Punto al Arte: 04 El Renacimiento en Europa Central
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Los embajadores


En Los embajadores, Hans Holbein, el Joven, retrata a los diplomáticos Jean Dinteville y Georges de Selve. La obra la debió de pintar en 1533, según nota que aparece abajo, a la izquierda, en la parte del pavimento que queda en sombra: “IOANNES HOLBEIN PIN-GEBAT 1533”.

Ambas figuras aparecen de pie y en tamaño natural. A la izquierda, el noble francés Jean de Dinteville (1504-1555), aparece condecorado con la orden de San Miguel. La vaina de la daga que sostiene con la mano lleva la inscripción “AET. SVAE. 29”, quizás muestra los años que tenía cuando lo retrató Holbein, veintinueve. Dinteville fue cinco veces a Inglaterra en calidad de embajador siendo su permanencia más larga en Londres la del año 1533.

El personaje retratado a su lado es Georges de Selve (1508-1541), cuyo brazo derecho está apoyado sobre un libro en el que también figura su edad. Puede leerse: “AE-TATIS SVAE. 25”. Georges de Selve fue nombrado obispo de Lavour en 1526 y la fecha de realización del cuadro coincide, con la visita a su amigo Dinteville.

Anteriormente a la identificación exacta, por Hervey, de los retratados, se pensaba que los respectivos personajes eran el poeta de la corte Thomas Wyatt y su amigo el anticuario John Leland. Incluso después se creyó que representaban al duque Otón Enrique y a Felipe el Valeroso.

El pintor holandés nos presenta a los retratados acompañados de diversos elementos, colocados en los dos muebles, que nos proporcionan información sobre cada uno. Así, ya no sólo nos dice la edad de los notables personajes, sino que también, por medio del globo que hay en la segunda mesa, nos da el lugar donde Jean Dinteville poseía un castillo, Polisy. Asimismo, en la mesa cubierta por un tapete, decorado con cenefas y otros motivos que recuerdan a las alfombras turcas, aparecen instrumentos matemáticos y físicos, compases, un reloj solar, un calendario cilindrico, etc., numerosos accesorios que corresponderían a las particulares facetas de interés de ambas personas.

Los dos libros abiertos situados en la mesita corresponden a obras impresas bastante difundidas en la época. La de la izquierda sería la Kaufmans-Rechnung, de Peter Apain, editada en Ingolstadt en 1527, mientras que la de la derecha sería el Geystliches Gesang-büchlein, de Johan Walther, editada en Wittenberg en 1524.

Los personajes están colocados en un espacio perspectivo, delimitado por un verdoso cortinaje y un pavimento taraceado, copia bastante fiel del suelo de la Abadía de Westminster, realizado a comienzos del siglo XIV. A sus pies, en primer término, aparece la curiosa representación de un cráneo distorsionado que se extiende en diagonal cuestionando toda la espacialidad del cuadro. Probablemente, la calavera posea una función moralizadora, un recuerdo de la condición mortal de los seres humanos. Por tanto, la pintura se convierte en una auténtica vanitas.

Pero hay la presencia de otras alusiones a la muerte, como el broche del gorro de Dinteville que se presenta en forma de calavera. A la muerte como término de toda armonía alude también el laúd, una de cuyas cuerdas está rota, aspecto que ha sido interpretado por algunos como referencia política, es decir, la ruptura de un hilo que destruye un tejido diplomático.

El famoso retrato doble de Holbein, un óleo sobre tabla de 206 x 209,5 cm, fue adquirido, en 1890, por la National Gallery de Londres.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Reminiscencias góticas en los pintores suizos

Antes de terminar de hablar sobre el Renacimiento en los países de Europa Central, hay que hacer referencia a los pintores suizos de este período en los que se funde el gusto caballeresco del gótico internacional con las formas complicadas, casi barrocas, del gótico tardío y con una finura alegórica de tipo humanístico que a veces recuerda a Botticelli. El primer tercio del siglo XVI fue enormemente agitado para los cantones suizos situados entre Francia y el Imperio. Los suizos veían sus tierras saqueadas, ocupadas y libertadas alternativamente por los beligerantes. Luchaban para conservar su independencia y utilizaban la vida militar como un medio de hacer fortuna.

La muerte y la muchacha, de Hans Leu (Graphische Sammlung Albertina, Viena). Uno de los temas favoritos de los artistas germánicos son las alegorías de la muerte, que responden a un deseo atávico por convertir su temor en un suceso cotidiano. En esta obra de 1525, el pintor suizo funde el gusto caballeresco del alto medievo con las formas rebuscadas del gótico tardío, combinándolo con una desenvoltura que raya casi en la obscenidad en este macabro baile con la muerte.


Juicio de Paris, de Nikolaus Deutsch (Kunstsammlung, Basilea). En esta obra de grandes dimensiones, pintada a la témpera en 1520, el luminoso colorido confiere a la escena una extraña mezcla de surrealismo y naturalidad. Juno aparece como una digna matrona vestida de color naranja y azul, mientras una abatida Minerva luce un caprichoso penacho de plumas como única vestidura para cubrir su completa desnudez. De perfil, frente a un embelesado Paris, la escogida Venus atrae irresistiblemente la atención de éste, sirviendo al aburguesado ideal femenino de la época. 

Sin preferencias políticas, igual formaban un batallón para ayudar a Francisco I que a Maximiliano de Austria. Los mercenarios suizos se hicieron célebres por su resistencia física y por su fidelidad al príncipe que los contrataba. Todavía una reliquia de este tipo de servicio se conserva en la Guardia Suiza del Vaticano.

No es sorprendente, pues, que los artistas de este período fuesen simultáneamente mercenarios. Nikolaus Manuel-Deutsch, Urs Graf y Hans Leu pintaban sus retablos religiosos, sus composiciones mitológicas y alegóricas y trazaban sus dibujos, que en ocasiones parecen desenfadadas confesiones de aventuras de mercenario, en los intervalos que les dejaban libres la guerra y la captura del botín. Los dos primeros firmaban colocando junto a sus iniciales un puñal desenvainado. El más interesante es quizá Nikolaus Deutsch (1484-1530), nacido en Berna, cuyo extraño expresionismo, dominado por el demonio de lo insólito, le llevó desde el siniestro tema de La muerte y la muchacha (1517), tema obsesivo del que ya se ha hecho referencia también en Baldung Grien, hasta sorprendentes composiciones mitológicas tales como el Juicio de París y Píramo y Tisbe, rutilantes de luminismo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Encuentro con el arte italiano

Durero emprendió su primer viaje a Venecia en otoño de 1494. El encuentro con el arte italiano y con la cultura de los antiguos fue decisivo para su obra. Las primeras emociones y contactos ya los tuvo en Nuremberg. Había visto grabados y estampas italianas en el taller de Wolgemut, e incluso había copiado algún grabado de Andrea Mantegna. Sus copias de juegos de naipes italianos confirman el interés de Durero por este todavía desconocido nuevo arte. En Italia, gracias a su relación con Gentile y Giovanni Bellini, conoció las obras de Lorenzo di Credi, Pollaiuolo, Mantegna y Leonardo da Vinci. Le interesó en especial el desnudo, la perspectiva en la composición del espacio, la búsqueda de la belleza y los preceptos que la rigen.

