La
efímera conquista del Oriente por Alejandro fue la única gran tentativa que
desde Europa se efectuó para incorporar el Asia a la cultura clásica europea.
Esta expedición llegó hasta el Indo y dejó rastros duraderos de su paso. Pero,
desmembrado el Imperio alejandrino, parte de lo que había sido antes la vasta Persia
aqueménida quedaría desde entonces, hasta su conquista por los árabes, como
espacio destinado a interceptar toda posible expansión europea hacia el Este,
al mismo tiempo que constituía una amenaza para Bizancio.
Entrega el símbolo
del poder, en
Naqsh-i Rustam. El dios Ahura-Mazda hace la entrega del símbolo al rey sasánida
Ardeshir I, mientras ambos pisotean a sus enemigos con los cascos de sus
caballos. Este relieve, ejecutado hacia el año 224, es uno de los siete
esculpidos en el flanco de una montaña que se encuentra en esta localidad
cercana a Persépolis.
⇨Príncipe parto (Museo
Arqueológico, Teherán). Detalle
facial de una escultura procedente de Shami.
Esto no impidió la asimilación de ciertas
características del arte griego helenístico y del bizantino. Se puede comprobar
este fenómeno en las construcciones de los partos y en el arte de sus
sucesores, los reyes de la dinastía sasánida, monarquías que, en cierto modo,
aspiraron ambas a devolver al suelo persa la antigua grandeza de su
civilización.
Por lo tanto, la conquista de la meseta del
Irán llevada a cabo por los partos del Norte se inició durante el siglo III
a.C. en forma de levantamiento contra los griegos seléucidas. Este espíritu de
independencia se afirmó bajo Mitrídates I hacia el140 antes de Cristo, y
después bajo Mitrídates II, que llevó los límites occidentales del Imperio
parto hasta el Éufrates y el Tigris. Esta era la frontera con Roma cuando, a
partir del año 64 a .
C., los restos del poderío seléucida pasaron a poder de los romanos. En la
ribera opuesta del Ti gris edificaron los partos un campamento militar de
planta circular, como los asirios, que se convirtió en su nueva capital
Ctesifonte, que fue también la de la dinastía sasánida cuando ésta, en el siglo
III a. C., logró instaurarse en la meseta del Irán.
Hay que volver de nuevo a hablar del arte y,
de este modo, en arquitectura y escultura no debe extrañar que los partos
tratasen de revalorizar algunas de las pretéritas características del arte
aqueménida. En sus edificios, construidos en adobe o ladrillo, son signos de
supervivencia oriental la presencia de salientes que vienen a interrumpir lo
liso de los muros, o su decoración con efigies de estuco, elementos que pueden
reconocerse en la fachada del palacio de Assur (siglo I a.C.) donde los
salientes interrumpen con manchas de sombra las superficies lisas expuestas al
sol. También se encuentra la típica planta persa circular y los muros con
máscaras salientes de piedra en los restos del palacio de Hatra. Ciertos
detalles denotan, en cambio, la aceptación de elementos helenísticos, mal
adaptados, como el capitel dórico o corintio, las grecas y meandros que aman
los estucos de que se revisten los interiores, las columnas adosadas que,
flanqueando el portal, dan a éste el aspecto de un arco triunfal romano, etc.
Las escasas muestras escultóricas en bulto denotan, en su indumentaria,
preocupación por afirmar un sello racial, aunque la factura de los cuerpos y
rostros imita la de las esculturas griegas.
Por otro lado, ejemplo excelente de todas
estas características que se acaban de comentar es la gran estatua en bronce de
un príncipe parto hallada en Sharni. Se trata de una espectacular
representación en la que sobresale el ancho rostro, con largo bigote, enmarcado
por una gran cabellera y particularmente impresionante es la mirada fija y
autoritaria de sus grandes ojos. Algunas cabezas femeninas en mármol muestran
hasta qué punto es importante la influencia helenística en la estatuaria parta.
