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Monte Albán


Es en Monte Albán, sitio destinado a tener un desarrollo ininterrumpido de unos dos mil años, donde se elaboran, durante las últimas fases del preclásico, una serie de elementos tan decisivos en el panorama mesoamericano como pueden serlo la creación de un sistema de escritura glíptica y también la cristalización de algunos conceptos mitológicos en forma de las más antiguas deidades claramente identificables, cuya evolución podrá observarse en los siglos venideros y cuyo origen puede remontarse hasta el culto del “hombre-jaguar” olmeca.

Lápida conmemorativa (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). En este relieve sobre piedra, que conmemora la consagración del templo mayor de Tenochtitlán, se representan símbolos y personajes de la imaginería azteca. 


Códice Borbónico azteca (Biblioteca del Palais Bourbon, París). Conocido también como Códice Borgia, este documento pictográfico náhuatl es, al parecer, una copia de la época colonial (1600). Pintado sobre hojas de corteza de árbol, contiene la serie del calendario de los destinos (260 días) con los dioses protectores, entre otros temas. Desde 1826 se halla en París.  


Monte Albán se sitúa también entre los primeros centros ceremoniales que empiezan a construir edificios duraderos en Mesoamérica. Todavía quedan testimonios de los inicios de la arquitectura en aquellas grandes piedras que ostentan siluetas profundamente grabadas de personajes representados en actitud dinámica (y conocidos por esta razón bajo el nombre de “danzantes”), y junto a los cuales aparecen algunos restos de lo que fue quizás el más antiguo sistema de escritura en el Nuevo Mundo. Y el extraño edificio de basamento puntiagudo, que aún se conserva al centro de la gran plaza de Monte Albán, podría ser el más antiguo observatorio astronómico conocido en Mesoamérica.


Esta temprana vocación cultural de Monte Albán habrá de finalizar, durante el primer milenio de nuestra era, en el esplendor clásico del arte zapoteca. Pues si parecen existir, en las etapas iniciales, algunas sugerencias de origen olmeca, éstas fueron rápidamente asimiladas y poderosamente transformadas en el crisol zapoteca (como lo serán más adelante las influencias tanto teotihuacanas como mayas). El arte zapoteca atestigua una personalidad artística inconfundible, como podrá ser constatado más adelante.

Escudo del rey azteca Ahuízotl (Museum für Vblkerkunde, Viena). También llamado Chimalli, en el centro de este emblema circular realizado con un mosaico de plumas, se halla la figura de un coyote aullando. El filete dorado acentúa el contraste cromático entre las plumas azules y rojas. Está considerada como la obra maestra del arte plumaria precolombina, especialidad que los artesanos mixtecas ejercieron con gran maestría. 

Y si los teotihuacanos edificaron su gran ciudad sagrada en medio de un amplio valle -y en armonía con el paisaje circundante-, los fundadores de Monte Albán eligieron para el mismo fin la cúspide de una cadena de montañas que dominan varios valles. Pero no conformes con las dificultades de todo tipo que ello implicaba, quisieron además imprimir tan poderosamente su sello en estas cumbres que nadie podría determinar hoy cuál había sido su conformación original.

⇨ Vasija azteca de obsidiana con la representación de un simio (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México).  


⇦ Estatua azteca de Xochipilli (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Esta escultura representa la primavera, el canto, la danza y el juego; es también el dios de la poesía y participa de atrLbutos humanos y divinos. De humano tiene la actitud: piernas cruzadas, brazos levantados y manos abiertas que debieron sostener una rama florida. Pero la máscara es de un dios.  



En efecto, a través de su largo desarrollo cultural, los zapotecas van a remodelar periódicamente el enorme centro ceremonial que corona aquellas montañas y cubre una extensión de casi cuarenta kilómetros cuadrados. Y aunque sólo la parte central de Monte Albán ha sido explorada -y parcialmente restaurada-, todos los cerros vecinos ostentan todavía una impresionante sucesión de muros de contención, y de plazas y montículos en ruinas.