Molino, de Alberto Durero (Bibliotheque Nationale, París). En esta acuarela puede apreciarse el elaborado detallismo casi obsesivo con que trabajaba el pintor, capaz de dominar todo tipo de técnicas pictóricas y de grabado. El turbio reflejo del agua del río y el paisaje popular que muestra en esta obrita demuestran el puntilloso talento de Durero. 

Durante su estancia entró también en contacto con la cultura de los antiguos, para lo cual hubo de aprender la comunicación con la Antigüedad, que los italianos desde hacía tiempo habían asimilado. Durero quedó hechizado por las figuras desnudas en movimiento, por el antiguo pathos de los gestos, por la esencia mixta de su mitología (lo demuestra su estudio para el Rapto de Europa, dibujo a pluma; Viena, Albertina). Durero grabó en cobre sus paisajes a la acuarela, como lo demuestran las magníficas láminas que realizó a su regreso.

En estas láminas, Durero renuncia a la narración puramente topográfica y trata de conseguir una composición más acabada, una disposición clara en perspectiva y una exposición más ambientada. Un momento cumbre de su evolución artística es la acuarela titulada Weidenmühle (Molino) (Bibliothéque Nationale, París) pintada entre 1495 y 1500. Con un gran virtuosismo reproduce Durero lo que ven sus ojos: un árbol monumental en el primer plano, de un colorido matizado con gran sensibilidad, detrás del cual, en un cielo con nubes que se rasgan, presenciamos la puesta de sol. Es la influencia del arte italiano la que llevó también entonces a nuestro pintor a un estudio más naturalista de los animales, según la tradición que se remontaba en Italia a finales del siglo XIV. (Cangrejo, acuarela, entre los años 1494 y 1495; Rotterdam Museo Boymans van Beuningen).

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El maestro Durero

Los documentos que se conservan sobre Alberto Durero (en alemán: Albrecht Dürer) son la Crónica Familiar, que incluso contiene algunas anotaciones de su padre con información sobre la historia de su familia, algunas copias de su diario de viaje por los Países Bajos, una hoja original de su “Libro de recuerdos”, numerosas notas manuscritas y un fragmento de su testamento.

Sus antepasados, probablemente de origen alemán, procedían de Ajtós, un pueblecito situado cerca de Guyla en Hungría. Ajtós significa puerta, que en alemán es Türe; por tanto, Thürer quiere decir: el que viene de Ajtós. Del padre de Durero, Alberto el Viejo, se tiene la primera noticia en Nuremberg el año 1444; antes había estado en los Países Bajos en viaje de estudios. En 1467 logró la ciudadanía de Nuremberg y se casó con Bárbara, hija del orfebre Jerónimo Holper; en el año 1468 obtuvo el diploma de maestro orfebre. De esta unión nacieron dieciocho hijos, siendo el tercero Alberto Durero, que nació el 21 de mayo de 1471. Como su padre y abuelo, aprendió el oficio de orfebre; su padre fue su maestro y toda su obra llevará el sello de este primer aprendizaje.

⇦ Mein Agnes, de Alberto Durero (Museo Albertina, Viena) Entre los centenares de dibujos preparatorios que hizo Durero a lo largo de su vida se conserva uno de los escasos retratos que dedicó a su esposa poco después de la boda. Casi todos sus dibujos eran retratos acabados y ofrecidos a sus modelos como meros ejercicios técnicos, una herramienta previa que servía como boceto para adelantar el pago de los encargos. Generalmente retrataba el busto del personaje sobre fondos no saturados y dejaba un amplio espacio bien visible para la firma, la fecha y la dedicatoria. 



Por deseo propio, ingresa el 30 de noviembre de 1486 en el taller del pintor Michael Wolgemut, vecino de la familia de Durero, en calidad de aprendiz. Era Wolgemut en aquel entonces el pintor de más fama de la ciudad, y en su taller, que se convirtió en un centro de actividades muy influyentes en Nuremberg, trabajaban numerosos colaboradores. Practicaba un estilo sobrio y narrativo, naturalista en los detalles, con un concepto realista del espacio que acusaba la influencia de la pintura de los primitivos flamencos.

En relación con el taller de Wolgemut empezó entonces una amplia actividad gráfica el editor e impresor Antón Koberger. Entre otras obras imprimió las planchas en madera para un “Tasionark” en prosa (1491) y la famosa Crónica Mundial de Schedel, el libro con la más rica ilustración del gótico tardío alemán, a base de grabados en madera. Es muy posible que colaborara el joven aprendiz en ambas obras, ya que Antón Koberger era padrino de bautismo de Durero y tal vez tuviera un interés especial en ello.

En el taller de Wolgemut predominaban los encargos de temas religiosos: altares y epitafios que seguían estrictamente el canon de la época. En cambio, las xilografías para libros y la creación de retratos, que se habían iniciado en Alemania a mediados del siglo XV, permitían el desarrollo de un ímpetu innovador para el arte. Casi las tres cuartas partes de los retratos de la época que han llegado hasta nosotros proceden de Nuremberg. Los dibujos anteriores a su época de aprendizaje en el taller de Wolgemut nos confirman el enorme talento de Durero para el dibujo. No se ha conservado el estudio con tres cabezas del niño de nueve años; sí, en cambio, su famoso autorretrato a punta de plata, que se conserva en Viena (Albertina), hecho a los trece años y que revela una enorme capacidad de observación. El paso por el taller de Wolgemut sólo proporcionaría a Durero una sólida formación artesana; allí aprendería especialmente a conocer la técnica del grabado en madera. Para obtener planchas de madera inastillables se usaba generalmente madera de peral, que era tallada con el sistema llamado de impresión en relieve, consistente en eliminar con la gubia lo que la tinta no debe recubrir. Las líneas se perfilaban con un cuchillo fino y afilado.

El artista acostumbraba a entregar sólo el esbozo, que había copiado en sentido inverso sobre la plancha de madera. Una rama especial de artesanos, los tallistas, concluía el trabajo. Durero ya había aprendido antes, en el taller de su padre, el manejo del buril para el grabado en cobre. Posteriormente, en el taller de Wolgemut, conoció, a través de grabados, el arte de Martin Schongauer y el del llamado Maestro del Dietario, que eran los grabadores alemanes de más fama durante el gótico tardío y cuya influencia sobre Durero se refleja claramente en sus dibujos de esta época.

