Punto al Arte

La tempestad de Germaine Richier


Obra realizada entre 1947 y 1948 por esta escultora francesa, una creación convulsa, que parece concebir el ser humano como un monstruo y lo sitúa en el contexto terriblemente dramá­ tico de una aportación escultórica teñida de surrealismo. 

(Museo Nacional de Arte Moderno, París)

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Praxiteles, la plástica de lo sensual

Sátiro en reposo de Praxiteles (Museo del Capitolio, Roma). Copia en mármol de un original del siglo IV a.C. atribuido a este autor, que introduce en el mundo de la belleza sensitiva, del ocio placentero. Su arte sigue al servicio de la fe, pero las divinidades del Olimpo praxitélico poco tienen que ver con los dioses tonantes, hinchados de majestad. Praxiteles los ve como hermosos jóvenes tranquilos: la mirada perdida en el ensueño, una vaga sonrisa vaga por sus labios mientras los dedos se complacen en un juego pueril. "Constatamos -dice Rodenwald- con un estremecimiento de alegría, que espiamos al dios, sin que él se dé cuenta, en la dulce paz de su existencia llena de felicidad." El precio que el artista hubo de pagar por esta sensación de beatitud no se escapa: una construcción escultórica sólida cuya dificultad escamotea una sutil y refinada calidad plástica.



Pero la revolución trascendental tenían que llevarla a la escuela de Atenas los grandes maestros de la segunda generación después de Fidias, sobre todo el hijo de Cefisodoto, llamado Praxíteles como su abuelo. Es el artista elegante y sensual. Prácticamente nada se sabe de su vida. Una leyenda habla de su amistad con la cortesana Friné, nacida en Tespis, ciudad destruida por la guerra en el 372 a.C., y de la que se tiene constancia de que era anciana en tiempo de Alejandro. La edad dorada de Friné, cuando su belleza se hallaría en la plenitud, que sería cuando la protegió el escultor de Atenas, debe suponerse, pues, entre los años 360 y 350 a.C. Se dice que Friné, para saber cuál era la estatua preferida por el maestro, tuvo que valerse de una estratagema. Una noche en que Praxiteles había ido a visitarla, hizo que uno de sus criados llegara súbitamente dando desaforadas voces de que el taller estaba ardiendo.

Al escultor se le escapó entonces la afirmación de que no sentiría aquella desgracia con tal que se salvasen el Fauno y la estatua del Amor, y la cortesana habría conseguido de su amante el regalo de estas dos obras preferidas. El Fauno estuvo colocado, en Atenas, en la Vía de los Trípodes, en donde pudo verlo todavía Plutarco; el Amor lo había regalado Friné a su patria, Tespis, que había sido reedificada, y adonde iban a admirarlo los intelectuales a la época romana hasta que Nerón acabó por trasladarlo a Roma.

 Dionisos y un sátiro de Praxiteles (Museo Arqueológico, Venecia). Reproducción en mármol del original griego del siglo IV a.C.




Apolo Sauróctonos de Praxiteles (Museos Vaticanos, Roma). Réplica en mármol de una de las obras más conocidas de Praxiteles, datada hacia el año 350 a.C., que procede de la colección Borghese. La escultura representa a un joven Apolo en el acto de cazar un lagarto, de ahí su nombre.






















 Afrodita de Cnido de Praxiteles (Museos Vaticanos, Roma). En la cima de su gloria, Praxiteles esculpió esta obra, tan célebre que de ella se conocen hasta medio centenar de copias. Por primera vez en la historia de la gran escultura se nos revela la naturaleza de la diosa del amor que Praxiteles muestra sin velos: los senos plenamente desarrollados, amplias las caderas, las piernas torneadas y finamente articulados los tobillos. Todo en ella anuncia el amor. Pero en la noble cabeza no hay el menor atisbo de lubricidad: sólo un gran artista podía realizar ese milagro.



No se han reconocido con absoluta certeza estas dos obras a que se refiere la anécdota concerniente a Friné. Se ha supuesto que una copia del Amor, de Tespis, sea una bella estatua de adolescente alado, en el Vaticano, de la cual hay otras dos copias en Nápoles y Turín. Es un joven fino, de cabellera abundante y mirada soñadora; su cuerpo tiene las tiernas formas de todos los tipos praxitélicos. Otra pequeña estatua del Amor parece también del estilo propio del maestro de Atenas; es un bronce bellísimo, encontrado dentro de una nave griega naufragada en Madhia, en la costa de África, con todo su cargamento de estatuas y fragmentos de arquitectura.

