Punto al Arte: 04 El arte barroco en Flandes y Holanda
Mostrando entradas con la etiqueta 04 El arte barroco en Flandes y Holanda. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 04 El arte barroco en Flandes y Holanda. Mostrar todas las entradas

El barroco inglés

Casa de la Reina de lnigo Jones, en Greenwich.

Durante la primera mitad del siglo XVII, la arquitectura inglesa discurría por los cauces del gótico tardío, enriquecido con elementos holandeses conocidos a través del tratado del holandés Vredeman de Vries, y no merecería especial atención si no fuera por lnigo Jones (1573-1652), introductor del clasicismo italiano. Así, quizá sea en la Queen's House (1616-1635), en Greenwich, donde se reúnan más felizmente todas las características de su nuevo y revolucionario lenguaje arquitectónico.

El otro gran arquitecto inglés de ese período, sir Christopher Wren ( 1632-1723), está considerado como el creador de la escuela barroca inglesa. El incendio de 1666 que destruyó casi todo Londres le permitió crear un plan urbanístico basado en las ciudades barrocas europeas. Sin embargo, fue en la reconstrucción de iglesias y en la nueva catedral que sustituyó al viejo San Pablo gótico, donde demostró su original interpretación de las tendencias francesas e italianas contemporáneas.

Por otra parte, cabe mencionar la figura de John Vanbrugh, que nos ha dejado en sus obras un movimiento imperioso de líneas realmente barroco, a diferencia de Wren, más comedido en este sentido.

Al igual que la escultura, la pintura inglesa del siglo XVII llevó una existencia frustrante, aunque Van Dyck, pintor de cámara de Carlos I, tuvo una favorable acogida en los medios pictóricos del país. Las causas de que la pintura inglesa no alcanzara su desenlace lógico en el siglo XVII, habrá que buscarlas en la intransigente política puritana y en la afición de los reyes de la Restauración por rodearse de pintores extranjeros mediocres.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Rembrandt, un gran retratista

En el siglo XVII la pintura holandesa no tiene más que un tema: los Países Bajos; es decir, sus ciudades y sus ciudadanos, sus campos, sus sociedades de tiro ... Esta pintura tiene una vida puramente local: se pintan flores para el dormitorio del burgomaestre, escenas de calle para el abogado, el retrato del pastor. Los artistas más célebres de la época tomaron parte en este análisis general de sí mismo hecho por todo un pueblo: Frans Hals pintó los banquetes de las sociedades cívicas; Vermeer, la casa. Rembrandt fue el autor de una Lección de anatomía, de una Ronda de milicianos, de un Retrato de grupo de los síndicos de los pañeros. Él, como los demás, cumplió perfectamente con la función de pintor, tal como era concebida en su país.

⇨ Retrato de María Trip de Rembrandt (Rijksmuseum, Amsterdam). Obra que refleja un prototipo de dama holandesa que perteneció a la rica burguesía del siglo XVII. Rembrandt se recreó evidentemente en la costosa blonda y en las perlas auténticas. La aplastante seguridad de esos ojos demasiado abiertos que en su encanto no sugieren ni el misterio ni la dorada fantasía de aquellos otros personajes de Rembrandt, protagonistas de sus relatos bíblicos. No se conoce la biografía de María Trip, pero por su retrato se diría que fue una mujer que tuvo en la vida pocas dudas. 


Si se distingue de los otros es por su genio. Rembrandt fue el único de los artistas de su tiempo que abordó diferentes temas, el único también que expresó una inquietud metafísica profunda; el único en haber pintado y grabado, ¡con qué sensualidad!, desnudos, el único en haber tratado los mitos que ocupaban a los pintores de otros países, en particular a los tan cercanos flamencos.

En realidad, los museos holandeses no muestran claramente que Rembrandt tuviera maestros y discípulos. La pintura holandesa no fue sólo un inventario poético de los bienes de ese mundo metódicamente conducido al amparo de las influencias extranjeras. Fue una pintura con profunda originalidad y su difusión tuvo una importancia universal: el paisaje salvaje de la escuela de Barbizon tuvo su inicio en Holanda y en Ruysdael.

¿No son acaso los holandeses los que inventaron el paisaje italiano como un género preciso? El impresionismo, a través de Jongkind, tiene sus fuentes en el espejeo de los canales. El propio Van Gogh, o sea el origen mismo del fauvismo y del expresionismo, ¿no se conectó acaso durante toda su vida con la tradición nacional holandesa?


Estudioso meditando de Rembrandt (Musée du Louvre, París). Un halo de misterio envuelve al personaje y al tema de esta obra, que alude acaso a un relato bíblico. El anciano, en un principio identificado como un santo, parece ser la personificación de la sabiduría. 

Una vez rendidos los honores podemos hablar más justamente de la pintura holandesa y subrayar que su originalidad no nació del aislamiento, sino de la comunicación con las tendencias extranjeras.

El Rembrandt del que se hablará aquí aparecerá un poco menos solitario, ocupado en los temas de su subconsciente, y algo más como un director de escuela que intentó dar al arte de su país una nueva orientación. El que la mayor parte de sus discípulos abandonase la vía a la que les arrastró, contribuye sin duda, al mismo tiempo que su genio, a su aislamiento.

Nacido el 15 de julio de 1606, en Leiden, y fallecido el 4 de octubre de 1669, en Amsterdam, Rembrandt vivió algo más de 63 años. Su obra corresponde de manera parcial a la evolución de su vida: comienza por realizar creaciones provocadoras, conoce luego un período mundano, prosigue con composiciones turbulentas y accede después al nivel superior.

Rembrandt Harmenszoon van Rijn (hijo de Harmen) pasó su juventud en Leiden. Su padre poseía una parte en un molino de la ciudad, negocio importante quizá puesto que dejó alguna fortuna. Rembrandt, el benjamín, fue el único de los hijos que la familia empujó hacia los estudios intelectuales. Al cumplir los quince entró como aprendiz con un pintor local que había hecho el viaje a Italia, Jacob Isaacszoon van Swanenburgh.

Lección de anatomía de Rembrandt (Mauritshuis, La Haya). El famoso cuadro realizado por encargo del doctor Tulp, cuyo retrato aparece dispuesto a hacer la disección de un ajusticiado; de los siete personajes que le acompañan, ninguno es médico. Fue p1ntado en 1632, año en que tuvo lugar este suceso. 

La aportación de este primer maestro consistió con seguridad en enseñar al joven lo más difícil y fácilmente transmisible: el oficio de la pintura. Así pasaron tres años. Rembrandt decidió después ir a estudiar a Amsterdam con Pieter Lastman. Elección reveladora. En el momento en que el arte holandés se instala en las fórmulas que le darán su fuerza, en el que cada uno se especializa en un género particular, en un dominio delimitado del gran inventario que del país hacen sus pintores, Lastman pertenece, con algunos otros artistas poco numerosos, a una tendencia que propone, en los formatos de los paisajes, de los retratos y de los bodegones, temas generalmente tratados más allá de las fronteras en amplias superficies: los temas bíblicos. Los templos holandeses están desnudos. Lastman ofrece a los interiores burgueses unos cuadros que ilustran la Biblia.

⇦ Saskia como Flora de Rembrandt (National Gallery, Londres). Saskia fue su mujer, a la cual estuvo muy unido y la pintó innumerables veces en su vida familiar y representando algún personaje de sus cuadros corales. También fue un importante soporte económico que instó a Rembrandt a medrar en los círculos aristocráticos, y su vida con ella fue la etapa de los grandes retratos. Aquí el artista pinta a Saskia como él imaginaba a la diosa romana de las flores y las plantas. 



Los primeros cuadros de Rembrandt agravan el misterio dorado de las pinturas del maestro que eligió. Lastman pintaba el pasado fabuloso con elegancia y precisión. Rembrandt lo reinventa todo con pasión, con violencia. Desea la muerte, la sangre y realizará en grandes formatos este aspecto épico. Contará con todas sus fuerzas la realidad de la Biblia. Vuelto a Leiden, primero con su contemporáneo Jan Lievens y en seguida con el jovencísimo Gerard Dou, instala en un desván un revoltijo de trajes turcos, de cimitarras, de escudos y se pone a dar vida a los personajes de su Oriente particular.

Cuenta la leyenda que estos jóvenes pintores iban al asilo a solicitar a los ancianos que les sirvieran de modelos. Lo cierto es, en todo caso, que el joven Rembrandt a los 19 años estuvo fascinado por la ancianidad. Para él la proximidad de la muerte era igual a la del conocimiento. De ahí sus retratos de ancianos consultando el Libro, sus escenas en las que, en templos de columnas inmensas, de bóvedas insondables como grutas, meditan viejos judíos.

Autorretrato con Saskia sentada en sus rodillas de Rembrandt (Staatlische Kunstsammlungen, Dresde). El artista y su mujer parecen muy divertidos en esta escena, y forma parte de los juegos y complicidades que la pareja solía mantener durante su vida en común. Esta imagen aparece en el cuadro Regreso del hijo pródigo. 

Jóvenes admiradores realizan grabados de sus primeros cuadros y hacen circular de ese modo, por todo el país, un autorretrato en el que se ha representado a sí mismo receloso, con una sombra en la frente, en oposición a todo. Así, pues, comenzó muy joven un análisis de sí mismo que continuará hasta su muerte, a través de unos cincuenta cuadros. Le veremos bajo todas las apariencias: majestuoso, sufrido, consumido, disfrazado. Se pintará también en sus cuadros, representando un papel en las crucifixiones, corriendo, espada en mano, en socorro de su héroe Sansón traidoramente capturado.

A un visitante célebre, el secretario del Estatúder, que le pregunta por qué no va a Italia a estudiar los verdaderos maestros, Rembrandt le da la respuesta oportuna: "Hay suficientes cuadros italianos en los Países Bajos. No es preciso, por tanto, irlos a ver a su terreno".

Rembrandt pinta sin coacción. El cuadro es un tejido de ensayos, de improvisaciones, una pantalla en la que él se proyecta por entero. A Lastman le ha pedido accesorios y nada más: ha olvidado todo de su manera de pintar. En el grabado, en el que se inicia en 1626, es igualmente independiente.

Al cabo de seis años, el grupo se dispersa. Gerard Dou se quedará. Lievens marchará al extranjero. Rembrandt es descubierto por un marchante de Amsterdam y desde entonces toda su vida cambia.