Autorretrato con una flor de cardo, de Alberto Durero (Musée du Louvre, París). Durante su estancia en Estrasburgo, los padres del joven pintor le anunciaron su compromiso con Agnes Frey, una adinerada novia de Nüremberg a la ' que hizo llegar el primero de los muchos autorretratos que pintaría. Para expresar su amor se plasmó sosteniendo un cardo en la mano, símbolo de Cristo al tiempo que también de fidelidad conyugal. Para reafirmar el mensaje, Durero confiesa en la leyenda del marco superior que su destino está trazado desde lo Alto, en referencia no sólo a su matrimonio de conveniencia, sino también por lo que respecta a su trayectoria vital y artística. No obstante, las desavenencias matrimoniales surgieron demasiado pronto, y en menos de dos meses después de la boda el pintor se fugó a Venecia. Su rostro expresa un gesto arrogante pero seguro de sí mismo, con la mirada un tanto perdida, y su tocado resulta extravagante pero a la última moda alemana del momento, en un alarde de modernidad y esnobismo. 



Por la Pascua del año 1490, Durero dejó el taller de Wolgemut para emprender un viaje. Se supone que estuvo en el Rin central, y tal vez también en los Países Bajos. En otoño del siguiente año llegó a Colmar, la ciudad alsaciana donde vivía y trabajaba Martin Schongauer, que había muerto en febrero del año de la llegada de Durero (1491). En la testamentaría de aquél adquirió varios dibujos, cuyo estilo traduciría a su manera. La obra de grabador de Durero, después de su regreso, es inconcebible sin los rayados a punta seca del Maestro del Dietario, y también lo es el estilo de su dibujo sin la concepción formal de Martin Schongauer.

Al terminar su estancia en Colmar, Durero se trasladó a Basilea, donde se le puede situar por la inscripción que grabó en el reverso de la plancha de madera que representa un San Jerónimo: Albrecht Dürer von Normergk (Alberto Durero de Nuremberg), de finales del año 1491 o principios de 1492. Por recomendación de su padrino, Antón Koberger, el joven operario debió ser aceptado por las casas editoras de Basilea. Durante esta estancia trabajó para el editor Martin Amerbach, quien le encargó la ilustración de las Comedias de Terencio, que no se llegarían a publicar. Sin embargo, se conservan 125 planchas dibujadas, 6 planchas talladas y 7 grabados. Además, parece ser cierta su colaboración en la ilustración de La nave de los locos, de Sebastián Brant.

En 1493 fue a Estrasburgo, donde probablemente trabajó en el taller de un pintor. De esta época se han conservado dos pinturas capitales, el Autorretrato con flor de cardo (hoy en el Museo del Louvre, París) y una Santa Faz (Karlsruhe, Pinacoteca del Estado). La primera obra mencionada es el primer autorretrato autónomo del arte occidental, y con este cuadro daría Durero el paso decisivo que va del autorretrato dibujado a la pintura. La inscripción que lleva, My sach die gat/Als es oben schtat, está relacionada con el tema religioso del fondo. De los tres autorretratos que pintó en el transcurso de siete años, es el primero de afirmada personalidad. La segunda obra es la pequeña tabla de la Santa Faz, descubierta en los últimos años, de un realismo cruel y profundo, cuyo fondo dorado y repujado recuerda el aprendizaje del pintor como orfebre.

En mayo de 1494 volvió a Nuremberg, donde se casó el 7 de julio del mismo año con Agnes Frey, hija de Hans Frey, que gozaba de cierto renombre en la ciudad. El recién casado fijó los rasgos de su joven esposa en un dibujo a pluma de trazos rápidos e impulsivos que lleva una inscripción que dice: mein Agnes. En este testimonio personal y humano, Durero realiza una composición llena de vida y a la vez íntima y soñadora (Viena, Albertina). Sus primeros dibujos de paisajes remontan probablemente al verano de 1494 y con ellos inicia Durero el género de pintura que tiene como tema el paisaje. Entre ellos se encuentran La noria (Berlín, Kufferstichkabinett de los Staatliche Museen) y El cementerio de San Juan.

En este momento, el ambiente pictórico de Nuremberg sólo podía serle de estímulo en el detalle. Hasta entonces, la naturaleza y el paisaje habían figurado siempre como fondo de la composición, sin lograrse casi nunca la unión de persona y paisaje. Durero combinará la visión real del conjunto con la reproducción minuciosa del detalle, graduará la profundidad, diferenciando los planos entre sí, y, partiendo de una verdadera observación de la naturaleza, animará el paisaje con seres humanos. La noria que le sirvió de modelo se hallaba en las cercanías de la Hallerwiesen, al oeste de la ciudad, y el cementerio, que todavía existe, aunque ahora es de mayores dimensiones, se encontraba al noroeste de la noria. En un período de unos siete años realizó una docena de acuarelas con tema de paisaje, y anticipó ciertos temas sobre los cuales no volvería hasta mucho más tarde.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Grandes retablos

Fueron pocas las obras de gran tamaño, para retablos, en el conjunto de sus composiciones.

El Retablo Paumgartner (Munich, Bayerische Staatsgemaldesammlungen), probablemente realizado entre 1498 y 1504, es de una perfección pocas veces superada en la fusión de las formas del arte alemán primitivo con lo italiano. Durero ensaya unas formas libremente ponderadas y presenta una escena de rebuscados efectos de perspectiva con el deseo de fundir lo profano con lo divino. En las puertas del retablo ofician los santos Eustaquio y Jorge, que tienen los rasgos de los hijos del patricio Martin Paumgartner; aquellos santos, monumentales por su forma, están relacionados estrechamente con la tabla central del retablo.

El Altar de Dresden de Alberto Durero (Gemaldegalerie, Dresde). Retablo pintado a la témpera hacia 1496, que el artista dividió en tres partes: en el centro aparece la Virgen María rezándole al Niño Jesús, a la izquierda está la imagen de San Antonio y a la derecha la de San Sebastián. 

⇦ La Virgen de la Pera de Alberto Durero (Galleria degli Uffizi, Florencia). Pintado en 1525, éste es el último cuadro que el artista realizó sobre temas marianos. La pera que lleva María en su mano izquierda ha popularizado el nombre de este cuadro. 



