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Artistas de la A a la Z

La crisis de la polis griega y su incidencia en el arte

Políticamente considerado, el gobierno de Pericles tuvo fatales consecuencias para toda Grecia. La hegemonía espiritual que proponía para Atenas despertó los recelos de Esparta y provocó la lucha civil conocida con el nombre de guerra del Peloponeso, que no fue, en el fondo, sino una repercusión del antiguo dualismo de jonios y dorios. Atenas pretendió herir a sus rivales atacándolos en las colonias de Sicilia, pero tuvo que levantar a toda prisa el sitio de Siracusa, y por fin los atenienses fueron humillados en el desastre naval de Egospótamos. Esparta y las demás ciudades del Peloponeso, que constituían la Liga doria, celebraron este triunfo levantando en el santuario nacional de Delfos un monumento conmemorativo, con los retratos en bronce del almirante victorioso Lisandro y de sus generales. Para esta obra se acudió a los escultores de la escuela doria en Argos y Sicione, lo que prueba que quedaban todavía varios discípulos de Policleto capaces de competir con los escultores atenienses de la escuela de Fidias. Incluso más: el resultado de la guerra atrajo al Peloponeso a alguno de los artistas de Atenas. El mismo Ictinos, arquitecto del Partenón, recibió encargos de las ciudades dorias, como el templo de Apolo, en Figalia. Otro artista asimismo formado en Atenas, Scopas, se verá más adelante que dirigió el templo de Tegea, también en el Peloponeso; por último, en tierra dórica el santuario de Asclepios, en Epidauro, se reedificó rodeado de un períbolo, como los santuarios de Delfos y Olimpia; debía de ser riquísimo por los regalos de los enfermos, pues por multitud de inscripciones consta que allí encontraban algunos la curación. Poca cosa se ha descubierto del gran templo de Asclepios: tan sólo restos de los frontones; pero en cambio aparecieron multitud de fragmentos arquitectónicos de un tholos, o edificio circular que debía de servir para realizar sacrificios.

Tholos del santuario de Atenea Pronaia, en Delfos. Los templos redondos, o tholos, no fueron frecuentes en Grecia, y los pocos hallados se sitúan, cronológicamente, en las épocas más arcaicas. Reproducían el tipo de cabaña circular, característica de los pueblos pelásgicos, y estaban destinados al culto del fuego, o a una tumba. De ahí el interés del templo, obra El arte griego del siglo IV a C. 173 de gran belleza que tenía dos columnatas circulares concéntricas: la exterior, de veinte columnas dóricas; la que rodeaba el interior de la celia, con diez columnas alineadas contra el muro, era de orden corintio. En la parte oeste del recinto está el santuario de Atenea Pronaia, de orden dórico. Fue construido en piedra caliza, en el siglo IV a.C. 
Linterna de Lisícrates. En este monumento ateniense, destinado a sostener el trípode simbólico que se concedía al poeta vencedor en las competiciones musicales (Lisícrates lo fue en el año 334 a.C.), por primera vez aparece la columna corintia en la parte exterior de un edificio. El capitel corintio, totalmente florecido de acantos, remata las columnas. Por su forma redondeada, sostenida por un zócalo cúbico, este monumento puede relacionarse con las tumbas-mausoleos asiáticos, como, por ejemplo, el de las Nereidas de Xantos.



De la misma forma circular eran el edificio de los misterios, en Samotracia, y el templo que construyó Filipo en Olimpia, llamado el Filipeion; parece ser la forma preferida. Circular es también el gracioso edículo conmemorativo de un triunfo dramático en Atenas, conocido por "linterna de Lisícrates".

Pero, sobre todo, Atenas mantuvo la supremacía artística por sus escultores. Pericles logró crear en Atenas una sociedad elegante y refinada que dio la nota del buen gusto a toda Grecia, aun durante el siglo IV a.C. No era éste, tampoco en Atenas, tiempo para nuevos edificios, ya que para levantar un monumento como el Partenón se necesitaban un vigor en el cuerpo social y una voluntad directora como en la época de Pericles. Pero en los momentos de calma que dejaba la guerra se acabaron las obras empezadas en la Acrópolis, en Eleusis y en el Pireo. En general, los artistas trabajaban aislados, en su propio taller, y el pueblo de Atenas participaba en sus rivalidades y triunfos.

No se necesitaban entonces grandes conjuntos decorativos de escultura para adornar los frontones de los templos, y la técnica de la fundición en bronce parecía relegada, pues se preferían las suavidades de la escultura en mármol. Asimismo, ya no se trataba de representar exclusivamente a las divinidades superiores, sino a los dioses que estaban más en contacto con los humanos: Afrodita, el Amor, las divinidades del campo y de los bosques o personificaciones intelectuales como las figuras simbólicas de la Virtud, la Democracia o la Paz. Empezaron a prodigarse los retratos individuales, y en lugar del tipo del atleta vencedor, o del auriga, o del corredor, se instalan los del poeta dramático o del orador.

Filipeion en Olímpia. Restos del templo circular mandado a construir por Filipo II en el siglo IV a.C., después de la batalla de Queronea (338 a.C.). Allí hizo colocar las estatuas de sus familiares, incluida la de su hijo Alejandro, para asegurarse de que estuvieran cerca de los dioses. 
Joven efebo de Maratón (Museo Nacional de Atenas). Cabeza de una gran escultura en bronce, hallada en 1925 con los restos de un naufragio. Sus rasgos muestran la poesía, el ensueño de la escuela praxitélica. Pero los brazos se lanzan al espacio con audacia y en los ojos, incrustados de nácar, un nuevo sentimiento de emoción empieza a despertar (hacia el año 325 a.C.).



