Además de la penetración de los elementos característicos del estilo gótico, primero por la acción de los monjes reformados del Cister, llegados de Francia, y después de las Órdenes de frailes mendicantes, hubo otros caminos de importación. Al finalizar el siglo XII, la Italia Meridional había vuelto a formar parte de los territorios feudatarios del Sacro Imperio Romano Germánico. La última heredera de los reyes normandos de Sicilia había casado con un príncipe de la casa de Suabia, y éste, al ser después coronado emperador, con el nombre de Enrique VI, añadió a la corona imperial los territorios que formaban el reino normando de las Dos Sicilias. Por esta razón, Federico II Hohenstaufen, después de ser coronado en 1220 emperador de Alemania y señor de la Italia Meridional, residió principalmente en Apulia y Capitanata, que son las provincias del sur de la costa del Adriático. Monarca laico, en pugna constante con el poder eclesiástico de los papas, que tenía por vecino en el Norte, apenas construyó ni reedificó ninguna iglesia; sus obras principales fueron fortalezas y castillos.
Además, Federico II construyó en la Italia Meridional castillos en que se manifiesta la influencia francesa. Así es, por ejemplo, el castillo de Lucera, donde se asegura que el emperador tenía un harén y su guardia árabe, tan temida por los partidarios de los papas. Gótica por sus procedimientos constructivos es la residencia preferida de Federico II: el famoso Castel del Monte, en Apulia, cuya forma es la de un hexágono completamente regular y flanqueado en los ángulos por torres octogonales. No se conoce el nombre del maestro director de la obra, pero en el interior se ve el empleo repetido de los métodos constructivos de los arquitectos góticos: las bóvedas son perfectas, dentro del estilo ojival; los arcos diagonales recogen los pesos de la cubierta y conducen sus empujes a los ángulos y lugares al efecto reforzados con pilastras. La puerta de la fachada tiene, en cambio, molduras casi clásicas que forman una especie de frontón; más adelante se verá cómo en la corte de Federico II se manifestaron los primeros síntomas de un estudioso interés por el arte antiguo grecorromano. Pero la presencia de constructores franceses en esta corte singular del emperador germánico convertido en príncipe italiano parece actualmente de todo punto innegable.
Federico II acogió en sus tierras de Italia a gran número de obreros y colonos franceses que regresaban de Chipre y Palestina, entre los cuales había artistas y arquitectos. Uno de estos últimos, llamado Felipe Chinard, resulta haber sido el arquitecto que erigió otro de los castillos del propio monarca en Trani.
Detalle del túmulo del rey Ladislao en la iglesia de San Giovanni a Carbonara de Nápoles. Monumento fúnebre de grandes proporciones en el que se apuntan ya los rasgos propios de las esculturas del Renacimiento, como la búsqueda de la proporción y la belleza.
Obra también de estos arquitectos franceses, debe reputarse la grandiosa fortaleza de Castrogiovanni, en el corazón de Sicilia; vasto campo fortificado, con torres en los flancos, donde podía concentrarse una guarnición para oponer al enemigo formidable resistencia. En el centro del reducto se levanta una torre solitaria, donde la tradición supone que tenía su albergue el emperador, con salas abovedadas en diversos pisos, como los castillos franceses de la época gótica.
⇨ Iglesia de Santa Clara de Nápoles. Esta iglesia tenia un interior barroco destruido durante la II Guerra Mundial, hoy restaurado según la construcción del siglo XV. En esta capilla funeraria, una de la serie que flanquean la nave de la imagen, está el sepulcro de Roberto I de Anjou, obra de la escuela de Tino da Camaino.