En 1494, durante la estancia en Nuremberg del príncipe elector de Sajonia, Federico el Sabio, conoció Durero a quien iba a ser su mayor comprador hasta su muerte. Por encargo suyo, se realizó en 1504 el gran retablo para la capilla del palacio de Wittenberg, cuya tabla central con la Adoración de los Reyes (hoy en Florencia, Uffizi) es un buen ejemplo de la obra pictórica de Durero; los colores tienen una intensa luminosidad, realzada por el brillo metálico del oro utilizado en la tabla y asociado al paisaje de ruinas del fondo, de acertada disposición escénica. Los cuatro personajes principales se hallan en primer plano, y su inconfundible calidad estatuaria sería impensable sin el estudio de los modelos italianos. Entre sus dos viajes a Venecia, los contactos con Italia no se habían interrumpido y a finales del verano de 1505 volvió a ella, en la que permaneció hasta enero de 1507. Esta vez, ya precedido por la fama, visitó Venecia, Bolonia, Ferrara, y quizá también Roma. De esta época se conservan diez cartas del pintor al humanista amigo suyo Willibald Pirckheimer. Durante su estancia en Venecia pintó para la iglesia de San Bartolomé, oratorio del gremio de los mercaderes alemanes, el magnífico cuadro, actualmente muy deteriorado, de la Instauración de la fiesta del Rosario (hoy en Praga, Narodni Galerie), para el cual trazaría a la manera italiana varios cartones de estudio. La Virgen con el Niño, acompañada de santo Domingo, está sentada bajo un baldaquino y ante un paisaje; postrada a sus pies figura la Humanidad, representada desde el Papa y el Emperador hasta los artesanos, para recibir el rosario, cuya devoción recomendaba la Orden de los dominicos; de ahí la situación privilegiada de su santo patrón. El cuadro provocó la admiración de toda la ciudad, y cuenta Durero, en una carta del 8 de septiembre de 1506 a su amigo Pirckheimer, que incluso el Dux y el Patriarca de Venecia habían contemplado su tabla. También en esta época trabajaba en la composición del cuadro Jesús entre los doctores (Castagno la, Colección Thyssen), pintura que presenta problemas no resueltos hoy todavía, para el cual también trazó numerosos cartones de estudio, elaborados y grandiosos.

El Retablo Paumgartner de Alberto Durero (Aite Pinakothek, Munich). En este retablo, el artista aporta al tema, de tradición medieval, una novedad profana, al retratar en las alas del retablo a los hijos del donante bajo la apariencia de santos: Stephan como San Jorge, a la izquierda, y Lukas como San Eustaquio, a la derecha. 

⇨ El Retablo Paumgartner de Alberto Dmero (Aite Pinakothek, Munich). En el centro del retablo, las diminutas figuras que asisten al Nacimiento son, a la izquierda, varios miembros de la familia Paumgartner y, a la derecha, la esposa del donante y dos de sus hijas. 



Al regreso de Italia, recibió del comerciante de Frankfurt Jacob Heller el encargo del retablo del altar de la Asunción de María (Altar de Heller). Desgraciadamente, la tabla central se quemó en un incendio, en el siglo XVIII; por tanto, sólo en copias de ella puede verse la evolución del arte de Durero hacia formas más simples y grandiosas. En el año 1511 pintó por encargo del donante, el patricio de Nuremberg Matias Landauer, y para el hospital de su ciudad, la tabla de Todos los Santos (Viena, Kunsthistorisches Museum). La composición se inspira en la visión de San Agustín de la comunión de los santos y adoración de la Santísima Trinidad por toda la cristiandad. La obra recuerda, por su disposición, la Disputa de Rafael (Roma, Vaticano).

La Adoración de los Magos de Alberto Durero (Gallería degli Uffizi, Florencia). Obra de 1504 que lleva la fecha y la sigla de Durero en la piedra que está en primer término, a los pies de la Virgen. La influencia italiana es enorme y se nota en la composición que escalona ruinas y personajes, en el colorido y en la luz. En el más soberbio de los Reyes, el que se alza de pie en el centro y domina la composición, Durero pintó su autorretrato. El asno, símbolo de la vieja Ley, parece amenazar con sus rebuznos la nueva Revelación que el Nacimiento supone. 


Los cuatro Apóstoles de Alberto Durero (Aite Pinakothek, Munich). El artista hizo donación a su ciudad, Nuremberg, de estas dos tablas. Llevaban al pie largas inscripciones autógrafas basadas en el Nuevo Testamento de Lutero, pero al pasar a Munich se cortaron los textos. Existe una extensa bibliografía sobre la interpretación de estas figuras y hasta se ha visto en ellas los cuatro temperamentos humanos. Así, San Juan representaría el temperamento sanguíneo; San Pedro, anciano, el temperamento flemático; San Pablo, el temperamento melancólico, y San Marcos, el temperamento colérico. 


Jesús entre los doctores de Alberto Durero (Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid). En 1506, el artista realizó este cuadro y en él puso una inscripción en latín que reza: "obra hecha en cinco días". La hermosura y juventud de la figura de Jesús, en el centro, contrasta con la vejez y fealdad casi caricaturesca de los doctores que lo rodean. Destaca, además, la expresividad de las manos que constituyen el foco de atención del cuadro.

Durero legó al Consejo de la ciudad de Nuremberg, en 1526, como testamento espiritual, dos tablas, llamadas comúnmente Los cuatro Apóstoles, que representan a San Juan, San Pedro, San Pablo y San Marcos; en ambas anotó versículos del Nuevo Testamento en la traducción de Lutero. Con este gesto pretendía contrarrestar exaltados fanatismos y a ciertas sectas, especialmente las corrientes iconoclastas alimentadas por los escritos de Andreas Bodenstein, llamado Karlstadt. Durero había tenido que presenciar cómo compañeros de estudios y amigos suyos, los tres pintores Sebald, Barthel Beham y Georg Pencz, fueron acusados de blasfemia y expulsados de la ciudad. Con el regalo de las tablas de Los cuatro Apóstoles pretendió crear un signo admonitorio en aquellos tiempos tan agitados.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Teórico del arte

Aproximadamente a partir de 1500 y hasta su muerte, a Durero le preocuparon los problemas relacionados con la teoría del arte, y en especial el estudio de las proporciones, tema de gran actualidad para los humanistas de la época, que, también en esto, seguían el ejemplo de Italia. Al lado de sus actividades e interés por los problemas religiosos, Durero trató de hallar una respuesta al problema de las proporciones que deben tener los miembros humanos para ser bellos. Buscó las leyes para la ejecución de formas perfectas. En 1500, Jacopo de Barbari llegó a Nuremberg procedente de Venecia, y a través de este veneciano Durero conoció a los teóricos de la Antigüedad, entre ellos Vitruvio; el mismo maestro le puso al corriente de las nuevas tendencias artísticas que se desarrollaban en Venecia.