   Respecto al Fauno de la Vía de los Trípodes, se han hecho varias conjeturas, pero ninguna satisfactoria. Puede comprenderse, sin embargo, cómo expresaba Praxiteles el indefinible atractivo de estas naturalezas semihumanas, porque de él queda otra estatua de Sátiro, muy conocida, la cual debió de ser famosísima en la antigüedad; baste decir que es la escultura más reproducida por los copistas romanos. Es un joven apoyado, en indolente postura, en un tronco, con los pies cruzados y un brazo que descansa en la cadera; todo en esta figura tiende a dar la impresión de sensual abandono. ¡Cuán lejos se está del Doríforo de Policleto, que en el siglo anterior se había tomado como modelo perfecto de la belleza humana! En el Sátiro de Praxiteles las formas son redondeadas; no se percibe un solo músculo acentuado en los brazos ni en las piernas; el torso tiene suavidad casi femenina; una piel de lince airosamente doblada cubre el pecho. Pero lo más interesante del Sátiro es la cabeza; hay en los ojos y en la boca una expresión apenas perceptible de animal en forma humana. Las orejas cabrunas se disimulan con la profusa cabellera, pero la mirada turbia denota cuál es la verdadera naturaleza del modelo, en el que la inteligencia parece haber sido sustituida por el instinto. Se pueden imaginar los movimientos de esta figura, si se pusiese en marcha: ligera, esbelta, avanzando a pequeños saltos.

Venus de la Villa Adriana atribuida a
Cleomenes (Alte Nationalgalerie,
Berlín). También llamada Venus Me-
dicea, esta escultura fue realizada
hacia el siglo I a.C. sobre un original
en mármol de Praxiteles del siglo III
a.C. Obra hallada en 1680 en la Villa
Adriana. 
Otra escultura muy característica de Praxiteles, de la cual se conservan varias copias, es el Apolo joven, conocido con el nombre de Apolo Sauróctonos porque ha sido representado en el acto de matar un lagarto o saurio que se encarama en el tronco de un árbol. Apolo, el más bello y gracioso de los inmortales, en los días felices de su adolescencia juega ya a matar el saurio o lagarto, animal que vive en las rendijas de las rocas, clara alusión a las tinieblas del reino subterráneo.

Pero la obra más estimada de Praxiteles en la antigüedad era su estatua desnuda de Afrodita, que se conservaba en Cnido. La diosa del Amor siempre había sido representada vestida; así aparece en el friso del Partenón, y todavía vestida, aunque con tú nica transparente, la representó Alcarnenes. Praxiteles la sorprendió desnuda, en el momento de salir del baño; tiene a un lado el jarro de los perfumes y el manto plegado para envolverse. El arte griego sentía todavía cierto prejuicio contra el desnudo de mujer. La Afrodita de Praxiteles no parece tener precedentes; debía de ser una obra de taller, ejecutada en la soledad de su genio, en las horas que le dejaban libres los encargos. Como todas las obras del gran maestro, aparecía ligeramente policromada: el color suave puesto sólo en los ojos, los labios y el cabello; el resto del cuerpo tendría una pátina cerúlea. En la antigüedad se la consideró como un retrato de Friné.

Habiendo acudido a Atenas al mismo tiempo comisionados de las ciudades de Cos y de Cnido, para adquirir una Afrodita, Praxiteles les dio a escoger entre las que tenía terminadas. Los de Cos prefirieron una vestida; los de Cnido aceptaron la desnuda, la cual andando el tiempo, tenía que hacer famosa a su patria. Todos los amantes del arte en la antigüedad acudieron a ver el mármol maravilloso de Praxiteles.

Hermes y Dionisos (Museo de Olimpia, Atenas). Hallado en Olimpia, el grupo es el único original de Praxiteles que es posible admirar. Los retoques posteriores, que inducen a algunos especialistas a creer que se trata de una copia, no han alterado el grano original del mármol, aquella marmoris gloria, cuya insuperable perfección tanto alabaron los antiguos. Hermes, que conduce a Dionisos a las ninfas de Nisa, se detiene un instante en el camino para ofrecer a su medio hermano un racimo de uvas y el joven dios del vino trata de agarrarlo. Este juego anodino es el punto culminante de la composición, construida en arqueados movimientos ascendentes de modo que la atención recaiga sobre el rostro de Hermes. Pero el dios, entrecerrados. los ojos, casi borrado el párpado inferior, está ausente, ensimismado en sus propios pensamientos. 
Marsias rodeado por las Musas de Praxiteles (Museo Nacional de Atenas). Gracias a una breve nota de Pausanias fueron identificados estos bajorrelieves, atribuidos a este artista y hallados en Mantinea por Fougères en 1887. Al parecer adornaban el zócalo de un pedestal sobre el que se alzaba una gran escultura del maestro y representan a Marsias tocando la flauta en compañía de las Musas. Envueltas en amplios mantos, las musas aparecen revestidas de una dignidad sabiamente arcaizante. Durante siglos los magníficos relieves sirvieron de lápidas en una iglesia cristiana. 
La Afrodita de Cnido ha sido reconocida en varias copias romanas; la mejor se guarda en el Vaticano. Es bellísima; la cabeza es de una hermosura ideal; es el prototipo perfecto de la mujer hermosa. Sorprenden el maravilloso modelado del busto y la espalda, la forma elegante de las piernas, todo el cuerpo sobrio y macizo, sin pliegues ni hoyuelos. Hasta cierto punto es casta: su cabeza está libre de pasión; la hermosa mujer mira tranquila, sin turbarse por manifestar el encanto de la belleza inmortal de su naturaleza femenina.