Banquete de bodas de Sansón de Rembrandt (Staatlische Kunstsammlungen, Dresde). Ya afianzado como pintor de prestigio y con su taller en marcha, el artista recibe el encargo de realizar una serie bíblica, de la cual forma parte este lienzo de 1638. El rostro de Saskia se ve en el personaje que preside el banquete. 

Rembrandt se instala en Amsterdam, en casa de Uylenburgh. Tiene 25 años. Comienza ahora la labor de un marchante de imponer a un artista: hay que entrar en ciertas moradas, figurar en ciertas colecciones, hacer ciertos retratos; en una palabra, despertar el interés de las personalidades que forman la opinión.

Para la formación de un movimiento, Uylenburgh confía a Rembrandt la creación de un taller. En lo que tiene que ver con la vigilancia de los precios, Rembrandt está en buenas manos con Uylenburgh. Asiste a las ventas públicas por cuenta de su marchante, aprende a comprar en su nombre y pronto iniciará para sí mismo una colección de dibujos antiguos.

Tobías curado por su hijo de Rembrandt (Staatsgalerie, Stuttgart)_ El cuadro lleva la fecha de 1636 y la firma de Rembrandt. La temática bíblica era poco común en el arte holandés; sin embargo, este pintor supo hallar en ella inspiración. Tanto el misterio de Oriente, como la violencia provocadora de los relatos bíblicos le atrajeron desde la juventud y siempre centró su interés en la psicología del anciano, como este Tobías, cuyo estudio le apasionó toda la vida. 

⇦ Retrato de rabino de Rembrandt (Musée Bonnat, Bayona). Al artista le interesaba mucho el mundo de los ancianos y en sus retratos se nota una necesidad de profundizar en las personas que estaban al final de su vida. Este cuadro corresponde a la época en que el pintor se instaló cerca de la comunidad judía de Amsterdam y se relacionó con ella buscando su sabiduría, a pesar de pertenecer a la confesión protestante. Además ilustró un libro del rabino, lo cual habla de la libertad de acción de que gozaba en una sociedad muy cerrada. 



Además, Uylenburgh tiene buenas relaciones y el joven de Leiden pinta en un año una veintena de retratos. Entre los modelos, la mismísima Amalia de Solms, la esposa del Estatúder. Es el éxito. El jovenzuelo audaz de Leiden se cree capaz de realizar retratos mundanos. Ha elegido su carrera. Cumple, en adelante, su función de artista y va a demostrar de lo que es capaz en el mismo terreno en que se hicieron famosos los antiguos. El primero, ya deslumbrante, es el éxito del encargo que le hace un médico ambicioso que se prepara para una carrera política: el doctor Tul p. Rembrandt va a presentarlo dando su lección de anatomía: haciendo la disección del cadáver de Aris Klindt, granujilla al que acaban de colgar. El cuadro será expuesto permanentemente en los locales del Gremio de Cirujanos.

Hay algo más halagador todavía: el Estatúder le pide que pinte una serie de cuadros sobre el tema de la Pasión, y Rembrandt trabajará en la empresa hasta 1646, a lo largo de trece años.

Sacrificio de Isaac de Rembrandt (Museo del Ermitage, San Petersburgo). El lienzo muestra al personaje bíblico Abraham en el momento que un ángel detiene su mano derecha cuando estaba a punto de cumplir el mandato de Dios de sacrificar a Isaac, su hijo, cuya cabeza sostiene con la mano izquierda. La violencia de la escena es de un intenso dramatismo que hasta ese momento ningún pintor había logrado, ni siquiera Caravaggio.  


El rapto de Ganimedes de Rembrandt (Staatliche Kunstsammlungen, Oresde) El pintor opta por representar a Ganímedes con el cuerpo de un niño de pocos años de edad. Este hecho rompe con la costumbre de pintar a un Ganímedes ya joven y añade, al mostrarnos a un águila secuestrando a un ser indefenso, un mayor grado de siniestralidad a la composición. 


Dánae de Rembrandt (Museo del Ermitage, San Petersburgo). Algunos burgueses de la próspera sociedad de Amsterdam encargaban cuadros en los que aparecían temas mitológicos. En esta recreación del mito de Dánae, el haz de luz dorada que vemos caer sobre la figura femenina anuncia la llegada de Zeus, que tendrá un hijo con Dánae, Perseo, el cual cumpliría el designio del oráculo y mataría a su abuelo.  

Como si fuera para ayudar a su ascensión, Rembrandt se enamora, dentro de la familia de su marchante, de una joven de origen frisón y procedente de gente rica. Saskia van Uylenburgh aporta dinero. Incluso se ha dicho que Rembrandt se casó con ella por esta razón. Es verdad que ambos trabajaron en común para la ascensión social del pintor. Pero también es cierto que representó para Rembrandt el ser cuyos rasgos podía dar a las mujeres de sus cuadros: la mostró como Flora, la pintó, sentada en sus rodillas, en un extraño retrato conyugal que los representa festejando. Es ella la que preside, misteriosa, en el Banquete de bodas de Sansón. Y el primer di bujo que le hizo atestigua un amor profundo y una compenetración sentimental innegable. Más tarde, cuando esté enferma (traerá al mundo muchos hijos que sólo vivirán unos días), antes de dar a luz a Tito, no cesará de pintarla dormida en una calma doliente o debilitada cerca de la cuna.

Así se puede creer que la joven pareja compró en 1639 una casa próxima a la del marchante Uylenburgh; una gran casa como no la tenían los pintores de aquella época. Una casa muy grande en la calle de los Judíos, o sea en la Jodenbreestraat.

Ronda de noche de Rembrandt (Rijksmuseum, Amsterdam), cuya supuesta ambientación nocturna desapareció en 1946 al liberar la tela de sus diversas capas de barniz amanliento. Esta obra, una de las más célebres del holandés, se la encargó una corporación de arcabuceros y parece que provocó descontento porque no todos los personajes que debían aparecer en ella tenían igual tamaño, como era de precepto en los retratos de grupo holandeses. Rembrandt dispuso a los arcabuceros integrándolos en una escena de la vida diaria ciudadana. La tela fue reducida al trasladarla al Palacio Real. 

Allí, Rembrandt trabaja y recibe visitas. Tiene otro taller donde reúne a sus alumnos.

Curiosamente, no se sabe cuál sería con exactitud la religión de Rembrandt, cuya obra fue profundamente religiosa. Se supone que si perteneció a una comunidad protestante fue a la de los menonitas, la más intelectual. Vivir entre judíos no era solamente instalarse entre los descendientes de los héroes bíblicos, sino también frecuentar a los grandes espíritus filosóficos como el rabino Menasseh ben Israel, cuyo retrato hizo y de quien ilustró un libro.

Rembrandt es ya un gran personaje. Los encargos afluyen y se lanza a una serie pictórica como no se había emprendido hasta entonces en los Países Bajos. Son grandes cuadros de temas bíblicos donde realiza los proyectos de su juventud: el Sacrificio de Isaac, los retratos de Saskia como Flora, la serie con el tema de Sansón (Sacrificio de Manoah, Banquete de bodas de Sansón, Sansón amenazando a su suegro, la Ceguera de Sansón), el Rapto de Ganimedes y la famosa Dánae.

Pintura sonora, pintura de colorista, pintura nueva: nadie antes que él, ni siquiera Caravaggio, había tenido la idea de sujetar en tierra la cabeza de Isaac por la mano de Abraham, para abolirla, para explicar, al mismo tiempo, el asesinato sacrificial. Nunca, hasta entonces, la sensualidad de Dánae esperando la lluvia de oro (y si no es Dánae es cualquier mujer que espera el deseo de un dios) ha resplandecido tanto sobre el decorado que la rodea. Este arte de madurez recuerda los grandes vértigos de misterio y de horror que había en los primeros cuadros en los que la mujer señalaba el hombre dormido a sus asesinos, en que unos caballos enloquecidos galopaban alrededor de Perséfone conquistada por Plutón. Esta época que se la puede llamar "época de Sansón", pues es la de una fuerza que se expande, es la de las primeras expresiones personales de Rembrandt.

Aristóteles contemplando el busto de Homero de Rembrandt (Metropolitan Museum, Nueva York). La fama del pintor holandés había llegado hasta tierras italianas, desde las que le llegan varios encargos; entre ellos, esta obra en la que elige vestir al filósofo griego con ropas del siglo XVII.  

Este es el arte que Rembrandt enseña a sus alumnos. Ellos le siguen. Los discípulos los difunden. He aquí un arte que ya no es el inventario de las riquezas de este mundo, en el cual la pintura holandesa se confina felizmente. El gusto por la aventura, la sensualidad, la fe, nada de esto está de moda en la Holanda del segundo tercio del siglo XVII, a no ser en la escuela de Rembrandt.

El éxito de esta escuela ante la opinión es seguro. El pintor a quien se pide, en 1641, el proyecto de una composición sobre el tema de la Concordia del Estado, es Rembrandt. En 1642, cuando las diferentes sociedades de tiro de Amsterdam deciden hacer pintar cuadros que los representen en las ceremonias que organizaron para recibir en la ciudad a la reina de Francia, Catalina de Médicis, es Rembrandt quien compone su grupo (16 milicianos y 2 oficiales), conocido luego, aunque no tenga nada de nocturno, bajo el título de la Ronda de noche.

El encargo lleva a Rembrandt a la tradición del retrato cívico, y si Frans Hals elevó el género a su máximo de intensidad, Rembrandt le da una resonancia nueva. Sorprende al grupo a la salida de una callejuela, en el momento en que se dispersa en una plaza. Despierta en esta densidad humana presencias inciertas; enciende miradas; sitúa al grupo en un tejido de contrastes que hace la imagen, en definitiva, más fuerte y le proporciona una verdad más profunda.

Paisaje invernal de Rembrandt (Staatliche Kunstsammlungen, Kassel). Muchas de las mejores obras del pintor holandés son retratos, aunque cuando ya ha superado un tercio de su vida se descubre como un magistral paisajista, brillante, sobre todo, en el empleo de la luz, que le permite recrear a su gusto los ambientes que imagina.  

