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Artistas de la A a la Z

En plena madurez

⇦ La duquesa de Alba de Goya (Colección Duque de Alba, Palacio de Liria, Madrid). Retrato del año 1795. Esta figura luminosa, con los extraordinarios toques rojos del cinturón y los pendientes, es probablemente la aludida en esta frase de Goya en una carta a su amigo Zapater: "Más te valía venirme a ayudar a pintar a la de Alba, que se metió en el estudio a que le pintase la cara, y se salió con ello; por cierto que me gusta más que pintar en lienzo, que también la he de retratar de cuerpo entero".



En 1795 surge por primera vez en la trayectoria goyesca el nombre de la duquesa de Alba, que tanta importancia habría de tener para la carrera del pintor. Se ha fantaseado en demasía sobre las relaciones del pintor y la duquesa, no siempre sobre hechos constatables sino por el mero deseo de novelar la vida de ambos personajes. Goya pudo estar enamorado de ella durante un tiempo (ciertos indicios, como se verá, permiten afirmarlo), pero de ello es, por lo menos, aventurado dar el paso de asegurar que hubo una relación amorosa entre ambos. A la vista de los datos objetivos que es posible manejar nada indica que la joven noble correspondiera al ya maduro pintor. Se conservan de su mano dos magistrales retratos de la duquesa de Alba, el que la presenta vestida de blanco con cinturón rojo (1795) y el que la muestra de negro (1797) con dos anillos en la mano: en uno de ellos se lee claramente el nombre de Alba y el de Goya en el otro. En este retrato aparecen, además, como trazadas en la arena del suelo," solo Goya", aunque la palabra" solo" fue recubierta de pintura por el propio artista. Por otra parte, en uno de los grabados de los Caprichos, a que más adelante se hará referencia, titulado Sueño de la mentira y la inconstancia, se ve a la duquesa con doble rostro y alas de mariposa. El origen de tales aguafuertes se halla en el álbum de dibujos que realizó Goya en Sanlúcar de Barrameda (1796), donde estuvo visitando a la duquesa de Alba. Quedan, de aquella visita, algunos croquis con la efigie de la duquesa y las de algunos miembros de su pequeña corte rural, que siempre la acompañaba. La duquesa no tardaría mucho en fallecer (1802) y, aun siendo innecesario, salimos al paso, negándola, de la morbosa leyenda que pretende que dicha dama fue el modelo de las famosas Majas desnuda y vestida, que como se verá serían ejecutadas algunos años más tarde.


La condesa de Chinchón de Goya (Colección Duque de Sueca, Madrid). Obra pintada en 1800, que representa a la entonces esposa de Godoy. Se trata de uno de los mejores retratos de Goya. El fondo oscuro de la tela y la supresión de todo elemento que pudiera distraer ayudan a subrayar la elegancia y delicadeza de esta exquisita figura femenina.

En todo caso, hay que retornar ahora a la pintura y los grabados. En 1795 realizó Goya una importante obra de tema religioso: los tres Lunetos de la Santa Cueva de Cádiz, que se apartan de la técnica minuciosa y" escultórica" de las pinturas de Santa Ana de Valladolid. En esta relevante obra trata las escenas con cierto estilo de boceto, lo que irá intensificando en adelante, aunque ocasionalmente, y se preocupa de acentuar la expresión humana de cada personaje. En 1797 se anunció la edición de los Caprichos, pero se publicaron dos años después, con 80 estampas precedidas de un Autorretrato al aguafuerte. Quince días después de la salida, cuando se habían vendido 27 ejemplares, la obra fue rápidamente retirada, posiblemente por miedo a la Inquisición. Goya, en realidad librepensador, tan satírico como dramático, tan poco anclado en los tabúes que mantenía salvajemente la Inquisición, se había permitido pasar los límites que, a fines del siglo XVIII, circundaban el arte. Sus Caprichos (puestos bajo el lema, en realidad, de que "el sueño de la razón engendra monstruos", frase que ha quedado ya para la Historia) presentaban seres humanos lindando con las bestias, visiones de patíbulo y de hechicería, amén de un mundo de majas y celestinas, chulos y mendigos. Incisivas y cortas frases epigrafían las estampas, aumentando su mordacidad y concretando más o menos la intención del artista, tan oscura y sibilina en algunas ocasiones que preconiza aspectos del surrealismo del siglo XX. Un atrevimiento que sitúa a un Goya definitivamente avanzado a su tiempo en el tratamiento de los temas y en su deseo de liberar al arte de convenciones.

Godoy de Goya (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid). Retrato de 1801 en que el militar aparece representado "a la manera heroica", como vencedor de la campaña que -en son de burla- los españoles llamaron Guerra de las naranjas.

El año 1798 es decisivo en el arte de Goya. Aparte de una serie de admirables retratos, decora al fresco la ermita de San Antonio de la Florida, refundiendo en su obra ímpetu y grandiosidad barroca, ciertos efectos de gracia rococó y un expresionismo"sui generis" con deformaciones y simplificaciones inauditas para la época, que hacen de esta maravilla pictórica un auténtico anti-Tiépolo. Presenta una serie de personajes en torno a una fingida baranda. Las brutales pinceladas se dejan en su aspecto inmediato y con mínimos contrastes de tono estructuran un rostro, un cuerpo, un gesto perfectamente definido. Lo más asombroso es cómo Goya sabe, en una misma pintura, hacer compatibles los desgarros con las más sutiles y refinadas bellezas ejecutadas con la técnica tradicional.


