Vivió en Éfeso y Cos; pintó a Filipo de Macedonia y a Alejandro Magno, de quien fue retratista oficial. De entre sus pinturas, caracterizadas por su gran realismo y hoy todas desaparecidas, los autores antiguos recuerdan Afrodita Anadiomene, La Calumnia, Artemisa con un coro de vírgenes y Triunfo de Alejandro.
En Grecia, al mismo tiempo que disminuye el interés por el gran arte monumental, la pintura desciende también de los frescos decorativos a los cuadros de caballete. La evolución de la pintura griega es más rápida que la de la escultura. Es interesante recordar en este sentido, que Polignoto, hijo y discípulo de un pintor de Taso, Aglaofón, y que es el maestro característico de los grandes frescos de Delfos, Atenas y Platea, ya pintó cuadritos de género sobre tablas a las que se había dado previamente una ligera capa de estuco; en el fondo, la técnica continuaba siendo la misma de la pintura al fresco, y los colores utilizados eran los cuatro fundamentales.
Los asuntos y el estilo, sin embargo, debían de variar profundamente. De dos ilustrísimos pintores de la primera generación después de Fidias se han conservado muchas anécdotas, y hasta sus opiniones en materia estética, por los dichos atribuidos a Sócrates, que cultivaba su amistad. Son los rivales Zeuxis y Parrasio. Aristóteles, que había conocido los grandes progresos del arte realizados por Scopas y Lisipo, se quejaba de que las figuras de Zeuxis, si bien eran bellas, no tenían carácter personal. La célebre Helena de Zeuxis, en Cortona, podría considerarse como obra típica de este género; debió de ser un icono, imagen de una mujer bella, pero inexpresiva. También de Zeuxis eran muy celebrados un Amor coronado de rosas y varios cuadros con algunas figuras, entre ellas una familia de centauros y un Hércules pequeño ahogando las serpientes.
Parrasio, que debió de ser más elegante y delicado que Zeuxis, se complacía en detallar en grado sumo la expresión y el carácter de sus figuras, así en la fisonomía como en el gesto. Esto se le criticaba tanto como la inexpresiva frialdad de Zeuxis. Su Teseo, excesivamente tierno, parecía" alimentado con rosas". Se han conservado descripciones del cuadro de uno de los discípulos de Parrasio, Timantes. Representaban el sacrificio de Ifigenia, y lo admiraban los antiguos por la manera de expresar el dolor en los personajes. Agamenón aparecía velado, para esconder así su desesperación de padre; los demás héroes de la guerra de Troya manifestaban con viveza sus sentimientos: Ulises, Menelao, Néstor. En lo alto se veía a Diana con una cierva, que tenía que sustituir a Ifigenia en el sacrificio, salvada por la diosa según tradición recogida también por Eurípides.
Admira de qué pobres materiales hay que valemos para reconstituir las grandes obras pictóricas desaparecidas del arte griego, y ello a menudo hace caer en la incertidumbre. Así, el sacrificio de Ifigenia ha sido transmitido por un mosaico romano hallado en Ampurias y por una pintura del Museo de Nápoles; ambas interpretaciones pueden conservar algo del cuadro de Timantes, pero divergen tanto en la composición general como en los detalles. A la diferencia de interpretación contribuyen la edad y la técnica; el fresco que se custodia en el Museo de Nápoles debe de ser más cercano al original que el mosaico de Ampurias, porque la figura de Agamenón, tal como está allí a un lado y totalmente cubierta por el manto, reaparece a menudo en relieves de sarcófagos romanos con el mismo asunto.
A otra generación pertenece ya Apeles, un pintor griego de Asia, nacido en Colofón, pero que pintó en Efeso y murió en Cos. Su fama determinó a Alejandro a concederle el privilegio de pintar sus retratos. En Éfeso se admiraban sus cuadros más famosos, entre ellos una Afrodita Anadiómena, o Venus saliendo del mar, que en pintura venía a ser lo que la Venus de Cnido en escultura. No se conserva ninguna copia de esta pintura, pero hay varias estatuas de una Venus joven escurriendo sus trenzas todavía húmedas y llenas de algas, que acaso reproduzcan la Afrodita pintada por Apeles. Es otro caso de traducción en escultura de una obra maestra originariamente pintada.
Existen asimismo varias referencias escritas de otras pinturas de Apeles, que representaban a Alejandro en coloquio con los dioses o ya francamente divinizado; en sus pinturas él y sus discípulos debían de perpetuar asimismo los hechos capitales de la vida del gran conquistador. A Apeles o a su discípulo Filoxeno hay que atribuir el original de un mosaico de Pompeya, que puede admirarse en el Museo de Nápoles. Representa la batalla de Issos, cuando Alejandro ataca personalmente al grupo de mil lanceros llamados los inmortales, que forman la invencible escolta de Darío. El héroe macedonio, con la cabellera revuelta, embiste a caballo a los temidos guerreros persas y lleva la confusión hasta el mismo carro de Darío. La célebre batalla se ha resumido hábilmente en aquel episodio; en una sola escena están expresadas la gloria de Alejandro y la victoria de los griegos. No hay otra indicación del lugar más que un extraño tronco de árbol; sin embargo, la profundidad del espacio está hábilmente sugerida por la diversa inclinación de las lanzas, que se entrecruzan indicando que entre ellas queda cierto espacio.