A mediados del siglo XIII, la Italia Meridional pasó a poder de los príncipes de la casa de Anjou y se formó en Nápoles una corte francesa. El Papa, en efecto, proclamó rey de las Dos Sicilias a Carlos de Anjou, que se apresuró a exterminar a los descendientes de Federico II, pero sus excesos fueron tales que en 1282 los sicilianos llamaron en su auxilio a Pedro III de Aragón, casado con Constanza de Hohenstaufen, la nieta de Federico II. Después de una sangrienta lucha entre los catalano-aragoneses y los angevinos, se llegó al acuerdo de que Sicilia permaneciese aragonesa, mientras las provincias de tierra firme serían francesas. Tanto los príncipes angevinos de Nápoles como los reyes de la dinastía aragonesa de Sicilia procedían de países donde el arte gótico había sido aceptado sin reservas, y por ello construyeron sus edificios con arreglo al estilo de su patria. En Nápoles, Carlos de Anjou construyó la capilla de San Lorenzo, con ábside y giróla y capillas radiales, como cualquier otra iglesia francesa. Los monumentos medievales de Nápoles están llenos de sarcófagos y capillas del más puro estilo gótico. Sorprende hallar en una ciudad tan meridional como Nápoles obras cual la fachada de su catedral, con ambición de ser gótica. Se ha hecho notar asimismo que la más elegante iglesia gótica de Nápoles recibió por patrones a San Eloy, San Martín y San Dionisio, franceses los tres, y sus fundadores fueron los señores Juan de Autun, Guillermo de Lyon y Guillermo de Borgoña, también franceses. No es extraño que su arquitectura sea la misma de una iglesia francesa de una sola nave, cubierta por arista, igual que el transepto, con sus ábsides de molduras góticas y su fachada de pleno gusto francés, sólo algo italianizado.
Por tanto, la aparición del estilo gótico en Nápoles durante la época de los reyes de la casa de Anjou no tiene nada de singular ni misterioso. Durante un siglo Nápoles fue una ciudad francesa, sobre todo en los primeros tiempos de la dinastía; Carlos de Anjou era hermano de San Luís y llegó acompañado de una corte, con artistas y arquitectos. Su maestro de obras fue un tal Pedro de Angicourt. Otro maestro también francés, llamado Pedro, trabajó en la iglesia de San Maximino.
Castel Nuovo de Nápoles. Las imponentes torres circulares y los altos muros confieren a este hermoso castillo una soberbia apariencia de fortaleza inexpugnable.
Las formas góticas subsistieron en Nápoles todo el siglo XIV, aunque después siguieron aplicándose sin método ni buen gusto. La puerta de la iglesia de San Juan de Pappacoda es una buena muestra de un arco ojival que está como revestido de una máscara de escultura. El interior de la iglesia de Santo Domingo muestra el triste fin de estas obras góticas napolitanas, cubiertas hoy totalmente por emplastos barrocos y decoraciones que apenas permiten distinguir la osamenta ojival.
Los reyes angevinos de Nápoles, reconociendo la superioridad de los maestros toscanos en las otras artes, llamaron a escultores de Florencia para que labraran sus sepulcros. En lo que es puramente escultura, éstos aplican los principios del arte del Renacimiento, como puede verse en los ángeles que sostienen las cortinas de la tumba del rey Roberto y en el grupo de las Siete Artes, que contemplan al difunto. Pero las líneas de conjunto del monumento son góticas, apuntados los arcos, los contrafuertes y molduras de estilo ojival. Lo mismo puede decirse de los túmulos del rey Ladislao, en San Giovanni a Carbonara, y de otros príncipes enterrados en Santa Clara de Nápoles, que servía de panteón real.
⇦ Vista interior de la bóveda del Castel Nuovo de Nápoles. El espíritu militar de esta fortaleza contrasta con la belleza del interior de la misma, en el que se aprecia esta magnifica bóveda.
Los reyes angevinos de Nápoles, reconociendo la superioridad de los maestros toscanos en las otras artes, llamaron a escultores de Florencia para que labraran sus sepulcros. En lo que es puramente escultura, éstos aplican los principios del arte del Renacimiento, como puede verse en los ángeles que sostienen las cortinas de la tumba del rey Roberto y en el grupo de las Siete Artes, que contemplan al difunto. Pero las líneas de conjunto del monumento son góticas, apuntados los arcos, los contrafuertes y molduras de estilo ojival. Lo mismo puede decirse de los túmulos del rey Ladislao, en San Giovanni a Carbonara, y de otros príncipes enterrados en Santa Clara de Nápoles, que servía de panteón real.
