Fidias (Atenas, h. -490-m. quizás en -432) Escultor griego. Se le considera uno de los mayores creadores del arte universal. Según Plinio practicó primero la pintura y después trabajó como escultor junto a Mirón y Policleto, desde antes de 470 a .C.
Hacia 448 a .C. esculpió el famoso Zeus de Olimpia, estatua de 10 m de altura, en oro y marfil, que representaba al dios sedente en un trono ricamente decorado. En el período de 450 a .C. a 438 a .C. realizó en Atenas, por encargo de Pericles, diversas obras para la Acrópolis, especialmente en el Partenón, entre las cuales destacan la Atenea Lemnia , en bronce, la Atenea Promachos , estatua colosal que dominaba la Acrópolis y que divisaban los marinos al doblar el cabo Sunion, y la Atenea Parthenos , en oro y marfil, que era la estatua a la que se rendía culto en el interior del Partenón.
Desgraciadamente, ninguna de estas obras ha llegado hasta nosotros. De la Atenea Parthenos sólo se dispone de la descripción de Pausanias y de algunas copias mediocres realizadas en obras de arte aplicado (Atenea del Varvakeion, Museo de Atenas) y en monedas.
El arte de Fidias sólo puede ser conocido a través de los fragmentos mutilados de los frontones, del friso y de las metopas del Partenón que se conservan en el Museo Británico (Londres), así como de un fragmento importante en el Louvre (París). En este prodigioso conjunto escultórico
Fidias expresó un pensamiento religioso y cívico cuya nobleza emociona aún hoy profundamente, y cuya potencia estuvo servida por una imaginación plástica de una asombrosa riqueza. (V. PARTENÓN.) Fidias creó un tipo de figura humana impregnado de nobleza y serenidad que representa el punto central, clásico. de la evolución del arte griego.
Fidias y el Partenón
Fidias y el Partenón
Fidias había empezado como pintor en la escuela de Polignoto, donde había quedado su hermano o sobrino Panainos. Dudando de su vocación, se trasladó a Argos para aprender al lado del viejo maestro fundidor Ageladas, quien, en 470 a.C., se hallaba en el apogeo de su fama, y es tradición que de él habían aprendido ya Mirón y Policleto. Con todos estos cambios de disciplina artística, Fidias alcanzó gran habilidad en todas las técnicas; su espíritu se enriqueció con los recursos e invenciones de la escuela jónica pictórica de Polignoto y con la seriedad y ponderación dórica de los escultores de Argos. Poco se sabe de su juventud y de su vida, y los datos de su existencia tienen que recogerse, diseminados, como breves anécdotas intercaladas en los libros de carácter general.
Su primera obra famosa, ejecutada por encargo de Cimón, entre los años 460 y 450 a.C., fue una escultura en bronce de proporciones gigantescas (alrededor de 9 m de altura), que se erigió en la Acrópolis, cerca de los Propileos. Es la Atenea Promakhos, es decir "la que combate en primera línea", y Plinio la llamó "la gran Minerva de bronce". Parte de su pedestal se ha preservado, pero no se conserva ninguna copia que ofrezca satisfactorias garantías de autenticidad.
La segunda gran obra fue otra imagen de Palas Atenea que entre 451 y 448 ejecutó por encargo de los atenienses que vivían en la isla de Lemnos. Estaba sobre un pedestal al aire libre en la Acrópolis de Atenas, y se la conocía con el nombre de la Lemnia. Era de bronce, de dimensiones poco mayores del natural, y pasaba por la más bella de las estatuas de Fidias. Los verdaderamente inteligentes, como Luciano, ponderaban esta escultura diciendo que la "obra" de Fidias era la Lemnia. Una estatua de la diosa del Museo de Dresde, a la cual se adaptaba exactamente una cabeza del Museo de Bolonia, fue reconocida por Furtwangler como una copia de la Lemnia, y hoy nadie duda de que la estatua bellísima de Dresde sea de Fidias joven.
Finalmente, la tercera Atenea de Fidias, en la misma Acrópolis de Atenas, era la gran Atenea de marfil y oro, la Parthenos (o Doncella), que debía sustituir al viejo ídolo de madera en el Partenón.
Fidias había concebido la estatua de la Atenea Parthenos como una obra que debía realizarse en mármol, pero el pueblo exigió que fuese de marfil y oro. Tenía en una mano a la Victoria, y con la otra se apoyaba sobre el escudo. De esta famosísima escultura sólo se poseen pequeñas copias de la época romana; las grandes estatuas de los santuarios, apenas accesibles, no se prestaban mucho a ser fielmente reproducidas por los copistas, ya que su imponente majestad desaparecía al disminuirse su tamaño. Una gema de Viena da idea de la cabeza de la Parthenos, con su casco de esfinge y el alto penacho.