Si bien no se conoce con seguridad al autor de este cuadro de la batalla de Issos, en cambio ha llegado hasta hoy el nombre de otro pintor de la época: Etión, autor de un cuadro también famoso que representaba las bodas de Alejandro y Roxana. Queda de él una detalladísima descripción de Luciano, quien, alabando el conjunto, describe las figuras de los esposos y de los pequeños amorcillos que juegan con las armas del conquistador.
Como un eco del cuadro de Etión es probable que se perciba en el fresco descubierto en Ostia, que enriqueció la colección Aldobrandini y actualmente se halla en la Biblioteca Vaticana. Se trata de una copia muy pequeña; las figuras, mucho menores del natural, están todas en un mismo plano, lo que revela que el original de la composición databa, por lo menos, de principios del siglo III a.C. En el centro descuella el grupo hermosísimo de la esposa, velada aún, pálido el rostro, y escuchando los últimos consejos de Peitos semidesnuda.
Del mismo estilo del siglo IV a. C., o a lo sumo de principios del siglo III, es el modelo de una gran composición descubierta en una quinta de los suburbios de Pompeya, la llamada Villa de los Misterios. Son los más hermosos frescos de la antigüedad recobrados hasta hoy; los únicos de grandes dimensiones, con numerosas figuras mayores del natural. La fecha de su ejecución material es conocida, porque las obras de construcción de la quinta que decoraban fueron interrumpidas por el cataclismo que destruyó la ciudad; pero los modelos son muchísimo más antiguos, griegos seguramente, y repetidos en Pompeya, como nosotros decoramos a veces nuestras casas con copias de pinturas del Renacimiento italiano. Los temas representados son extraordinariamente interesantes: a un lado se halla el cuadro del gineceo con la madre de familia, la cual enseña a leer a un niño y recibe la visita de las amigas; probablemente se conciertan para ir a la fiesta de iniciación de algún nuevo tipo de misterios. A continuación hay un largo plafón con curiosas representaciones de las ceremonias: varias jóvenes se muestran poseídas del frenesí o delirio báquico, propio de un rito extraño; perseguidas por unas figuras negras, aladas, ejecutan una danza completamente desnudas; una de las muchachas cae anonadada sobre las rodillas de su compañera, la cual, sin duda alguna, procura reanimarla. Evidentemente se trata de una liturgia que exige el paroxismo de una gran emoción. Entre terrores y revelaciones de frases extrañas de doble sentido, las almas de las personas candidatas a la cofradía reciben algo que era exclusivo de los iniciados y que les haría contemplar el mundo con otra realidad de la que veían con sus ojos naturales. Es de todo punto imposible hacer suposiciones acerca de la clase de misterios de que participan las figuras representadas en los frescos de la Villa de los Misterios, pero es muy dudoso que fueran una imitación diluida y provinciana de los misterios de Eleusis. Tampoco representan el delirio báquico de la orgía.
Iniciación al culto dionisíaco, Villa de los Misterios, Pompeya. A la derecha, una mujer a la espera de la ceremonia de purificación. |
Los misterios eran muchos y muy variados, casi tantos como lugares reputados santos había en Grecia y en las islas. Es seguro que nunca llegaremos a conocer el valor, seriedad y trascendencia mística e la mayoría de ellos, pero todos tenían en común el hecho característico de la experiencia religiosa, universal en el mundo entero; esto es, el cambio radical en el alma del myste o catecúmeno después de la iniciación. En otras religiones se llama "salvación, conversión, segundo nacimiento". El alma, cambiada, casi no se reconoce a sí misma: detesta aquello que amaba y ama lo que detestaba. Por esto en la escena de la Villa ltem se presenta un espejo a las personas que han recibido la iniciación, para demostrarles que son otras y que hasta su aspecto físico se ha transformado. Es posible que después de haber sufrido las pruebas que exigía la ceremonia, con terrores y castigos que acaso duraran toda la velada, las caras de los iniciados reflejasen en el espejo la congoja y los sufrimientos, y no fueran capaces de reconocerse a sí mismos.
No es extraño que las ideas y ceremonias de los misterios influyeran en el arte. Debían de ser tremendamente impresionantes y algunos casi exclusivamente estéticos. Heródoto, tan sarcástico y escéptico en materias religiosas, no puede disimular la impresión que le causó el misterio de Osiris, que pudo presenciar en Menfis.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
Galería
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Afrodita Anadyomene de Pompeya (detalle) |
Afrodita Anadyomene de Pompeya (detalle) |
Afrodita Anadyomene de Pompeya |
Alexander Mosaic (que representa la batalla de Issus o la batalla de Gaugamela) |
Pintura de Alejandro como Zeus, basada en un original de Apelles |
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