Alejandro
Magno, rey de Macedonia nacido en Pella en el año 356 a.C. y educado por
Aristóteles, llevó a cabo una política expansionista tan rápida como exitosa.
Nada más convertirse en el máximo gobernante de su pueblo dejó bien patentes
sus intenciones de extender las fronteras de Macedonia. La lista de sus méritos
militares es harto extensa, así que en estas líneas mencionaremos simplemente
que conquistó Tracia e Iliria, dominó Tebas, venció a su gran enemigo Darío III,
rey de los persas, conquistó Egipto, fundó Alejandría y siguió ampliando los
límites orientales de su vasto imperio hasta llegar a la cuenca del Ganges,
territorio que ya no pudo conquistar debido a la negativa de sus tropas a
continuar con tal empresa.
Pero si Alejandro Magno merece ocupar un
lugar destacado en la historia no es sólo por sus logros militares, que, por sí
solos, ya le colocarían entre los más grandes personajes de todos los tiempos.
Desde un primer momento, mostró gran interés por la cultura persa y una
progresiva orientalización que si bien fue beneficiosa para su imperio le hizo
cosechar no pocas antipatías entre su propia gente.
Ciertamente, la adopción del ritual persa en
la corte y la ejecución de Filotas por haber criticado su acercamiento a
Oriente nos muestran un Alejandro Magno demasiado fascinado por los símbolos
del poder -no olvidemos que a su entrada en Egipto se hizo consagrar como hijo
de los dioses-, aunque hemos de señalar que, gracias a él, los griegos recorren
comarcas en otro tiempo hostiles y los orientales se dirigen a Grecia y dan a
conocer directamente su civilización. Ello da inicio a una época de intercambio
cultural, comercial y social como nunca había conocido la humanidad, una época
sin duda de gran vigor que podría haberse prolongado si Alejandro no hubiera
muerto a la edad de treinta y tres años.
Fuente:
Historia del Arte. Editorial Salvat.
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