Una parte del marfil y el oro de que estaba labrada la Parthenos desapareció del taller de Fidias, por lo cual se le acusó y condenó severamente, y, según han consignado Plutarco y Diodoro, el célebre artista murió en la prisión. Otra tradición, también antigua, suponía que Fidias pudo escapar de Atenas y que se refugió en Elis. Tuvo tiempo, antes del término de sus días, de labrar el Zeus, tan admirado, del gran santuario de Olimpia, también crisoelefantino, y del que sólo se conserva el recuerdo.
Lo que debió de acontecer realmente es que hacia el año 432 antes de Cristo, después de la construcción del Partenón, Fidias partió para el destierro, inculpado por los enemigos de Pericles. Hiriendo así al artista, querían ver sus enemigos cómo el pueblo acogería una acusación contra el propio dictador. Pericles tuvo que defenderse toda su vida 'de la superstición y la demagogia, e impotente, vio condenar sin razón a sus amigos. El retrato de Pericles, ejecutado por Crésilas, transparenta su carácter enérgico y un alma soñadora. Tenía el cráneo alargado, lo que disimulaba con el casco. Fidias, en cambio, en el escudo de la Parthenos se representó a sí mismo como un viejo todavía fuerte, pero calvo y de facciones duras.
Pericles y Fidias transformaron a Atenas, de una ciudad secundaria que era, en la más hermosa de toda la cultura griega. Durante dos siglos, Atenas fue el alma de Grecia; su acción, iniciada a mediados del siglo V a.C., duró todo el siglo IV El Partenón, erigido sobre los cimientos del edificio de Temístocles, fue proyectado de nuevo por Ictinos y Calícrates, arquitectos al servicio de Pericles. Tenía ocho columnas en sus fachadas principales y diecisiete en las laterales. Una particularidad del Partenón es que la dependencia posterior a la gran cella, o sea el opistódomos, es relativamente grande. Se ha supuesto que, en un principio, se querrían instalar allí los servicios del culto de Cécrops y Erecteo, que en el Viejo Templo estaban reunidos con el de Atenea.
Exteriormente, el Partenón es de orden dórico. Cuando se construyó, el estilo tradicional dórico había llegado a la perfección. Las columnas, finamente alargadas, tienen un éntasis o ensanchamiento central que no excede de 17 centímetros, lo que, sin embargo, basta para quitarles la rigidez de la línea recta de sus aristas. Todo en el Partenón está calculado con minuciosa perspicacia para producir en el espectador efecto de maravillosa perfección. Todas las rectas horizontales se hacen ligeramente curvas, con el fin de destruir las desviaciones de la perspectiva. El edificio se construyó en doce años, del 448 al 437 a.C. La decoración escultórica no estaba aún terminada cuando se procesó a Fidias, por lo que sus discípulos tuvieron que terminar solos la obra por voluntad inquebrantable de Pericles. Con razón se ha supuesto que Fidias, originariamente un escultor formado en la práctica de la escultura destinada a ser fundida en bronce, realizó en arcilla o en yeso sus modelos para el Partenón, que después, bajo su dirección, realizaban en mármol pentélico sus ayudantes. La decoración (que se realizó entre los años 447 y 432) está repartida por la fachada, en las metopas y en los frontones; debajo del pórtico corre un friso sin triglifos, que se desarrolla sin interrupción.
⇦ Torso de la nereida Iris, en el frontón Oeste del Partenón (Museo Británico, Londres). El tratamiento de la tela pegada totalmente al cuerpo de la figura responde a la técnica de paños mojados empleada por Fidias.
El conjunto de esta decoración ha llegado matizadísimo hasta la actualidad. El templo se transformó durante la Edad Media en iglesia cristiana, y servía de polvorín cuando hizo explosión, al caer en él una granada durante el sitio de Atenas por los venecianos, en el año 1687. Al ocurrir la explosión, se abrió por los lados; las dos fachadas principales resultaron menos perjudicadas, pero se desplomaron muchas de las columnas de las fachadas laterales. Las esculturas que aún quedaban en el glorioso edificio tan maltratado se arrancaron a principios del siglo XIX con consentimiento del Gobierno turco, al ser adquiridas por lord Elgin, embajador británico cerca de la Sublime Puerta, y en 1816 se vendieron al Museo Británico. De los grupos escultóricos que decoraban los frontones quedan sólo unas pocas estatuas; su disposición en el propio lugar no se conocería si no fuera por las descripciones de los antiguos y los deficientes croquis que tuvo el capricho de dibujar un pintor francés que acompañó a un embajador de Luis XIV a Constantinopla en 1674, antes de que fuera volado el edificio por las bombas de los venecianos.