Adán y Eva, de Alberto Durero (Germanisches Nationalmuseum, Nuremberg). Este grabado de 1504 revela la preocupación del artista por las proporciones ideales del cuerpo humano, inspirado por los estudios anatómicos de Leonardo da Vinci. Para Adán se basó en el canon clásico de un apolíneo Hércules, mientras que para Eva en la idealización de Venus. Las imágenes de desnudos tienen para Durero una doble significación que responde por un lado a las proporciones universales de la belleza y por el otro a su correspondencia fiel con la realidad. Con la intención de convertir a la pareja bíblica en símbolo universal, puso a sus pies la analogía de los cuatro temperamentos, representados por un anta para la melancolía, una liebre para el carácter sanguíneo, un buey para el flemático, y un gato para el colérico. 

Adán y Eva, de Alberto Durero (Museo del Prado, Madrid). Uno de los temas fundamentales en la obra de Durero son los dos primeros pobladores del Paraíso. En estas dos tablas gemelas de 1507 de tamaño natural rompe ligeramente con la posición de las figuras, cuyas siluetas se recortan en contraste con el contorno y el fondo aportando una extraordinaria sensualidad al conjunto. Pintadas de regreso a Nuremberg, evidencian su elevado conocimiento de los pintores renacentistas italianos en el torneado y el detallismo de los dos cuerpos. 

Por aquel entonces estaba expuesto en Roma el Apolo del Belvedere, que para los coetáneos de Durero era la esencia de la belleza del arte de la Antigüedad; Durero, que probablemente ya conocía esta importante obra por dibujos, quedó también influido por ella. Impulsado por el arte clásico y por los ejemplos italianos, realizó una serie de estudios de proporciones. El resultado final de estos ensayos fue el genial grabado Adán y Eva (1504), en el que ha quedado totalmente superado el lenguaje formal gótico. Después de su segunda estancia en Venecia (1505-1507), abandona la idea de un único ideal de belleza, procurando encontrar la perfección en la pluralidad de las posibilidades (Adán y Eva, pinturas sobre tabla; Museo del Prado, Madrid). Acabada en el año de su muerte, y fruto de veinte años de estudios, es su Teoría de las proporciones (1528), que junto con Instrucción para la medición (1525) y Teoría de la fijación (1527), constituyen un hito en la teoría del arte.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Durero y el arte del grabado

En el año 1498 fueron publicados quince grabados en madera del Apocalipsis de San JuanDurero había hecho hasta entonces unas treinta xilografías, que no eran sino el preludio de las grandiosas visiones posteriores. Con esta obra se produjo un cambio decisivo en el hasta entonces sencillo grabado perfilado en madera. Abandonando la técnica tradicional de entonces, Durero acentuó los efectos de luz y sombra y matizó las intensidades de “color” con superficies rayadas. Con el Apocalipsis obtuvo un éxito universal. Además de las láminas del Apocalipsis, la serie consta de La vida de la Virgen (19 estampas, más la portada) y una Gran Pasión (11 estampas, más la portada), la primera realizada de 1502 a 1510, la segunda entre 1498 y 1510.

Apocalipsis de San Juan, de Alberto Durero (Biblioteca del Museo Correr, Venecia). Las xilografías del Apocalipsis que realizó en 1498 supondrían el mayor logro artísti1 co de Durero, tanto por su 1 contrapunto estético y religioso con la Última Cena de Leonardo da Vinci como por el terror social que se había propagado entre los milenaristas, que auguraban el Día del Juicio Final dos años después. Varios hechos catastróficos alentaron esta fortuita paranoia, como la caída de un enorme meteorito en tierras alemanas, las riadas del Tíber y el nacimiento de seres malformados tras los continuos brotes de peste que asolaron todo el continente. Durero, profundamente religioso, quedó muy marcado por estos miedos, que plasmó con total desparpajo en estas monstruosas estampas que describen la invasión terrenal de las fuerzas del mal. 


Huida a Egipto, de Alberto Durero (Gemaldegalerie, Dresde) Perteneciente a la serie de Los Siete Dolores de María, se repite en este panel de 1495 una de las escenas más habituales de sus grabados de encargo, en la que la Virgen marcha apesadumbrada llevando en brazos al Niño perseguido por las hordas de Herodes. Narrativamente corresponde al segundo de los paneles, serviría de modelo para otras pinturas de autores de su época, como Lucas Cranach, quien se inspiraría para su Crucifixión de 1 503 en la especial disposición de las cruces que aparece en la Lamentación de María, última de las casullas de este ciclo a petición del elector Federico de Sajonia.

En los últimos años del siglo XV se manifiesta gran preocupación e interés por acontecimientos, milagros y signos sobrenaturales que, en opinión de la época, presagiaban el fin del mundo. Las épocas de disturbios y de pobreza traen consigo pensamientos escatológicos. La obra de Durero refleja una prolongada preocupación por hechos milagrosos que duró decenas de años. Mientras trabajaba en el Apocalipsis, pintó la obra de acabado minucioso, como de miniatura, que representa a San Jerónimo en la selva. En el anverso puede contemplarse un paisaje idílico, de aspecto nórdico, con un festón de montañas bañadas por la luz de la mañana; el reverso de la tabla, en cambio, y con una técnica muy diferente, presenta el relato dramático de un sueño del pintor, trazado con grandes pinceladas nerviosas, donde se está en presencia de el emerger de un meteoro en un mar de luz.

Según Durero, una de las principales misiones del arte es la descripción de la Historia Sagrada. En ella reside la inspiración para la mayoría de sus creaciones. Sus temas principales son la pasión de Cristo, las vidas de la Virgen y de los santos, predominando el grabado en la realización de las obras. Mediante el grabado, el arte de Durero alcanzó gran influencia sobre su época. En su obra pictórica predominan los temas marianos, que abarcan un largo período, desde hacia 1495, con las tablas de Los Siete Dolores de María (Munich, Dresde) y con el Altar de Dresden (hacia 1496, pintura sobre tabla), hasta La Virgen de la Pera, de 1525 (Florencia, Uffizi).

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Su interés por el retrato

La xilografía con el retrato del emperador sería el primero de la serie de retratos grabados que, como privilegio de los grandes personajes, tenía por objeto la difusión de las facciones del retratado. Así, los grabados en cobre del cardenal Alberto de Brandemburgo (1519 y 1523), del príncipe Federico el Sabio de Sajonia (1524), de Willibald Pirckheimer (1524), de Felipe Melanchthon (1526), de Erasmo de Rotterdam (1526) y el grabado en madera de Ulrich Varnbühler (1522). Con ello, el retrato se libera definitivamente de la dependencia de los temas religiosos, a los cuales permanecía unido todavía. El retrato pintado, como género autónomo, no hizo aparición hasta el final de la Edad Media, y en Alemania hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XV, al surgir una nueva conciencia ciudadana: la de la burguesía.