⇦ Vista interior de la bóveda del Castel Nuovo de Nápoles. El espíritu militar de esta fortaleza contrasta con la belleza del interior de la misma, en el que se aprecia esta magnifica bóveda.
Los dos grandes castillos de Nápoles, el castillo del Huevo y el castillo Nuevo, son fortalezas construidas ya en tiempo de la casa de Suabia, pero tienen ciertos elementos que datan de la época de los reyes angevinos, así como el último se completó, en estilo aún gótico, bajo Alfonso el Magnánimo de Aragón, que en 1442 conquistó Nápoles a Renato de Anjou y se proclamó rey de las Dos Sicilias. El castillo Nuevo (Castel Nuovo), que fue construido casi totalmente por Carlos de Anjou, tiene el aspecto de un donjon francés; es una fortaleza formidable, de altas murallas, con barbacanas, almenas y torres circulares en los ángulos, a las cuales no faltan más que cubiertas cónicas para confundirse con las torres de Pierrefonds o del viejo Louvre. En su interior tiene un patio que da ingreso a una capilla de bóveda por arista. Góticas son también la escalera y la inmensa sala cuadrada, obras posteriores de los arquitectos catalano-aragoneses.
Hablemos, por fin, de la última tentativa de introducción del estilo gótico en el sur de Italia por los reyes de la casa de Aragón. Conquistada Sicilia por Pedro III, fue en seguida separada de la monarquía aragonesa a la muerte del rey quien constituyó con ella un reino independiente para su hijo menor. Por largo tiempo la rama aragonesa de los reyes de Sicilia se desenvolvió aparte, hasta que, habiendo quedado heredera del trono de Sicilia la princesa María, fue casada con el infante Martín, heredero de la corona de Aragón. Desde aquel momento, Sicilia vuelve a compartir los destinos de las tierras de España hasta mediados del siglo XVI.
⇦ Puerta del palacio Abbatelli de Palermo, flanqueada por columnas y, en la parte superior, sendos escudos de los Reyes Católicos.
⇦ Puerta del palacio Abbatelli de Palermo, flanqueada por columnas y, en la parte superior, sendos escudos de los Reyes Católicos.
Durante los reinados del infante Martín y de su padre el rey de Aragón Martín el Humano, que le sobrevivió, Sicilia admite francamente la influencia de los arquitectos catalanes y valencianos, que habían ya desarrollado una variedad peculiar del gótico enteramente distinto del gótico francés y castellano. Es aquel arte gótico catalán y valenciano el que llega a Sicilia en el siglo XV, y por tanto, no ha de extrañarnos hallar grandes semejanzas entre los monumentos sicilianos y los de Cataluña, Mallorca y Valencia. Muchos de los edificios de Palermo y otras ciudades de Sicilia e Italia Meridional, que tienen bien patente el carácter del estilo catalán, son palacios particulares; no hay, pues, que buscar datos en los libros de la cancillería oficial. Tan sólo el nombre de un arquitecto mallorquín aparece en los registros reales, el de Guillem Sagrera, director desde 1443 a 1457 de las obras de reforma del Castillo Nuevo de Nápoles, efectuadas en tiempo de Alfonso V, cuya obra maestra es la enorme sala de 25 X 25 m y también de 25 m de altura, cubierta por una bóveda estrellada muy parecida a la que quizás el propio Sagrera había construido unos años antes en la actual capilla del Santo Cristo de Lepanto de la catedral de Barcelona. Para los demás edificios privados, los antiguos eruditos italianos, que poco o nada conocían del arte gótico catalán, inventaron, a falta de documentos, nombres de artistas locales, entera creación de su fantasía, y a estos arquitectos imaginarios atribuyeron los edificios con curiosos comentarios.