Mientras da una dimensión ética y metafísica a este desfile de militares de ocasión, a su lado muere Saskia. Su hijo único, Tito, tiene un año. Para ocuparse de Tito, Rembrandt toma entonces una sirvienta, Geertje, que vivirá con él siete años. Su historia terminará mal, en un penoso asunto de joyas regaladas, las joyas de Saskia, que el pintor quiere recuperar. En 1649 entra en su casa para suplirla otra mujer, de 23 años. Hendrickje permanecerá a su servicio y cerca de su corazón hasta que muere, a los 36 años, en 1662. No se ha identificado la presencia de Geertje en la pintura de Rembrandt. Hendrickje, por el contrario, ha sido identificada varias veces. Es la joven de la valla que ve venir al pintor hacia ella. Cierta necesidad de paralelismo ha motivado que se llame Hendrickje como Flora, un cuadro en que aparece con los brazos desnudos y flores en su sombrero. ¿Acaso Hendrickje es Flora como lo había sido Saskia? Esta última entraba en los juegos de Rembrandt, se ponía disfraces de teatro, llegaba al nivel mítico. Hendrickje, en cambio, permanece siempre dentro de la mayor sencillez. Le dará en 1654 una hija, Camelia, ¡fuera de los vínculos del matrimonio!, cosa nada fácil en los Países Bajos de la época.

⇨ Autorretrato con gorguera y birrete de Rembrandt (Gallería degli Uffizi, Florencia). Los autorretratos de Rembrandt no tiene apenas paralelo en la historia de la pintura, tanto por su elevado número como por la inherente calidad de la mayoría de ellos. Esta imagen, realizada en 1629, deriva del deseo de mostrarse elegante y digno, quizá para disimular su humilde origen, y contrasta con la naturalidad de los primeros autorretratos. 



¿Es Hendrickje la que aportó al pintor la sencillez? No. La sencillez entró naturalmente en su pintura. La muerte de Saskia había apagado algo en él o, más bien, había coincidido con un desprendimiento. Rembrandt suelta amarras. Va más allá de este arte bíblico, glorioso, dramático (que se podría llamar barroco, aunque el término carezca de precisión histórica), que ha enseñado a sus alumnos y del que no se deshará jamás. Va hasta el final. Sus alumnos también. No los del primer grupo, el más activo de los cuales, Gevaert Flinck, será más célebre que su maestro. Pero los del segundo grupo tendrán en adelante otras curiosidades. Rembrandt también. Quiere más interioridad. Renuncia al relato atronador.

Esto se hace evidente hacia 1646, por ejemplo, en un paisaje con el sol poniente en invierno, en el que lo importante es la luz que muere y la fascinación que ejerce sobre la carretera helada en la que se ven algunas siluetas. Es en el paisaje donde Rembrandt se transforma. En el paisaje, género holandés por excelencia, género relacionado con el inventario en que todo se identifica. Rembrandt dibuja en Amsterdam, en sus alrededores y hasta en la provincia, a las gentes de la calle, las iglesias, los monumentos. Pero no hemos podido situar todavía ni poner un nombre a ninguno de los paisajes que ha pintado. Es porque él reúne en ellos lo que ama: una luz que le ha emocionado, una colina que ha deseado acariciar.

⇦ Autorretrato en figura de San Pablo de Rembrandt (Rijksmuseum, Amsterdam). Aquí, el autor se muestra con la sensibilidad a flor de piel, todo comprensión y humanidad, en 1661. Tan profunda y auténtica resulta esta galería de autorretratos, que ha permitido colocar a su autor entre San Agustín y Rousseau porque tienen la humildad del pensador cristiano y la sinceridad del filósofo de la Ilustración. Quizás aquí se le atribuya esta personificación de San Pablo por el aire tremendamente concentrado y reflexivo. 



Lo importante para él, en adelante, será la pintura. Ha descubierto que el trazo de su pincel dice más que la forma del objeto que representa, que el drama está presente con más fuerza en su color que en sus personajes. Le sucede igual con el grabado: menos gestos, menos objetos, más contrastes de blanco y negro. Rembrandt penetra cada vez más profundamente en su oficio y se adapta también cada vez más a sus exigencias. Le veremos multiplicar las tiradas de sus grabados en cobre: primero, la prueba clara, luego, inmediatamente, la prueba oscura. El tema se impone, y después casi desaparece.

Finalmente, si se quiere explicar el abandono, hacia la cuarentena, del arte dramático que había que rido imponer, hay que contar también con el hecho de que Rembrandt careció de mecenas, de cardenal fastuoso, de príncipe riquísimo que le habrían encargado numerosas series de pinturas y gracias a los cuales podría haberse creado un arte protestante grandioso. En Amsterdam, los banqueros ricos eran numerosos, pero se vivía en una República y no convenía que la riqueza fuera demasiado aparente. Ciertamente, el pintor encontró apoyos en diversos marchantes de cuadros y sobre todo en el burgomaestre Jan Six. No dejará de recibir encargos halagadores: una nueva Lección de anatomía para el doctor Deyman en 1656, un Retrato de los síndicos de los pañeros, en 1662 y, el mismo año, el gran panel de la Conjuración de los bátavos para el Ayuntamiento. Y también un gran retrato ecuestre. Su fama había pasado las fronteras: un abad francés poseía 224 grabados suyos. En Palermo un noble siciliano le pidió varias figuras (Aristóteles contemplando el busto de Homero, Homero dictando a un escriba, Alejandro Magno) y adquirió, de una sola vez, 189 estampas suyas.

La bendición de Jacob de Rembrandt (Staatliche Kunstsammlungen, Kasse!). El lienzo testimonia la habilidad del pintor para captar un gesto y darle el protagonismo absoluto. En este cuadro, todos miran la caricia del anciano a sus nietos Efraim y Manasés en presencia de sus padres. 

Sin embargo, sus encargos en los Países Bajos no eran lo bastante frecuentes; no llegaba a elevar sus precios al nivel que hubiese querido. Y todo se encadena. Desde el día en que se desvió de la gran carrera que había empezado con Saskia, desde que empezó a buscar una pintura menos evidente, la empresa estaba condenada. Sin duda ya estaba perdida de antemano por el hecho de que los Países Bajos no estaban dispuestos a sostenerla, porque el pintor no había pensado en asentarla sobre los recursos de otros países. Nunca salió de los Países Bajos.

Además, se añade a la nueva inclinación del artista el fracaso en sus negocios financieros, que hace que el circuito de crédito en el que vive deje de funcionar. Y se produce la bancarrota. Tiene que vender en 1657 sus colecciones de cuadros, de dibujos, de grabados, de objetos de arte de su gran casa, y al año siguiente incluso la casa misma (que aún no había terminado de pagar, lo cual lo deja cubierto de deudas).

⇦ Betsabé con la carta de David de Rembrandt (Musée du Louvre, París). El holandés hizo posar una vez más a Hendrickje y captó en ella una expresión de inocencia, de abandono, de total sumisión al destino. Mientras la sirvienta le perfuma los pies, Betsabé, la bella esposa de Urías, sostiene en la mano la carta que le ordena partir con el rey David. El pintor describió mucho más que un cuerpo bello, espléndido, con ese delicado toque de un leve adorno de joyas. Pintó en realidad la imagen conmovedora de un conflicto íntimo, de un sufrimiento humano. 



Aunque la fecha no sea segura, se supone que, en 1660, a los 54 años, Rembrandt debió dejar la Jodenbreestraat por otro barrio: en adelante vivirá hasta su muerte en el Rosengracht, en una morada menos amplia, pero, de todas maneras, con tres pisos. Para que el arruinado pueda continuar comerciando con sus obras fue necesario inventar una sociedad de explotación de las creaciones de Rembrandt. Hendrickje y Tito fueron sus administradores responsables. La vida continúa. Sin embargo, en un retrato pintado el año de la venta de su casa, Rembrandt parece tener frío. Es cierto que las casas holandesas están mal calentadas en invierno y que no se puede vivir en ellas sin pieles, pero parece que el artista siente un frío excesivo, más intenso que el normal.

¡Los autorretratos! Se podría montar una exposición prodigiosa reuniéndolos todos. Ningún pintor, a no ser Van Gogh, se ha interrogado ante el espejo con una constancia semejante. Se habrá visto a Rembrandt hirsuto en Leiden, y después disfrazado durante sus primeros aí1os de Amsterdam. Después, se contempla con una mirada más compleja. Cada vez más a menudo se representa como pintor, con la paleta en la mano, lo que es significativo. No intenta mostrarse favorecido. Veremos, en una de las últimas imágenes que dejará de sí, arrugarse la misma pintura como su piel, aunque triunfa una mirada de una vivacidad que no tuvo nunca en su juventud. La edad lo marcó prematuramente, pero al mismo tiempo exaltó su facultad creadora. Rembrandt fue un artista más genial en el período de Geertje y de Hendrickje que en el de Saskia.

Corren muchas leyendas sobre sus últimos años. La más verosímil es la de la miseria y la de la ingratitud de los holandeses hacia el mayor genio pictórico que haya vivido entre ellos. Sin embargo, tampoco es exacta: nuestro artista conoció un fin menos penoso quizá que la mayor parte de los maestros holandeses: Hals tuvo necesidad de la beneficencia municipal, Vermeer murió arruinado. Rembrandt envejeció como un rey desposeído del reino que había querido instaurar.
Conjuración de los bátavos de Rembrandt (National Museum, Estocolmo). Los bátavos eran un pueblo que, como los holandeses, se habían revelado contra los españoles. En esta obra, da la impresión de que la luz salga de la misma mesa. Parece ser que Rembrandt se decidió por este tipo de iluminación porque la parte de la sala a la que iba destinada el cuadro era especialmente oscura. 

Todavía no hemos hablado de la noción de claroscuro con la que se ha caracterizado a menudo la obra de Rembrandt. La razón de ello es que no ha sido el único en utilizar el contraste de la sombra y la luz, que esta fórmula ha sido compartida por demasiados pintores y estaba ya en uso desde hacía más de un siglo, desde tiempos de Caravaggio y Bassano. A pesar de ello, su manera de tratarla es característica. En sus grandes composiciones dramáticas la claridad y oscuridad contrastan en superficies verticales, e incluso en rayos y zonas oblicuas. El pintor obedece a la regla de una propagación luminosa en línea recta como la luz solar. Cuando deja su gran teatro por regiones no apaciguadas ni mucho menos, sino en las que la acción es menos evidente, entonces la luz ya no es solamente la real. Continúa trazando grandes rayos; se propaga como el fuego; tiembla como una llama; se extiende en oleadas, y multiplica sus focos. Es una luz inventada, salida de su interior.