Integrando uno de los conjuntos más importantes en Mesoamérica, destaca con sus edificios centrales la Gran Plaza que mide unos cuatrocientos metros de largo, bordeada al este y al oeste por diversos edificios y limitada al sur y al norte por dos inmensas plataformas artificiales que, a manera de “acrópolis“, ostentan otros grupos de edificios. De estas dos plataformas, la septentrional es incomparablemente más importante con su gran “patio hundido” y su gigantesco pórtico que domina la Gran Plaza, mostrando los restos de gruesas columnas de mampostería de unos dos metros de diámetro. No menos colosal es la escalinata que comunica este pórtico con la plaza y que flanquean alfardas de un ancho descomunal.

Estatua colosal de la diosa Coatlicue (Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México). Esta imagen es como un símbolo cósmico que podría resumir la religión, la vida y el pensamiento del pueblo azteca. Se trata de un monolito trabajado en todas sus caras. La diosa tiene garras gigantes, lleva una falda hecha de serpientes enlazadas y un collar con manos y corazones; el cinturón se abrocha con un cráneo y los brazos terminan en cabezas de serpiente. Del cuello decapitado surgen dos impresionantes serpientes enfrentadas. Todo en esta pieza parece poner de relieve que la Tierra es matriz y tumba. 
La impresión de solemnidad que producen aquellas tendidas y pesadas masas (adaptadas a una región de fuerte actividad sísmica como es la de Oaxaca) es felizmente complementada por el volumen de las alfardas y sus respectivos “tableros”. Ingeniosa adaptación del “tablero” teotihuacano a las necesidades arquitectónicas zapotecas, estos tableros “de escapulario”generan líneas de sombra que subrayan la sobria monumentalidad del conjunto. Además, a pesar de la ausencia de simetría y de las numerosas remodelaciones sufridas, este conjunto presenta una armonía y una unidad que lo colocan entre las realizaciones más sorprendentes del mundo prehispánico. Tanto por su elevada situación como por el equilibrio flexible de sus masas -y por la escala gigantesca de su concepción- Monte Albán encarna una de las características más importantes de la urbanización mesoamericana: el dominio de los grandes espacios abiertos, en combinación con plataformas, escalinatas y basamentos de templos.

Y si Monte Albán fue el principal centro ceremonial de los zapotecas, no menos destacada era su función de necrópolis. En efecto, el culto a los muertos, extraordinariamente arraigado en el antiguo México, adquirió aquí un lugar primordial, dando origen a una elaborada arquitectura funeraria y a la creación de innumerables urnas de barro. Estas representaban indudablemente el aspecto más característico del arte zapoteca, a la vez que integran la gama más rica de seres mitológicos, desde animales que -como el jaguar y el murciélago- se relacionan con los dioses de la lluvia y del maíz, hasta complejas divinidades, pasando por efigies de “acompañamiento” o guardianes de las tumbas.

Ruinas arqueológicasen Monte Albán (Oaxaca). Este sitio arqueológico está situado a 10 kilómetros al noroeste de Oaxaca y fue fundado por los zapotecas hacia el año 500 a.C. Se estima que sólo se ha excavado un bajo porcentaje de las riquezas históricas que encierra, ya que fue la capital de esta cultura, una de las primeras ciudades de Mesoamérica y una de las más pobladas respecto al mundo conocido en esa época.

En medio de esta rica producción de urnas, sobresalen por su estilo inconfundible las deidades de rostro altivo, sentadas con las piernas cruzadas y cuya cabeza se cubre con altos y complicados penachos en medio de los cuales suele desprenderse una máscara. Las manos descansan generalmente sobre las rodillas, mientras que gruesos pectorales cuelgan en el pecho. Y al lado de estas urnas, aparecen ex-cepcionalmente algunos objetos labrados en piedras finas, como es el caso de aquella hermosa máscara del dios hombre-murciélago -hecha de varias piezas de jade finamente pulimentadas-, que se exhibe en el Museo Nacional de México.

Y después de unos quince siglos de una evolución cultural ininterrumpida, la región zapoteca sufre la invasión de los mixtecas hacia el siglo X de nuestra era, o sea al final del período clásico. Monte Albán seguirá subsistiendo en parte, al igual que otros centros ceremoniales zapotecas, aunque marcados con el nuevo sello mixteca. Es de esta manera como los edificios que se levantan entonces en lugares como Mitla ostentan, enmarcados dentro de las líneas del “tablero de escapulario” típicamente zapoteca, aquellas exquisitas variaciones en torno al tema de las “grecas escalonadas”, de una factura indiscutiblemente mixteca.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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