El frontón de la fachada occidental representaba la contienda de Atenea con Poseidón para adjudicarse el derecho de patronato de la ciudad. Ambos hieren con su arma el suelo de la Acrópolis: la diosa hace brotar de la roca el olivo, y el dios ofrece el caballo, don precioso, pero inferior según los atenienses al árbol que mana grosura. Como en los frontones de Olimpia, que representaban una escena que había tenido por teatro aquel mismo lugar, en el Partenón también se supone ocurrida aquella escena en la plataforma misma de la Acrópolis; por esto asisten a ella sus primeros habitantes semidivinos, Cécrops y Erecteo, con sus esposas e hijos.
Pausanias consigna que las esculturas del frontón oriental representaban el nacimiento milagroso de Atenea de la cabeza de Zeus. La misma escena, figura da en un tosco brocal de pozo antiguo del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, permite adivinar la posición de los personajes principales, que han desaparecido del Partenón. Las figuras de los ángulos son las únicas que se han conservado: las Horas y las Parcas, deidades que presiden el nacimiento y la muerte. La misma idea del nacer y el dejar de ser expresan los símbolos del Sol y de la Luna, con las cabezas de los caballos de sus carros que asomaban en los ángulos agudos del frontón. Los encabritados de Helios relinchan anunciando el día; los de Selene, la diosa nocturna; agachan pasivamente la cabeza; Atenea nacía en aquella hora de luz; así describen los escultores del Partenón el despertar de la aurora.
Los cuerpos desnudos son felizmente simplificados, pero sin llegar a ser formas puras, puesto que aquellos torsos de mármol viven y respiran. El cuerpo de la gran figura de Poseidón, mutilado, fragmentario, no es de un dios: es el prototipo masculino de la especie humana. Las dos figuras masculinas de los ángulos tienen los mismos caracteres de sobria ejecución, pero con algún ingenuo detalle restablecen su humanidad. Las estatuas femeninas van vestidas, pero se manifiesta sutilmente su personalidad hasta en los pliegues de las túnicas. Las Parcas, las fúnebres deidades del Hades, muestran adaptados al cuerpo los pliegues finísimos de sus ropajes transparentes; en cambio, en las vestiduras de Iris y de la Victoria, que habitan aquí en el suelo, se ven los pliegues izarse a impulsos del viento; mientras en las diosas olímpicas, como Hebe, la escanciadora de los inmortales, caen curvados los anchos planos de tela en que se posan el aire y los rayos del sol. En aquellas exquisitas esculturas, cada pedazo de mármol habla en seguida de todo el universo. Recuérdese que Fidias pudo y debió de tener frecuente contacto con Anaxágoras, el filósofo amigo de Pericles. La gran preocupación de Anaxágoras era, precisamente, el concierto físico del universo, el orden y el ritmo de torbellino de los accidentes cósmicos.
Sólo dos cabezas se han conservado de las estatuas de los frontones del Partenón: una es la del joven recostado que se suele designar con el nombre de Teseo; la ogra, arrancada antes de que se hiciera la expoliación definitiva, es una cabeza femenina que se supone ser de la Victoria del frontón oriental. Ambas cabezas son de una simplicidad sublime, pero todavía bien humanas, ya que la forma no se estiliza: se idealiza, conservando lo que es eterno e inmortal en la faz de cada sexo. La misma idealización aparece en las cabezas de los caballos. Acaso se les podría reprochar únicamente una excesiva transfiguración, como cierta humanización de su tipo, pero así todo, serán siempre el ideal de su raza, el arquetipo del caballo, la idea pura de su forma que pedía Platón para las obras del artista.
Las esculturas de los frontones acaso se colocaron cuando ya Fidias estaba en el destierro; pero no cabe la menor duda que el maestro propuso el plan sublime de los dos conjuntos desde el principio de las obras, porque al construir el edificio ya se reforzaron interiormente con barras de hierro todos aquellos lugares donde debían apoyarse las figuras. En cambio, es probable que viera colocadas las metopas de las cuatro fachadas, un ciclo de 92 cuadros en alto relieve donde se representaban las luchas de los atenienses con los centauros, con las amazonas y, por fin, con los griegos bárbaros de Asia en la guerra de Troya. Siempre la misma preocupación: el eterno combate del orden humano con los monstruos y anormales.