La gran carroza de Alberto Durero (Graphische Sammlung Albertina, Viena). Detalle del Gran  Cortejo Triunfal del emperador Maximiliano 1, serie de xilografías realizadas en 1518. 

⇦ El padre del pintor de Alberto Durero (National Gallery, Londres). Alberto Durero el Viejo, padre del artista, fue quien le inició en los primeros conocimientos de la pintura. Este cuadro data de 1497. 



En toda la obra de Durero se encuentra continuamente su especial interés por el retrato. Ello ya es visible en los retratos de su padre, de 1490 y de 1497 (uno en los Uffizi, Florencia; y el otro en la National Gallery, Londres); en el del príncipe elector Federico el Sabio, entre 1495 y 1500 (Berlín, Stiftung Preussischer Kulturbesitz Staatliche Museen); y en el de Oswolt Krel, de 1499 (en Munich, Bayerische Staatsgemaldesammlung). En estos primeros retratos Durero persigue sobre todo una concepción plástica de la figura, sin llegar siempre a penetrar en la complejidad psicológica del individuo. En 1498 pintó su segundo Autorretrato al óleo, donde, ante un paisaje alpino, se presentó seguro de sí mismo y con elegante indumentaria (Madrid, Museo del Prado), y en la tabla pintada el año 1500 se representó en posición frontal absoluta, prerrogativa hasta entonces del rostro de Cristo, con una simetría exacta e idealizada (Munich, Bayerische Staatsgemaldesammlung).

⇨ Autorretrato a los 26 años de Alberto Durero (Museo del Prado, Madrid). Se puede decir que en este cuadro, el artista aparece como un arquetipo del retrato renacentista. Muestra media figura un tanto ladeada, con un brazo apoyado y, al fondo, una ventana por la que se ve un paisaje convencional.



Tras su segunda estancia en Venecia (1505-1507) y bajo la influencia de la pintura contemporánea veneciana, Durero alcanzó una convincente interpretación individual del retratado, como sucede así mismo en el retrato inacabado de la Joven veneciana (Viena, Kunsthistorisches Museum). Pero es en el retrato de su venerado y ya viejo maestro, Michael Wolgemut, en 1516, donde el discípulo manifiesta su comprensión personal de las características individuales del sujeto. Con trazos seguros, Durero ha dado los rasgos fuertes del anciano, acentuando menos el factor plástico-lineal que el matizado pictórico. En este huesudo semblante resaltan las arrugas, las mejillas hundidas, la curva prominente de la nariz y los ojos azules y transparentes del hombre de 82 años, que son descritos con la máxima intensidad. El retrato lo representa dotado de una gran fuerza interior y una profunda gravedad (Nuremberg, Germanisches Nationalmuseum).

⇦ Autorretrato con pelliza de Alberto Durero (Staatsgemaldesammlungen, Mun1ch). En el año 1500, Durero se representó a modo de imitatio Christi. El hieratismo, la mirada sin fondo, el aire obsesivamente trascendente, han hecho de esta pintura un símbolo universal. Y ello quizá por su tremenda ambigüedad, producto de aquellas mentalidades antagónicas que coexistían en el cambio del siglo XV al XVI: por un lado, la mentalidad medieval que veía en todo arte una emanación divina y, por otro, la nueva mentalidad renacentista que hacía del hombre el protagonista de la historia y, del artista, un émulo de Dios.



Con el viaje a los Países Bajos, de 1520 a 1521, empieza la serie de retratos grandiosos de su época madura: por ejemplo, el retrato de Bernhard von Resten, de 1521 (Dresde, Gemaldegalerie); el Retrato de un desconocido, de 1524 (Madrid, Museo del Prado); los de Hieronymus Holzschuher y de Jakob Muffel, ambos de 1526 (Berlín, Stiftung Preussischer Kulturbesitz Staatliche Museen); y el de Johann Kleberger, de 1526 (Viena, Kunsthistorisches Museum). Estos retratos son obras capitales de Durero. Más tarde, cuando haya alcanzado ya la última etapa de su vida, volverá a la forma clara y puramente plástica de su primera época.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Encargos imperiales

A principios del siglo XVI se forma en Alemania, especialmente entre los humanistas, una nueva conciencia nacional; su meta es la realización del concepto tradicional de Imperio: la unidad del Imperio y el Emperador. En Nuremberg surge además la noción de la nueva dignidad ciudadana. De Nüremberg, decía Lutero que era “los ojos y oídos de Alemania” y Eneas Silvio Piccolomini la llamaba “el centro del Imperio”. Desde 1424 albergaba la ciudad las insignias imperiales: la corona, el cetro y la espada -signos del poder terrenal- y, con ellas, las reliquias del Imperio, que se guardaban en la iglesia del Hospital del Espíritu Santo, desde donde una vez al año salían para ser expuestas al pueblo en la plaza del mercado central. La ciudad encargó a Durero la decoración de dos grandes puertas del armario destinado a guardar estas joyas imperiales, del que se sacaban para llevarlas a la Plaza Mayor.

Instauración de la fiesta del Rosario de Alberto Durero (Narodni Galerie, Praga). Obra encargada por la Fundación de Comerciantes Alemanes en 1506, durante su estadía en Venecia. También se lo conoce como el Retablo de las guirnaldas de rosas. 

Para la composición de las dos grandes tablas (Nuremberg, Germanisches Nationalmuseum), Durero realizó varios cartones de estudios. Una tabla muestra al emperador Carlomagno, el legendario fundador del Sacro Imperio Romano Germánico; en la otra, al emperador Segismundo, de la casa de Luxemburgo, quien había hecho llevar las joyas a la ciudad. Para las facciones de este último, Durero se guió por un retrato del siglo XV; para las correspondientes al emperador Carlomagno, por el contrario, adoptó las de Johannes Stabius, cronista de la corte, que en 1512 residía en la ciudad. Este encargo del año 1512 fue el único que hizo su ciudad natal al pintor.

Adoración de la Trinidad por Todos los Santos de Alberto Durero (Kunsthistorisches Museum, Viena). Cuadro realizado por encargo de Martín Landauer para la capilla del Hospital de los Doce Hermanos de Nuremberg. Esta composición con tantos personajes Durero la resolvió dividiéndola en tres niveles: el terrenal, el intermedio y el divino. El mismo Durero aparece en el cuadro sosteniendo una cartela con su nombre y la fecha de realización del cuadro. 


IzquierdaEl emperador Cariomagno de Alberto Durero (Germanisches Nationalmuseum, Nuremberg). Tabla realizada hacia 1 512, en la que aparece el emperador ataviado con los ropajes que lució en su coronación. DerechaEl emperador Segismundo de Alberto Durero (Germanisches Nationalmuseum, Nuremberg). Tabla con el retrato del emperador germánico, y rey de Hungría y Bohemia, con el cetro y los emblemas de sus dominios.

