Esta obra, que data de
1902, ilustra a la perfección la factura preciosista de este pintor que tan
exactos retratos nos dejó de los poetas simbolistas. La lámpara, es decir, la
luz, marca el eje de la composición, relegando a un segundo plano lo que en
cualquier otra época se hubiera considerado la escena principal. De nuevo la
representación se somete al símbolo, buscando el conocimiento intelectivo y la
expresión conceptual.
(Musée d'Orsay, París)
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat