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Artistas de la A a la Z

Los discípulos de Giotto

Consta que en Padua trabajaba Giotto con varios discípulos, y en sus frescos de Asís se percibe claramente la colaboración de ayudantes. Uno de los más destacados fue Bernardo Daddi, cuyo “giottismo” profundo se orientó hacia el preciosismo pictórico; pero el predilecto parece haber sido Taddeo Gaddi (hacia 1300-1366). A menudo es difícil precisar si una obra es de Giotto o de Gaddi. De Tadeo aprendieron sus propios hijos, Agnolo, Giovanni y Nicola, quienes continuaron la bottega del padre por varios años. 

La familia de los Gaddi no era, como la de Giotto, enteramente popular: el padre de Tadeo era pintor y mosaiquista, y del linaje de los Gaddi salieron conocidos mercaderes, políticos y hasta cardenales.

A la generación que capitanea Tadeo Gaddi sigue otra, formada por Andrea di Bonaiuto y los últimos pintores del siglo XIV que trabajaron en el Camposanto de Pisa. 

Juicio y martirio de San Esteban de Bernardo Daddi (hacia 1317-1355) que se halla en la basílica de Santa Croce de Florencia. Este discípulo de Giotto vivió halagado por la sociedad florentina que admiraba particularmente la elegancia y el refinamiento de su pintura. Si en su primera época se notó la influencia de Giotto, se dejó arrastrar luego por la escuela sienesa y un preciosismo pictórico amanerado. 

San Eloy en el taller de orfebrería (Museo del Prado, Madrid) de Tadeo Gaddi, el más fiel discípulo de Giotto. Como su maestro, su pintura tiene un sentido especial de la composición. No es éste el único punto de contacto en la obra de ambos, sino que son en ocasiones tan similares que resulta comprometido decir cuál de los dos es el autor.  

El claustro destinado a cementerio en Pisa tiene una ancha galería de arcos góticos, como un claustro monástico, en que se acumularon sarcófagos y mármoles antiguos. Las paredes exteriores no tienen ventana alguna que rompa el paramento del muro, y por tanto se prestaban admirablemente a ser decoradas con grandes frescos.

La decoración del cementerio duró más de un siglo; comenzada por los discípulos de Giotto, que pintaron la pared de Levante, fue terminada en el siglo XV por florentinos, Benozzo Gozzoli y discípulos suyos. De estas últimas pinturas, en su mayoría destruidas durante la II Guerra Mundial, hablaremos más adelante; en cambio, los frescos del ala oriental deben ser citados entre las obras de los discípulos de la segunda generación después de Giotto. 


Bóveda de la Capilla de los Españoles en el claustro de Santa Maria Novella de Florencia, decorada por Andrea di Bonaiuto. El ciclo de composiciones que cubren esta bóveda y los muros de la capilla pueden considerarse, por su sentido alegórico y por su profundo empuje teológico y humanístico, como un resumen de toda la cultura cristiana del "Trecento", el equivalente plástico de toda una concepción del mundo. 


El triunfo de la Iglesia de Andrea di Bonaiuto, llamado también Andrea de Florencia, forma parte del gran conjunto de composiciones murales de la capilla de los Españoles, en el claustro de Santa Maria Novella de Florencia. Este Triunfo ocupa íntegramente uno de los muros. En él, los dominicos están representados como una jauría de perros blancos y negros. defendiendo el rebaño que cuidan los pastores. 

Vasari atribuyó a un tal Andrea de Cione, por sobrenombre Orcagna, un ciclo de pinturas del Triunfo de la Muerte y del Juicio Final, en el cementerio pisano, que hoy se atribuyen, generalmente, a un pintor pisano llamado Francesco Traini, activo en Pisa a partir de 1323. A un lado, un grupo de alegres damas y apuestos caballeros cantan al son del clavicordio, y en el más completo abandono, la vida fácil de los sentidos; pero al otro lado, una cabalgata, también de damas y caballeros que cruzan la floresta, se encuentra, de pronto, cerrado el paso por tres ataúdes con sus cadáveres en descomposición, que les recuerdan el triunfo de la muerte. Los caballos detienen su marcha, amenazadores, al pisar el territorio mágico de la muerte. Los perros olfatean el aire inquietos. El horror lo impregna todo silenciosamente con un escalofrío que hace visible el miedo.

De la segunda mitad del siglo XIV es también la obra grandiosa de Andrea di Bonaiuto, pintor de Florencia, conjunto monumental de frescos que decoran las paredes y el techo de la capilla llamada “de los Españoles”, en el claustro de Santa Maria Novella, en donde se reunían (y allí están enterrados) los españoles que el comercio de la lana había llevado en el siglo XVI a Florencia. Es una sala cuadrada, vastísima, en cuyo fondo hay una representación del Calvario, que es, ciertamente, un cuadro de animación verdaderamente original. A un lado está representado el triunfo de la Iglesia, defendida por una jauría de perros blancos y negros, que quieren representar a los frailes dominicos, mientras las ovejas reposan a los pies de sus pastores, que son las jerarquías eclesiásticas. Enfrente, otra composición contiene las nueve figuras de las artes liberales y nueve patriarcas y filósofos, que corresponden a cada una de ellas.

El Descenso de Cristo a los infiernos, otro fragmento del mismo ciclo de composiciones de la capilla de los Españoles.

Así, por ejemplo, Cicerón está a los pies de la retórica; Tubalcaín, a los de la música; San Agustín, a los de la teología dogmática; Justiniano, a los de la jurisprudencia; Pitágoras, a los de la aritmética, etc. El conjunto de toda esta decoración mural fue realizado hacia 1365-1367, y por su sentido alegórico y su profundo empuje teológico y humanístico puede considerarse una sinopsis orgánica de toda la cultura cristiana del Trecento.

El repertorio se agranda con estos conceptos humanísticos en los artistas florentinos de final del siglo, que, sin embargo, siempre permanecen fieles a los principios de composición establecidos por Giotto. Los mismos artistas tienen conciencia de que lo que progresa con sus novedades no es la técnica artística, aunque el arte progresaba a consecuencia de haberse acrecentado el repertorio, y haber aumentado, con nuevos personajes, las escenas algo esquemáticas de aquel primer maestro.

Con ello, la parte psicológica que con anterioridad era personal, individual, se hizo social y humana.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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