Sin embargo, los monumentos hablan por sí mismos. No sólo las líneas generales, sino también los detalles de esculturas y molduras han sido importados de Cataluña y Valencia; los arquitectos traerían consigo desde obreros hasta materiales ya labrados, como los típicos capiteles de estilo gótico catalán que pueden verse en una ventana del palacio arzobispal de Palermo. El palacio arzobispal fue reconstruido en 1640, y de la parte antigua no quedan más que la puerta y la gran ventana, partida por dos columnas, tan parecida a las del palacio del rey Martín en Poblet. Otra ventana así dividida por columnas, aunque no tan pura dentro del estilo levantino, se ría la de la torre del palacio Marchesi, también en Palermo, que hoy se halla muy deteriorada. El palacio Marchesi tiene un patio, con la escalera sobre arcos abierta al exterior, tan frecuente en Cataluña; el palacio Aiutami-Cristo, edificado el año 1490, posee otro muy parecido al del edificio de la Generalidad de Cataluña en Barcelona.
Palacio Aiutami-Cristo de Palermo. El patio de este palacio, decorado en el siglo XVIII con detalles barrocos, está rodeado de arcos que se asientan sobre finas columnas con capiteles ornamentados.
Las torres de los palacios Marchesi y Abbatelli están coronadas de barbacanas y almenas decorativas, como las de las lonjas de Palma y Valencia. Particularmente, la torre del palacio Abbatelli parece arrancada de la lonja valenciana. Los sicilianos atribuyen este edificio a un tal Mateo Carnevale, mas parece imposible que un artista italiano hiciera una obra tan perfecta dentro del estilo de los países españoles de Levante. A cada lado de la puerta hay dos lápidas con el emblema de los Reyes Católicos, y en una de ellas se dice que el palacio fue construido en 1475 por orden de Francisco Patella, quien estaba casado con Elionor Soler, de Barcelona, dulcissima coniuaes, etc. Esta dama catalana, asociada a su marido en la conmemoración del edificio, pudo haber contribuido a dar a la obra aquel aire tan peculiar del estilo de su tierra. Las formas de este estilo cuatrocentista catalán y valenciano se encuentran no sólo en Palermo, sino en otras muchas ciudades de la isla: en Siracusa, el palacio Bellodomo; en Randazzo, el palacio Finochiaro; en Taormina, el palacio Ciampoli. Algunos de estos lugares fueron cedidos en feudo a nobles catalanes o aragoneses, lo que ayuda mucho a explicar las causas del estilo de los edificios; así, por ejemplo, Módica, primero de los Chiaramonti, fue cedida después a los Cabrera. No es de extrañar, pues, que la iglesia de Santa María del Jesús de Módica sea de estilo catalán; su fachada recuerda la composición de la puerta de la Piedad, de la catedral de Barcelona; fue fundada en 1478 por Ana de Cabrera, esposa del gran almirante de la casa de Aragón.
Las torres de los palacios Marchesi y Abbatelli están coronadas de barbacanas y almenas decorativas, como las de las lonjas de Palma y Valencia. Particularmente, la torre del palacio Abbatelli parece arrancada de la lonja valenciana. Los sicilianos atribuyen este edificio a un tal Mateo Carnevale, mas parece imposible que un artista italiano hiciera una obra tan perfecta dentro del estilo de los países españoles de Levante. A cada lado de la puerta hay dos lápidas con el emblema de los Reyes Católicos, y en una de ellas se dice que el palacio fue construido en 1475 por orden de Francisco Patella, quien estaba casado con Elionor Soler, de Barcelona, dulcissima coniuaes, etc. Esta dama catalana, asociada a su marido en la conmemoración del edificio, pudo haber contribuido a dar a la obra aquel aire tan peculiar del estilo de su tierra. Las formas de este estilo cuatrocentista catalán y valenciano se encuentran no sólo en Palermo, sino en otras muchas ciudades de la isla: en Siracusa, el palacio Bellodomo; en Randazzo, el palacio Finochiaro; en Taormina, el palacio Ciampoli. Algunos de estos lugares fueron cedidos en feudo a nobles catalanes o aragoneses, lo que ayuda mucho a explicar las causas del estilo de los edificios; así, por ejemplo, Módica, primero de los Chiaramonti, fue cedida después a los Cabrera. No es de extrañar, pues, que la iglesia de Santa María del Jesús de Módica sea de estilo catalán; su fachada recuerda la composición de la puerta de la Piedad, de la catedral de Barcelona; fue fundada en 1478 por Ana de Cabrera, esposa del gran almirante de la casa de Aragón.
