La evolución que experimentaron
las formas griegas durante el período helenístico puede seguirse en la
escultura mejor que en la arquitectura.
Victoria de Samotracia (Musée du Louvre, París) Esta bella escultura helenística fue inicialmente creada para sostenerse erguida sobre la proa de una nave, de tal modo que el viento húmedo del mar moldeara el fino jitón esculpido sobre las turgencias del cuerpo femenino que representa . El escultor confirió el mismo interés tanto por las transparencias y los pliegues del tejido como por las partes redondeadas y firmes del cuerpo de la modelo. Este juego de contrastes escultóricos es característico de la escuela de Rodas.
Los antiguos tipos se hacen más
realistas e individuales. Un ejemplo característico de esta evolución es la
estatua llamada Victoria de Samotracia, que, según parece, mandó erigir
Demetrio de Siria en conmemoración de su victoria naval sobre Tolomeo el año
306 a.C. La diosa, en la proa de una nave y llevando en la mano un trofeo
arrancado al enemigo, con el cuerpo hacia delante, desafía al viento, que azota
los pliegues del vestido con aquel sacudir característico de la brisa marina.
El artista se empeñó, pues, en expresar los efectos de fenómenos de gravedad,
rozamiento, inercia, intervenidos por el agente exterior de los vientos
intermitentes y contrarios de las costas mediterráneas. Los escultores de Jonia
modifican así, con su nueva física, los tipos tradicionales; pero el antiguo
centro artístico de Atenas debió de sobrevivir, reproduciendo las grandes obras
maestras que se enviaban como mercancía preciosa de exportación. Un barco
cargado de estatuas, encontrado en 1907 en el fondo del mar en Mandia, frente a
la costa de Túnez, procedía de Atenas, y la especial calidad de su cargamento
ha informado de las obras de arte que reproducían con más preferencia los
escultores atenienses. Muchas veces las copias son tan libres, que llegan a
tener cierta originalidad, como la Venus de Médicis, a modo de adaptación de la
de Praxíteles, porque en lugar de estar representada saliendo del baño, con el
jarro y el ropaje, ya no trata de excusar su desnudez y está figurada en el
acto de nacer de las ondas, con un amorcillo y un delfín. Otras Afroditas son
todavía más sensuales; hizo fortuna un tipo de diosa con una rodilla en tierra
y la otra pierna doblada, que parece ser obra de Dédalo de Bitinia.
Hermafrodita durmiente (Museo Nacional Romano, Roma). Copia romana en mármol de un original griego del siglo II a.C.
⇦ Afrodita y Pan (Museo Nacional de Atenas). Grupo escultórico procedente de Delos que expresa un clima de sensualidad muy propio del helenismo. La belleza desnuda de Afrodita contrasta con la bestialidad del fauno con cuernos y patas de cabra. Se trata de una dialéctica, muy propia del siglo I a.C., entre la fresca feminidad y la fealdad diabólica.
Esta es la época de Venus y del
Amor hasta en los extravíos de la naturaleza, como manifiestan las innumerables
esculturas de hermafroditas. Era famoso en Pérgamo un grupo atribuido al hijo
de Praxiteles, a causa de su extraordinario efecto erótico, que consistía en
representar el tacto o la presión de los dedos en el cuerpo, que parecía más
bien de carne que de mármol. Otro artista, ya asiático, Briaxis, representó en
escultura el mito tan sensual de Apolo y Dafne. Este grupo estaba en las
afueras de Antioquía. Las antiguas divinidades son cada día más olvidadas;
apenas si se representa al Zeus Olímpico; se reproduce Asclepios, confundido
con Esculapio, que toma muchos de los rasgos del viejo padre de los dioses.
Otra divinidad nueva, destinada a gran porvenir, fue Serapis, el dios tutelar
de Alejandría. Se representó, como Zeus, algo transfigurado. Para crear esta
nueva imagen, Tolomeo hizo venir de Sínope, ciudad griega del mar Negro, una
estatua de Zeus por Briaxis y la hizo retocar. Estuvo en el Serapeum de Alejandría
hasta que la destruyeron los monjes cristianos en el siglo V después de
Jesucristo.
Correlativamente a la Afrodita o
Venus, numen de la filosofía epicúrea (porque según la escuela de Epicuro el
agua es el elemento activo del mundo), crece y aumenta la importancia de
Dionisos, señor o símbolo universal para los estoicos, ya que según ellos el
principio activo es el fuego, que se impone en la iniciación a los misterios de
Dionisos-Baco. Así Venus, con sus nereidas y musas, y Dionisos, con sus bacantes,
se dividen casi por igual el interés de los pintores y escultores helenísticos.
Dionisos, que es el leit-motiv de la decoración alejandrina, empieza siendo un
viejo de barba rizada. Resulta curioso observar que Baco aparece siempre más
joven y acaba por ser un muchacho imberbe, con corona de hiedra en la cabeza.
Es el único dios que se rejuvenece con el tiempo; la mayor parte de los dioses
helénicos, como también el Cristo de las catacumbas, empiezan siendo imberbes
para convertirse en barbados.
Centauro viejo atribuido a Aristeas (Musée du Louvre, París). El centauro está representado con las manos atadas a la espalda, indefenso e impotente mientras es atormentado por el Amor burlón que cabalga sobre su grupa, expresando de forma metafórica el tema del amor senil. La obra se atribuye al escultor Aristeas de la escuela de Afrodisia, en Asia Menor, que se complacía en representar seres semianimalescos, o bien personajes infantiles. Evidenciando la inclinación de los gustos helenísticos hacia lo anecdótico, lo narrativo y lo pintoresco, el autor imprimía una mayor tensión y dinamismo en las esculturas.
⇦ Niño de la Oca (Musée du Louvre, París) Esta réplica de un original de Boetas de Calcedonia es característico por la forma piramidal del grupo.
Cada vez más frecuentes, los
faunos y los sátiros suministran nuevos temas a la escultura. Pintoresca es la
pareja de centauros de la Villa Adriana. Un centauro viejo sirve de cabalgadura
al Amor, que le hace sentir su yugo, y para dar más clara idea de lo difícil que
es el amor senil, el pequeño ha de tirarle de los cabellos. Así le vemos en una
copia que no ha perdido la figurilla del Amor, en el Museo del Louvre. Faltan
los pequeños amores en el Capitolino de Roma, donde se conservan los dos
centauros hallados en la Villa Adriana. En cambio, el centauro joven camina
alegre mientras hace castañetear los dedos, y, aun cuando en su grupa llevaría
también la figurilla del Amor, ésta no debió de ser carga pesada para el joven.
Las dos figuras de los centauros, picante ilustración de un epigrama erótico,
parecen ser obra de Aristeas y Papias, naturales ambos de Afrodisia.
La religión se iba convirtiendo
cada vez más en una adoración intelectual del principio supremo, ordenador del
universo. Una excelente idea de este misticismo la da la estatua del joven
orante, obra de un discípulo de Lisipo llamado Boetas, la cual se ha conservado
en una copia en bronce del Museo de Berlín. En cambio, en lugar de los tipos
antiguos de dioses y diosas se prodiga cada vez más la representación de la
diosa Tyche, o sea el Azar, la Fortuna; era muy estimada y se reprodujo mucho la
Tyche de la ciudad de Antioquía, obra de Eutíquides. La estatua está asentada
en un terreno rocoso, tiene varias espigas en la mano y en la cabeza ostenta la
corona de torres, que será en adelante atributo indispensable para representar
las ciudades. Lo más original es la alusión topográfica, con la figura de un
niño que sale corriendo de entre sus pies; es el río Orontes, que después de
correr subterráneo, vuelve a su cauce en Antioquía. Eutíquides era también
discípulo de Lisipo, cuya influencia se advierte todavía en la majestad y
belleza de los pliegues del ropaje de la estatua.
Espinario (Galleria degli Uffizi, Florencia). Una característica de la escuela helenística propia de Asia Menor es el interés por los personajes infantiles. Esta costumbre en el arte de la representación fue iniciada con el Ares de Lisipo, procurando darle importancia a la atmósfera circundante a la escultura como un elemento más, constitutivo de la obra.
⇦ Tortura de Marsias (Musée du Louvre, París). Copia de un original griego del siglo II a.C., la escultura reproduce el desollamiento de que fue objeto el sátiro por parte del dios Apolo.
Estas representaciones
topográficas se fueron haciendo cada vez más frecuentes y constituyeron los
modelos que luego aprovechó el arte romano oficial. Dos copas de plata, ejecutadas
probablemente en Alejandría en los primeros años del Imperio romano, muestran
su fondo en alto relieve; en una aparece la ciudad de Alejandría como una
Minerva sentada, y en la otra, las cabezas de dos hermanas iguales en
categoría: Antioquía y Roma. El grupo del Nilo, acaso también de época romana,
señala análoga inspiración. El gran río, con sus barbas fluentes, está tendido,
la frente coronada de espigas, y apoyado sobre una esfinge y el cuerno de la
abundancia. Dieciséis niños, número de los codos que subía el agua en la
inundación anual, juegan en torno suyo, sobre sus mismas rodillas, y uno de
ellos hasta se ha atrevido a encaramarse sobre su hombro derecho.