La maja desnuda y La maja vestida de Goya (Museo del Prado, Madrid) Pintadas hacia 1803-1806, se sabe que ambas obras figuraban el 1 de enero de  1808 en la colección de Godoy. El tema, excepcional en la pintura clásica española, motivó que entre 1814 y 1815 Gaya fuese sometido a proceso por la Inquisición como autor de estas telas.

En 1799 pinta retratos, entre ellos de los monarcas, siendo frecuente que se trasladara a La Granja, El Escorial o Aranjuez en su compañía. De ese año serán los retratos ecuestres de Carlos IV y María Luisa, de impresionante vigor. En 1800 pinta uno de los mejores retratos femeninos de su carrera, el de la Duquesa de Chinchón, esposa de Godoy, favorito de los monarcas. Terminado este retrato emprende una de sus pinturas más ambiciosas: la plasmación de la efigie del rey con todos sus familiares y para ello ejecuta, previamente, una serie de bocetos de los personajes aislados que cuentan entre sus mejores creaciones en el género retratístico. Cuando se ha adueñado de la psicología de todos ellos, pinta la tremenda Familia de Carlos IV (1800), que ahora puede parecer una sátira, por la vulgaridad o reticencia manifiesta de los retratados. Pero la pintura supera la iconografía. Una armonía de castaños y rojos sostenidos por amarillos blanquecinos y dorados convierte el grandioso lienzo en una de las mejores pinturas del arte español. En 1801 pinta a Godoy como general de la contienda con Portugal, es decir, dando al favorito un fondo de escena de guerra que no sirve sino para contrastar la blandura del turbio personaje político. Sigue pintando retratos, que le solicitan con insistencia desde hace años y que alterna siempre con obras de otros temas.


Doña Francisca Sabasa de García de Goya (National Gallery, Washington). Uno de los mejores retratos de Gaya, donde el "eterno femenino" aparece tratado aquí con un matiz de perceptible sensualidad.

Se ignora la fecha en que pintó Goya las dos famosísimas Majas, que son uno de los atractivos esenciales del Museo del Prado, pero, por el estilo, parecen ser de 1800-1805. Fueron propiedad de Godoy. La desnuda es uno de los pocos ejemplos del género en la pintura española anterior al siglo XIX -sólo pueden parangonarse con ella el desnudo de Velázquez y una figura desnuda de una composición de Alonso Cano-, pero tal vez la obra goyesca supera a éstas por la finura suprema de la ejecución y la perfecta transcripción de la nacarada calidad de la carne. La vestida, más voluptuosa, si cabe, por la opulencia de formas y la intensidad de la mirada, es una obra que atestigua la misma ejecución insuperable. De este mismo período son cinco estupendas tablas de la Academia de San Fernando: Procesión de disciplinantes, Casa de locos, Corrida de toros, Tribunal de la Inquisición y Entierro de la sardina. Vemos ante todo en los temas cómo se aclara la intención latente en Goya de satirizar, o poner en la picota, aspectos del carácter nacional, dando a la vez salida a los agitados instintos personales. Cuando se habla de un pintor anterior al siglo XIX no suele decirse que fue un" atormentado", pero hay sobrados indicios de que Goya lo fue, aunque su inmensa vitalidad, su sano sentido popular, contrarrestaban los dramas de su vida interior y su innata tendencia corrosiva. Deformaciones, trazos sueltos, borrones, reflejos, sugerencias mejor que estrictas representaciones aparecen en la técnica junto a las tradicionales veladuras y transparencias. Goya se da cuenta también del valor expresivo que posee el "inacabado" y deja trozos enteros sólo insinuados en Los disciplinantes. Pero tal vez la escena de la Inquisición sea la más lograda del grupo, por la intensidad contenida del ambiente y el perfecto equilibrio de todos sus elementos.

La marquesa de Santa Cruz de Goya (Museo del Prado, Madrid). En este retrato de 1805, el artista pintó a Joaquina TellezGirón, la esposa del marqués, personificando a la musa Euterpe. La joven de 21 años ya había sido pintada por el artista junto a sus padres, los duques de Osuna, cuando era una niña.

Parece probable que en la misma etapa pintara Goya -lo que es muy propio de su genio- obras enteramente distintas, casi convencionales, como son las alegorías del Comercio, la Industria y la Agricultura que realizó para el palacio de Godoy, cuyas erróneas y ambiciosas maniobras, unidas al sueño de dominación mundial de Napoleón, pronto llevarían a España al desastre.

Fray Pedro de Zaldivia luchando con el bandido Maragato de Goya (Art lnstitute of Chicago). Óleo sobre tabla de 1806 que forma parte de una serie de seis obras que el artista dedicó a la captura del Maragato.

Los años 1802-1806 son a la vez un período de grandes retratos, continuando los de años anteriores: El conde y la condesa de Fernán Núñez, el Marqués de San Adrián, Félix de Azara, y los asombrosos de Isabel Cobos de Porcel, uno de los tres o cuatro retratos femeninos mejores de toda la pintura española, y el de la señora Sabasa de García. Pinta también a la Marquesa de Santa Cruz personificando a Euterpe. Surge asimismo la serie de retratos originada por la boda del hijo del pintor, Xavier, que, en 1805 (año de la batalla de Trafalgar), se casa con Gumersinda Goicoechea. Al margen de otros retratos, completa la obra probable de 1806 la interesante serie de seis pequeñas tablas con la historia, en episodios, de Pedro de Zaldivia capturando al bandido Maragato (junio de 1806), que ratifica el interés de Goya por las secuencias de imágenes, lo que en parte le llevó al grabado.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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