Pero el aspecto artístico en el que se hace
más claramente patente el deseo de recuperar el esplendor y el poder que se
creen perdidos, allí donde más evidente se hace la ambición de enlazar con la
antigua cultura persa es en los relieves conmemorativos, tales como el de
Nimrud-Dagh, en el norte de Siria, en que aparece Antíoco I, rey de la
Comagena, con cetro y una corona que prefiguran los de los reyes medievales
europeos, junto al dios Mitra, o en los bajos relieves que adornan la roca de
Tang-i-Sarvak, con frisos enormes, rudamente ejecutados.
En estas composiciones el relieve es muy
plano, sin preocupaciones por reproducir una anatomía naturalista, pero es
extraordinariamente atento a los detalles vestimentarios o a las actitudes
rituales que informan sobre el rango de los personajes y el sentido que cabe
dar a la escena. Todas
ellas son características que ya se hallaban en el arte aqueménida y que ahora
renacen.
⇦ Columnas
monumentales, en
Bishapur (Irán). Restos de esta antigua ciudad del Imperio sasánida, fundada en
el año 266 por Sapor I.
Cuando en el año 224 Ardeshir Babakán,
príncipe de El Fars, logró, tras prolongada lucha, matar, según se cuenta, con
sus propias manos al rey parto Artabán V, quedaba introducida la dinastía
sasánida, que podía alegar descendencia directa de la dinastía aqueménida
vencida por Alejandro, lo que estaba considerado como motivo de gran prestigio.
Los grandes relieves rupestres de Firuzabad, que narran la lucha entre
sasánidas y arsácidas partos, y el de Naqsh-i Rustam, cerca de Persépolis, en
que Arde-shir y el dios Ahura-Mazda aparecen solemnes en sus cabalgaduras, en
el momento en que el dios consagra a aquél con la insignia del poder, son
momentos aún más próximos, por su majestuoso empaque y enérgica factura, a los
que antiguamente habían representado a los reyes aqueménidas ante sus dioses, o
acompañados de sus palaciegos, o recibiendo el acatamiento de los vencidos.
Impresionante por su carácter majestuoso es
el relieve de Naqsh-i Rustam. Esculpido a mediados del siglo m sobre la roca
dorada de la ladera de una montaña, presenta al dios y al rey en pie de
igualdad. Ambos montan a caballo, con vestiduras semejantes y tienen la misma
altura. Ardeshir I toma en su diestra la corona que le ofrece Ahura-Mazda. Ambos
aplastan con los cascos de sus caballos a su enemigo: el rey sasánida al
monarca parto Artabán, y el dios de la luz a Ahrirnán, príncipe de las
tinieblas.
Un gran progreso experimentó este arte
monumental sasánida bajo Sapor I, el segundo rey de la dinastía, que pudo
disponer de millares de prisioneros de guerra occidentales para realizar las
obras del Estado. Poco después de su victoria (año 260) sobre el emperador
romano Valeriana, que se le hubo de entregar prisionero, Sapor I hizo construir
en la ruta que comunicaba su provincia natal, El Fars, con la capital Ctesifonte ,
una residencia fastuosa, la
de Bishapur , cuyo trazado rectangular con avenidas
perpendiculares abandona la planta circular persa para adoptar el tipo
helenístico.
El palacio presenta una mezcla de gusto
iraniano en las estructuras (bóvedas y una enorme cúpula) con tendencias
helenístico-romanas en el contenido decorativo. Así sus adornos en estuco
policromo denotaban inspiración íntegramente occidental y profusión de mosaicos,
al antiguo estilo que los helenísticos de Antioquía lo decoraban. El gran
relieve rupestre labrado cerca de aquella residencia real sasánida, con la
representación de Valeriana entregándose a la merced de su vencedor, es una
obra de concepción grandiosa que refleja la impresión que sobre el pueblo persa
debió producir esta victoria aplastante sobre un emperador romano. El mismo
tema aparece en otro relieve que fue esculpido en la enorme pared rocosa de
Naqsh-i-Rustam, bajo la tumba del aqueménida Daría. Aquí el emperador de Roma
se arrodilla ante la soberbia figura a caballo de Sapor I.
Relieves análogos se encuentran asimismo en
Taq-i Bastan donde está representada la investidura real de Ardeshir TI, a
fines del siglo N, por el dios Ahura-Mazda que le pasa la corona de Rey de
Reyes. También en Taq-i Bastan se han hallado dos relieves, ya del final del
período sasánida, que representan quizás al rey Cosroes TI (590-628) cazando
gacelas y jabalíes. Se trata de grandes composiciones en las que se da importancia
fundamental al valor decorativo: las figuras están concebidas como símbolos y
se presta una cuidadosa atención a los detalles de los vestidos, insignias y
armas. Todo sugiere una sensibilidad próxima de la alta Edad Media
europea que es indudable recibió fuertes influencias sasánidas.
Las ruinas del palacio real sasánida de
Ctesifonte (que resultaron muy maltrechas durante la I Guerra Mundial )
corresponden a una vasta construcción de ladrillo y estuco con refuerzos de
piedra tallada, y son muestra de un arte que ofrece muchos detalles originales.
Este enorme palacio levantado por el rey Cosroes I (531-579) parece prefigurar
ciertas soluciones decorativas del arte románico, como, por ejemplo, su fachada
dispuesta en zonas de pilastras que se superponen a una serie de arcadas
ciegas. Aún más sorprendente resulta el gran arco parabó lico central que daba
entrada al vastísimo salón, o iwán, bajo una alta bóveda cupuliforme que estuvo
adornada con relieves de estuco. El esplendor artístico de los sasánidas se
sitúa a partir del siglo V hasta que aconteció la invasión árabe que acabó con
la dinastía y la independencia del país, durante la primera mitad del siglo VII.
⇦ Palacio de
Ctesifonte El
inmenso palacio, construido por Cosroes 1 en el siglo VI, tenía como pieza
central esta gran sala abovedada, de 26 m de ancho por 34 m de altura, que fue
parcialmente derribada por la artillería británica durante la 1 Guerra Mundial.
Los mismos motivos que en los pallia rotata, así como los de escenas
de banquete, cacerías reales y otros, decoran los cuencos, copas y picheles de
plata labrada, obras de mérito artístico extraordinario que un comercio intenso
con el sur de Rusia hizo penetrar en Europa a través de los pueblos que
entonces transitaban por el sureste europeo. Ciertos ejemplares de estos
objetos son mundialmente famosos, como, por ejemplo, la copa de oro con
incrustaciones de vidrio y cristal de roca y medallón central que reproduce la
figura del rey Kavadh I, que data del siglo V, y la de plata dorada cuyo fondo
representa a otro rey sasánida cazando a caballo. Ambos ejemplares se conservan
en el Gabinete de Medallas de la Biblioteca Nacional de París. Tales piezas de
orfebrería y platería rivalizaron con las mejores creaciones bizantinas, y
constituyen para el arte sasánida un verdadero timbre de gloria.
Pocas civilizaciones pueden enorgullecerse
de haber alcanzado tal suntuosidad y de haber ejercido su influencia tan lejos
con objetos tan preciosos. Desde las viejas cerámicas chinas de la dinastía T'ang
hasta los relieves que figuran en el exterior de la ermita visigótica de
Quintanilla de las Viñas (que se publica en el capítulo correspondiente), el
gusto sasánida llevó sus formas y motivos de un extremo al otro del Viejo
Mundo. Se trata de una serie fantásticamente rica de imágenes, nacida bajo la
sugestión de los antiguos motivos sumerios, asirios y aqueménidas y
desarrollada entre las más refinadas combinaciones geométricas (polígonos,
círculos, dientes de sierra) y las más intelectuales estilizaciones vegetales.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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