Seguir a Rembrandt en los postreros quince años de su vida es ver a esta luz pasar por los estados que los físicos pueden sin duda calificar como sobrenaturales, pero que los visionarios, tanto en sus escritos como en sus cuadros, han asegurado haber conocido.

⇨ Moisés rompiendo las tablas de la ley (Dahlem Staatlische Gemaldegalerie, Berlín), por Rembrandt.



Los últimos cuadros de Rembrandt, por ejemplo, el Regreso del hijo pródigo o la Presentación al templo (1668), no serán, en el corazón de una oscuridad benévola, y con formas cada vez menos ciertas, como gastadas, más que los finales resplandores de ese fuego.

Esta llama que se puede ver temblar y extinguirse después, brilla con un fuego vivo en la Betsabé desnuda que medita al salir del baño. Se suaviza en la Bendición de Jacob en la que el juego de las manos protege de la corriente la luz que el anciano transmite a sus nietos. Tiene una claridad razonable en la Lección de anatomía del doctor Deyman en la que Rembrandt no repite la disposición teatral de la Lección del doctor Tulp; la composición aquí es muy sencilla: la realidad del cuerpo de Joris Fonteyn, otro ajusticiado a quien se le abre el cráneo para mostrarlo a los ayudantes de un cirujano que no tiene nada de virtuoso de la disección, sino que más bien parece un inquieto descubridor de secretos.

En contraste, la luz resplandece en el Moisés rompiendo las Tablas de la Ley: cuadro terrorífico, como un gran incendio que se levanta ante los ojos para exclamar: he aquí la verdad de Dios.

Luz apaciguada de nuevo para los Síndicos de los pañeros que se sitúa cronológicamente dos años antes que otro retrato colectivo célebre, el de los Regentes del Hospicio de Haarlem, de Frans Hals. La obra de Hals, en blanco y negro, es una visión aterradora de los benefactores. La de Rembrandt no provoca de ninguna manera el escarnio. El pintor instala a sus modelos, según el protocolo del género, detrás de una mesa recubierta con un tapiz centelleante, en el cual rutila otro mundo lleno de miradas enloquecidas que los Síndicos no podrán sellar con su garantía de calidad.

Finalmente, la llama se convierte en una arquitectura de fuego en la Conjuración de los bátavos. Se trata del gran cuadro que fue encargado a Rembrandt para el Palacio Municipal de Amsterdam cuando se vio que Govaert Flinck no podría terminar su decoración. Hoy se ve mal su composición inicial porque ha sido truncado, pero un dibujo preparatorio permite imaginarlo. Así, contemplado desde lejos, parece que en la parte baja de un espacio sombrío, curvado en lo alto, hay una hoja de espada de varios metros. Al aproximarse es posible descubrir que esta claridad cortante es, en realidad, un mantel dispuesto sobre una larga mesa, alrededor de la cual están colocados diversos personajes vueltos hacia un viejo rey tuerto que levanta su espada. El mantel-espada simbólico ilumina los cuerpos y rostros que son colores más que formas.

Es, sin duda, la mayor sinfonía de luz y color que haya sido pintada nunca. Pero tan fuerte, tan perfecta, que no tuvo consecuencias en la Historia de la Pintura.

Retrato de familia de Rembrandt (Staatliches Herzog Anton Ulrich Museum, Braunschweig). Pintado un año antes de morir, en este lienzo se ha identificado a la propia familia del artista: la mujer sería Magdalena van Loo, viuda de su hijo Tito, que tiene a Titia, la hija de ambos sobre las rodillas; el hombre -que ofrece un clavel a Cornelia, hija de Hendrickje y de Rembrandt- sería el cuñado de Magdalena van Loo, nombrado tutor de la nieta de Rembrandt y que con el tiempo se casaría con ella. La dignidad de estas figuras de tamaño natural revela un gusto clásico que se combina magistralmente con el claroscuro barroco.

Únicamente, las proposiciones excesivas, poco elaboradas, son explotables. Y Rembrandt se situaba lejos de estas invenciones elementales, introducido como estaba en el corazón de una creación en la que hasta el menor rasgo estaba penetrado por su presencia.

Lo extraordinario es que Rembrandt haya tenido acceso tan pronto a este estadio superior. Es difícil de fechar: puede decirse que a partir de los cuarenta años alcanzó ese nivel de creación que, en los demás, aparece generalmente más tarde. Rembrandt se hizo viejo muy pronto.

Después de haber intentado crear una retórica protestante, se dio cuenta de lo que ésta tenía de externa. Obedeciendo a su exigencia de profundidad, para mantenerse al nivel que correspondía a su fervor, se vio obligado a volver a las fórmulas antiguas, a las realidades adorables del pasado de la pintura de los Países Bajos.

De donde se puede deducir que el protestantismo despertó en los Países Bajos sentimientos más políticos que religiosos. ¿No se vio obligado, acaso, el único pintor religioso del siglo a volver a una mística cristiana antigua? Igualmente, él fue el único de su tiempo en mantener esta llama mística. En otros lugares, entre los católicos, siempre orientados por la Contrarreforma, el fervor se gastaba en gesticulaciones.

Se ha dicho que la muerte, que no dejó de golpear a su alrededor, condujo al sexagenario cansado a este repliegue. En 1662 murió Hendrickje. En 1668 su hijo Tito, que acababa de casarse, murió a su vez. La hija de éste, Titia, nacerá póstuma en 1669. Junto a la cuna se extingue Rernbrandt también, el 4 de octubre, sin otra ayuda que la de Cornelia, la hija de 15 años que le dejó Hendrickje.

Sin embargo, la pintura de Rernbrandt es una fiesta. No es la muerte la que la dirige. No es el miedo. Es el conocimiento de la vida y de la muerte mezcladas. Es la esperanza.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las tres Gracias



La pintura flamenca durante el siglo XVII tuvo en Rubens a su protagonista indiscutible. Autor de gran variedad temática, es en sus obras mitológicas donde manifiesta más plenamente su vitalidad. Su cuadro alegórico Las tres Gracias es uno de los más conocidos.

El tema se remonta al mundo clásico. Las Gracias son divinidades relacionadas con el dios Apolo, que formaban parte de su séquito, juntamente con las ninfas. Se llamaban Eufrósine, Talía y Aglaye. Eran hijas de Zeus y Eurínome. Para Séneca representaban el triple aspecto de la generosidad, es decir, el dar, el recibir y el corresponder. Para Hesíodo, en cambio, personificaban la belleza, la ternura y la amistad. En otros casos, simbolizaban la Castidad, la Belleza y el Amor, con la inscripción latina Castitas, Pulchritudo, Amor. Más tarde, los filósofos humanistas florentinos del siglo xv vieron en ellas las tres fases del amor: la belleza, que suscitaba el deseo, que llevaba a la satisfacción.

El pintor flamenco ha cambiado el canon de belleza, empleando el típico de sus pinturas, con mujeres entradas en carnes, pero proporcionadas, elegantes, de cuerpos exuberantes. Rubens mantiene la composición que Rafael había pintado anteriormente, pero cambia la relación de las figuras al presentarlas conectadas entre sí a través de los brazos, el velo y sus miradas.


La presencia de flores de guirnaldas en la parte superior hace referencia a la abundancia, el prestigio y la gloria. El fondo del paisaje acentúa la belleza del conjunto. La escena es de calma y tranquilidad. La sensación de movimiento que irradian las tres jóvenes es magnífico, dando el efecto de invitar al espectador a integrarse a la escena. Es un cuadro sin acción, donde sólo importa el goce para contemplar el cuerpo femenino.

Se ha querido reconocer en esta obra las facciones de las dos esposas del pintor: lsabella Brant y Hélene Fourment. La figura de la izquierda es sin duda Hélene Fourment, su segunda mujer, que la utilizó varias veces de modelo. El matrimonio con una mujer treinta y siete años más joven que él, cambió la vida de Rubens, que haría de su joven esposa la auténtica musa de su pintura, y, a partir de este momento, casi todas las mujeres que pintó adquirieron su rostro.

El fuerte foco de luz que utiliza el maestro resalta el colorido tizianesco de las muchachas. Rubens conjugó en su estilo la tradición pictórica flamenca con la italianizante, al estudiar la obra de los maestros italianos del siglo XVI.

Las tres Gracias formaban parte de la colección de Felipe 1\/, adquirida entre los bienes del pintor, subastados tras su fallecimiento, en 1640.

Según la opinión de la mayoría de críticos, parece que participaron varias pintores en la realización de la lienzo, más concretamente en las manos y en el paisaje. Esto ha motivado a calificarla como obra de taller. La cronología también mantiene todavía hoy discrepancias, pues no se sabe con seguridad la fecha de su realización situándola dentro de un margen que oscila entre 1625 a 1639. De todas formas, la magnificencia de las figuras, el dinamismo y la riqueza cromática han hecho de esta pintura una magnífica composición.

Como pintura de la colección real, Las tres Gracias, un óleo sobre lienzo de 221 x 181 cm, pasó al Museo del Prado de Madrid, cuando éste se abrió como institución pública en el siglo XIX.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Retrato de grupo de los Síndicos de los pañeros



A la edad de 65 años, Rembrandt van Rijn pintó esta composición colectiva titulada Retrato de grupo de los Síndicos de los pañeros (Staalmeesters).

El cliente es la Corporación de Fabricantes de Paños, y en el lienzo aparecen cinco de los supervisores. Estos Síndicos eran los encargados de mantener la calidad de las telas teñidas y fabricadas por el gremio.

Coloca en primer plano la mesa cubierta con un rico tapete de color rojo con bordados. Tras ella, pinta a los cinco Síndicos, presididos por Willem van Doeyemburg, la figura que aparece en el centro, delante del libro de contabilidad. Alrededor del presidente, se disponen los demás personajes. Detrás de ellos, se encuentra un criado de pie, el hombre sin sombrero, el empleado de la Corporación.

Los hombres levantan la cabeza, como si hubiesen sido interrumpidos durante su trabajo. Rembrandt centra su atención en los rostros, dándonos la personalidad de cada uno de los modelos, resultando una excelente muestra de las clases sociales y religiosas de la ciudad de Amsterdam. Los rostros tienen ese relieve pictórico recortado en el claroscurismo que inunda la atmósfera, y el ambiente espacial en el que están inmersos se torna naturalista y veraz.