Símbolo de coquetería femenina es el aro que lleva en el brazo izquierdo. Esta nota se exagera en copias e imitaciones posteriores; el severo jarro de los perfumes y la especie de toalla que sostiene con una mano se cambian en una preciosa pareja de amorcillos o delfines, que distraen del asunto principal: la belleza del desnudo cuerpo femenino. La figura se apoya sobre un solo pie; la otra pierna, doblada, no efectúa ningún esfuerzo; por esto, para el equilibrio del bloque de mármol se hacen mecánicamente necesarios el puntal del jarro y la sábana. Que ésta sea la famosa Afrodita de Praxiteles nos lo atestiguan las monedas de la pequeña ciudad doria, que la reproducen en su reverso de manera harto reconocible. El original se conservó en Cnido durante la época romana, pero en la Edad Media se trasladó a Constantinopla, donde lo guardó en su galería un coleccionista bizantino llamado Lausos.

Marsias rodeado por las Musas de Praxiteles (Museo Nacional de Atenas). Otro detalle de las figuras que forman el bajorrelieve de Marsias. 
Hasta aquí se ha hablado de obras de Praxiteles al que se debe conocer por copias y restauraciones arriesgadas. Pero el gran maestro parece haber sido el favorito de la fortuna, ya que no es un artista como Fidias, que aun en sus obras de arte ha sido injuriado tristemente por el tiempo y los hombres. Rigurosas excavaciones del territorio helénico han proporcionado tres mármoles auténticos de Praxiteles, cincelados por su propia mano, de los cuales se tenían antiguas referencias escritas. El primero es el grupo de Hermes y Dionisos, de Olimpia. Estaba en el viejo templo de Hera. Hoy se cree que el grupo de Olimpia es una escultura de la época juvenil del maestro. Pero esta escultura de Olimpia es, después de las estatuas del Partenón, el mármol más precioso que haya legado la antigüedad. Quienes la han visto en el pequeño Museo de Olirnpia no pueden olvidar el encanto de su misteriosa perfección; el mármol parece revestido de una epidermis blanda y nacarada, como si tuviera, más afinada aún, la sensibilidad contemporánea al observador. La estatua se encontró mutilada de las piernas y uno de los brazos, pero la cabeza estaba intacta; en la frente, la nariz y los labios, milagrosamente conservados, ni un solo arañazo alteraba las líneas puras del hermano de la Afrodita de Cnido.


 Cabeza de Eubuleos de Praxiteles (Museo Nacional de Atenas). El culto a Eubuleos, el porquerizo que fue testigo casual del rapto de Deméter por Plutón, se celebraba tan sólo en los misterios de Eleusis. La escultura fue hallada en las ruinas del santuario y las copias romanas la atribuyen a Praxiteles, lo que parece confirmar que se trata de esta obra.



Hermes sostiene en el brazo izquierdo al pequeño Dionisos y con la mano derecha le mostraría un racimo, que el niño hace ademán de querer alcanzar. La figura de Hermes está apoyada sobre un gran manto que pende de su brazo izquierdo. Es evidentemente la misma combinación ingeniosa de la Afrodita de Cnido, que parece sostener el ropaje que tiene sobre el jarro, pero que realmente sirve para hacer más estable la figura, algo inclinada. Un escultor formado en el cultivo de la técnica en bronce no hubiera recurrido a estos expedientes con tan grande naturalidad y tanto arte como Praxiteles; lo mismo la Afrodita de Cnido que el grupo de Hermes y Dionisos nada pierden con tener a un lado la elegante combinación de pliegues de líneas rectas que contrastan con las suaves curvas de los juveniles cuerpos divinos.

 Apolo de Belvedere atribuido a Leocares (Museos Vaticanos, Roma). El arte clásico tardío aparece profundamente ansioso de elevación y felicidad. Praxiteles y su discípulo Leocares redescubren los theoi rheia zoontes homéricos, los dioses que viven por encima de los mortales y a quienes se manifiestan bajo su forma más amable, sobrenatural y maravillosa. Esta magnífica escultura es una copia romana, en mármol, del bronce original.



Otra obra de Praxiteles, identificada también gracias a una indicación de Pausanias, es una basa con relieves que sostenía un grupo suyo en Mantinea. El poco atento viajero dice solamente que en el zócalo de un gran grupo de Mantinea estaban representadas las Musas y Marsias tocando la flauta. Esta indicación bastó para identificar los relieves, que se encontraron vueltos al revés, sirviendo de losas en el pavimento de la iglesia. Como elementos de información resultan importantísimos, porque en las figuras de las Musas Praxiteles enseña, sobre todo, su estilo aplicado a la ejecución de imágenes femeninas vestidas, estilo que debía ser muy imitado. Las Musas de Mantinea van envueltas en holgados mantos que insinúan suavemente la noble forma de sus cuerpos.

   La tercera obra de Praxiteles que se ha encontrado en las excavaciones del suelo de Grecia es la cabeza del joven Eubuleos, hallada entre las ruinas del santuario de Eleusis. Se conocían varias copias romanas de esta cabeza, algunas con la inscripción que decía ser el Eubuleos de Praxiteles. Su culto se celebraba únicamente en el santuario de los misterios; esto bastó para asegurar que el mármol descubierto era el propio original que hubo de ejecutar el escultor para Eleusis.

