El 27 de febrero de 1819 se
inicia una nueva -y por desgracia breve- etapa de la vida de Goya, que contaba
a la sazón 73 años. Adquiere en las afueras de Madrid, cerca del puente de
Toledo, una casa de campo que sería bautizada con el poco caritativo nombre de
"La Quinta del Sordo". La inmortalizarían las llamadas "pinturas
negras" (1821-1822) que hizo para decorarla y de las que más adelante se
tratará. Pero, volviendo a 1819; en ese año Goya pintó la que tal vez es su
única obra religiosa animada de profundo misticismo (a la vez que sumida en
cierta deformación expresionista): La última
comunión de San José de Calasanz, pintura destinada a la iglesia de San
Antón de Madrid. Su unción es extrema, con blancos y rojos que exaltan el negro
dominante. La Oración en el huerto es
acaso más dramática que mística, pero no se podría decir que carece de impulso
religioso.
Aquelarre de Goya (Museo Lázaro Galdiano, Madrid). Un detalle de la composición de la obra pintada después de la grave enfermedad que dejó a Goya totalmente sordo. El lienzo procede de un mural que el artista pintó en una pared de la "Quinta del Sordo" y que forma parte de una serie de catorce obras llamadas Pinturas Negras, que en 1873 fueron pasadas a lienzo por el restaurador del Museo del Prado Salvador Martínez Cubells.
⇦ Dama del abanico de Goya (Musée du Louvre, París). Esta obra es una de las creaciones más vibrantes de Goya en el campo del retrato femenino, una temática muy trabajada por este pintor.
En 1819 Goya estuvo gravemente
enfermo. Se pintó con el doctor Arrieta,
su médico. En la convalecencia se ocuparía trabajando en la serie de Los Disparates, que tenía entre manos y
dejó sin acabar. Estas planchas pasaron a la Academia, que publicó la serie en
1864. Por el tema, se acercan a Los
Caprichos, con menos anecdotismo y franca penetración en la irrealidad en
alguna estampa. Por la técnica derivan de La
Tauromaquia, si bien el claroscuro es más neto e intenso. Por ese tiempo, Goya
empezó asimismo a trabajar en litografías, procedimiento descubierto por
Senefelder en 1796 y que desempeñaría tan importante papel en la ilustración
durante el período romántico. Goya realizó sus primeros ensayos litográficos en
1819, en el taller madrileño de J. Cardano. Uno de sus primeros intentos debe
ser la imagen de una Vieja hilando.
En el ensayo litográfico de la Escena
infernal volvemos a ver a Goya dentro de su temática preferida, con
elementos muy trabajados entre sí que equilibran el dinamismo de las figuras
principales. Existe un magnífico dibujo preparatorio de esta litografía.
La última comunión de San José de Calasanz de Goya (Escuelas Pías de Madrid). Óleo sobre lienzo de 1819, realizado por encargo de las Escuelas Pías de San Antón para decorar un altar lateral de su iglesia. En él se representa al santo poco antes de morir, recibiendo la Sagrada Forma de manos de un sacerdote. La luz que ilumina a los personajes contrasta con el fondo oscuro del cuadro.
En 1821-1822, como dijimos, Goya
se dedicó sobre todo a pintar para sí mismo. Aquella corriente secundaria de su
arte, que se fue a lo largo del tiempo plasmando en detalles de obras de
encargo o en obras como las realizadas para ocupar la "imaginación
mortificada" en las que "el capricho y la invención" podían
tener amplio y libre desarrollo, se convierte de pronto en el motivo esencial
de un magno grupo de pinturas a gran formato, precedidas de respectivos y
extraordinarios bocetos, en las que los temas mitológicos, de brujería o de
expansión brutal de los instintos iban a tener entera justificación técnica y
estética. Lo que antes era tratado con incisividad o anecdotismo, ahora
adquiere plena monumentalidad que parece justificar ese mundo infernal y
terrible. Parece evidente, o posible al menos, que las experiencias objetivas
de la guerra, las crueldades presenciadas o sabidas, aparte de las represiones
y castigos de todo género que en aquel tiempo eran moneda corriente,
confirmaron en el pintor lo que ya era una predisposición originaria y
subjetiva. De ahí el carácter paradójicamente terrible y majestuoso, a la vez,
de las"pinturas negras", el efecto de algo definitivo y verdadero que
producen, al extremo de que podrían ser consideradas como la culminación de
toda la obra goyesca. Es digno de subrayarse que Goya, como muy pocos artistas
de este mundo, logró las más convincentes y personales realizaciones de su
carrera en su etapa de madurez y de vejez. Pintó San Antonio de la Florida en 1798, a los 52 años; el Dos de mayo y los Fusilamientos en 1814,
a los 68, y el ciclo de las "pinturas negras"
en 1821-1822, a
los 75-76. Y aún le aguardaban seis años más de plena claridad mental.
⇦ Saturno devorando a sus hijos de Goya (Museo del Prado, Madrid). Es la más horrible entre las catorce composiciones que llenaban dos salas de la llamada "Quinta del Sordo". Estas Pinturas negras fueron realizadas entre 1821 y 1822 y, aunque no en todas ellas figuran temas diabólicos o de brujería, es una característica del conjunto la tendencia hacia lo fantasmagórico y sombrío.
Queda por hablar del ámbito de
las "pinturas negras". En realidad, esta denominación se acepta por
costumbre y por el dominante matiz oscuro, pero en las obras hay tonos pardos y
grises, ocres, azules, almagre, rojos, carmines y ligeros toques de verde. Son
catorce composiciones que integran de una a muchas figuras, todas ellas vistas
desde un ángulo psicológico extraño, dramático e irracional. Son las
siguientes: una figura de mujer apoyada en una gran roca, tradicionalmente identificada
con Leocadia Zorrilla, compañera del
pintor en sus años finales; El gran
cabrón, Judith, Saturno, Romería de San Isidro, Dos viejos, Dos brujos,
Atropas, Dos forasteros, La lectura, El tonto del pueblo, El Santo Oficio,
Asmodea y Perro. Modelado abrupto, uso de huellas y grumos discontinuos,
imprimación negra, expresionismo, deformación, faces malignas y terribles
definen, en conjunto, las pinturas. Algunas apilan gran número de personajes en
que destacan las cabezas, con ojos de brillante mirada animal. Destacan Saturno, que aparece devorando el cuerpo
de uno de sus hijos, con sangre cayéndole de la boca, y Dos forasteros, que, en realidad, es un brutal duelo a garrotazos
en medio de un dramático paisaje. Destacan porque son las que mayormente sintetizan
el sentido de lo terrible que inspira el conjunto.
Dos forasteros de Goya (Museo del Prado, Madrid). También llamada Lucha a garrotazos, ésta es otra de las pinturas de la "Quinta del Sordo", en la que dos hombres, enterrados hasta las rodillas en el lodo, se pelean encarnizadamente sin poder moverse para esquivar los golpes del contrincante.
La única pintura fechada en 1823
es el admirable retrato de Ramón Satué,
de concepto naturalista anterior al carácter que predomina en las pinturas de
la Quinta del Sordo.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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