Al lado de los asuntos alegóricos
aparecen las composiciones del género idílico. Muchas obras antiguas de los
siglos anteriores son repetidas, con un nuevo acento más gracioso, en la época
helenística. El espinario, antiguo tema de un joven corredor que después de la
carrera se sienta para arrancarse una espina, lo repiten los escultores helenísticos
en las formas blandas de un adolescente de lacia cabellera. Otro asunto es el
del niño que se pelea con una oca, como una parodia del atletismo de los siglos
anteriores. El Niño de la Oca se reprodujo muchas veces; el original, según la
tradición literaria, era del mismo Boetas.
Pero si no el más característico
ejemplo de esta simpatía por los asuntos infantiles, al menos el más poético,
es el grupo del beso de los dos niños, identificados como Eros y Psiquis, en el
Museo del Capitolio. Es el comentario plástico más expresivo de los tiernos
amores de dos criaturas. En el grupo del Capitolio, los dos niños se abrazan
inocentes, sin conocer el origen misterioso de la fuerza que junta sus labios.
Los dos cuerpos son casi igualmente femeninos: él sonríe en la iniciación del
beso, ella inclina la cabeza, sorprendida por la extraña caricia infantil. Así,
en las corrompidas metrópolis helenísticas, los escultores, como los literatos,
encontraban público propicio para los más candidos idilios.
⇦ Eros y Psiquis (Museo del Capitolio, Roma). Esta pieza, de la que también existen réplicas en los Museos Vaticanos y del Louvre, reproduce un original helenístico del siglo III a.C., hoy perdido. El autor de esta escultura, también conocida por los títulos Dafnis y Cloe o La invención del beso, mezcla con cierta perversidad una inocencia cándida y una estudiada picardía.
Al lado de estos asuntos, cuyo
carácter poético podría todavía comunicarles cierta idealización, otra
corriente artística parece complacerse en la interpretación cada vez más
realista de la naturaleza. Una manifestación de este gusto es el tan copiado Marsias,
castigado por Apolo a ser colgado y desollado. El sátiro tiene la musculatura
exagerada por la tensión de sus miembros; es una anticipación del estilo que
florecerá más tarde en Pérgamo y Rodas. El origen de esta tendencia podría
encontrarse ya en los retratos, que cada vez son más parecidos a sus modelos.
Los antiguos retratos griegos eran raros, y aun casi siempre de espíritus
superiores con tendencias al heroísmo, como las imágenes de Safo, Aspasia y
Pericles. Después, en las estelas griegas, los retratos de los difuntos y de
sus parientes fueron también delicadamente transfigurados. Lisipo, con su
fervor por la interpretación viva de la naturaleza, fue quien abrió la puerta
al realismo extremado. Sus retratos de Alejandro Magno debieron de poseer el
noble prestigio del gran arte del maestro. Se acudió, también, a ayudarse
vaciando las fisonomías, es decir, los autores se aprovechaban de los vaciados
como de un auxiliar para sus retratos.
⇨ Alejandro Magno divinizado como Helios (Museo del Capitolio, Roma). El busto imita la célebre estatua de Helios creada por Cates de Lindos a principios del siglo III a.C. y situada originariamente en la entrada del puerto de Rodas.
Los dos soberbios retratos de
Sófocles y Demóstenes, aunque de diferente época (el de Sófocles parece ser
algo más antiguo), demuestran el arte admirable de los escultores de Atenas
para el retrato. El original del de Sófocles sería de bronce, acaso uno de los
que adornaban el teatro de Atenas. La única copia que se conoce, en el Museo
Lateranense, es de mármol, pero debe de reproducir exactamente el original; da
idea perfecta del hombre intelectual, en completa posesión de todas sus fuerzas
físicas y morales; está en actitud de reposo, distinta de aquella otra posición,
con una pierna doblada, de los atletas heroicos y de las amazonas; distinta
también de la posición de sensual abandono del Fauno de Praxiteles. El Sófocles
del Vaticano apoya los pies en el suelo; el cuerpo, que no puede estar cansado
por la propia naturaleza de su trabajo, se inclina hacia atrás en actitud
contemplativa.
La estatua de Demóstenes es otro
paso hacia el naturalismo. En su rostro se advierten ya las arrugas, la
angustia del hombre ilustre que quiso defender con discursos la libertad de
Atenas. Esta figura ha sido atribuida a un escultor llamado Polieuctes, y, pese
a la mutilación sufrida, se supone que tenía las manos juntas, lo que debió de
darle aún mayor impresión de dolorosa ansiedad. El manto no aparece doblado con
aquella amplitud de pliegues del de Sófocles; resulta, en el de Demóstenes, más
arrugado, como si se hubiera descompuesto con el gesto nervioso del orador.
