalidad. Son una interpretación de antiguos modelos islámicos, pero realizadas de una forma original, genuina y exclusiva por parte de los turcos. Así, por ejemplo, la mezquita Ulu Cami, de Bursa, construida a fines del siglo XN, parte del esquema de una sala casi cuadrada, de varias naves cubiertas con pequeñas cúpulas, y tiene dos altos alminares junto a sus esquinas.


Frontispicio con medallón entrelazado
(Biblioteca Nacional, Túnez). Decoración
de un Corán del siglo X procedente de la
gran mezquita de Kairuán. 

Pero la gran figura de la arquitectura turca fue Sinán (muerto en 1578), artista cuyo genio, al igual que el de los grandes creadores del Renacimiento, marcó con el sello de su personalidad toda una época. No sería en absoluto exagerado afirmar que si en la Italia renacentista surgieron genios artísticos que han hecho historia, sea el caso, por ejemplo, de Miguel Ánget en el Imperio turco del siglo XVI un artista tan relevante como el autor de la Capilla Sixtina marcaría un antes y un después en el destino del arte islámico. Entre los 318 edificios que Sinán, tan genial como prolífico, levantó se acostumbra destacar la mezquita Süleymaniye (1550-1557) de Estambul inspirada en la estructura de la cercana Santa Sofía bizantina. Sinán, conocedor como pocos de las posibilidades técnicas de la arquitectura de su época y dotado de una gran capacidad para asimilar las características de los grandes edificios que pudo visitar, utiliza magistralmente el espacio cupular para hacer olvidar el peso de la gigantesca estructura. En su interior, no olvida las posibilidades que le proporciona la fantástica luz de la región y permite que la luz se difunda en todas direcciones e ilumine la cautivadora armonía de sus proporciones.

Unas líneas más arriba se decía que la obra de Sinán, quien sin duda merece figurar entre los grandes genios artísticos de la historia, supondría un punto de inflexión en la evolución del arte islámico. Y es que aparte de legar un gran número de importantes obras, su nueva concepción de la arquitectura habría de influir en el trabajo de artistas posteriores, que durante mucho tiempo se inspirarían en las magníficas construcciones que llevó a cabo el turco. De este modo, y como ejemplo de los muchos que se podrían citar, la influencia de Sinán es visible en multitud de edificios posteriores, como la Mezquita Azul o Ahmediye, en la misma ciudad de Estambul, levantada por el arquitecto Mehmet Aga en 1609- 1616, no mucho tiempo después de la muerte de Sinán. En la Mezquita Azul una de las construcciones más emblemáticas de la fascinante capital turca, la inmensa cúpula, una fabulosa obra, se apoya sobre pilares cilíndricos.


⇦ Miniatura persa (Museo Británico, Londres). Esta miniatura de la escuela de Herat, que representa una escena de cacería a caballo, es una obra del siglo XV. Los manuscritos ilustrados por la escuela de Herat conservaron durante largo tiempo las características que les imprimió su fundador Behzad: un frescor de colorido y una fantasía de composición hermanas de las miniaturas europeas contemporáneas, del período Gótico internacional. Sin embargo, el dinamismo de las escenas, con figuras siempre en movimiento, las separa y diferencia profundamente de las miniaturas góticas.


La última y más gloriosa conquista musulmana fue la de la India. La llegada de los musulmanes, con su religión tan diferente e incompatible con el hinduismo, fue especialmente violenta en est enorme península, pues las castas superiores, que, obviamente, no estaban entusiasmadas ante la perspectiva de la dominación islámica, veían con temor las doctrinas islámicas. No hay que olvidar que una de las ideas esenciales de la religión musulmana es el rechazo de cualquier idolatría y de cualquier estructura social que se base en un rígido sistema de clases. Y en las antípodas de esta forma de concebir la estructura de un pueblo se encontraban los estratos superiores de la sociedad hindú, que disfrutaban de notables privilegios gracias al férreo sistema de castas que justificaba el hinduismo.
Joven con vestido verde de Reza Abbasí.
Miniatura persa, cuyo autor fue el artista
más sobresaliente de la escuela de lsfahán. 