⇦ Torre del palacio Abbatelli de Palermo, en la que destacan las almenas que la coronan. seguramente obra de algún artista español que aportó esta característica de las construcciones del Levante peninsular.
Puede decirse que el estilo gótico catalán y valenciano saturó la isla, y al llegar el Renacimiento ocurrió en Sicilia lo mismo que en Cataluña: el gótico no estaba todavía agotado. La iglesia de Santa Maria della Catena, en Palermo, muestra con qué libertad se combinaban las formas góticas y clásicas. Las columnas responden a las escalas del módulo corintio dado por Vitruvio y repetido por los tratadistas del Renacimiento. En cambio, el friso que remata la fachada es un bordado gótico, con el mismo tema que corona el palacio del rey Martín, en Poblet, y la fachada del palacio de la Generalidad de Cataluña. Además, el mismo tipo de arcos escarzanos figura en la iglesia siciliana y en el palacio barcelonés. Otro ejemplo de la misma promiscuidad de formas es el pórtico de la iglesia de San Jaime de la Marina, en Palermo, tan análogo al della Catena. Este hibridismo o introducción de elementos clásicos en un conjunto estructurado con formas góticas, que tanto sorprende a los italianos, no extraña a catalanes y valencianos, acostumbrados al mismo connubio en la lonja de Valencia y en el palacio de la Generalidad de Barcelona
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En Cerdeña, el estilo gótico fue también importado por los catalanes y valencianos. Cerdeña fue conquistada en tiempo de Jaime III, y Pedro IV el Ceremonioso colonizó la ciudad de Alguer (Alghero) para que fuese una base firme. En Alguer se ha continuado hasta el momento presente hablando en catalán y es realmente una expansión del territorio de Cataluña más allá del mar; por esto no produce sorpresa ver su catedral completamente construida dentro del estilo gótico propio de Cataluña. Además, en el resto de la isla de Cerdeña se hicieron sentir intensamente las influencias del gótico peculiar de las comarcas mediterráneas de la corona de Aragón. La gran iglesia de los franciscanos, en Cagliari, es muy característica dentro de este tipo.
En los siglos XIV y XV, las artes menores producen en Italia obras maravillosas, muchas de ellas ya dentro del espíritu del Renacimiento. Se tratará, pues, de ellas en el capítulo correspondiente; sólo se mencionarán aquí los tejidos italianos que conservan aún el tipo medieval y cuyos motivos aparecen frecuentemente en las lujosas vestiduras de los personajes representados en retablos y miniaturas. Estas ricas telas de seda se fabricaban en varias ciudades; pero en ellas sobresalían principalmente Siena, y sobre todo, Lucca.
El relato anterior es casi un completo inventario de todo lo que en arquitectura hay en Italia que pueda calificarse de estilo gótico, o por lo menos influido por el gusto de oltrealpi, o transalpino, que tenga como predominante el estilo gótico. Podría, pues, este capítulo causar la falsa impresión de que hubo en Italia también una corriente de arte gótico francés, que se mezcló con lo autóctono, local, siempre romanizante. Los monumentos religiosos mencionados en las páginas anteriores son sobre todo de importación y algunos de ellos impuestos por los extranjeros: angevinos, catalanes, alemanes que dominaban partes de la Península. Las gentes italianas los recibieron como una novedad, pero sin entusiasmo; para ellos, el verdadero arte era aquel arte clásico que ya en los siglos góticos se esforzaban en hacer renacer.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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