Poco se conoce de la personalidad
de Simone Martini. Vasari, que brevemente escribió su vida con la de otros
pintores toscanos, no muestra mucho entusiasmo por el pintor de Siena; las
pocas noticias que da son en su mayor parte inexactas.
La primera obra que se reconoce
de él está en su propia patria, Siena. Acababa de terminarse el Palacio
comunal, testimonio de la grandeza de la ciudad, en los primeros años del siglo
XIV. Su magnífica fachada ocupa todavía uno de los lados de la gran plaza; su
torre prismática, esbelta, de más de 100 metros, se eleva dominando todo el
valle, más alta aún que la torre de la ciudad rival, Florencia, pero muy
parecida a ella, sin embargo, en sus líneas generales.
Dentro del edificio, en la sala
del Consejo de los Ancianos, Simone Martini realizó el encargo de pintar la
imagen de la Virgen, reina de la ciudad, para que presidiera las
deliberaciones, ella, que era la salvación de Siena. Está rodeada de los santos
patronos, los mismos que acompañan a la Madona en el altar de Duccio, en la
catedral, y tiene a sus pies varios ángeles arrodillados que le ofrecen vasos
de cristal llenos de rosas.
Virgen y el Niño rodeados de santos de Simone Martini. Detalle del mural de la Sala del Consejo del Palacio Comunal de Siena. Se trata en realidad de los mismos santos patronos que acompañan a la Madona de La Maestà de la catedral, concluida cuatro años antes por Duccio; sin embargo, resulta difícil descubrir en ello huellas de Bizancio. Igual podría decirse de la Virgen, delicada dama sienesa con corona real y trono gótico, detalles que revelan la conocida preferencia de Simone Martini por el arte francés.
La Virgen ya no es la delicada silueta semi bizantina del altar de Duccio, sino una elegante dama, rubia y fina, como lo son las jóvenes del país, con los cabellos rizados, ojos dulces y pequeños, y labios de expresión delicada. Lleva corona real, como las Vírgenes francesas, mientras que la Madona de Duccio va sin ella, como las Vírgenes bizantinas. Los santos y apóstoles que rodean a la Virgen del Consejo son menos individuales, menos expresivos, que las figuras que hubiera pintado Giotto; guardan muchísimo más la tradición de Duccio, con su calma aristocrática y su expresión suave, sin violencia.
La Virgen ya no es la delicada silueta semi bizantina del altar de Duccio, sino una elegante dama, rubia y fina, como lo son las jóvenes del país, con los cabellos rizados, ojos dulces y pequeños, y labios de expresión delicada. Lleva corona real, como las Vírgenes francesas, mientras que la Madona de Duccio va sin ella, como las Vírgenes bizantinas. Los santos y apóstoles que rodean a la Virgen del Consejo son menos individuales, menos expresivos, que las figuras que hubiera pintado Giotto; guardan muchísimo más la tradición de Duccio, con su calma aristocrática y su expresión suave, sin violencia.
Simone Martini pintó esta obra
sólo cuatro años después de haberse terminado el retablo de Duccio, lo cual
indica que ya entonces sería maestro famoso, al que por esto se encargó aquella
obra, en lugar de confiar su ejecución al autor del retablo de la catedral.
Simone, concluido su trabajo, marcharía probablemente a Nápoles, pero en 1324
vuelve a encontrarse en su patria, porque allí casó por esta fecha, y hasta el
1328 debió de residir en Siena.
San Ludovico de Toulouse coronando a su hermano Roberto de Anjou, rey de Nápoles, de Simone Martini (Museo de Capodimonte, Nápoles). Puede observarse el original efecto de la perspectiva que Martini añadió a la linealidad de Duccio.
San Martín da su manto a un pobre. Escena de la decoración de la capilla de San Martín, en la basílica de San Francisco de Asís, que Simone Martini realizó por encargo de la familia real de Nápoles.
Fue entonces cuando pintó el
retrato del “honorable Capitán de la Guerra” Guidoriccio da Fogliano, quien
acababa de someter los pueblos de Montemassi y Sassoforte que se habían
sublevado contra la República de Siena. Este fresco es una de las obras más
interesantes del Palacio comunal sienes; en él se ven las dos poblaciones en la
cumbre de los montes, y al pie de ellos, el campamento de las fuerzas de Siena;
el obeso caudillo monta a caballo con gran bizarría, destacando en aquel
paisaje simplemente dibujado sobre un cielo de intenso azul. Se trata de un
terrible paisaje desolado y triste, cruzado por empalizadas, torres almenadas y
máquinas de guerra, sobre el que, aún antes del combate, ya sopla el viento
helado de la muerte.