Artemisa atribuida a Leocares (Musée du Louvre, París). Réplica romana en mármol del original en bronce del siglo II a.C. La instantaneidad del movimiento -Artemisa tomando una flecha de su carcaj- se concentra en los brazos y en la disposición de las piernas. Como hábil contrapunto, la cabeza levemente echada hacia atrás, frena el movimiento y subraya la eternidad de la fugitiva aparición.
En todas las obras auténticas ya mencionadas de Praxiteles y en otras que por analogía se le han atribuido hay una anticipación de extraño espiritualismo. Su arte posee a veces tal fuerza de sentimiento, que impregna sus obras de una nostalgia casi religiosa. El gran escultor del amor y de la carne suele abstraerse en un quietismo que le hace aparecer como fervoroso contemplativo.

Aunque generalmente la sensualidad coexiste y acaba por confundirse con el misticismo, en las obras de Praxiteles hay algo más que esta reversión y confusión de extremos. Sus figuras están animadas de vida interior, orgánica y, al mismo tiempo, espiritual; su plenitud puede explicarse por el resultado que debió de producir en el artista y en sus contemporáneos las iniciaciones en los misterios. El tiempo de la esperanza en la inmortalidad por heroísmo, que importaron los dorios, y la época de la satisfacción filosófica del conocimiento lógico y racional que bastó a la generación de Fidias y Pericles, son horas de un oscuro pasado para las gentes del siglo IV a.C. Éstas habían experimentado la inefable bienaventuranza de la compañía de los dioses. En Eleusis se asistía a la cópula o teogamia de Plutón y Proserpina. En otros misterios, probablemente era más personal la iniciación y completa la intimidad con un ser divino. Que Praxiteles fuese un entusiasta de los misterios, lo revela el Eubuleos que hizo para Eleusis; pero, además, consta que Friné, que fue su amiga, fue castigada por introducir en Atenas los misterios de Isodates.

No es, pues, de extrañar que el mórbido estilo de Praxiteles fuese, por su optimista melancolía, el preferido para las estatuas funerarias. Muchas figuras femeninas envueltas en amplios mantos (como las Musas de Mantinea) son evidentemente retratos idealizados, para ser colocados en un sepulcro; su gesto suave, tranquilo, debió de corresponder sin duda a la imagen ideal de una persona que vive más intensamente en el Hades que en la Tierra. Dos de estas estatuas (llamadas la grande y la pequeña herculanenses porque fueron halladas en Herculano) son los mejores ejemplos de este género de retratos. Igualmente debe considerarse como impregnada de la bienaventuranza que prometían los misterios la estatua praxitélica del Museo Británico procedente de Cnido. Los críticos quisieron ver en ella a Demé­ter, la diosa madre, que sueña pensando en su hija perdida. Es probable que la supuesta Deméter de Cnido no sea más que un retrato funerario, la persona real idealizada para decorar su propia tumba. Sin embargo, ¡cuánta dignidad, qué noble reposo! Nada en esta figura revela tristezas personales, ni hay todavía ningún rasgo fisonómico característico, exclusivo de su cabeza material.

 Artemisa de la isla de Milos (Badisches Landesmuseum, Karlsruhe). Reproducción romana del original en mármol de Praxiteles, datado hacia



De entre los discípulos de Praxiteles, el primero que hay que mencionar, aunque no sea el de mayor fama, ha de ser su hijo, el cuarto escultor de la familia, llamado Cefisodoto como su abuelo. A este Cefisodoto el Joven se ha atribuido la llamada fanciulla o jovencita de Anzio, encontrada en las ruinas de una villa de Nerón, cerca del mar. Representa para algunos, no una sacerdotisa, sino un joven adolescente, al que presta aspecto afeminado su traje talar de acólito del culto. La cuestión del sexo de esta figura todavía no está resuelta, lo que no impide admirar su gran belleza; tiene los cabellos recogidos sobre la frente e inclina la cabeza con recogimiento religioso sobre la tablilla donde están la rama de laurel y los instrumentos de la purificación.

Otro de los discípulos de Praxiteles, Leocares, realizó un gran grupo de Ganimedes raptado por el águila, del cual se conserva una copia en el Museo del Vaticano. Es gracioso el detalle pintoresco del perro que ladra viendo a su joven amo suspendido en el espacio; es una supervivencia de esta sensibilidad animal de la naturaleza, que entra también dentro de la gamma praxitélica. Del mismo Leocares se suponía fuese el famoso Apolo de Belvedere, que más bien debe atribuirse a otro discípulo de Praxiteles, al corintio Eufranor. Este artista prueba que el estilo del maestro hacía escuela fuera de Atenas. Sin embargo, el Apolo de Belvedere, tan estimado por los románticos del siglo XIX no es sino copia de un original más antiguo, y aun con la desdichada introducción del amplio manto que lleva pendiente del brazo. Su clámide debía de ser más pequeña, y con la mano en alto blandiría el arco o una rama de laurel.

