Estela
islámica del siglo IX, con inscripciones
cúficas, donde están escritos los
versículos
252 y 256 de la 11 sura del Corán.
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La inicial prohibición islámica de representar personas
y animales llevó al artista musulmán a desarrollar diversas formas decorativas,
como la epigráfica. De hecho, la caligrafía es el único arte especialmente árabe
del Islam, pues se basa en la forma de las letras de su alfabeto, que es la
expresión máxima de la estética musulmana.
Han coexistido
dos grandes tipos de escritura en el mundo musulmán: el estilo cúfico, de
carácter sobrio, con trazos rígidos y angulosos, y el nasjí, una especie de
escritura cursiva, mucho menos solemne que la cúfica. A pesar de que ambos
estilos aparecen como recurso decorativo desde los primeros tiempos del Islam,
es sin duda la escritura cúfica, cuyo nombre proviene de la ciudad iraquí de
Kufa, con su conjunto de formas rectilíneas y angulosas, la que ofrecía un
valor más estético y monumental. Desde los primeros tiempos y hasta el siglo
XII fue la única escritura empleada en la decoración arquitectónica, aunque
también se utilizó con frecuencia para la caligrafía del Corán.
Con el curso
del tiempo, y en torno al siglo X, el estilo cúfico inició un proceso de
enriquecimiento y desarrolló una alta complejidad. Se incorporaron en los
extremos superiores de sus trazos verticales o en las letras finales de las
palabras unos motivos florales de gran elegancia, originándose así al llamado
cúfico florido. De hecho, el estilo cúfico dio lugar a algunas variantes, que
no sólo se utilizarían en la ornamentación de los edificios sino también en las
artes del libro.
Fuente:
Historia del Arte. Editorial Salvat.
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