Al fondo de la composición se representa con gran detalle la moldura decorativa de la sala de reuniones en la que se intuye un relieve a la derecha.

El contraste entre zonas de luz y de sombra está relegado a los trajes de los protagonistas. Estos, presentan unas vestiduras de colorido oscuro que contrasta con el blanco de los cuellos. Rembrandt ha utilizado una pincelada suelta, a base de manchas de color y de luz como el veneciano Tiziano, uno de sus maestros favoritos.

El pintor tuvo en cuenta el lugar donde se iba a colgar el cuadro: en la parte alta de una pared en el edificio del mismo gremio de paños. Para tal efecto, adaptó la perspectiva de la mesa, de modo que el espectador mira un tanto a la parte baja de dicha tabla. El artista, pues, recurrió a una perspectiva de abajo arriba.

Como retrato colectivo esta obra resulta un extraordinario ejercicio de composición y un verdadero estudio de caracteres de los seis personajes que aparecen en la superficie del cuadro, hábilmente dispuestos para que ninguno de ellos pierda protagonismo. Es un conjunto armoniosamente tratado.

A pesar de la magnificencia de la producción de Rembrandt, no será hasta Francisco de Goya cuando su obra sea redescubierta y valorada en todo su esplendor.

Su arte influirá decisivamente en la pintura de los siglos XIX y XX, desde Goya, pasando por los románticos, como Delacroix, hasta llegar a los impresionistas.

Retrato de grupo de los Síndicos de los pañeros, óleo sobre tela del año 1662, perteneciente a su segunda etapa, que tiene unas medidas de 191,5 x 279 cm, se puede apreciar en el Rijksmuseum de Amsterdam.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Vermeer de Delft, maestro de la luz

El arte de Verrneer es típicamente holandés, pero el pintor estaba informado, sin duda, de las tendencias internacionales de su época. Hasta el punto de haber llegado a permanecer invisible durante casi dos siglos; oculto, porque sus ternas eran los mismos que los de los innumerables pintores de escenas de la vida holandesa y porque la criba de la historia ha dejado pasar en bloque esos centenares, millares de pinturas. Gustaban por su finura y precisión, por lo cual fueron Gerard Dou y Ter Borch los preferidos, porque eran los más refinados y precisos.

⇨ La alcahueta de Vermeer (Staatliche Kunstsammlungen, Dresde). Pintado en 1656 se lo conoce también por La Celestina. En contraste con el puritanismo de algunas de sus obras, Vermeer retrata aquí una escena frívola y sensual, en la que la mano izquierda del caballero de la derecha parece buscar los encantos de la joven bajo la mirada satisfecha y maliciosa de la alcahueta. 



Para distinguir a Verrneer, que elevó el género de los divertidos cuadritos de gabinete al nivel de la reflexión eran necesarios otros criterios. El primero en descubrir a Verrneer fue el crítico francés Thoré Bürger, en 1866. De año en año la figura del pintor no ha cesado de precisarse hasta el punto de que, hacia 1925, reforzada por la admiración general hacia Cézanne, la opinión no dudó en considerar la perspectiva verrneriana corno fuente de las abstracciones de Mondrian y de los interiores de Fernand Léger.

Que esta virtud de pura plástica haya estado oculta en cuadros aderezados con anécdotas galantes explica, sin duda, que se haya tardado tantos años en extraer a Vermeer de la multitud de pequeí1os maestros de su tiempo y en reconocer en él un artista cuya obra iba a situarse al mismo nivel que las de Rembrandt y Frans Hals.

El baño de Diana de Vermeer (Mauritshuis, La Haya). En esta composición las mujeres aparecen castamente vestidas. Aparte del evidente puritanismo de esconder los cuerpos de las mujeres, el tratamiento del color en esta obra es realmente magistral.  

Sin embargo, la plástica, que la anécdota había ocultado, terminó asimismo por disimular o acallar a ésta. Se rechazó en adelante todo lo que, en los cuadros que se habían podido atribuir a Vermeer, no testimoniaba la más severa exigencia de rigor. Apareció un Vermeer cada vez más particular y también más restringido. En 1866, Thoré Bürger llegó a atribuir al pintor 76 cuadros; Goldschider no registraba más que 35 y Swillens aún menos. Era la exigencia de la pureza la que empujaba a los críticos a esta restricción.

Se renunció, de súbito, a construir alrededor de Vermeer una obra que pudiera contarse. Cualquier cronología pareció sospechosa. Ya sólo se quiso un Vermeer quintaesenciado, y sólo se deseó la sublimación de Vermeer, pintor único en la historia.

¿Único, realmente? Los juegos de espejos, la sucesión de planos que conducen la mirada hacia el punto focal del cuadro, la perspectiva que hace abrirse y cerrarse ventanas y puertas, bajarse el techo, subirse el suelo de una habitación, no se encuentran solamente en Vermeer. Pero en ningún pintor como en Vermeer el ejercicio óptico recompone el mundo, descompuesto por las diferentes lentes, en una totalidad tan coherente: tiene la palpitación de la vida y ese frágil latido de más.

Por distinta que sea esta cualidad ¿se puede decir de su obra que pertenezca a una escuela? ¿Fue Delft un centro de pintura cuyo animador hubiera sido Vermeer?

⇨ Joven dormida de Vermeer (Metropolitan Museum, Nueva York), que describe un tema grato a la pintura holandesa del siglo XVII. Por el desorden de la mesa y la copa de vino casi vacía se ha interpretado que el sueño de la Joven ha sido provocado por la embriaguez. Vermeer impone su visión personal tomando la figura muy de cerca e iluminándola a la quieta luz de un interior en el que destacan el bodegón de primer término, el tapete de la mesa y la silla, siempre la misma, rematada por dos cabezas de león.



No se tienen pruebas de ello. Delft, una de las escuelas de los Países Bajos, ha abrigado pintores de diversas especialidades: de escenas de género, de flores, paisajistas (entre ellos, el "romano" Pynacher) e incluso un maestro de lo fantástico, Leonard Bramer. Todo ello no ha dado origen a un grupo coherente. Pero en cierta época, entre 1640 y 1660, se ve converger hacia la ciudad un buen número de jóvenes pintores. El más eminente, Carel Fabritius, discípulo de Rembrandt, personalidad poderosa, separada pronto de la influencia de su maestro, pintará una Vista de Delft, en la que hay una curiosísima búsqueda de construcción del espacio en perspectiva.

Están también Pieter de Hooch, Emmanuel de Witte, Jan Steen, artistas cuya obra tendrá cierto parentesco con la de Vermeer. Sin duda, hay algo en Delft que los atrae y los influye. Pieter de Hooch pinta entonces sus cuadros más rigurosos; el turbulento Jan Steen, escenas llenas de mesura y discreción, y podemos pensar que fue en Delft de quien Emmanuel de Witte concibió sus interiores como volúmenes luminosos llenos de misterio. ¿Vinieron a trabajar cerca de Vermeer? De ninguna manera. Las fechas contradicen la hipótesis y si Delft, en el estado actual de las investigaciones, aparece como un centro posible de cierta concepción de la pintura, sin poder decir quién animó este centro.

Cristo en casa de Marta y María de Vermeer (National Gallery of Scotland, Edimburgo). Pintado en 1632, en este cuadro queda clara la estructura piramidal de la composición, en la que Cristo aparece con la cabeza ligeramente inclinada hacia su derecha, en un gesto que hace evidente que está escuchando a las dos mujeres.  

Así, Vermeer se aparta del orden de la historia. Por doquiera que se crea poder atacarle se escapa. Y sus cuadros, cuanto más se les mira, más intrigan. No son obras de precursor (ni siquiera su influencia es segura). Cada vez son menos numerosos. No se organizan unos con otros de manera cierta. Mientras más fascinan a la opinión, más constituyen un verdadero escándalo histórico.

⇦ La callejuela de Vermeer (Rijksmuseum, Amsterdam). Este es uno de los pocos paisajes exteriores que pintara Vermeer a partir de la Joven dormida. 



Sin embargo, se conocen muchas cosas de Vermeer y de su vida. La fecha en que nació; el 31 de octubre de 1632. Cuando murió; el 15 de diciembre de 1675. Que se casó a los 21 años y tuvo once hijos (ocho de los cuales vivieron) de Catherina Bolnes. Dónde vivía. En la Plaza del Mercado de Delft hay una placa que indica: "Aquí se elevaba la casa donde nació el pintor Jan Vermeer". Pero, sin embargo, hay tan poca relación entre los datos de su existencia, corta y sin tumulto, y la realidad de sus cuadros que hay que preguntarse si el pintor, quizá católico, fue ese padre de familia numerosa y marchante de cuadros a ratos perdidos.

Aun así, no todo es inconciliable. Existen concordancias. Los blasones que figuran por dos veces en las vidrieras de composiciones suyas son los de una de sus vecinas de la Plaza del Mercado. Se tiene, incluso, el testimonio de un aficionado lionés, Baltasar de Monconys, que el11 de agosto de 1663 fue a visitar al pintor. "Vi -anota en su Diario- al pintor Vermeer que no tenía ninguna de sus obras. Pero las vimos en casa de un panadero que le había pagado 600 libras." Se conoce, incluso, el papel que representó en el Gremio de los Pintores de su ciudad. Vermeer de Delft fue nombrado decano en dos ocasiones: a los 31 y a los 38 años.

Muchacha leyendo una carta junto a la ventana de Vermeer (Gemaldegalerie, Dresde). Esta obra resume la obra pictórica del autor por la calculada relación que establece entre figura, luz y espacio. En el mismo escenario que pintará tantas veces; esa estancia con la misma ventana, el bodegón sobre un tapete, la misma silla. La dama no interesa por su anécdota, sino porque centra el juego altamente intelectualizado de espacio y luz. 


Vista de Delft de Vermeer (Mauritshuis, La Haya). Éste ha sido llamado el "primer cuadro impresionista de la pintura europea" por su atmósfera de "plein a ir", fijada en una hora exacta del atardecer, ya que el reloj del edificio central marca con absoluta precisión las siete y diez. Marcel Proust escribió que esta tela era la más bella del mundo. Es, desde luego, uno de los paisajes más famosos de la historia de la pintura por su luminosidad, la perspectiva aérea, los reflejos de las casas en el agua y también por la insuperable perfección técnica, suave y transparente, con cuidados efectos puntillistas.  

De hecho, es un hijo de inmigrantes. Sus padres, los Vos, tenían en la Plaza del Mercado una taberna que llevaba la enseña, verosímilmente reveladora de su origen, de Mechelen, que es el nombre flamenco de la ciudad de Malinas. Y se conocen bien los albergues de los Países Bajos. Los han pintado Jan Steen, Van Ostade y muchos otros. Jan Steen tenía, en el mismo Delft, una cervecería con la enseña de De Slange (La serpiente). Son salas bastante amplias, adornadas a veces con cuadros. Pocas mesas. Bancos. Una chimenea. La taberna es un lugar de reunión para festividades locales y familiares, de comercio también, y es muy natural que Vos hubiese completado su establecimiento con un comercio de cuadros. Con este título se hizo miembro, en 1631, del Gremio de Pintores. Este es un medio en el que el arte es un fenómeno tan natural como el despacho de las pintas de cerveza.

⇦ La carta de amor de Vermeer (Rijksmuseum, Amsterdam). Desde una habitación contigua, Vermeer muestra, bellamente iluminadas, a la señora y la criada, seguramente compartiendo confidencias amorosas de la primera. 



De todas formas, no es ahí donde Vermeer se ha encontrado a sí mismo. Y sin embargo, el comercio de Rayner Vos (Vos cambió su nombre por el de Vermeer hacia 1651) jugó ciertamente un papel en su formación.

Basta con aproximar las palabras taberna-tienda de arte y Vermeer. Inmediatamente, un foso se abre entre las dos imágenes mentales: una pone el arte en la calle, en el ruido; la otra exige el silencio. Una es un intercambio de objetos por dinero. La otra exige la pureza. ¿No se ven mejor los primeros cuadros atribuidos a Vermeer si se les relaciona con las obras que circulan en la taberna?

Ahí está, en un principio, Cristo en casa de Marta y María (Edimburgo) y El baño de Diana (La Haya), dos cuadros sin firmar que no se sabe a quién atribuirlos si no es a Vermeer. No por su composición, que no es original, sino a causa de cierta manera de concebir el color como el más rico estado de la materia pictórica; a causa, igualmente, de todo lo que, en sus detalles, parece decir que esas dos obras son cuadros con los que un pintor empieza. ¿No revela la elección de los dos temas una oposición a lo que le rodea? En la pintura de los Países Bajos, que no es religiosa (las pinturas de Rembrandt y de su escuela constituyen una excepción), Vermeer eligió la representación de Cristo.

La lechera de Vermeer (Rijksmuseum, Amsterdam). Vermeer sentía verdadera predilección por representar escenas de la vida cotidiana de la sociedad holandesa. Aquí, da un aire de tranquila dignidad a la criada, que aparece totalmente concentrada mientras realiza sus tareas. 

Mientras que la mitología y su corolario, la desnudez, seducen a los artistas de toda Europa, los Países Bajos (y España) no sienten esta inclinación. Y Vermeer pinta con mucha discreción y con vestidos opacos mujeres haciendo su tocado en plena naturaleza. Su Diana tiene sensiblemente la misma postura que la Betsabé de Rembrandt (Louvre), que es de la misma época (1654), pero su diosa es mucho más púdica y tan castamente vestida, tan poco elegante en realidad, que no tendría razón para fulminar y metamorfosear al cazador Acteón si pasara por aquellos parajes.

⇨ Joven con collar de perlas de Vermeer (Staatliche Museum, Berlín). Otra de las brillantes escenas de interiores de Vermeer, en la que muestra, en esta ocasión, la comedida vanidad de la joven que, ante el espejo, se contempla con un collar de perlas.



Esas dos obras testimonian, sin duda, un rechazo profundo de lo que se pinta y de lo que se vende en Delft. Su fuente está en la idea que el joven artista puede hacerse del arte italiano, idea ingenua que debe apoyarse en algunas estampas, quizás, y sobre todo en un deseo de algo distinto. Y los críticos italianos no se han equivocado al subrayar que, a través de los pintores de Utrecht, Honthorst, Bronchorst, sus mayores, ha llegado hasta Vermeer algo de caravaggismo, es decir, una manera de jugar con la luz como con un proyector, componiendo otro ritmo en el interior del ritmo de las formas y del de los colores. Pero el caravaggismo es, ante todo, expresivo, dinámico. Exalta hasta el instante dramático. Y los primeros cuadros de Vermeer que reflejan un poco la libertad y la ambición de los artistas italianos, último reflejo, al mismo tiempo contradicen el mensaje que han deseado difundir. Las santas mujeres que acogen a Cristo, por su densidad y su sencillez, anuncian la futura Lechera.

Se trata de cuadros de juventud: el artista busca una orientación extraña. Y se trata de cuadros de un temperamento ya asentado. La búsqueda no impide que aparezcan las cualidades duraderas.

La muchacha de la perla de Vermeer (Mauritshuis, La Haya). También llamada Muchacha con turbante. Por su misterioso encanto, que recuerda los ambiguos personajes de Leonardo da Vinci, es conocida como "La Gioconda del Norte". Su sencillez clásica, el inimitable color, la suave textura, el relieve destacado sobre ese fondo oscuro hacen de ella una obra maestra. 


Mujer pesando perlas de Vermeer (National Gallery of Art, Washington). Otra vez un interior, otra vez una mujer, otra vez las perlas luminosas. El artista es un maestro en estos temas que, si bien son repetitivos, no por eso dejan de ser ejemplares y distintos a la hora de representarlos. 


Joven con aguamanil en la ventana de Vermeer (Metropolitan Museum, Nueva York). Obra fechada en 1664 en la que el autor vuelve al tema de la mujer en sus tareas domésticas, con una iluminación que protagoniza la escena. 

El cuadro siguiente, conocido bajo el título de La alcahueta o La Celestina (Dresde), está fechado en 1656, un año después de la muerte del padre de Vermeer. Curiosamente, representa una de esas escenas de la vida galante que, bajo cobertura de moralidad, tratan los relatos proverbiales de los desórdenes de la vida del hijo pródigo. Vermeer pintaba, por fin, la clase de cuadros que podemos imaginar muy en su lugar en una taberna.

⇦ Alegoría de la fe de Vermeer (Metropolitan Museum, Nueva York). Pintado entre 1671 y 1674, en las postrimerías de su vida, aquí el artista quiere mostrar la exaltación de esta mujer en el momento de sentir la iluminación de la fe, con sus ojos vueltos hacia el crucifijo y la mano en el corazón. 



Pero, ¡de qué manera! En ningún otro el color tiene esa densidad del esmalte de la porcelana y, al mismo tiempo, ese peso. Conocemos el tapiz que ocupa el centro del cuadro. Los holandeses acostumbran a colocarlos sobre la mesa. Los hay por todas partes en su pintura. Como Rembrandt, por ejemplo, hará más tarde en sus Retrato de grupo de los Síndicos de los pañeros, Vermeer expone los pliegues en el primer plano de su tela casi cuadrada. La respiración del cuadro, su vida, proviene del color y también de la luz, que arroja claridades estremecidas como las que produce el sol cuando entra en una habitación por el ojo de la cerradura o la rendija de un postigo.

Empieza ahí un estudio de la luz que el pintor no dejará de desarrollar a lo largo de toda su vida. Es, sin duda, significativo que después de haber gustado el gran tono internacional y el célebre arte italiano, haya vuelto al tema más corriente, al género menos noble, precisamente al mismo que los críticos extranjeros reprochaban al arte holandés, para comenzar en él una aventura excepcional.

Mujer escribiendo una carta y sirvienta de Vermeer (National Gallery of lreland, Dublín). En 1670, el artista realiza esta obra con los mismos elementos temáticos que son el interior de su casa y una mujer que escribe a la luz que entra por la ventana, sin que se intuya siquiera cuál es el paisaje exterior. En segundo plano y de pie se encuentra la sirvienta de la dama. 

¿No había hecho Rembrandt lo propio? Cuando le preguntaron por qué no emprendía el tradicional viaje a Italia respondió que en su país podía saber bastante de arte italiano. Sobre el terreno, con los elementos que disponía, tuvo de sobra para realizar su obra. Ahí, evidentemente, interviene la noción de nacionalismo. Se dice que ésta es estrecha, paralizante. Pero el espectador, aunque aprecie las comunicaciones internacionales, valora igualmente que cada tierra conserve algo de su originalidad. Por encima de la idea que los une, ama la naturaleza que diferencia a los seres.

⇨ Sirvienta entregando una carta a su ama de Vermeer (Frick Collection, Nueva York). Nuevamente el mundo femenino en el ambiente interior de su casa, la sirvienta y su ama que sólo parece comunicarse con el exterior por medio del hábito epistolar. Ése es el ambiente introspectivo que prefiere el artista y que le lleva a diseccionarlo con meticulosidad y precisión. 



Así, Vermeer comenzó una obra que, verosímilmente, fue apreciada de inmediato, pero cuyo trazado era demasiado personal para atraer de una manera duradera a otras personalidades. Por lo demás, la organización de la pintura en los Países Bajos estaba hecha de tal modo que todo en ella se dividía: cada uno cultivaba su pequeño matiz, su vibración personal.

¿Qué es lo que se encuentra alrededor de Vermeer? De los discípulos de Vermeer no se ha dicho nunca nada. Sin embargo, el hombre no pasó desapercibido. Tenía suficiente renombre para que se quisiera saber su opinión sobre los cuadros italianos vendidos por Gerrit Uylenburgh, el mayor marchante de los Países Bajos, al elector de Brandemburgo. Hay muchos más datos del Vermeer vivo. Pero todos estos documentos, tan prolijos sobre asuntos de dinero, de herencia, de alquileres, no dicen nada de su obra.

Salvo después de su muerte. Entonces, algo aparece. Los negocios van mal. Un año más tarde de la muerte del marido, la viuda es declarada en quiebra. Hay deudas por todas partes. El caso no es único. Los Países Bajos acaban de ser ocupados por las tropas de Luis XIV. El país se ha inundado a sí mismo. El Gran Pensionario, Jan de Witt, ha sido asesinado. Los partidarios de Guillermo III vuelven a tomar el poder. En toda esta agitación política hay suficientes causas para arruinar a una familia.