Estatua gemela del Apolo de Belvedere es la Artemisa o Diana de Versalles, en el Louvre. De ésta tampoco se tienen más copias que un fragmento del torso encontrado en Itálica, cerca de Sevilla. Ambos dioses, Apolo y Artemisa, avanzan lanzando el cuerpo hacia delante y se equilibran mediante la posición de sus brazos.

Es natural que los tipos predilectos de Praxiteles se repitieran durante largo tiempo. Sin embargo, el tipo de la Afrodita desnuda no fue aceptado inmediatamente; la diosa se representó más a menudo con un manto que le cubría las piernas. Así son la de Arles, la de Milo y la de Capua.

Fuertes ecos de praxitelismo se percil;>en todavía en la Afrodita descubierta en la isla de Melas o Milo, conservada en el Louvre, y que hoy se considera obra helenística de fines del siglo II a.C. A su descubrimiento, en el año 1820, estaba rota en varios fragmentos, uno de los cuales era parte del pedestal, con la inscripción que señalaba como autor a un tal Alexandros. Este fragmento del pedestal y parte de los brazos se perdieron, dando lugar, en tiempos pasados, a largas discusiones acerca de la posición de los mismos y por extensión, sobre la escena representada. La Afrodita o Venus de Milo se yergue apoyada sobre un pie, mientras el otro descansaba en una especie de peldaño que formaba el fragmento perdido con la inscripción. Uno de los brazos debía de sostener ligeramente los pliegues del manto que cubre las piernas.

Pero se conservan tres grupos de Marte y Venus de época romana (dos en los Uffizi y unó en el Museo de Belgrado), en los cuales la diosa aparece en posición semejante a la Afrodita de Milo, y el brazo izquierdo, levantado, se apoya sobre el hombro de su divino amante. Esto induce a creer que, en ei original griego, Afrodita estaba también al lado de Ares. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.  

Los pastores de la Arcadia


Los pastores de la Arcadia (Les bergers d'Arcadie) es una obra de Nicolas Poussin, el máximo exponente del clasicismo francés, a pesar de que trabajó la mayor parte de su vida en Roma.

El pintor sitúa la escena en un paraje melancólico: tres pastores de la bucólica Arcadia y una bella joven, situados equilibradamente en el centro de la composición, encuentran entre la vegetación una tumba en la que leen una inscripción. Poussin escenifica concretamente el momento en que los pastores se entregan al desciframiento del texto: Et in Arcadia ego, que se podría traducir como "Yo, la muerte, también estoy (o he vivido) en Arcadia". En el Paraíso, reino ideal de perfecta felicidad y belleza, puede hallarse la muerte, y sobre ello reflexiona el grupo.

La Arcadia real es una región de la Grecia Central a la que la lírica pastoral clásica había convertido en símbolo de la vida alegre y despreocupada, la tierra del dios Pan. En cambio, la Arcadia idílica nace en la poesía latina, y es la Arcadia de la isla de Sicilia, escenario aparecido en los Idilios de Teócrito.

Es un memento mori, un recordatorio sobre la vanidad de las cosas humanas frente a la muerte. Se basa como en su pintura anterior, en un cuadro de Guercino de 1616, quien parece ser el primero que trató el tema. El pintor italiano representó a dos pastores que hallan una calavera de aspecto terrorífico. En cambio, Poussin ha eliminado de forma deliberada la calavera de esta composición, que es un elemento fundamental en su primera obra, realizada posiblemente en 1630, y que actualmente se conserva en la Colección Devonshire, en Chatsworth, Inglaterra.

Sin embargo, en esta pintura, se concentran otras divergencias con respeto a las citadas más arriba. Aquí, el drama y la sorpresa características de las anteriores ha desaparecido. Los personajes no presentan el rostro de una aparición aterradora, sino más bien se encuentran absortos en una tranquila y pensativa conversación. Uno de los pastores aparece arrodillado como leyendo la inscripción. Otro parece discutirla con la única figura femenina de la escena. Mientras que el tercero está inmerso en la melancolía. En el cuadro del Louvre, Poussin ya no representa un dramático encuentro con la Muerte. Más que hallar la muerte de manera directa, los pastores descifran el epígrafe y meditan sobre él: la fugacidad de la felicidad humana y la inevitabilidad de la muerte, que acecha en cualquier parte.

La calavera, símbolo convencional de la Muerte personificada, no aparece, pero algunos investigadores la han interpretado. Así Stefel, en el año 1975 afirmó que la calavera estaría marcada por la sombra de la cabeza de uno de los pastores. Una lectura que contrasta con la de Lévi-Strauss, para quien estaría representada por la figura femenina. Por tanto, la alusión a lo efímero estaría presente en el cuadro, pero de diferente manera.

La influencia de Tiziano en cuanto al tratamiento del color es evidente en esta y otras obras del pintor francés. Los pastores de la Arcadia, con una cronología incierta, pues algunos la sitúan en 1638 y otros en 1650, aparecen mencionada en el año 1688 dentro de las colecciones de Luis XIV.