La presencia en Nuremberg, a partir de ese año, del emperador Maximiliano, colocó a Durero en posición preferente para la realización de encargos imperiales. El emperador encontró en Durero al artista capaz de comprender e interpretar sus ambiciosos proyectos para la crónica historiográfica y genealógica en que pensaba; con ello, el emperador quería transmitir a la posteridad su gloria y la de su estirpe. De los numerosos artistas que trabajaban para él, fue Durero el único que obtuvo una pensión vitalicia. En la monumental Puerta Triunfal del emperador Maximiliano, realizada en 1515, también colaboraron Durero y su taller; medía esa puerta más de tres metros de altura y estaba compuesta por 192 tallas de madera que, unidas, formaban un arco triunfal al estilo romano. La monumental composición narraba las hazañas de Maximiliano y daba detalles sobre su genealogía. De igual modo estaba concebido el Cortejo Triunfal, del que Durero sólo realizó la carroza. Entonces, Durero y su taller trabajaban en la ilustración de los libros del emperador con grabados en madera: Weisskunig, Freydal, Teuerdank, son novelas autobiográficas del que se llamó “el último caballero”. El conjunto de ilustraciones del breviario del emperador lo hacen uno de los más bellos que jamás se hayan realizado. En ellas colaboraron, además de Durero (que con sus 50 láminas superó en número a los demás artistas y determinó, en lo formal y en el estilo, el conjunto de la obra): Lucas Cranach el Viejo, Hans Baldung Grien, Hans Burgkmair, Jórg Breu el Viejo y Albrecht Altdorfer (Munich, Bayerische Staatsbibliothek, Besançon, Bibliothéque Municipale). La ilustración que acompaña al texto está compuesta por dibujos a pluma sobre pergamino, llenos de fantasía y color (rojo, verde, violeta). La ornamentación decorativa se mezcla con seres fabulosos, combinando lo grotesco con lo sagrado. Durero trabajó en tres retratos del emperador: el primero es un dibujo al carbón hecho en Augsburgo el 28 de junio de 1518, cuando visitó la Dieta Imperial, enviado por el Consejo de la ciudad de Nuremberg. Estrecha relación con este dibujo tienen dos pinturas y un grabado en madera sobre el mismo tema que compuso después de la muerte de Maximiliano, en 1519 (Nuremberg, Germanisches Nationalmuseum; Viena, Kunsthistorisches Museum).


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Maximiliano I, emperador de Alemania

Aunque Durero estuvo al servicio del emperador, só-
lo tuvo ocasión de retratarlo directamente cuando, du-

rante la Dieta de Augsburgo, posó ex profeso para él 

y pudo dibujarlo al carbón. Este retrato del Emperador 

Maximiliano I (Kunsthistorisches Museum, Viena), que 

tiene entre las manos la granada, símbolo de unión en-

tre los pueblos, se considera el mejor de los dos que 

realizó. El mentón autoritario y la sobriedad del traje 
son atributos inconfundibles del "último de los caba-
lleros".
Maximiliano I era hijo de Federico III y se convirtió en el gobernante de un imperio que él habría de hacer mucho más grande e importante. Incluso mucho antes de ascender al trono, su matrimonio con María de Borgoña le permitió gobernar los territorios que regentaba su esposa. Ya en 1493, tras la muerte de su padre, se convirtió en emperador, Maximilano I, y sus esfuerzos se concentrarán en dos frentes.

Quizás el más importante de ellos sea su denodada política por ampliar los límites del imperio. Efectivamente, Maximiliano quería recuperar el esplendor del mismo y para ello optó preferentemente por una hábil política de matrimonios. Por ejemplo, su mismo matrimonio con María de Borgoña tenía esta finalidad, y nuevos pactos matrimoniales le otorgaron poder en Bohemia y en Hungría.

A pesar de que durante su gobierno hubo de ver el inicio de la decadencia de su imperio, pues numerosos territorios reclamaron y consiguieron la independencia, como, por ejemplo, la confederación de Suiza en el año 1499, peor resultado obtuvo en el segundo de sus frentes: la reforma interna. La intención de Maximiliano era crear un estado eficaz y para ello promulgó diversas Dietas, o medidas centralizadoras, y creó un consejo permanente de regencia para asegurar la unidad imperial en tiempos de crisis. Pero estas medidas nunca llegaron a buen puerto pues con ellas Maximiliano pretendía algo que se antojaba imposible: la cohesión de un vasto imperio que aglutinaba demasiados pueblos y sensibilidades.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Hacia el final de su vida

⇦ Joven veneciana de Alberto Durero (Kunsthistorisches Museum, Viena). Pintado en 1505, durante la segunda estancia de Durero en Italia, con este cuadro se inicia una nueva fase en la obra del artista, a la que no es ajeno el arte de Giovanni Bellini. El color y los efectos lumínicos, la velada alegría de esa enigmática sonrisa y la gama de matices, dan al retrato de la dama un aire italianizante. El traje, al parecer típicamente milanés, añade aún otro interrogante a esta obra maestra, que quedó inacabada y que podría ser la Gioconda del Norte.



Aparte de pequeños viajes, por ejemplo a Augsburgo y a Bamberg, o a Suiza, en compañía de Willibald Pirckheimer y del patricio nuremburgués Martin Tucher, Durero emprendió solamente tres viajes de importancia para su desarrollo artístico: dos visitas a Italia y un viaje a los Países Bajos. En junio de 1520 estuvo con su esposa, Agnes, en los Países Bajos. El motivo real del viaje era hacer ratificar en Amberes, por Carlos V, la pensión que le concediera en su día el emperador Maximiliano. Su diario de viaje da cuenta de los altos en el camino, encuentros e impresiones; se han conservado, además del texto, varios dibujos de paisajes, retratos, etc. Este viaje llegó a ser el mayor acontecimiento artístico de sus últimos años para el artista maduro y ya célebre. Conoció a los pintores neerlandeses más famosos que vivían entonces, visitó ciudades conocidas por su riqueza y prosperidad: Amberes, Malinas, Bruselas, Brujas y Gante. Le conmovieron de igual modo las obras de los maestros del siglo XV, como Van EyckRogier van der Weyden y Hugo van der Goes, que las de Lucas de Leiden, Jan Provost, Joachim Patinir y Quentin Massys, dejando huella en su obra tardía la sorprendente técnica pictórica, el estilo de la composición y el colorido de los pintores de los Países Bajos. Pintó Durero un San Jerónimo para el comerciante portugués Rodrigo Fernández d’Almeida, a quien ya había retratado en un dibujo a la tinta en 1521. Esta magnífica pintura religiosa es la primera obra, desde 1520 o 1521, en la que se combinan las influencias del arte neerlandés con las propias experiencias y hallazgos. Durero había hecho varios estudios para preparar esta composición. Los dos dibujos de un anciano de noventa y tres años son de lo mejor de la época madura del artista (Viena, Albertina; Berlín, Stiftung Preussischer Kulturbesitz Staatliche Museen) y ambos fueron realizados como proyecto del San Jerónimo. En ellos, con el mayor realismo y profunda penetración psicológica, creó Durero una prodigiosa riqueza de formas; los rizos de la barba y el modelado de los surcos del rostro llegan a evocar, bajo la superficie visible, la verdadera grandeza y serenidad de este anciano. El colorido del cuadro es suntuoso y está maravillosamente matizado.