Pero, poco a poco, el islamismo fue ganando adeptos entre las clases menos favorecidas de la sociedad hindú, que veían con muy buenos ojos las doctrinas de una religión que les acogía como iguales y no como individuos sin ningún tipo de derecho, como era el caso sobre todo de aquellos que ni siquiera tenían derecho a pertenecer a las castas. De este modo cuando se hizo evidente que el dominio islámico en la India no sería cuestión de unos días, muchos de los miembros de las castas superiores decidieron convertirse al Islam, en algunos casos quizá por convencimiento, pero, sin duda, en la mayoría de ellos por pura necesidad de congraciarse con los invasores y de este modo lograr mayores cotas de poder.

Volviendo ya al arte, en la India los estilos islámicos sufrieron modificaciones que después repercutieron en la evolución del arte árabe llegan incluso a influir de forma evidente en el Occidente musulmán. Así, los sultanes mongoles levantaron magníficas residencias de estilo persa, con patios y pabellones diseminados entre estanques y jardines. La forma de las mezquitas y alminares sufrió también modificaciones por la influencia de los edificios indios que tenían a la vista.

La dinastía de los grandes sultanes mongoles de la India tuvo su origen en Babar, un descendiente lejano de Tamerlán. Después de haberse propuesto reconquistar Samarkanda y rehacer el Imperio timúrida, deshecho tan rápidamente como había sido creado, este príncipe cifró toda su ambición en la India, que invadió con poco éxito cinco veces, hasta que por último logró triunfar. Babar inaugura también la serie de los príncipes ilustrados, escritores y artistas de la India musulmana: él empezó la obra de embellecimiento de Agra, continuada por su sucesor Humayún (1530-1556) y especialmente por su nieto Akbar (1556-1605), una de las figuras más interesantes de la historia de Oriente.

Alegoría del emperador Jahangir. Miniatura del período Jahangir (1618- 1622). La potente sombra de su padre, Akbar, junto con la debilidad de su carácter hicieron que no ejerciera mucha influencia en su reinado, hasta que se casó con Nur Jahan en 1611. Desde entonces y hasta la muerte de Jahangir, Nur fue la verdadera gobernante del imperio. 
Tenemos numerosos testimonios de la vida y obra de Akbar, quien consiguió que el reinó que gobernó fuera uno de los más importantes de su tiempo. Los poetas y escritores de que supo rodearse han dejado suficientes noticias del esplendor de su corte, que resplandeció también en el arte pictórico de la ilustración de obras literarias y en los retratos realizados en papel, en miniatura. De este modo, Akbar confió en Abdul Fazli, fiel consejero suyo, la redacción de las crónicas que, habiendo perdurado hasta la actualidad, suponen un magnífico documento en el que no faltan detalles sobre las actuaciones emprendidas por Akbar, ya sea en el ámbito de las campañas militares, de las reformas administrativas o sociales. Por otro lado, Abdul Fazli había sido el encargado de diseñar el ambicioso plan de reformas económicas y sociales que implantó Akbar, no siempre con el éxito pretendido, para gobernar los designios del vasto imperio que tenía en sus manos. A Akbar sucedió Jahanghir y a éste el Shah Djahán (1628-1658), constructor del Taj-Mahal y otros edificios de Agra. Monumental muestra de amor fue la construcción del fabuloso Taj-Mahal a mediados del siglo XVII, enorme mausoleo con jardines, pues, como es sabido, el Shah Djahán mandó erigirlo para albergar la tumba de su esposa Mumtaz-Mahal, muerta en el año 1630.

Era costumbre de los sultanes mongoles de la India edificar cada uno de ellos un espléndido palacio, que servía de residencia para la corte en vida del emperador y después de su muerte era transformado en sepulcro. El mausoleo del monarca, con los de algunas de sus esposas, se colocaba en el centro de un patio o en la sala principal. Estos sepulcros se hallaban en medio de vastos jardines, con entradas monumentales. A diferencia de la escuela árabe hispanomarroquí, que labraba sus decoraciones en estuco y yeso, las de la India son de mármol y piedras duras. El conjunto, a pesar de la riqueza del detalle, no carecía de grandiosidad. Así, puede afirmarse que los mongoles edificaban como gigantes y esculpían como orfebres.

Son aún poco conocidos los monumentos islámicos de los primeros tiempos de la invasión; los más famosos, las sepulturas-palacios de los sultanes mongoles en Agra, son muy posteriores a la llegada de los invasores islámicos a tierras de la India y pertenecen ya al siglo XVI. La de Akbar, construida en 1613 por su hijo Jahanghir en un parque de Sikandra, muestra la influencia del tipo de vihara o tradicional monasterio hindú. Más antigua, la de Humayún fue levantada en Delhi por un arquitecto persa en 1556, y constituye un capítulo fundamental en la evolución del arte islámico pues marca con su enorme y fantástica cúpula de mármol blanco el nacimiento de la arquitectura imperial mongol. El mármol blanco y el gres rojo son los materiales utilizados para realizar extraordinarios grafismos decorativos sobre las fachadas.


⇨ El Grifo de Pisa (Museo de la Opera del Duomo, Pisa). Escultura en bronce (siglos X-XI) del período fatimí.


En esta época, la India va a la cabeza de la civilización musulmana; está ya en contacto con los pueblos europeos, porque los navegantes portugueses habían abierto el camino a los jesuitas y misioneros, y éstos participaron en la educación de la corte fastuosa de los mongoles. La influencia europea se puede ver en el Taj-Mahal, de Agra, construido, como ya hemos señalado unas líneas más arriba, en 1630-1653 por el Shah Djahán para servir de sepultura a su esposa predilecta, Mumtaz-Mahal. El edificio-sepulcro está construido sobre una plataforma de 250 metros de anchura y dispuesto admirablemente entre jardines y estanques.

La dirección arquitectónica correspondió al arquitecto persa Ustad Alunad, excepto la famosísima cúpula, que se eleva a 60 metros de altura, obra del arquitecto turco Ismail Khan. En el centro del edificio se halla la sala octogonal del sepulcro, con grandes nichos y puertas que dan acceso a las demás salas, decoradas con relieves de mármol blanco, que parece fueron obra de un escultor francés de Burdeos. Todo el interior sigue la estructura del sepulcro de Humayún, y la gran puerta, el trazado de la del sepulcro de Akbar. Pero, pese a la mezcla de estilos, el mágico encanto del Taj-Mahal y su aspecto cambiante según las horas del día hacen de él una de las maravillas de la arquitectura mundial.

El mismo Shah Djahán mandó edificar en Agra el mausoleo para su suegro, Itimad-ed-Daula, que había sido tesorero del Imperio. Se asienta también sobre un basamento en medio de jardines, con una sala central rodeada de otras ocho y cuatro torres como quioscos en los ángulos. Erigido en 1626, sin cúpula, como la tumba de Akbar, está íntegramente construido en mármol blanco con incrustaciones de jaspe, cornalina, nácar y otras piedras semipreciosas.


Cervato de Medina Azahara supuestamente de Halaf

o de su escuela cordobesa (Museo Arqueológico de

Córdoba). De unos 40 centímetros de altura, es el
más célebre de los animales metálicos que echaban
agua por la boca mediante un tubo que subía por las
extremidades y el cuello. 
En la India los mongoles, que estaban en minoría y rodeados de indígenas de otras razas y religiones, no podían descuidar sus defensas, pese a que eran los gobernantes, pues eran plenamente conscientes de que se encontraban en una clarísima inferioridad numérica y que ello podía acarrear les más de un disgusto si no tomaban las precauciones necesarias. Para evitar, por lo tanto, posibles revoluciones contra las que difícilmente hubieran podido oponerse de no contar con un aparato militar de importancia, tuvieron la precaución de construir, para la defensa de las ciudades desde las que gobernaban, grandes recintos de murallas con puertas, fosos y torres magníficas.

De este modo, y como resultado de la necesidad de procurarse protección, surge uno de los capítulos más interesantes del arte mongol en la India, el de las construcciones militares. El arte militar musulmán levantó en la India obras prodigiosas de las que aún hoy es posible maravillarse, tanto desde el punto de vista artístico como desde una concepción militar, pues eran fortificaciones realmente modernas y eficaces. Por tanto, entre las numerosas obras de estas características que construyeron los mongoles, deben destacarse, por ejemplo, las imponentes murallas de Benarés, la ciudad santa de los antiguos indios, las torres y puertas de Delhi, entre las que sobresale el famoso Fuerte Rojo erigido en 1650 por el Shah Djahán para proteger un conjunto de palacios de mármol, y el castillo de Gwalior. Todas estas construcciones atestiguan el genio artístico y militar de un pueblo que durante los siglos que se acaban de analizar constituyó un imperio realmente fabuloso.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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