Hacia 1638 debió realizar esta segunda versión del tema Et in Arcadia ego, el célebre cuadro, un óleo sobre lienzo, que en la actualidad se conserva en el Musée du Louvre.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Picasso escultor

Sin duda es por el prejuicio que tiende a hacer de la escultura el pariente pobre de la pintura por lo que la enorme producción de Picasso en este campo, que bastaría por sí sola para darle gloria, ha sido considerada durante tanto tiempo como un pasatiempo del pintor.



⇦ Cabeza de mujer de Pablo Picasso (Museo Nacional Picasso, París). Escultura en bronce, en la que la simplificación de los rasgos, la quietud, la calma y la contención de la pieza hacen que se asemeje a las obras de Maillol o Matisse.  


Vaso de ajenjo de Pablo Picasso (Colección particular). Esta obra de 1914 realizada en bronce policromado, que representa un vaso con una cucharilla de plata sobre la cual hay un terrón de azúcar, es el ejemplo más interesante de escultura policromada cubista que realizara Picasso.  

Desde su primera figurilla en bronce -una Mujer sentada de 1902- al florecimiento de las cerámicas de Vallauris, que se inicia en 1947, y a los grandes recortes de chapa pintada, seguidos por los últimos monumentos en hormigón grabado erigidos, siguiendo sus planos, en Escandinavia, en Francia, en los Estados Unidos, el talento proteiforme del autor del Hombre del cordero (1944) se ha ejercitado en todas las direcciones y en todos los materiales. El Bufón con gorro de payaso (1905) constituye su primer hito notable.


Hombre del cordero de Pablo Picasso (Museo Na-
cional Picasso, París). En 1943, el artista realizó 
esta obra, para la cual había hecho unos cincuenta 
dibujos, que suponen una profunda reflexión sobre 
el tema cristiano del buen pastor y del poder del 
arte frente al terror de la guerra que se estaba pro-
duciendo. 


La preocupación psicológica por la individualidad del modelo se sacrifica rápidamente, de una vez para siempre, en provecho de la expresión del volumen, como lo atestiguan la Cabeza de mujer de 1906 y algunas otras obras del mismo período, en las que se ha querido ver la influencia de la escultura iberoafricana: cabeza secreta como una máscara y que no Anuncia nada de la de 1909, más característica del cubismo, y todavía menos de aquellas, de tamaño mayor que el natural y llenas de imperiosas profuberancias encima de un cuello alargado, que nacen en 1932 en el taller de Boisgeloup.

En los años cuarenta y a principios de los años cincuenta, tiene lugar el triunfo de la escultura a partir de objetos de desecho: la Mujer con un coche de niño (1950), Cráneo de cabra y botella (con realce de color, 1951) y la Mona (1952), con la frente baja y la mandíbula saliente hechas con dos automóviles en miniatura sacados de una juguetería. El vientre de la Cabra (1950) está formado también con un canasto de mimbre. Pero el estupendo Hombre del cordero, erigido en 1951 en la Plaza del Mercado de Vallauris, está modelado en cambio totalmente ex nihilo.

La cabra de Pablo Picasso (Museo Nacional Picasso, París). Éste es uno de los más famosos bronces del artista, que fue realizado en Vallauris en 1950. Cuesta adivinar, en el perfecto acabado, que se trata en realidad de una obra de ensamblaje; el vientre hinchado fue obtenido a partir de una cesta de mimbre; los cuernos, de una cepa, y la parte trasera, de una lámpara de alumbrado. Los numerosos elementos que intervienen en esta sorprendente composición se incorporan por su carácter formal y no por su textura, y han sido disimulados con insólita habilidad.

Si se insiste de este modo sobre Picasso es porque su fecundidad volcánica dio inicio a todo, lo presintió todo, y porque ofrece por sí solo como en una perspectiva caballera, un panorama casi completo de la escultura del siglo del que su actividad de creador ha cubierto una parte tan grande.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

William Morris y las Arts & Crafts

El Pre-Raphaelitism, que empezó siendo en el fondo una erupción romántica, con Burne-JonesWilliam Morris acabaría adquiriendo verdadera trascendencia artística.

Las concepciones artísticas de los prerrafaelistas ejercieron una notable influencia en las artes decorativas, sobre todo a través de Morris.

Poeta, pensador, político, pintor y diseñador, William Morris (1834-1896) es una figura singular en la historia inglesa de la segunda mitad del siglo XIX, el artífice del gran impulso renovador en el dominio de la estética y la popularización del arte en Inglaterra y en casi toda Europa.

La Reina Genoveva, de William Morris (Tate Britain, Londres). De título equívoco, pues se trata en realidad de un retrato de Jane Burden, responde a una escena de los mitos artúricos que el autor pintó en 1857, poco antes de casarse con la modelo. El elegante sentido ornamental del cuadro sugiere la cercana intención de Morris por abandonar la pintura para dedicarse exclusivamente al diseño y a la decoración de interiores. Quien fuera representada como la esposa del rey Arturo acabó siéndole infiel con Dante Gabriel Rossetti ante la indiferencia de Morris, cuyo principal interés residía en la observación casi obsesiva de los detalles de la naturaleza. 

