Por
todo lo dicho hasta el momento se comprende que Persia, aprovechando elementos
de las naciones más antiguas que pudo conocer en sus conquistas y de las que se
dejó influir, creó en arquitectura un arte propio. De este modo, el persa fue
el primer pueblo que, pretendiendo hacer síntesis imperial de los estilos de su
tiempo, produjo un arte nacional. Es decir, de la suma de las partes salió un
todo que era ya mucho más que la mera adición de las influencias recibidas,
pues era ya otra cosa, un nuevo arte que estaba impregnado de las
características propias de una cultura de gran importancia. Por otro lado,
todos hemos sido educados en lo que hace referencia al arte persa con la
propaganda de los atenienses, que describieron a los persas principalmente como
bárbaros. Este calificativo quizás haya que entenderlo en el contexto de la
rivalidad existente entre ambas culturas y, por ello, a pesar del tiempo
transcurrido desde entonces, cuesta todavía romper ese prejuicio que ha vivido
cómodamente instalado a lo largo de los siglos en los libros dedicados a la
estudio de la Historia del Arte. Este distanciamiento mental ha impedido
reaccionar para comprender que los persas eran también indoeuropeos, únicamente
más jóvenes y más ingenuos que los griegos. Ya se ha visto que en Persépolis
los toros alados perdían los caracteres de ferocidad de los monstruos asirios y
acentuaban sus fisonomías humanas al revelar mayor comprensión. Inteligencia
significa tolerancia, respeto y cordialidad.
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Rostro masculino (Ehemals Staatliche
Museen, Berlín). Esculpida en bronce,
esta cabeza destaca por el rostro bar-
bado, con largos bigotes que cruzan las
mejillas.
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Por tanto, a la luz de los conocimientos de
los que se disponen en la actualidad, la Historia, debidamente interpretada,
ayuda a gozar de este arte persa, que ya no aparece como un arte bárbaro, sino
todo lo contrario: como una concepción artística que destaca por ser ecléctica,
comprensiva e internacional.
Prueba de ello es, por ejemplo, el hecho de
que cuando Ciro entró en Babilonia no procedió como los conquistadores asirios,
arrasando, desterrando y empalando con una rabia ciega que sólo pretendiera
satisfacer sus instintos más primarios de destrucción. Todo lo contrario, pues
el cilindro de Ciro, descubierto en las excavaciones de Babilonia, es un
excelente documento histórico que atestigua la amplitud de miras de este
importante soberano. En el mencionado cilindro se da cuenta de las medidas que
tomó Ciro al ocupar la metrópoli caldea, y en él se hace constar que permitió a
todos los que estaban allí, rehenes de naciones vencidas, regresar a sus
respectivos países y llevarse los dioses que habían sido también trasladados a
Babilonia para tenerlos cautivos y a fin de que no pudieran injuriar con
maleficio a los conquistadores. Este edicto de Ciro, que podría ser llamado de
liberación de razas y cultos, fue el que permitió a Esdras y Nehemías regresar
a Jerusalén y restaurar el templo de Jehová. Por tanto, es harto difícil
calificar este comportamiento del rey de los persas como de"bárbaro".
Asimismo, el mismo sentimiento de humanidad
internacional que caracterizó la toma de Babilonia por parte de los persas se
refleja en los relieves históricos que decoran la terraza de Persépolis. Los
tributarios llegan en procesión ordenada y con aire satisfecho; no son los
súbditos vencidos, doblegados por el peso de los calderos, sacos y lingotes de
metal que transportan como esclavos al monarca asirio, y mucho menos aparecen
en Persépolis escenas de castigo, las terribles escenas de ejecución en que se
complacen los reyes de Nínive.
De este modo, es casi impropio llamar
Imperio al régimen persa, ya que los gobernadores o sátrapas disfrutaban de la
mayor autonomía y dejaban a los gobernados en libertad de continuar viviendo
según sus costumbres atávicas. Mientras en el obelisco de Salmanasar III se ha
encontrado al rey Jehú de Samaria besando el polvo que hollaron los pies del
monarca asirio, en los relieves de Persépolis los príncipes tributarios se
aproximan con dignidad al trono del Gran Rey. Los suplicantes, sin descubrirse
ni apenas inclinarse, con la mano en la boca, piden audiencia, que concede
humanamente el Gran Rey.
Heródoto, para hacer más pintoresco sus
relatos, explica que Cambises, al conquistar Egipto, se excedió hasta matar con
su propia daga al buey Apis, porque a Cambises le repugnaba la adoración de un
animal. Es probable que la historieta de Heródoto no sea verdad, pero, aunque
lo fuera, a la muerte de Cambises los persas eligieron por rey a Darío, que era
un ferviente devoto de Ahura-Mazda y celoso de la religión de Zoroastro.
Ahura-Mazda, principio activo de la luz, bondad, veracidad y pureza, está
generalmente representado volando en el aire encima del Gran Rey. Su forma
imaginada para interpretaciones plásticas, es también una síntesis de elementos
egipcios, asirios y helénicos.
Así, el sentido de esfuerzo para la
elevación moral, que es la base de la religión de Zoroastro, se encuentra
frecuentemente expresado en la escultura de los persas aqueménidas. Los
personajes representados manifiestan una seriedad de intenciones y una calma
acompasada, que revelan juicio, discernimiento y elección. No hay nada patético
en el arte persa, mas tampoco nada que revele corrupción y pobreza espiritual.
En los objetos menores, el deseo de
elevación se descubre con símbolos zoomórficos. Los animales predilectos son el
ibex, animal iraniano típico, y el berrendo o carnero salvaje, porque viven en
las alturas. Los persas no tomaron como modelo el halcón carnívoro, como
hicieron los egipcios, ni el águila que vuela hacia el Sol, sino aquellos
animales herbívoros que viven en las cumbres de la tierra, dándonos ejemplo de
cómo se debe vivir, elevándose sin escapar del mundo real.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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