A estos encargos oficiales hay
que añadir el que llevó a cabo en 1317 a petición de Roberto, uno de los reyes
de Nápoles, en el que Martini realiza un cuadro para uno de los altares de San
Lorenzo el Mayor. El santo príncipe, vestido de franciscano, sostiene con la
mano derecha, aristocráticamente enguantada, el báculo, mientras con la otra
ofrece a Roberto la corona real; dos ángeles, descendiendo de lo alto, le
coronan con celeste diadema.
Asimismo, los reyes de Nápoles
encargaron a Simone la decoración de la capilla de San Martín, y en sus paredes
pintó el artista cuatro escenas de su piadosa leyenda: San Martín partiendo su
capa con el pobre; la visión del santo, que, dormido en su cama, ve
aparecérsele el Cristo rodeado de ángeles de rubia cabellera y blandas
mejillas, como los del fresco del Palacio Comunal de Siena; después, la escena
en que el santo es armado caballero, y, por último, cuando renuncia, delante de
la tienda del emperador, al oficio de las armas por la cruz, que tiene en la
mano.
Las arquitecturas y los paisajes
de estas escenas son casi signos convencionales todavía; el principal interés
del arte de Simone Martini estriba en la dignidad reflexiva de sus figuras. En
la pared de entrada de la capilla hay un trozo de muro alto donde están
pintadas bellísimas imágenes de santos y santas dentro de unos arquitos
trilobulados; son los más venerados de aquel tiempo: San Francisco y San
Antonio, Santa Catalina y Santa Magdalena, y además están los santos de la
familia real de Nápoles, que encargaba la decoración; San Luís rey de Francia,
San Luís de Anjou y Santa Isabel. Especialmente esta última es una bella dama
vestida con un gran manto que envuelve su cuerpo juvenil; su hermosa cabeza
ostenta trenzada una cabellera de oro; parece en verdad una de aquellas devotas
princesas de la casa angevina de Nápoles que se llamaban “reinas de Jerusalén y
de Sicilia, humildes siervas e hijas del beato Francisco”, aunque algunas de
ellas derivaron por otros derroteros.
La Virgen de la Anunciación de Simone Martini (Gallería degh Uffizi, Florencia). Es quizá la obra más popular y también la más gótica. Este detalle del tríptico, maravilla por la línea tensa de la Virgen sorprendida por el ángel en su dulce melancolía y por la luminosidad interior que desafía al vibrante oro del fondo.
Obra también de Simone Martini
será, sin lugar a duda, un fresco del cementerio de Pisa que representaba la
Asunción de la Virgen a quien un grupo de ángeles suben al cielo, rodeada de
una aureola de forma almendrada y en un trono análogo al de la Virgen del
Palacio Comunal de Siena.
Pero Simone pintó muchas otras
imágenes en tabla, de las que son auténticos y firmados ejemplos el retablo de
Nápoles y otro que está en la Galería de los Uffizi. El retablo de los Uffizi
es de maravillosa belleza; fue realizado en 1333 para el altar de San Ansano de
la catedral de Siena, representa la Anunciación de la Virgen, y es la más
popular de las obras de Martini. La Virgen, envuelta en su manto, se encoge en
su sitial, como sorprendida por el mensaje angélico. Su gesto es el de una
joven aristócrata que no esconde su calidad a pesar de sus humildes vestiduras.
El ángel es una figura andrógina con una palma en la mano; los pliegues
flotantes de su manto indican hábilmente lo rápido de su aparición, que
sorprende a la Virgen, y casi la deja cohibida.
El arte de Siena se aplicó
también a las miniaturas. Al mismo Martini se atribuye un maravilloso misal
decorado del Vaticano, y en un manuscrito de Virgilio que había pertenecido a
Petrarca puso éste un autógrafo en hexámetros diciendo que la gran miniatura
inicial del volumen era obra de il mió Simone, esto es, de Martini.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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