Nacido en el campo, de familia acomodada, se formó en Oxford donde conoció a los prerrafaelistas y entró en contacto con las ideas del escritor inglés John Ruskin, gran defensor del neogoticismo y destacado teórico y crítico del arte. Influido por este pensador, se apasionó por cuestiones teológicas, de poesía medieval, y durante las vacaciones se dedicó a visitar las grandes catedrales inglesas y francesas. Esta experiencia y su amistad con los prerrafaelistas le llevaron a reflexionar sobre el modelo medieval y a revisar los peligros deshumanizadores de la incipiente sociedad industrial que se estaba generando en su país. Entró en 1856 en el estudio del arquitecto y arqueólogo G. E. Street, autor de The Gothic Architecture of Spain, conoció a Rossetti y dos años después publicó su primer libro poético The Defence of Guinevere.

En 1859 contrajo matrimonio con Jane Burden, modelo de los pintores prerrafaelistas, y junto al arquitecto Philip Webb construyó su propia casa, la Red House, en Upton, un ejemplo arquitectónico verdaderamente importante por hallarse llena de novedades decorativas. Algunos de los artistas de la hermandad prerrafaelista, junto al propio Morris, colaboraron en la decoración de la casa diseñando la mayor parte del mobiliario e incluso las pequeñas piezas utilitarias.

The Red House, de Philip Webb (Bexley Heath, Upton). William Morris se convirtió en uno de los principales impulsores de la artesanía frente a los estragos de la industrialización. Acogiéndose a la tradición popular de la arquitectura rural del siglo XVII, Morris encargó a un amigo arquitecto la construcción en 1859 de esta casa roja rica en volúmenes y parca en ornamentos que no obstante refleja a las claras desde el exterior el holgado modo de vida de sus moradores. Aunque la edificación estuviera alejada de los rigurosos parámetros de las académicas casas modernas de la época, Morris y Webb no supieron romper del todo con las formas burguesas clásicas de la arquitectura urbana. Adaptada a los usos y costumbres del lugar, el edificio responde a unos no tan nuevos idearios de libertad y de individualismo que se expandieron entre las clases pudientes de Inglaterra. 

Animado por la experiencia de la Red House, creó en 1861 la firma Morris & Co., sociedad dedicada a proyectos de decoración, vidriería, papeles para paredes, alfombras, etcétera. La compañía funcionaba como un taller y una organización comercial para la producción y distribución de piezas de decoración. Aspiraba con ello a reavivar la nobleza del antiguo artesanado.

A través de sistemas de elaboración artesanales y utilizando materiales de gran calidad, Morris realizó vidrieras, cerámica, mobiliario, tejidos y papeles para paredes. Con estos trabajos quería llevar a cabo sus teorías, defendiendo el protagonismo del artesano, la nobleza del trabajo manual ante la servidumbre de la producción mecanicista y la consideración de que a través del arte el individuo podía mejorar la calidad de vida de la sociedad. La razón social se disolvió en 1873, y entonces Morris pasó a ser el único propietario de aquel negocio que amplió en 1881, con la fábrica de tapices de Merton (Surrey).

The strawberry thief, de William Morris (Victoria and Albert Museum, Londres). Este diseño para tela de algodón realizado en 1883 muestra algunas de las constantes decorativas de Morris, como los pájaros, las flores, las frutillas en forma de fresita y la abigarrada composición, llena de retorceduras y repeticiones. 

Sus ideas sobre un arte socializador le indujeron a una actuación política militante y fue uno de los fundadores de la Liga Socialista. Era necesario cambiar la sociedad, y el arte podía ser uno de los medios. Publicó artículos, dio conferencias por todo el país y participó en manifestaciones.

Personaje polifacético, Morris cultivó también la literatura, practicó el ensayo y tradujo antiguas leyendas nórdicas. Su obra novelada News from Nowhere (1891) tuvo una gran difusión y es la que mejor resume el pensamiento político y social de su autor.

Los últimos años de su vida los dedicó al taller imprenta Kelmscott Press, donde imprimió libros de gran calidad y creó nuevas tipografías de reminiscencias góticas. Editó, entre otros títulos, las obras completas de Chaucer en volúmenes bellamente encuadernados y pulcramente impresos con ilustraciones de gran sensibilidad.

The Golden Legend, de William Morris (Kelmscott Press, Londres). Personaje polifacético, Morris cultivó también la literatura, imprimió libros de gran calidad y ornó hermosas telas. Su diseño para las iniciales góticas conocidas como Troy y Golden & Chaucer quedó patente en la portada de este libro editado por el propio Morris y que releja su admiración por los antiguos manuscritos medievales iluminados. El renacimiento del arte impreso, recuperado por Morris en 1891, devolvió al libro su condición de objeto de culto y de obra de arte.