⇨ Metopa 30 en el Partenón, Atenas (Museo Británico, Londres). En esta obra, de una serenidad totalmente clásica, el centauro, obedeciendo a su instinto, acaba de abatir a un lapita; aun así, su rostro es el de un hombre prudente y bondadoso. Podría ser el del centauro Quirón, maestro del joven Aquiles en el arte de cabalgar y tocar la lira.
En contraste con estas composiciones heroicas se desarrollaba bajo el gran pórtico un friso famoso, con una procesión en la que desfilaban todos los ciudadanos de Atenas, los cuales, representados en sus diversas categorías, acudían fielmente al santuario de la Acrópolis. Consistía en una ceremonia cívica que en la celebración de las Panateneas congregaba cada año a todo el pueblo de Atenas (y con mayor pompa cada cuatro años) para llevar un nuevo manto o peplo a la diosa. El antiguo ídolo de madera necesitaba que se le revistiera con un peplo de lana; después, la costumbre tradicional hizo sobre vivir la ceremonia, y el peplo se entregaba al sacerdote en la entrada del Partenón y quedaba suspendido todo el año en la cella, junto a la estatua de marfil y oro de Fidias. El friso, que da la vuelta a todo el edificio, tiene 160 metros de largo; está grabado en relieve plano y con figuras de la mitad del tamaño natural; hay, pues, espacio suficiente para tan larga comitiva. La novedad no está precisamente en el hecho de introducir una composición de la vida civil para la decoración de un templo, sino más bien en el naturalismo con que está representado cada grupo de ciudadanos. Desde los viejos con manto, las largas filas de muchachas y matronas, los jóvenes a caballo, los sacerdotes y burgueses hasta los aguadores, todos se dirigen hacia la fachada oriental donde estaba la entrada y tenía que entregarse el peplo a la diosa.
Es admirable la variedad de la composición en este friso; cada figura, sin desentonar del conjunto, tiene su gesto especial. Los jóvenes a caballo se mueven con ligereza diferente cada uno; las vírgenes avanzan acompasada y rítmicamente, pero sin monotonía; a veces, el pequeño detalle de un jinete que se apea para arreglar las bridas del caballo o de una muchacha que se compone el velo nos hace participar en la fiesta, cuando empezábamos a distraernos con el desfile de la procesión.
Combate con caballos. En el friso norte del Partenón, en Atenas (Museo Británico, Londres). Esta escena corresponde a la losa XLII del friso que representa a los guerreros en el fragor de la batalla. |
Por una idea felicísima, en la parte del friso que corresponde al centro de la fachada se interrumpe el cortejo, y el espectador se ve trasladado súbitamente a las regiones del Olimpo. El grupo está formado por las figuras de las doce divinidades superiores, que se supone que desde lo alto asisten también a la ceremonia cívica. Estas figuras de las divinidades son obra de Fidias o, por lo menos, directamente inspiradas por él; además de su admirable belleza, son preciosas como ejemplo de la manera de representar a los personajes olímpicos en el relieve.
Otra de las últimas obras de Fidias, ejecutada ya en la vejez, muy probablemente después del proceso del escultor, era la famosísima estatua, también de marfil y oro, de Zeus del templo de Olimpia. De ésta se tienen aún menos datos que de la Atenea Parthenos, puesto que no se ha conservado ninguna copia. Sólo las monedas de Olimpia dan idea del tipo general; pero en varias cabezas de Zeus, de época posterior, todavía se encuentran ecos de la grandiosa belleza y revelación de poder que debía de percibirse al contemplar la estatua.
En estos últimos tiempos se ha ido haciendo mucha luz sobre el origen del grandioso estilo de Fidias, y se ve de modo bien claro que supo aprovecharse de las composiciones pictóricas de Polignoto y que quizá empleó sus invenciones adaptándolas a la escultura, lo que no minusvalora, en absoluto, su capacidad creadora. La creación en arte no consiste tan sólo en la invención de un asunto o modelo.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
Galería
Atenea Lemnia |
Atenea Partenos |
Atenea Promacos |
Cabeza de caballo del carro de Selene, en el frontón Este del |
Combate con caballos. En el friso norte del Partenón, en Atenas |
Friso del Partenón, Procesión de las Panateneas, V a.C. |
Frontón del Partenón, Afrodita, Artemisa, Leto y Apolo, V a.C. |
La estatua de Zeus en Olimpia |
Metopa 27 en el Partenón |
Metopa 30 en el Partenón, Atenas |
Teseo o Dionisos, en el frontón Oeste del Partenón |
Torso de la nereida Iris, en el frontón Oeste del Partenón |
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