Pintado en 1638, este fresco es uno de los diez que decoran la soberbia sacristía barroca, entre grutescos y motivos florales, presididos por las escenas de la vida de San Jerónimo, patrono de la Orden. El monje jerónimo aparece de rodillas, extasiado ante la milagrosa aparición de una hostia de fuego, como respuesta a sus dudas sobre la presencia real de Cristo en ella.
(Sacristía del monasterio de los Jerónimos de Guadalupe, Cáceres).
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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