Lo que va a hacer Catherina es, sin duda, intentar salvar la situación, pero también intentar salvar los cuadros de su marido. Ocultará algunos en casa de su madre. Depositará otros en casa de un acreedor, el panadero Van Buyten, bajo promesa de poder rescatarlos a crédito. Llegará a recuperar 26 en casa del marchante Jan Colombier, donde habían sido retenidos como garantía de una deuda de 500 florines en la tienda de comestibles.


⇦ El astrónomo de Vermeer (Musée du Louvre, París). Pintado en 1668, en este cuadro el autor cambia de protagonista pero no de ambiente. El estudioso es un hombre que sentado ante una mesa observa el globo terráqueo. La ventana sigue siendo el recurso para iluminar la escena. 



Si esta mujer lucha por los cuadros es que son escasos. Y la figura de Vermeer gana, quizás, en claridad. Se ha sabido, por Monconys, que "en su casa no había ningún cuadro suyo". También que un marchante de Delft, Jan Colombier, poseía 26 que no había adquirido porque cualquier acreedor podría pensar en embargados. Esto significa que el renombre de Vermeer era cierto y sus cuadros inaccesibles. Cuando se llegaba a Delft era él el hombre al que había que encontrar, pero sus tarifas eran más elevadas que las de los demás pintores y los aficionados se iban con las manos vacías. Esto significa que, como Rembrandt, Vermeer ha intentado valorizar una obra que él deseaba poco numerosa, que no tuvo la suerte de encontrar en su esposa una heredera lo suficientemente rica que le permitiera cumplir sus deseos.


Significa también que intentó romper el sistema de venta que obligaba a los pintores holandeses a la producción en serie y que no pudo alcanzarlo o lo alcanzó quizá solamente durante algunos años. Desde que la situación política se alteró, el equilibrio que había podido establecer entre los ingresos de una segunda profesión (el comercio de cuadros, por ejemplo, o la taberna, ¿quién sabe?) y su trabajo de pintor, se rompió. Tuvo contra él la competencia de los necesitados (el retrato a 100 florines), la de los tulipanes (se pagaba un bulbo más caro que un cuadro), y sobre todo, los desórdenes de la guerra. Su carrera fue un fracaso en la medida en que vivió de otros recursos que los de la venta de sus cuadros. Sin embargo, no fue el primero en haber intentado hacer su obra al margen del comercio. ¿No es así como había procedido Leonardo da Vinci?

A causa de esta distancia, o tal vez porque Vermeer no vivió de sus pinceles, no llegamos a hacer coincidir los documentos biográficos con su obra.


Contemporáneo, sin duda, de La alcahueta es otro cuadro, Joven dormida (Metropolitan Museum de Nueva York). La obra confirma la decisión de Vermeer de anclarse en los temas nacionales. Los durmientes hacen gravitar sobre toda la pintura holandesa del siglo XVII el peso extraño de los sueños que no conoceremos jamás. ¿Acaso es por los ojos cerrados por donde esa nación tan ocupada en tácticas comerciales, políticas y filosóficas escapa a su labor? La durmiente de Vermeer está sentada cerca de una puerta abierta. Está situada demasiado claramente cerca de las líneas de fuga de la composición para que no captemos que entre las frutas que hay sobre la mesa y la perspectiva lo que está soñando es, quizás, incierto, pero es evidente que su secreto escapa a todas las horizontales que subrayan la profundidad de su sueño.

⇨ Dos hombres y una mujer con un vaso de vino de Vermeer (Herzog Anton Ulrich Museum, Brunswick). Llamada asimismo La coqueta, esta obra lleva la firma de Vermeer en el cristal de la ventana. Ha sufrido numerosos retoques, a los cuales acaso se debe esa expresión rebuscada de la joven. La armonía suave del color tan cristalino, las relaciones espaciales entre los elementos compositivos, el punto de fuga, que propone el mosaico del suelo, convierten la tela en un estudio óptico. 



Porque lo que quiere decir no pretende expresarlo principalmente por objetos, por escaleras, por vasijas o por personajes, sino por el color, la luz y la forma. En él todo debe ser expresado por los puros medios del cuadro. Hay un momento en que estos medios llegan a ser lo bastante eficaces como para que no haya necesidad de dibujar los personajes, los objetos que representan los cuadros colgados de las paredes. El objeto, apenas sugerido, se convierte en el término pictórico, valor luminoso, sin dejar de ser un valor en el relato.

En esta obra apagada está en germen todo el futuro Vermeer. Para que aparezca totalmente, no falta más que un toque de varita que despierte a la durmiente y abra la ventana. Al mundo oscuro sucederá, en adelante, el aire libre. Una luz de primavera helada, azul, o una luz rubia de verano van a abrir la ventana y a correr por el mapa de los Países Bajos que adorna el muro antes de reflejarse en los dientes blancos, en la sonrisa de la Muchacha sentada frente a un militar de visita (Frick Collection, Nueva York) o de acariciar la frente lisa de la Muchacha leyendo una carta junto a la ventana (Dresde).

En adelante, Vermeer posee su lugar escénico. Fuera de dos paisajes (La callejuela, Amsterdam, y la Vista de Delft, La Haya) y de algunas figuras aisladas, todo lo que pinte estará situado cerca de la ventana abierta o cerrada. Todo será el análisis de lo que puede suceder a personajes diversos, ocupados o desocupados, según que la luz entre en oleadas, a pleno sol, con la ventana abierta o por reflejo de la fachada del otro lado de la calle que hace que los rayos vengan alternativamente de la parte baja o de la alta, o más aún, que la pieza sea observada desde otra habitación, como un foco de claridad entre dos zonas de sombra (La carta de amor, Amsterdam).


Vermeer ha descrito, así, totalmente, de la mañana hasta el anochecer, la luz tal como entraba en una morada holandesa del siglo XVII, espacio repartido en salas adosadas a las ventanas que las limitan y que las abren, sin abrirlas, puesto que nunca la composición, salvo en los dos paisajes, dirá lo que hay fuera.

La habitación se convierte, de esta manera, en una especie de laboratorio en el que la pintura experimenta, sobre escenas placenteras, dosis diferentes de claridad.

⇦ Dama de pie ante la espineta de Vermeer (National Gallery, Londres). El autor pinta con extrema perfección una joven de pie tocando el teclado de la espineta, que parece mirar a quien la está escuchando tocar. A la izquierda, otra vez la ventana es la fuente de iluminación que se refleja en la tela brillante del vestido. 



La opinión se ha interrogado, naturalmente, sobre ese mundo cerrado. El hecho de que durante los casi veinte años de pintura que las fechas de su vida le señalan, Vermeer no haya salido de este lugar escénico si no es por paisajes vistos desde una ventana, invitaba a pensar que el pintor de este universo cerrado se había visto físicamente obligado a la reclusión, que quizás había tenido dificultades para desplazarse. Hoy se piensa que esta invalidez, si existió, no explica esa obra, no añade nada al retrato imaginario que se puede trazar del artista, que no se ha representado a sí mismo más que de espaldas en el famoso cuadro El taller del pintor (Viena).


Vermeer nació el mismo año que el filósofo S pinoza. Contemporáneo suyo, exactamente, en Delft, fue el biólogo Anthonie van Leeuwenhoeck, que se ocupará, por lo demás, de su sucesión. ¿No es tentador pensar que haya podido haber entre estos tres hombres algo más que la normal comunidad de generación? Spinoza vivió del pulimento, es decir, de la fabricación especializada de vidrios ópticos.

Leeuwenhoeck perfeccionó el microscopio hasta el punto de descubrir las células de la sangre y los espermatozoides.Vermeer se sirvió, con toda certeza, de los aparatos ópticos tan apreciados por los pintores desde el Renacimiento -entusiastas de la experimentación- y en particular de la famosa cámara oscura que reducía al plano del cuadro la realidad tridimensional. Aparte de las técnicas ópticas que ocupaban a los tres hombres, es posible que pudiera también aproximarles cierta manera de pensar. Manera salida de la técnica misma: con una lente se cambia el mundo.

Y esta curiosidad se une a la corriente de pensamiento, difundido y discutido en una de las obras del propio Spinoza, que pedía que cada ser descendiera a sí mismo para conocer el mundo. Descartes había asentado las reglas de esta reflexión sin ningún a priori. Antes de él, interrogarse era encontrar a Dios inmediatamente y dialogar sobre las razones del universo. Acceder, de repente, a la teología. Con Descartes las cuestiones que se plantearon estuvieron basadas sobre algunas experiencias de física, risibles quizá, pero en las cuales la opinión ponía bastante esperanza para prolongar la parte terrestre del debate y para situar los problemas aquí abajo, durante el mayor tiempo posible.

⇨ Dama en azul de Vermeer (Rijksmuseum, Amsterdam). Llamada también Mujer leyendo una carta, se dice que el artista captó en esta obra exquisita la imagen de su mujer Catherina encinta, que llena la tela de una encantadora felicidad, tranquila y serena. Todo es armonía y equilibrio de los elementos formales de la composición. Refiriéndose a esta obra escribía Van Gogh a su hermano: "La paleta de este extraño artista comprende el azul, el amarillo limón, el gris perla, el negro y el blanco ... con un gusto extraordinario y un infalible sentido de la composición". 



Ese aquí abajo de Vermeer parece haber sido curiosamente mundano. En verdad que se ven algunas sirvientas (La lechera, diversas doncellas). Pero La encajera es demasiado elegante para ser una obrera. La mayor parte de los personajes pertenece al mundo descrito por Ter Borch. Las mujeres visten de armiño, se prueban collares de perlas, usan vidrios preciosos y aguamaniles de lujo, tocan instrumentos muy caros. Escriben muchas cartas y se podría pasar de un cuadro al otro como se sigue una novela epistolar que muy bien hubiera podido ser la de "Las preciosas". Por lo demás, la pieza de Moliere Las preciosas ridículas es de 1659: es la sátira de las damas de Vermeer. También había preciosas en los Países Bajos.

Sin embargo, Vermeer pintó a esos personajes de una manera tan ideal que cuesta trabajo tomarlos como ilustración de un mundo del que se sabe claramente que confundía complicación y finura. Su manera da a todo lo que toca una especie de calidad mística y que no puede ser, en estos cuadros decididamente realistas, más que metafísica.