Pero el mérito de Morris ha sido el de haber introducido a través de su labor práctica y teórica una nueva manera de entender el arte y en especial las artes decorativas. Su influencia dio lugar a la aparición de las Arts & Crafts y otros movimientos posteriores, participando plenamente de la concepción modernista sobre la integración de las artes y consecuente revalorización de las denominadas artes menores. Según Morris, cualquier objeto debe estar concebido pensando en su belleza, su función y su calidad. Denunció la fealdad de la producción industrial, el desordenado y sórdido desarrollo de las ciudades y reivindicó la belleza para el entorno humano defendiendo de manera sincera los derechos del pueblo y su acceso al arte. Sus propias palabras son reflejo de un ideario ciertamente romántico: "No quiero el Arte para unos pocos". Pero paradójicamente sus productos resultaron asequibles sólo para unos pocos, ya que la artesanía no podía competir con los sistemas de producción industrial mucho más baratos. Belleza, sociedad y economía debían resolver aún nuevos litigios.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Composición con rojo, amarillo y azul

El Neoplasticismo fue creado en la ciudad holandesa de Leiden por Piet Mondrian y Theo van Doesburg, fundadores del grupo De Stijl, en 1917. Ambos buscaban la pureza plástica total trabajando con formas geométricas regulares y ángulos rectos y utilizando colores primarios (el amarillo, el rojo y el azul) y neutros (el blanco y el negro).

Mondrian, que había llegado a la abstracción por la vía del cubismo, recibe dos influencias fundamentales en la evolución de su obra. Una surge del ámbito pictórico y se debe a las composiciones del pintor Bart van der Lek, cuyas reducciones a base de planos de colores puros marcarán la trayectoria de su nuevo estilo.

La otra aportación procede del campo filosófico. Toda su obra posterior va a estar marcada ideológicamente por la teosofía de raíz neoplatónica formulada por el matemático Dr. Mathieu Schoenmaekers, corriente de pensamiento místico muy en boga en Holanda durante la Primera Guerra Mundial, que propugnaba el rechazo a la realidad material en favor de otra más superior y espiritual.

El teósofo Schoenmaekers, en su ensayo de 1915, La nueva imagen del mundo, escribía: "Los dos extremos absolutos fundamentales que conforman nuestro planeta son: la línea de fuerza horizontal, es decir, la trayectoria de la Tierra alrededor del Sol, y el movimiento vertical y profundamente espacial de los rayos que tiene su origen en el centro del sol. Los tres colores principales son el amarillo, el azul y el rojo. No existen más colores que ellos".

En su pintura, Mondrian, activo miembro de la Sociedad Teosófica holandesa, seguirá estos principios de manera muy estricta. Nunca abandonará la estructura de las líneas y los colores primarios. En sus obras se fusionan los dos elementos, elaborando un lenguaje plástico singular, liberado ya de todo individualismo, con el declarado propósito de "dar forma a las matemáticas".

En un escrito publicado en la revista De Stijl, en enero de 1918, ya propugnaba la necesidad de limitarse "a los tres colores primarios más el blanco, el negro y el gris". Para el artista, "en la pintura real abstracta, el color primario sólo quiere decir que actúa como color básico. Por lo tanto, el color primario aparece de forma muy relativa; lo esencial es que se libere de lo individual y de las sensaciones individuales y que sólo manifieste la emoción serena de lo universal".

En su Composición con rojo, amarillo y azul (Composition with red, blue andyelow), de 1935, se aprecia perfectamente esta depuración de las formas. Ese orden abstracto de rectángulos dentro de un orden basado en líneas que se cruzan siempre en ángulo recto alojando en los espacios cuadrangulares los tres colores (el azul, el rojo y el amarillo) que, con el blanco del fondo y el negro de las rayas, serán los únicos elementos que Mondrian utilizará durante muchos años, desde 1921 hasta 1941, cuando decide establecerse en Nueva York huyendo de los desastres de la II Guerra Mundial.

En la presente obra, el artista traza sobre el blanco de la tela líneas negras horizontales y verticales que determinan una trama de cuadrados y rectángulos, tres de ellos los ilumina con el rojo, el amarillo y el azul. Mondrian busca representar el cuadro en las dos dimensiones y evita crear la ilusión de profundidad, por eso omite cualquier línea curva o diagonal, porque representan la perspectiva.

El resultado es un cuadro perfectamente equilibrado, en donde el color, la forma y la disposición están estudiados según un perfecto orden mental, remitiéndose a las premisas teóricas expuestas en dos de sus ensayos: El arte y la vida (1930) y Arte plástico y arte plástico puro (1937).

La simplicidad de este lenguaje ha influido notablemente en el diseño y la arquitectura del siglo XX. Al hablar de este estilo se ha de señalar el interés hacia la arquitectura oriental, principalmente japonesa, pues las obras de Mondrian parecen relacionarse con estos espacios interiores.

Composición con rojo, amarillo y azul, de 55 x 55 cm, se conserva en la Tate Modern de Londres.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Broadway Boggie-Woogie de Piet Mondrian


Pintado en 1943 durante su estancia en Nueva York, las líneas que seccionan sus composiciones y que se cruzan entre sí y que parcelaban el espacio en segmentos geométricamente armónicos serían sustituidas por una línea continua de ritmos sincopados punteados con marcas de color. El autor se vio imbuido por una sensación de euforia al llegar a la ciudad, que plasmó con soltura en su pintura, emulando las luces de los rascacielos y el desenfrenado ritmo de su tráfico.

(Museum of Modern Art, Nueva York)

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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