Filosofía, drama, oratoria, he
aquí las nuevas actividades que han sustituido a la victoria atlética o militar
para justificar el retrato heroico. En la época helenística se hace popular un
retrato imaginario de Homero, barbudo y con ojos estáticos de ciego. Los
filósofos se representan en pie o sentados, con el manto, que es casi
distintivo de su profesión. Sólo los cínicos, completamente desnudos, hacen
alarde de haber renunciado a esta última prenda de abrigo.
⇨ Busto de Epicuro (Museo del Capitolio, Roma). Escultura en mármol del siglo I a.C. que representa un retrato del filósofo de Samos sin ropajes ornamentales.
Un retrato de
Menandro, de cara afeitada y boca entreabierta, indica con aristocrática
displicencia el genio del gran poeta cómico. También el retrato de Epicuro, del
cual se conservan varias copias, refleja, sin perder el parecido, la serenidad
pensativa del fundador de la Escuela del Jardín. Otro retrato, seguramente de
la época helenística, que antes se suponía de Séneca, pero que probablemente es
el de Calímaco, el bibliotecario y gramático de Alejandría, muestra ya un
verdadero “virtuosismo” en extremar las particularidades personales de la
fisonomía. El bronce de las copias de este retrato, con sus reflejos metálicos,
parece como si sudara.
Plinio hace referencia a una
estatua de Aristónides, de Rodas, en la cual el artista, al fundirla, había
ideado mezclar hierro con bronce, para que mediante el orín se volviera roja y
produjera artificiosamente el efecto del remordimiento del retratado, culpable
de la muerte de su hijo.
Otro retrato de Eutidemo, rey de
Bactriana, extrema todavía más la nota del realismo: el monarca está
representado sin etiqueta alguna, tocado con un sombrero de grandes alas que
rodean su vulgarísima fisonomía.
⇦ Busto de Homero (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Esta escultura es una copia romana realizada en mármol a partir de un original griego de época helenística.
En cambio, el retrato de un joven
del Museo de Atenas muestra todo el refinamiento intelectual de esta época, que
abundó en espíritus superiores, saturados de filosofía y literatura.
El retrato de Tolomeo Filométor,
que se halla en el Museo de Nápoles, transmite la imagen de un hombre de
temperamento inquieto, visiblemente abrumado por el peso del gobierno de un
gran Estado.
Siguiendo este camino del
naturalismo, el arte llegará a la predilección por lo decrépito y deforme, y
hasta tolerará imágenes de cuerpos de conformación viciosa. Dos estatuas de
viejos, del Museo del Capitolio, que representan a un pescador y una pastora,
ella con un corderillo recién nacido, son harto expresivas de esta corriente.
Estas figuras resultan más curiosas porque el arte griego, en lo antiguo, había
experimentado cierto horror por la naturaleza humana fuera de su momento de
plena juventud o viril madurez. Ahora estos griegos sienten inclinación, acaso
en aras de la novedad, por los asuntos en que la vejez se manifiesta más
groseramente. Debió de ser muy estimada una figura de vieja en estado de
embriaguez (quizás un personaje de la Comedia Nueva ateniense), de la cual han
llegado hasta la actualidad varias copias; destaca, sobre todo, cómo toda la
dignidad del sexo, de la edad y de la naturaleza humana se han perdido por
completo en aquellas carnes flojas.
Galo moribundo atribuido a Epígonos (Museo del Capitolio, Roma). Esta réplica romana en mármol forma parte del exvoto escultórico en bronce del templo de Atenea Polias, en Pérgamo, que se atribuye a este artista y que fue realizado en homenaje a las victorias de Atalo 1 contra los celtas gálatas entre 297 y 242 a.C. En dicho conjunto escultórico aparece un sentido del honor guerrero en el caso de los vencidos que supone una auténtica novedad con respecto a la imagen de patetismo vergonzoso del enemigo habitual en otras obras escultóricas de la época. Atalo quiso educar a su pueblo mostrándoles con esta obra una lección de grandeza y heroicidad, en la que los vencidos se mostraban sufriendo y muriendo con absoluta dignidad y acentuando el drama de la derrota, reemplazando la fuerza elemental y la confianza serena en la victoria propia de otras esculturas de idéntico tema.
Se reproducían con cierto placer
hasta los casos anormales, y se demostraba interés en penetrar en el alma de
los desgraciados contrahechos. Así lo muestra, muy particularmente, el retrato
de Esopo, obra de Aristodemo, que no sólo parece maravilloso por su técnica,
que tan bien demuestra la anatomía de sus entrañas comprimidas, sino que además
revela magistralmente su capacidad de penetración psicológica.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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