En cuanto a la mística, hay que pasar de inmediato a lo que en la pintura de Vermeer trata de las preocupaciones religiosas de sus personajes. La alegoría de la fe (Metropolitan Museum de Nueva York) representa una dama en su oratorio. Cristo está representado dos veces en su morada: en una gran pintura en el muro (una Crucifixión de Jordaens) y en un crucifijo sobre la mesa. Ella tiene la mano sobre el corazón. La manzana del pecado perturba el perfecto orden del pavimento recién lavado, en el que, segunda mancha de este interior tan limpio, la serpiente del mal agoniza horriblemente bajo una piedra providencial. Como asiento, la dama tiene un globo terráqueo, lo que la obliga a una posición algo incómoda. Decididamente, cuando no es pintura o escultura, la religión no aporta más que molestias en el más confortable de los lugares de descanso.

⇦ La encajera de Vermeer (Musée du Louvre, París). La firma del pintor aparece en la pared y la protagonista ha sido identificada como la esposa del pintor, Catherina, que tendría entonces unos treinta y cinco años, puesto que la obra se fecha hacia 1665. La figura oscura se recorta contra un fondo de luz que da lugar a una serie de sombras transparentes de exquisito modelado. Excepcionalmente, el foco de luz se sitúa a la derecha. Renoir dijo que esta pintura y Embarque para Citerea de Watteau, eran las dos mejores telas del Louvre. 



Otra presencia religiosa en Vermeer: una escena del peso de las almas; se trata de un cuadro, situado en su lugar escénico favorito, sobre otra dama ocupada en pesar perlas. Las dos imágenes muestran claramente dónde estaba la fe de Vermeer. No exigente, igual que en Spinoza, queda como una cuestión pendiente que no se elude y que perturba el buen orden. ¿Hay mucho más? Es poco probable. Si Dios preocupa a Vermeer es de otra manera; en la realidad que pinta, en la luz que se filtra al filo de la cortina.

Puestos aparte estos dos cuadros, el país de Vermeer está poblado de damas que no por ser elegantes dejan de comportarse como concienzudas amas de casa, que sólo por correspondencia, si está permitido decirlo, pertenecen al mundo de "Las preciosas". Porque leen y escriben. ¿Y qué escriben sino dulces billetes? Pero después de haber hecho abrillantar el pavimento.

Cierta interpretación ha intentado representarlas, si no como prostitutas, al menos como cortesanas o más exactamente como geishas. Parece característico del arte de Vermeer que pueda dejar en la incertidumbre en la que ningún pintor holandés autorizaría a dudar de sus intenciones. Es que su arte es más fuerte que los temas que trata. No despersonaliza a los seres que analiza. Por el contrario, los precisa en una realidad que rebasa su condición. Los que están fastuosamente vestidos no dominan en absoluto a los que lo están como servidores. El ama y la sirvienta, con todos los signos característicos expuestos, ocupan el mismo espacio, respiran idéntico aire, permaneciendo cada una en su lugar. ¿Armonía social? Sobre todo, armonía plástica. La obra de Vermeer debería ser el repertorio cotidiano de los directores teatrales que desean adecuar la presencia de los actores a la del decorado.

⇦ El concierto de Vermeer (lsabella Stewart Gardner Museum, Bastan). Esta obra, pintada en 1670, muestra a una cantante de pie a la derecha que está acompañada por otra sentada tocando la espineta. La luz tenue ilumina la escena que parece desarrollarse en la sala de la casa.  



Este es el programa del pintor, mucho más que la evidencia de la felicidad que podía consistir en vivir en casas tan limpias como las que las holandesas ofrecían a esposos y a amantes ocupados en guerras incesantes y aventuras comerciales. Más que la felicidad holandesa es la suya propia la que Vermeer ha pintado. Son raros en la historia los pintores que han contado la densidad de la alegría y de la paz que puede haber en una morada o en un paisaje.

No es posible analizar aquí la obra de Vermeer cuadro tras cuadro. Sin embargo, todos son la experimentación de una dosis de claridad y cada estudio merece ser comentado. Hay que anotar que parece que entre 1656, fecha inscrita en La alcahueta, y 1675, año de su muerte, período jalonado de pocas fechas seguras (1668 en El astrónomo, Museo del Louvre, París, 1669, en El geógrafo, Instituto Stadel, Francfort), en esos 19 años es imposible aislar períodos divergentes. Para el orden de sus obras hay que apoyarse en algunos descuidos, alguna rapidez de ejecución y a declarar que aquí, en estos cuadros que no están quizá terminados, se tienen pruebas de una degeneración, de un debilitamiento y, en consecuencia, que aquellas obras sólo pueden pertenecer al fin de su carrera. Pero, ¿se puede hablar de vejez de un artista muerto a los 43 años?

Lo único en la carrera de Vermeer es que no se la puede disponer como el crescendo y el decrescendo de las fuerzas, según las cuales se organizan ordinariamente las biografías.

Toda su obra (entre 30 y 40 cuadros, según los críticos) hubiera podido ser ejecutada en unos pocos años por otro pintor. Pero las fechas reparten este conjunto de cuadros a lo largo de una vida, corta quizá, pero más larga que la de Watteau, la de Rafael y la de Caravaggio. ¿Es posible creer en una duración humana en lo que parece escapar a todas las medidas? A eso responde el tiempo que exige el análisis de cada cuadro. Se pueden pasar dos horas ante un Vermeer y no tener bastante con las miradas que su riqueza requiere.

La lección de música de Vermeer (Colección real de la Reina Isabel II de Gran Bretaña, Londres) La escena se sitúa al fondo donde una joven de pie está tocando la espineta, mientras a su lado está el maestro. Una luz muy intensa ilumina todo el ámbito del cuadro. 

Sucede por otra parte que algunas obras, por ejemplo, El taller (Viena), han sido visiblemente concebidas como creaciones en un sentido ambiguo. Y que, en todas las composiciones, por sencillos que fuesen sus temas, se siente la complejidad de la concepción, aunque ésta np deje aparecer nunca ningún retoque, ninguna corrección: como si cada obra hubiera sido preparada tan minuciosamente que no hubiera habido necesidad de añadirle ninguna modificación una vez empezada. Sucede, en fin, que hay también cierta evolución que puede ser captada (no en la técnica, pues lo propio de cada cuadro de Vermeer es el resultar acabado, sino en la manera en la que el juego de actores accede a la soltura de lo natural). ¿No son los primeros cuadros los que fijan los personajes en los gestos que los unen, Dos hombres y mujer con un vaso de vino (Brunswick) o Dama de pie ante la espineta (National Gallery, Londres)? Algo hay en la composición que debe someterse al orden plástico. Más tarde, el lujo de Vermeer consistirá en que esta solidez inamovible, y sin embargo estremecida, llega a comunicarla a lo más frágil, a lo imperceptible de la vida: al equilibrio de la balanza que pesa una perla, a la leche que se derrama de un recipiente, al gesto de La encajera (Louvre), a lo que los fotógrafos tratan como instantáneo.

Dicho de otra manera; si se mira a lo que parece perfeccionarse en esta carrera perfecta desde el principio, de entrada instalada en un nivel constante, si se pone toda la atención en lo que parece aumentar en este pintor, la exigencia de la verdad del instante, entonces la cumbre de Vermeer es el momento privilegiado en que la mujer anuda su collar alrededor de su cuello, en el que lee una carta, en el que toca un acorde en el teclado de la espineta, en el que los músicos se ponen de acuerdo, con una mirada, sobre el silencio a observar o sobre la música que van a ejecutar juntos.

Vermeer fijó por la más severa regla plástica el instante más frágil de la vida. Su arte es el del segundo en que la mano va a levantar el aguamanil, a elegir un lugar en la esfera terrestre, a buscar un planeta en el globo celeste, a decidir el modo en el que se va a tocar una pieza de música. Justo antes. O, también, justo después, cuando la pluma se levanta del papel, el plectro se separa de la red de cuerdas, el vaso de la boca, el bolillo de la mano de la encajera. Y, cuando pinta un paisaje, la Vista de Delft, por ejemplo, indica la hora en la esfera del reloj: las 7 y 10. Pero ¿de la mañana o de la tarde? La luz roza los tejados. Hay gentes que pasan en la sombra: ¿todavía no o ya es después?

⇦ Dama escribiendo una carta de Vermeer (National Gallery of Art, Washington) Fechada en 1665, en esta obra el autor resalta la figura iluminada sobre un fondo oscuro. La mujer parece hacer una pausa en su tarea para mirar al espectador. 



Vermeer sitúa el acto en el tiempo. La duración interviene en su obra. Ella es la que hace que la epidermis de las cosas se revele en el temblor de su grano, puesto que la realidad granula con puntos de luz temblorosa el pan, el papel, el corpiño, la alfombra. Nada es fríamente liso. Todo palpita. Diríase que el pintor vio la materia en el microscopio de Leeuwenhoeck. Pues ese movimiento, ese hervor de superficie, si bien es la luz la que lo hace aparecer, si bien ésta exalta el color (mirad junto a las ventanas, en los pliegues de los cortinajes), sin embargo, la luz no tiene rayos ni vibración. El taller de Vermeer tenía ciertamente la regularidad de las luminosidades del Norte. Y ese temblor de los pigmentos que hace vivaces a las mujeres, viviente y cremosa la leche, luminosa la perla, erizada la piel de armiño, es el del momento precario que entrega la realidad a una totalidad que es la de los estados de gracia.

A propósito de los cuadros de Vermeer se puede hablar de revelación del mundo. Para poder revelar ese mundo había que poseerlo por entero, desde el nudo de lana de la alfombra hasta la transparencia un poco verdosa del cristal de las ventanas, hasta las manchas de la pared, hasta las líneas del pavimento, saber reflejar la turgencia del brazo de una joven, los sonidos de un bajo de viola, el mechón que se escapa de una cabellera. En un cuadro de Vermeer todo es conocido, pero no todo alcanza el mismo nivel de presencia: todo se ordena en una estudiada escala de grados de intensidad. Así, se puede pensar que pintar una sola guitarrista aliado de su ventana es tan complejo como orquestar una sinfonía.

Es significativo que Marcel Proust haya sentido la necesidad de oponer (¿o de concordar?) otro momento a la instantaneidad de los cuadros de Vermeer: el de hacer morir a su visitante justo durante la contemplación de cierto lienzo de muro amarillo. En efecto, la única realidad que podía corresponder, en intensidad, a la de ese cotidiano milagro de los cuadros era la de una muerte.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Punto al Arte