Retrato de Michael Wolgemut de Alberto Durero (Germanisches Nationalmuseum, Nurem' berg). Fechada en 1 516, no fue obra de encargo, sino que Durero la pintó para poseer un retrato de su maestro. Tres años más tarde, el pintor añadía a la inscripción "Murió el día de San Andrés antes que el sol se pusiera" Al igual que en el dibujo de su madre, la fuerza interior domina el rostro de este anciano de 82 años de edad con una intensidad extraordinaria; la mocencia, la pureza de sus ojos claros contrasta enormemente con la dureza de su perfil de hueso.


San Jerónimo en su estudio, de Alberto Durero (Museo Albertina, Viena). En esta obra maestra del grabado sobre plancha de cobre de 1 513 se pone de manifiesto el pensamiento humanista de Durero, sintetizando en la expresión del concentrado santo la actitud enérgica y decidida de los cristianos. Comparada con otras xilografías encargadas en 1492 por el impresor Nicolás Kessla. en ésta confiere mayor realzado a los detalles, aunque pervierte el realismo en la disposición del león, manso como un canto adormilado junto a un perrillo faldero. El autor siempre plasmaría al santo encerrado en su celda o haciendo penitencia en el desierto, admirado por el ejemplo de reflexión e intelectualidad del beso, un claro icono de la fe reformista.

A finales de su vida, Durero se dedicó intensamente a la publicación de sus obras teóricas: en 1525 apareció la obra Instrucción para la medición, dos años después la Teoría de la fijación y en 1528 los cuatro libros de su Teoría de las proporciones. Estos trabajos, portadores de nuevos impulsos, influyeron mucho en sus coetáneos. En la Instrucción para la medición, obra a la que dedicó 16 años de su vida, Durero pretendió realizar un tratado para los artistas de su tiempo, recopilando en ella los conceptos básicos de las matemáticas, así como explicaciones detalladas de geometría aplicada y de estereométria. La Teoría de la fijación es la primera explicación teórica impresa sobre este tema y tuvo su origen en sugerencias múltiples.

Como ya se ha dicho antes, Durero se ocupó desde aproximadamente el año 1500 de la construcción y proporciones de la figura, planteándose el problema de la belleza del cuerpo humano expresada en dimensiones mensurables. En principio había planeado una teoría de la pintura, en la cual su trabajo sobre las proporciones no iba a ser más que un capítulo.


⇨ Melancolía, de Alberto Durero (Germanisches Nationalmuseum, Nuremberg). Es uno de los grabados más famosos de Durero; en él se ha querido ver no sólo un autorretrato íntimo del propio artista, sino la esencia misma del humanismo universal. La desesperanza de esta figura alada ilustra a la vez los peligros y las satisfacciones de la investigación intelectual y la vida contemplativa, siendo asimismo una imagen prototípica del espíritu creador, del hombre a solas consigo mismo, simbolizando la antítesis de la apreciación que tenía Durero por otro personaje pensativo como San Jerónimo.



Dada la extensión de este capítulo, Durero decidió profundizar más en estos problemas y publicar por separado la Teoría de las proporciones. En ella desarrolló un sistema dotado de bases científicas; en el curso de sus estudios teóricos pasó de la búsqueda del ideal único de belleza a la"teoría de la variedad en la perfección", publicada en 1528 . Su obra se pu284 blicó en latín en 1523 y 1534, en francés en 1557, en italiano en 1591 y en holandés en 1622.

⇦ San Jerónimo, de Alberto Durero (Museo Nacional de Arte Antiguo, Lisboa). Pintado en 1521, este retrato idealizado del santo reflexivo es una pieza maestra de su dominio de la línea, como se evidenoa en la retorcida barba rizada de San Jerónimo, en las páginas recortadas de los volúmenes que destacan en el margen inferior, en el detallado talle de la calavera y, sobre todo, en la fuerza psicológica que contiene la expresión cansada del anciano, quien señala con un dedo el lugar físico del pensamiento mientras se sostiene su cabeza con la mirada atormentada dirigida hacia el espectador, advirtiéndole del dolor y la fatiga del eJercicio mental.



Alberto Durero murió el 6 de abril del año 1528 y fue enterrado en la tumba familiar de los padres de su mujer en el cementerio de San Juan, en Nuremberg. En el libro de fallecimientos ilustres de Nuremberg (Nuremberg, Gerrnanisches Nationalmuseum), hoja "von mitvoch nach invocavit bis uff mitvoch nach Pfingsten" (del4 de marzo al4 de junio del año 1528), consta: "Alberto Durero, pintor en la Zystlgasse" y, añadido por otra mano," el artista insigne". Dice Willibald Pirckheimer en su lamento por la muerte del amigo (impreso en la edición de la Teoría de las proporciones de Durero, publicada el 31 de octubre de 1528) que la muerte se le había llevado todo menos su gloria, y que ésta perduraría mientras existiera la Tierra.

Hacia finales del siglo XVI y comienzos del XVII se observó un renacimiento de la obra de Durero como fuente de inspiración de la nueva generación de artistas: se citaban sus libros, se realizaban obras inspiradas en su estilo y, sobre todo, se coleccionaban con entusiasmo sus obras o, cuando faltaban éstas, buenas copias. El emperador Rodolfo II, en Praga, y el duque de Baviera y príncipe elector Maximiliano I fueron los coleccionistas de mayor importancia. Adquirieron las obras más relevantes, y por esta razón se encuentran en Praga la Instauración de la fiesta del Rosario, y en Munich el Altar Paumgartner, los Cuatro Apóstoles y la tabla central del Altar de Heller, hasta que fue destruida por un incendio en 1729. También existieron, sin embargo, coleccionistas entre la burguesía, especialmente en Nuremberg, que pudieron enorgullecerse de poseer obras de Durero en sus colecciones.

Los primeros aniversarios de su muerte y nací­ miento se celebraron con entusiasmo, pero fueron los románticos alemanes quienes popularizaron la figura de Durero. El fue el primer artista a quien se erigió un monumento en bronce, proclamándolo" el padre del arte alemán".

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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