Atenas, a pesar de su derrota militar, acabó por triunfar espiritualmente, pero de otro modo menos político, menos filosófico, del que deseaba Pericles. Aún en el siglo IV, las escuelas de escultura griegas tienen que hacerse derivar del tiempo de las grandes construcciones de la Acrópolis. Porque si Fidias tuvo que emigrar, por el proceso del robo del marfil para la estatua del Partenón, sus discípulos continuaron trabajando en aquel templo, que todavía no estaba concluido. Ciertos principios fundamentales de su estilo, como el arte maravilloso de ejecutar los pliegues, y la técnica afinada, al mismo tiempo que grandiosa, perduraron en la escultura ática durante todo el siglo IV a. C.

 Diómedes de Crésilas (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Estatua en mármol, hallada en Cuma, que es la copia romana del original griego datado hacia el año 430 a.C.



Poco se sabe de la primera generación que trabajó directamente a las órdenes de Fidias y continuó su escuela después de desterrado el maestro. De Crésilas, por ejemplo, no se conoce con seguridad más que el retrato de Pericles y la Amazona. De Calícrates únicamente que fue el colaborador de Ictinos. De Calímaco sólo es posible imaginar algo de su estilo a partir de las referencias a una lámpara que trabajó para el Erecteo y parece que fue el más personal de la escuela. De otro artista de esta escuela, Alcamenes, se cree que sean suyas varias copias de su famosa "Afrodita de los Jardines", renombrada en la antigüedad. Va vestida con finísima túnica que descubre uno de los pechos; lo restante del cuerpo se revela por la transparencia acentuada de los pliegues. También pasa por ser obra de Alcamenes otra escultura famosa que representa a Ares desnudo e imberbe, con la cabeza tocada con asco (el Ares Borghese, del Louvre).

 Afrodita de Fréjus de Calímaco (Musée du Louvre, París). Copia romana del original griego, cuyo autor era discípulo de Fidias. El gran escultor griego siguió imponiendo los cánones de belleza por él creados, incluso después de su muerte. Los continuadores de su escuela introducen, sin embargo, en la noble arquitectura del drapeado partenoico, nuevos efectos de transparencia, de ropajes "mojados" que se adhieren a las formas del cuerpo, revelando sus bellezas secretas. A esta nueva tendencia escultórica pertenece esta estatua. 






 Ares Borghese (Musée du Louvre, París). Copia en mármol, fechada hacia el año 125 d.C., del original griego que se remonta hacia los años 430-415 a.C. En su técnica escultó rica se advierten las nuevas tendencias aplicadas por los continuadores de la escuela ateniense de Fidias.






   Mas para comprender cómo las enseñanzas de Fidias pasaron de una generación a otra, el ejemplo más elocuente es el de una familia que durante cuatro generaciones fue transmitiéndose de padres a hijos los secretos del arte de la escultura. La dinastía empieza con un primer maestro llamado "el viejo Praxíteles", compañero de Fidias, que trabajó con él en la Acrópolis. La tradición señalaba como suya una Hera o Juno, del templo de Platea, la cual es probable que fuera el original de un tipo del que se conocen varias copias romanas. Es una estatua cuyo porte majestuoso y los pliegues del ropaje, há­bilmente dispuestos, delatan la escuela de Fidias. La túnica, algo caída, muestra las bellas formas de los hombros. Es verdaderamente un tipo magnífico de madre de los dioses; con gesto solemne apoya un pie en el suelo, mientras el otro pie se halla situado hacia atrás, dando a todo el cuerpo de la diosa una postura basculante, de solemne contención de movimiento, frecuente en las estatuas griegas del siglo V. 

Juno Ludovisi (Museo de las Termas, Roma).
La cabeza de Hera, cuya copia en mármol es
la que se muestra aquí, es la representación
de la El arte griego del síglo IV a.C. 179 ma-
trona. Hera, hija de Cronos y esposa de Zeus,
la Magna Mater de los cultos prehelénicos,
simbolizó siempre la fidelidad matrimonial y 
la castidad.
Este tipo de Hera, algo modernizado, debió de servir de modelo para la estatua colosal a que pertenecía la famosa cabeza de la colección Ludovisi, hoy en el Museo de las Termas. La Juno Ludovisi presenta como un adelgazamiento de espíritu; es una copia romana muy libre, y esto explica que algunas veces haya sido tomada equivocadamente como el retrato de una emperatriz divinizada. Con todo, sus dimensiones colosales le devuelven algo de la grandiosidad que en las obras clásicas deriva sólo del estilo.

Del viejo Praxiteles aprendió su hijo Cefisodoto, y es interesante ver ya un estilo de transición en la única obra que con toda seguridad de él se conserva: el grupo de Eirene y Plutos, las dos personificaciones de la Paz y la Riqueza. Los pliegues rectos del  peplo que viste Eirene recuerdan a las cariátides del Erecteo, y el gesto de la estatua, apoyada sobre una pierna, es el gesto de la Hera de Platea y de otras obras que Fidias inspiró directamente; pero se advierte ya una ternura más moderna en la expresión maternal de la diosa, la cual acaricia con la mirada al pequeño Plutos que lleva en brazos. Como se ve, tanto en la Hera atribuida al viejo Praxiteles como en la Eirene de Cefisodoto, no hay ningún cambio trascendental en la composición de los tipos: las figuras, apoyándose en la pierna izquierda, marcan hacia este lado los pliegues rectos, miéntra que la otra pierna, ligeramente doblada, alterna asimétricamente con unas líneas inclinadas. La expresión más tierna, más delicada y más sensible es lo único que hace esperar el nuevo estilo, el cual tenía que venir muy pronto. La cabeza de Eirene ya no es una de aquellas excelsas e impersonales divinidades de los frontones del Partenón, sino una mujer madre que ha sufrido y llorado durante la guerra.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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